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El gran tesoro de los recreos

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Rafael Bitrán es el mayor coleccionista de figuritas de la Argentina. Parte de su botín hace a la muestra “Difíciles eran las de antes”, disponible hasta el 20 de abril. Fotografía: Tomás Ballefín

Por Malena Baños Pozzati

Un hombre se para en medio de la avenida Pueyrredón a pasitos de Corrientes y lanza un grito de triunfo hacia la noche. Es 1998 y este librero e historiador llamado Rafael Bitrán no celebra un gol de la Selección en el Mundial de Francia ni se acaba de ganar el Quini. Aunque la comparación podría ser equivalente. Antes, esa tarde, un cartonero le lleva una pila de revistas Anteojito que alguien ha sacado a la calle. Bitrán recibe con agrado el atractivo botín pero lo deja varias horas a un costado, mientras termina su turno de 10 a 20 en una librería de Pueyrredón al 700. Al final de la jornada, mientras clasifica las viejas publicaciones de la factoría García Ferré, queda helado al ver una contratapa con un Larguirucho sobre un fondo amarillo. “No es una Anteojito”, suelta de golpe. Y, al girarla, descubre la tapa, como nueva, de aquel cuarto álbum de figuritas de Hijitus que sólo había visto en publicidades de la revista. Bitrán, el mayor coleccionista de figuritas de la Argentina, no sabe entonces que ese día quedará para siempre en su memoria.

La fuerza emotiva de ese suceso se confirma ahora, abril de 2014. Mientras camina entre los rincones de su muestra Difíciles eran las de antes, en el Palais de Glace, rememora el episodio como una de las más claras demostraciones de que en el mundo del coleccionismo el dinero a veces ayuda pero también hay una enorme dosis de suerte y casualidad. Eso que no se enseña, sino que se aprende en el camino, ya sea armando una red de contactos entre los cartoneros del barrio, recorriendo los incipientes circuitos de canje en el Parque Rivadavia de la década del ‘90 o, simplemente, averiguando entre amigos y conocidos si tienen algún álbum o piloncito de figus que haya sobrevivido a los dos grandes enemigos de los tesoros de la infancia: las mudanzas y la resignación del “ya estoy grande para estas cosas”.

La colección de figuritas que Britán formó hizo que su camino se cruzara con el de otra persona del palo, el psicólogo Francisco Chiappini. De la dupla salieron tres libros que repasan con gran rigor histórico (área en la que Bitrán es licenciado y profesor) las variadas colecciones que se editaron en la Argentina durante el siglo XX y el actual. “En 2001, salió Malditas difíciles, que se agotó totalmente; en 2005, hicimos Ídolos de cartón; y en diciembre de 2013 fue el turno de Difíciles eran las de antes. Al hacer este libro me dieron ganas de acompañarlo con una muestra, así que propuse la idea en el Palais de Glace, donde estuvimos trabajando un año y terminamos inaugurando la exhibición justo después de la salida del libro”, repasa.

Desde el 13 de marzo y hasta el 30 de abril puede visitarse gratis la exposición que reúne figuritas de 1920 a 1990, con preponderancia del fútbol. Y no es un recorte que responda a la moda mundialista sino principalmente a reproducir la manera en que fue segmentado el mercado vernáculo de las figuritas. También en honor a los inicios de Bitrán en la faena. “Empecé juntando de Boca y luego fui ampliando el panorama. La selección que se puede ver en la muestra, con mucho fútbol es cierto, respeta bastante la proporción de lo que hay en el mercado. No obstante, la colección más vendida entre los ‘50 y los ‘80 fue la de Caperucita Roja, una que tuvo la particularidad de ser la primera no argentina de brillantina que se pegaba en álbumes”, se luce Bitrán.

Debajo de una vitrina pueden verse cajas con sobres nunca abiertos, tanto del repertorio de Caperucita como de los de El Zorro y El Hombre Araña. El enorme abanico temático que engloban las colecciones expuestas bien podría servir como una vidriera de las infancias de todos los miembros de una familia actual, incluso incluyéndole un par de generaciones de antepasados. V, Invasión extraterrestre, Polémica en el bar, Mazinger, El regreso del Jedi y figuritas con personajes como Moria Casán, Susana Traverso y Mónica Gonzaga dan cuenta de rápidos repasos por la historia del entretenimiento desde los más variados sectores del planeta. Los álbumes enmarcados también llevan las huellas de sus antiguos dueños. “Osvaldo Akerman, 9 años, Lomas de Zamora”, reza una adulta letra manuscrita sobre la tapa de Pilusolandia. Son objetos que transportan a un universo completo de sonidos, olores y meriendas infantiles. Aunque la escena parezca un cliché, quizás lo sea porque fue compartida por toda la humanidad en algún momento de la vida. “Me gusta venir a la muestra y colarme entre la gente. Es como cuando los directores de una película entran a la sala y quieren ver las reacciones de los espectadores; con la diferencia de que a mí nadie me conoce, entonces puedo escuchar las conversaciones que estos objetos desatan”, se divierte Bitrán mientras camina a paso enérgico entre los cuadros, por momentos estirando el brazo en dirección a alguna de las doce gigantografías de figuritas difíciles que hay dispersas en toda la sala.

El concepto hegemónico en la labor cuasi antropológica de Bitrán es la de capturar aquellas figuritas que pasaron de ser un gancho comercial a una pasión de multitudes. Tener la difícil era poseer un tesoro cuyo valor sólo entendían los que estaban inmersos en la recolección, era el rumor escolar que equivalía a una popularidad repentina en el recreo. Pero las figuritas no eran sólo un ansioso camino en miras del completismo. “En tiempos en que la TV era patrimonio de pocos, las figuritas eran el único recurso a mano para conocer qué rostro tenía cada uno de los futbolistas, aquellas mayorías silenciosas de jugadores que no eran ídolos y estaban ausentes en las revistas deportivas”, rescata el periodista Jorge Halperín en un texto que recibe a los visitantes en una enorme pared del Palais de Glace.

Así, las figuritas se convirtieron en una instantánea de su época. Y estaban acompañadas, además, de un titánico trabajo artístico. El ilustrador Jorge de los Ríos aportó a la muestra varios bocetos, que dan un claro ejemplo del esfuerzo artesanal que requería dibujar cada una de las caricaturas de futbolistas del momento. En la exposición se pueden observar las diferentes fases por las que pasó Roberto Perfumo desde el primer boceto hasta el coloreado final. De ese valor agregado en la cocina de la creación de figuritas, uno de los ejemplos más contundentes es Platos voladores al ataque, proyecto que en 1971 reunió a dos colosos de la historieta argentina, Héctor Germán Oesterheld y Alberto Breccia (Mort Cinder) para una nada tímida réplica a la colección de trading cards Marcianos al ataque (1962) de la firma Topps, luego adaptada en una película homónima de Tim Burton, en 1996. “Yo tenía figuritas sueltas, pero un día recibí un llamado de alguien que me quería vender la colección completa de Platos voladores al ataque por 300 pesos, que incluso hace quince años, cuando ocurrió la anécdota, era un muy buen precio. Encima pasé a buscarlas el día de mi cumpleaños: fue un regalazo”, recuerda Bitrán. En 2002, su colección sirvió de base para la reimpresión de esta obra, que fusiona la mecánica del álbum de figuritas con la narrativa y estética de una historieta de ciencia ficción.

La recorrida que propone Difíciles eran las de antes emula a la perfección la mística que rodeaba a este particular coleccionismo. No todo era comprar y acopiar. El intercambio, como un infantil prototipo del mundo comercial adulto que estaba por llegar, reluce en la muestra. Pero la moneda de cambio, ahora que ha pasado el tiempo, son los recuerdos, una figurita incluso más valiosa que la más difícil de las difíciles.