Mundo debajo del Mundo (2017), Adrián Berra
Las canciones de Adrián Berra son como viajes: están en movimiento. Son imágenes, escenas cotidianas, postales, encuentros y descubrimientos.
Viajes por tierras lejanas, pero también por los rincones más profundos del corazón, del mundo interno. Porque moverse no siempre es desplazarse de un lugar a otro. Y si de viajes hablamos, las diez canciones de Mundo debajo del mundo tienen boleto de ida, pero no de vuelta. “No levanta vuelo el que se queda en la arboleda para no mojarse y evite lanzarse a esta polvareda”, canta en “Décimas truncas”, la última del disco. Son canciones abiertas que crecen y caminan en cada escucha. En apariencia inofensivas, por la familiaridad en el lenguaje, el despojo de instrumentación y la amabilidad melódica. Pero solo en apariencia. Porque no hay ingenuidad en el decir de Berra. El cantautor nos habla en este disco de la “violencia del amor” en tiempos de liviandad y relaciones que se construyen con la acumulación de clics o duran lo que la batería de un celular.
El disco abre con “Desaprender”, una de las más consistentes. Dueña de un arpegio hipnótico, la canción alienta a no perder la capacidad lúdica, la rebeldía de la niñez, la intuición y a no desatender la relación con el cuerpo. “El que cuida a su niño es el que tiene el poder”, propone. Aligerar lo racional, tal vez. La que sigue, “Nos quedamos acá”, se viste con un ropaje beat y construye un universo telúrico rico en metáforas. Hay una constante en todo el disco: un transcurrir calmo, sin apuro. Un pulso casi mántrico en canciones como “De regreso” (a dúo Lola Membrillo), “Instante”, “Luna” o “Farolero”. Canciones breves, pequeñas y precisas. Y silencios. Muchos silencios.
“Mundo”, de la cual se desprende el nombre y el concepto del disco, es una pieza clave. Se trata de una canción folk que levanta vuelo litoraleño con la voz de Charo Bogarín. La letra invita a rescatar la “sutileza de las cosas” y a descubrir esos mundos que a veces no vemos entre tantas distracciones, urgencias y compromisos inútiles. En el plano musical, Berra retoma en este disco la esencia acústica del primero, Mi casa no tiene paredes (2010), pero se evidencia el crecimiento compositivo, la madurez de su pluma y la calidad sonora conseguida en el estudio de grabación. Son canciones que partieron de la guitarra criolla y la voz, y se terminaron de moldear con los aportes de Matías Pozo (guitarra y voz), Cristian Bonomo (percusión y coros) y Rafael Clemente (contrabajo y coros). Un disco que lo encuentra bien plantado, pero con la inquietud a flor de piel. “Y buscar a pesar de los años, a través del tiempo / caminar descalzo, caminar despierto”. En movimiento, sí. /Sergio Sánchez.doc
Nuevos Tiempos (2017), Los Tremendos
«Algo en el pecho con las fuerzas de los meteoritos cae / en la cuenta de que aunque quieran ser como antes / ya no vuelven y nunca podrán pues fueron transformados / por esa fuerza que hay quienes llaman amor.» El segundo disco de Los Tremendos, Nuevos tiempos inicia con «La fuerza de los meteoritos», una declaración de fe a la transformación, al poder de la energía musical que llevan como banda. Desde aquel puntapié inicial en agosto de 2013, cuando Ivo Ferrer ensambló a un grupo de amigos y amigas para crear a partir de sus canciones como solista, Los Tremendos crecieron con fuerza propia. El poder del rayo sagrado (2015) fue el primer disco, el que germinó a partir de un colectivo de músicos eclécticos, el octeto que entre julio de 2016 y marzo de 2017 entró a Estudio Quinto, en la Adrogué natal de Ferrer, para grabar otro envión de calma y pila tremenda: 7 temas, 22 minutos.
Los ocho tremendos de este segundo disco: Ivo Ferrer (voz, guitarra, batería), Daiana Leonelli (voces y sintetizador), Pitucardi (guitarra y voces), Lio Celaya (teclado y voces), Romi Pofcher (voces), Gaby Colman (bajo y coros) y Juan Ormaechea (batería y percusión) mantienen el empuje coral que caracteriza a la banda, que hace que avancen en unidad en la diversidad.
Ivo pone la voz al frente a excepción de «Muchas caras», donde la bella voz de Leonelli sale a pasea por un bosque de poesía spinetteana: «Los que supieron soltarse ahora son parte del viento / ramas del árbol del bosque / del futuro que es incierto». Y «Lo colores máximo», con voz de Pitucardi cantándole a esa figura fija en las letras de Los Tremendos, quizá emparentada al culto a la luz y la energía: color. El arte de tapa, a cargo de él, evoca un escenario norteño para volver sobre la majestuosidad del color.
El eclécticismo y la virtuosidad les permitió a estos tremendos armar los temas sobre la marcha, relevarse en la grabación de instrumentos y voces —con ese espíritu de jam que promueve Estudio Quinto— y grabar sin tener ensayados con anterioridad: «La fuerza…» «Viejas almas» y «Guerrero del bien»,corte de difusión elegido para el segundo disco que fue destacado en la sección Latioamerica Emergente de Apple Music.
Para la grabación de Nuevo tiempos no estuvieron las voces de Facundo Lozzano, el bandoneón de Juan Manuel Barrios (Manu Careter), la batería de Martín Rulli (Ragazzas), pero la búsqueda de aquel primer disco, la orden de poner músculos en movimiento, se mantiene en la banda y se consolidada en las letras y en el estilo musical: más profundo, menos mixturado, embarcado en el indie folk, con las voces, sintes y teclados como protagonistas. Ya sin rastros del Ivo solista que se escuchaba en «No aprendimos nada» o «Accidente» en el primer disco, sino que «Es tiempo» de la consolidación en una banda que deje atrás al ensamble.
Nuevos Tiempos sostiene la poesía totémica, chamánica, la adoración a la energía y la naturaleza. «Guerrero del bien»—«Pinta los días de luz, vuelve a juntar fuerzas»— «Viejas almas»—«Viejas almas que habitan en el cosmos hagan despertar a las que están dormidas»— «La fuerza…» y confían en que «Somos mucho más»: «Hay un imán en el mal y somos de metal / Hay bebidas de amor y estamos sedientos / hay razones para estar despiertos». Los ocho reunidos en torno al sello Monqui Albino presentarán el disco el próximo 10 de septiembre en el Club Atléitco Fernández Fierro./Nahuel Lag.doc
Devorando intensidad (2017), El Plan de la Mariposa
¿Cuál es el plan de la mariposa? Uno con alas bien abierta, seguramente. Oriundos de Necochea, la banda liderada por los hermanos Andersen acaba de publicar su cuarto disco de estudio, en el que se vuelcan a un sonido más pop, a una canción predispuesta a cautivar nuevos oídos. Desde su primer disco, Brote (2011), el grupo sorprendió con sus destellos de funk, sus irrupciones psicodélicas, sus pasajes de tarantela y música celta, por su arriesgada puesta visual (oscura y luminosa a la vez), su espíritu circense y sus letras intrincadas, bohemias y espirituales. En este disco, el grupo pone en evidencia los años de trayectoria (lograron un sonido consistente y maduro) y deja entrever sus influencias, que van desde el rock indie (El Mató, por caso) hasta el rock argentino de Bersuit, Los Piojos, Turf, Estelares o Las Pasillas del Abuelo.
Guitarras garagera para una voz amigable que podría sonar en radios de «rock argentino» (se nota, por ejemplo, en “Invierno nuclear”, “Semilla del alma”, “La fábrica de identidad” o “Mi Jagger”). En cuanto a lo poético, el corte de difusión, “El riesgo” (¡una canción adhesiva!), se adelanta por dónde viene la cosa: “Es tiempo de sanar esta miseria /Nadé un mar de soledad y casi no salgo vivo / Toqué fondo para renacer / Y aunque te voy a extrañar vos andás siempre conmigo / Te llevo adentro a mi amanecer”. Canciones de muerte y resurrección, de fin de ciclos y comienzo de otros, de aceptación, sanación y transmutación. “El riesgo es optimismo”, cantan.
La ilustración de la tapa del disco (realizada por Santiago Andersen), que muestra a una mujer loba con sus crías, da cuenta de un sentimiento de fortaleza, nacimiento y celebración. Producido en conjunto por el ex Árbol Edu Schmidt, El Plan de la Mariposa se encuentra en este disco en una etapa más que prometedora. Las mariposas son Sebastián Andersen (voz), Valentín Andersen (guitarra y voz), Santiago Andersen (violín y guitarra secundaria), Camila Andersen (voz), Máximo Andersen (teclados y acordeón), Andrés Nor (bajo) y Julián Romero (batería). /Sergio Sánchez.doc
Régulo (2017), Roquefeller
El régulo es lo más puro de un mineral, la esencia que queda cuando se separa al elemento natural de todas sus impurezas. ¿Cuál es la esencia de Roquefeller? ¿Cuál es el sonido más puro que el productor sanmartinense puede producir? Pasada su obsesión antropológica con los sonidos orientales de Turán (I Need Sponsors, 2015) o el homenaje al hip-hop old-school de Turismo (Independiente, 2014), Roque Ferrari presenta en Régulo un sonido purificado. Su séptimo disco es su más íntimo, el trabajo en el que Roquefeller se destapa para compartir sus sueños y miedos. Sus teclados se mantienen etéreos, los beats secos y pacientes, y el ruido de la púa contra el vinilo hace de Régulo el trabajo más relajado de su discografía.
La novedad que presenta es la presencia de la voz de Ferrari, ausente en los discos anteriores de Roquefeller. Pero no canta con el mismo tono con el que lo hace en Coral Casino, su dúo junto a Lara91k. Temas como “No sé” y “Eterno” están protagonizados por sus murmuros de auto-tune, como si fuesen bocetos, o melodías que aparecieron de la nada en la mente y no parece querer despegarse. Ferrari regresa una y otra vez sobre estas melodías, y lo que puede perder en ataque lo recupera a través de un flow atrapante.
Los 13 tracks que componen Régulo mantienen esa especie de adoración religiosa por el sample. Las cuerdas de “Régulo” o el teclado de “Callado” tienen su espacio para respirar, y Roquefeller interviene solo para acentuar su groove. Lo mismo con Spinetta en “Starosta (Interludio)” o el monólogo del film Tango Feroz en “Yang”. “Samplear no es un crimen”, dice en los detalles del disco, y se siente como un rezo, un mantra para repetir en loop hasta alcanzar otro estado. /Eric Olsen.doc
Nº de Edición: 1777