La vida de Brian Fernández dio un vuelco el 5 de junio de 2015. Ese viernes por la tarde, todos los programas deportivos hablaron de una sola cosa: el joven y prometedor delantero de Racing había dado positivo en un control antidoping del 10 de mayo, después de un empate sin goles ante River en el Monumental. La sustancia prohibida que se detectó no era ningún medicamento para atenuar el dolor de una lesión, ni una droga para mejorar el rendimiento en la cancha. Era marihuana. El jugador intentó evitar una sanción severa y apostó por la contraprueba. El miércoles 1 de julio, justo el día en que se iba a hacer los análisis, sufrió otro revés: se informó un segundo positivo, esta vez por Copa Libertadores, ante Montevideo Wanderers y con fecha del 7 de mayo, es decir tres días antes del primero. A partir de ese momento, todas sus esperanzas se desvanecieron y quedó a merced de los castigos de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol).
Inmediatamente después del primer positivo, Brian fue suspendido de manera provisional, hasta que el Tribunal de Disciplina de la AFA le aplicó una sanción de tres meses de suspensión. “Es algo que no suma nada. Nos parece una medida injusta, y más en este tipo de adicciones”, había dicho el presidente de Racing, Víctor Blanco, quien luego mostraría una faceta mucho menos contenedora. Cuando faltaban solo 12 días para que purgara la pena de la AFA, empezaron a poner trabas las federaciones internacionales. La FIFA lo suspendió de forma provisoria y sugirió una sanción de dos años sin jugar. La Conmebol, en tanto, se inclinó por el castigo de un año que fue finalmente el que se le aplicó.
Tras la contundente condena, la emergente figura de Racing fue quedando a un lado, aislado por la fría letra de los reglamentos. De los aplausos y de las adulaciones en el Cilindro a la marginación absoluta. Incluso hasta Blanco confesó su arrepentimiento por contratarlo. “Si hubiese sabido que tenía ese problema de adicción a las drogas, no lo habría hecho. Lo que pasa es que el test psicológico le había dado bien…”, tiró el presidente de Racing. Otra fue la postura que adoptaron los referentes de la Academia, Diego Milito y Sebastián Saja: “Esto es excesivo y exagerado. Acá lo que importa es la persona, no el jugador de fútbol. No está bien tanto tiempo de inactividad”.
En medio de la polémica, la vida de Brian continuó. No bien se conoció la sanción, el club acudió a algunas instancias legales para intentar reducirla, pero ya era tarde. El delantero fue apartado de los entrenamientos y debió trabajar en la Reserva, a las órdenes del ex defensor Claudio Úbeda. A veces iba a entrenarse, otras tantas no. Despojado de la posibilidad de jugar durante un largo tiempo, el Tano –como lo conocen su familia y sus amigos– actuaba según lo que le dictaba su estado de ánimo. “Permanentemente hablaba con él. Lo aconsejaba para que tratara de apartarse de cualquier situación que lo llevara a volver a consumir. También le dijimos que debía internarse, tratarse en serio. Te dabas cuenta que ese chico necesitaba afecto y contención”, le dice Úbeda a NAN.
Hace una semana, cuando quedaban apenas algunos días para que Brian retornara a las canchas tras superar el castigo de la Conmebol, la FIFA se salió con la suya y logró extender la sanción. Aquella vieja disputa de criterios no había quedado saldada. Y Brian recién podrá volver a jugar el 9 de enero de 2017. Mientras tanto, se entrena en el club Tijuana de México, alejado de Buenos Aires y del ambiente del fútbol argentino.
***
Las sanciones por doping se aplican para proteger a los deportistas y para establecer límites. Al menos eso repiten diferentes autoridades y especialistas. Sin embargo, los castigos no ayudan a los implicados a recuperarse y al mismo tiempo los sacan de la cancha y de sus rutinas. “Las drogas sociales, lejos de otorgar un beneficio deportivo, perjudican. Por eso es necesaria una rehabilitación, que nunca puede ser llevada a cabo lejos de las actividades cotidianas. La idea, en estos casos, no es castigar a la persona sino tratar de ayudarla”, le dice a NAN el doctor Darío Campos, director del Departamento Médico de Racing y una de las personas que estuvo al lado de Brian desde su primer positivo. Lo trató, asesoró y acompañó hasta su partida a México.
El debate es amplio. ¿Cuál es el camino a tomar ante las adicciones en deportistas de alto rendimiento? ¿Hay que aplicar el reglamento sin importar cómo repercute en la persona? Para empezar, se podría preguntar cuál es la ventaja que otorga la marihuana en las actividades deportivas. Según los especialistas, ninguna: “La marihuana no tiene influencia en el rendimiento; la cocaína sí puede otorgar una ventaja deportiva. Igual, hay que ver cuándo se consume. Una cosa es que un jugador aspire cocaína inmediatamente antes de salir a la cancha y juegue con el sistema nervioso central más estimulado que lo normal. Ahí sí hay beneficio y por eso está prohibida. El tema es cuando los chicos la consumen mucho tiempo antes del partido. El metabolito sigue en la orina, pero la dosis no genera ninguna ventaja en el rendimiento. Estas drogas producen adicción y ningún beneficio; por el contrario, son contraproducentes. Si un deportista buscara estimularse, no utilizaría una droga como esta”, amplía Campos.
Al ser nula la ventaja deportiva que otorga el consumo de drogas sociales, se puede entender que las sanciones se apliquen para establecer ciertos límites y para preservar la salud de los deportistas. De esta manera, el centro de la discusión se ubica en cómo se aplican y qué tan rigurosas deben ser las sanciones. En el fútbol argentino hay decenas de casos de jugadores cuyas carreras tuvieron un corte abrupto luego de recibir sanciones por consumo de marihuana o cocaína. Rodrigo Archubi es uno de los más recientes. El volante campeón del mundo con la Selección Sub-20 había llegado a lo más alto de su carrera cuando arribó a River. Hasta que en 2009 dio positivo en un control antidoping por fumar marihuana. A partir de allí, todo cambió: fue suspendido por tres meses y su ascendente carrera se desmoronó. Al regreso de la suspensión, la institución de Núñez decidió apartarlo del plantel y por eso tuvo que trabajar solo y a las órdenes de un preparador físico que el club puso exclusivamente para él. De a poco, las puertas se le fueron cerrando y el ambiente del fútbol le dio la espalda: “A mi representante lo conocía desde los 15 años, pero desde el doping no me llamó nunca más. Si no producís más plata, estos tipos no te dan bola, y yo era un jugador sancionado y suspendido. La gente careta del fútbol te aparta un poco”, contó Archubi en una entrevista con El Gráfico.
No le quedó más remedio que exiliarse en la remota liga de Kuwait para seguir jugando al fútbol. Otro recordado caso es el de Daniel Cordone, ex delantero de Vélez y Argentinos. Al Lobo le detectaron marihuana en dos controles mientras jugaba para San Lorenzo, y recibió una pena de dos años. No solo debió dejar el club de Boedo sino que nunca más regresó a los primeros planos del fútbol argentino. Pasó el resto de su carrera en clubes del ascenso como Leandro Alem, Independiente Rivadavia y Tristán Suárez. “Cometí un error y lo pagué”, admite con el paso del tiempo.
El reglamento parece llevar a los futbolistas a un doble desafío: no solo complica la rehabilitación de su adicción, sino que hace aún más cuesta arriba la reinserción en su ambiente laboral. Prometedoras carreras y jóvenes con condiciones y futuro terminaron en el barro luego de las sanciones por consumo de drogas sociales. Por eso, entiende el doctor Campos, la sanción nunca puede acarrear la segregación entre la persona y su ámbito laboral: “En estos casos hay que insertarlos en la actividad, hacerles controles y después llevarlos de acuerdo a los resultados. Pero al apartarlos de todo solo se puede generar una recaída. No hay que olvidarse que esto no es algo que uno elige. Pasa y después no se puede manejar. Sin la actividad, el tiempo libre para el deportista es muy grande. Y eso complica el tratamiento. Sería mejor si además pudieran realizar su tarea”, explica.
Brian Fernández no tuvo una vida fácil. Nació y creció en Yapeyú, un humilde barrio de la capital de Santa Fe. Su mamá, Rosana, lo crió a él y a sus nueve hermanos: David, Melanie, Juan Cruz, Priscila, Valentina, Tomás, Martina, Nicolás y Leandro. Los últimos dos de la lista acompañan a Brian en su pasión por el fútbol. Nico es una de las promesas de las divisiones menores de Defensa y Justicia, mientras que Leandro viste los colores de Independiente. También tiene el difícil rol de aconsejar y contener a Brian: “Trato de estar con él. Siempre le rompo las bolas para que no se mande ninguna, para que se porte bien. Tiene que levantar la cabeza”.
Con apenas 21, el Tano ya atravesó más de una tormenta. En 2012, algunos meses después de su debut en un partido entre Defensa y Justicia y Ferro, recibió la peor noticia: su hermano David se había suicidado en Santa Fe. “Era un hermano muy querido y además era el único que no había jugado al fútbol, por eso era el más desprotegido. Les cayó como una bomba”, dice Juan José Acuña, técnico que dirigió a Leandro, Nicolás y Brian en las inferiores de Defensa. Una piña de nocaut.
“Él acá nunca dejó de ser el Tano”, cuenta Diego Benavídez, uno de los amigos de la adolescencia de Brian. Se conocieron en el barrio cuando tenían 12 años. La suspensión por doping no solo afectó al delantero, sino también a sus familiares y seres queridos. La familia de Diego siempre estuvo a su lado y le abrió las puertas de su casa: cada vez que el fútbol le daba un descanso, el Tano volvía a su provincia natal y paraba en lo de su familia amiga.
Mucho antes de que viajara a Buenos Aires para probarse en Defensa y Justicia, los pibes del barrio ya se deslumbraban por sus cualidades para jugar a la pelota. “Una vez lo llevé a un torneo de fútbol cinco. Nuestro equipo terminó tercero, pero Brian fue el goleador. ¡Hizo 45 goles en siete partidos! La rompe, tiene unas condiciones tremendas. No tengo dudas de que puede llegar a Europa. Se muere por el fútbol”, cuenta Diego en una charla con NAN.
La gran oportunidad le llegó sólo unos días después de aquel torneo de fútbol cinco. Leandro se fue a probar en Defensa y quedó. Y enseguida lo llevó a Brian. “Me lo trajo cuando estaba en edad de Sexta División y lo fichamos. Tenía 16 años, pero condiciones para arrancar directamente en quinta”, recuerda Acuña, su entrenador por ese entonces.
Hizo inferiores en el Halcón hasta que debutó en 2011, en un partido ante Ferro. En la temporada 2013/14 su carrera tuvo un quiebre: Brian fue la figura del equipo que ascendió a Primera. Aquellas tardes de torneos barriales en Santa Fe habían quedado lejos. Luego, todo fue en cámara rápida. Jugó apenas seis meses más para el equipo de Florencio Varela. Racing se fijó en él y le compró el pase en diciembre de 2014. En la Academia llegó a disputar 21 partidos y convirtió cinco goles.
El salto significó un cambio de vida radical. Las calles de Yapeyú y de Florencio Varela se transformaron en las coquetas veredas de Puerto Madero. Los diarios hablaban más seguido de él. Su cara aparecía un poco más en los canales de televisión, el celular sonaba más que de costumbre. Ante semejante metamorfosis, las relaciones también cambiaron. Cuando hablan de Brian, hay una cosa en la que todos coinciden. Dirigentes, amigos, técnicos y allegados señalan un mismo problema: las malas juntas. “Él es como mi hermano. Acá en Santa Fe lo queremos mucho. Por eso con mi familia siempre le aconsejamos sobre sus juntas, pero lo bancamos en todas. Esto lo digo por alguna gente interesada. Se le acercaron después de que le empezó a ir bien en el fútbol y lo confundieron”, comenta Diego. Varios meses atrás, Víctor Blanco también había apuntado en esa dirección: “Su problema pasa por el entorno. Por ahí viene la cosa”.
Claudio Úbeda no solo forjó una relación profesional con él durante el tiempo que lo tuvo en Reserva. “Necesita contención y los amigos no lo ayudaron en nada. Brian siempre nos hablaba y nos decía que necesitaba ayuda. Nos comentaba que volvía a la casa y que los amigos no estaban en sintonía con lo que él quería, que es ser deportista”.
Para el mismo lado apunta el técnico que vio crecer a los hermanos Fernández y dice que Brian “no es una persona tímida ni vergonzosa, pero sí un tipo solitario. Es alguien que está como ido. Si bien tiene amigos, en los momentos de estirar o de hacer alguna cosa, siempre estaba solo. Nunca tuvo una pelea con nadie, jamás tuve una contestación de su parte”.
CUANDO IBA A LEVANTARSE, LO VOLVIERON A TIRAR
El inicio de este año tampoco fue fácil para Brian. Algunos medios indicaron que había dado un nuevo positivo durante uno de los controles de rutina realizados en Racing. Sin embargo, esto fue desmentido por el presidente Víctor Blanco y por el propio jugador. El siguiente paso fue alejarse del país para rehabilitarse en México. Allí también aprovechó para entrenar con el plantel de Tijuana. Aún con su futuro incierto, el Tano trabaja para regresar a las canchas.
“No tengo dudas de que puede volver y potenciar su nivel. Tiene unas condiciones increíbles. Como jugador de fútbol era un desperdicio tenerlo en la Reserva. A pesar de que no entrenaba siempre, cuando lo hacía le sacaba diferencias al resto”, avisa Úbeda. La distancia de Argentina le permitió despejar la cabeza y renovarse: “Estuve hablando con Brian hasta el verano. Me dijo que está bien, ahora más tranquilo”, comenta Acuña.
Decenas de factores influyeron en la cabeza de un adolescente que de golpe se encontró con una vida radicalmente distinta a la que supo tener. Quienes lo conocen saben de sus condiciones para jugar a la pelota y no dudan de que podrá volver. “Con todo lo que pasó, muchos se comieron que Brian es una mala persona. Y no es así”, dicen sus amigos del barrio. La FIFA, mientras tanto, lo vuelve a castigar.