La etiqueta de “música experimental” puede ser una de las categorías más ambiguas y abarcativas del lenguaje meta-textual de la música. Dentro de este hashtag podemos encontrar una cantidad enorme de géneros y estilos que cruzan la historia sin encontrar un comienzo o un solo precursor. ¿Qué tiene que tener un sonido para poder ser experimental? ¿Es posible encontrar una definición del género sin caer en relatividades?
Sebastián Oliwa, músico y productor instalado en Villa La Angostura, puede servir como ejemplo innegable de lo que es un músico experimental. Viene sacando discos desde el 2010 bajo este nombre, y encara la reciente salida de Patagón, su último trabajo, con otros nueve bajo el brazo. Las etiquetas que se encuentran en su Bandcamp y en las reseñas de su obra suelen estar asociadas a la música instrumental, ambient, drone. Pero no es lo alejados que están estos géneros del enfoque mainstream lo que lo hace un músico experimental. Oliwa se merece esta categoría por grabar todas sus piezas a través de la improvisación. “Prácticamente todos los temas son capturas de una sola improvisación por vez, tendría que buscar bien para encontrar algo que no esté compuesto y grabado de esa forma”, sostiene.
Al escuchar sus canciones, especialmente las pertenecientes a sus últimos trabajos, se siente la improvisación. En la lentitud con que avanzan estas piezas, construyéndose y agregando más ideas de a poco, se puede hasta hablar de una manera retroactiva de componer. Como un explorador, esperando a que el camino que está por delante se vea develado por su propia linterna, Oliwa toca y después escucha lo que se formó. Espera… y vuelve a tocar para expandir lo creado.
Esta paciencia en el trabajo es un valor que posee desde el comienzo de su proyecto, pero fue recién en discos posteriores cuando se acercó al estilo que practica hoy. “En los últimos tiempos naturalmente fui virando hacia ese camino. Anteriormente pasaba mis horas bastante enfocado en experimentar más con el cuerpo del sonido que con la melodía en sí misma, lo cual solía derivar en composiciones menos musicales, más cercanas al drone. Creo que hoy en día algo de eso sigue presente pero más de fondo. En los últimos años experimenté alrededor de composiciones más musicales, muchas veces súper minimalistas y cercanas al ambient”.
—¿Este cambio se dio por una búsqueda en la manera de componer?
—Principalmente, creo que es una cuestión contextual. Los álbumes siempre han sido reflejo honesto de lo que voy creando, siempre los consideré casi una documentación, una recopilación de imágenes que luego, al agruparlas, crean un relato o un cuerpo. La cuestión contextual tiene que ver con mi migración desde Buenos Aires hacia la Patagonia, hace 2 años, y todo lo que eso me generó y motivó a hacer. Acá, las fuentes de inspiración son constantes. Los nombres, las tapas, la música, todo es producto de esa combinación de contexto y experimentación.
—¿Estando en Buenos Aires tenías más contacto con la escena local y de bandas independientes?
—Se podría decir que siempre estoy en contacto con músicos, desde lo que son las amistades y colaboraciones. Pero hace años ya que no suelo tocar ni ser parte de ese mundo físicamente. Tengo bocha de amigos músicos de acá y de otros países, y hoy se genera algo bastante particular a través de Internet en ese aspecto. Voy encontrando mucha gente con la que conecto muchísimo, con la que entablo largas charlas, pero que jamás vi en persona.
Sus primeros cinco discos, Anatomy (2010), Hypercube (2011), Panamerica (2012), Rituals (2012) y Futura (2013), presentan el inicio del proyecto como una experimentación del artefacto electrónico, las distorsiones digitales y los efectos programados. El objeto principal de estos trabajos es el instrumento en sí, y las piezas que los componen son un recorrido por los distintos timbres y alcances de cada sonido en particular. Progresivamente esto fue dando lugar a la identidad de su sonido, que tiene como puntos de transición los discos Naturalia (2013) y Time Immemorial (2014). Aquí ya hay una experimentación más cercana a la construcción de ambientes, y el objeto principal se traslada más allá de los instrumentos en particular. Los discos más “patagónicos”, Selva Primaria (2014), Eras (2015) y Patagón (2016), son capaces de crear espacios inmensos a través de sonidos minimalistas.
Oliwa no apela mucho a la definición de ambient de Erik Satie o Brian Eno, que ven sus composiciones como muebles dentro de una habitación o música de fondo. Además de tomar como influencia constitutiva los paisajes del sur del país, encuentra un interés interpersonal: “Viéndolo desde el lado del ambient, creo que tiene que ver con que todo ocurre más ‘para adentro’, tanto en el músico como en quienes escuchan este tipo de música. Y desde lo artístico también creo que suele ser bastante honesto. Se comparte esta especie de mundo muy personal, que requiere una atención o contexto específico hacia esa música por parte de quienes la escuchan”.
En lo que respecta a la prensa nacional, son pocos o ninguno los medios que escribieron sobre los trabajos de Sebastián Oliwa. Esto puede deberse tanto a que el del sureño es un proyecto que nunca se presentó formalmente sobre un escenario ante un público, como a que los sellos que editan su material de estudio son del exterior.
—¿Cómo surgió esa relación con los sellos extranjeros que editan tu trabajo?
—Surgió inicialmente en 2012, cuando se acercó Joakim Granlund, dueño del sello Zeon Light, y desde ese momento fueron apareciendo distintos ofrecimientos y oportunidades con varios sellos independientes de distintos países. De a poco entrás en cierto «círculo», muchas veces creado gracias a blogs de música, los cuales hacen de conectores entre este pequeño mundo de músicos y sellos. Empezás a conocer gente, y a veces los ofrecimientos aparecen; otras veces he contactado a alguno de esos sellos con los que me gustaría trabajar, y también así surgen otras ediciones. Lo interesante es que todos comparten ciertas características: nadie lo hace por dinero, sólo por un auténtico amor por crear y difundir arte. El dinero casi nunca está en el medio. Es muy lindo ver que hay gente que se dedica realmente a expresarse con honestidad, creando y difundiendo arte y a sentirse satisfecho con eso.
—Teniendo en cuenta que Oliwa no es un proyecto que se haya presentado en vivo, ¿sentís que vive solamente en tu estudio?
—La verdad que estar en mi estudio creando música es más que suficiente para mí. Pero también creo que el haber podido editar tanto material hace que el sonido no viva sólo dentro del estudio y que la música viaje para que le pueda llegar a cualquier persona.