Por Gonzalo Bustos
El barrio donde vive Maxi Prietto y ensayan Los Espíritus huele a aceite de autos. El aire de La Paternal es denso. Acá nació Pappo. Acá hay blues y rock & roll.
El iniciador de una de las sorpresas musicales del año pasado vive en un PH, pasillo al fondo. Adentro, en el ambiente principal, una mesa llena de cosas, cables y violas desparramados, y un perro que no se detiene, como él. Llega Santiago Moraes, la otra voz, el otro compositor, la guitarra acústica. Tiene un buzo con capucha que apenas deja ver el rostro ojeroso de barba crecida. Apenas habla. Se mete en la casa sin quitar las manos de los bolsillos de su pantalón.
—¿Morfaste? —pregunta al toque Maxi—. Porque podemos ir a comer algo a una parrilla que hay a unas cuadras.
Caminamos bajo un cielo gris. Llegamos a un lugar de sillas desvencijadas y mesas de madera curtida, acomodadas en la vereda. Un cincuentón de mejillas gordas ve a los cantantes y se acerca a saludarlos.
—Venimos seguido acá —avisa Moraes.
—Si no, vamos a otro lugar que atiende un viejito. Pero no abre siempre porque dice que está cansado —cuenta Prietto—. Labura cuando le pinta.
—Nos gustan mucho estos lugares que son bien de barrio.
Esperamos una parrillada. Santi empieza a hablar de los inicios.
Era 2010 cuando se juntaron. La idea era otro proyecto solista de Maxi. Simplemente, iban a reproducir unas canciones que Prietto había registrado de modo rústico en su casa. “Pero arrancamos a zapar y nos copamos con esa parte que era más rockera. De tanto investigar y experimentar, en el momento se armó un imaginario de lo que fueron Los Espíritus”, recuerda Moraes.
La primera formación de lo que hasta ese momento era Prietto & Los Espíritus fue: Maxi en voz y guitarra acústica, Santi y Ugo (de Yataians) en coros y “maraquitas”, Miguel Mactas en viola eléctrica y Yuyi (la compañera de Prietto) en chelo. Los tiempos y proyectos personales forzaron cambios. Se sumaron Pipe Correa en batería, Martín Batmalle en bajo y Fer Barrey en percusión y coros. Junto a Maxi, Santi y Mactas —los que quedaron— se convirtieron en Los Espíritus.
—¿Cómo nació el “espíritu Espíritus”?
Santi Moraes: —Había una canción de Maxi que nos salía muy bien y nos gustaba. Tenía una onda medio tribal por cómo jugaba con las percusiones. Entonces empezamos a tirar todo para ese lado.
Maxi Prietto: —Cuando nos juntamos a ensayar, era esa cosa acústica. Cambiábamos de instrumentos, no teníamos puesto fijo. Y como todo el tiempo cambiábamos de lugar, pasamos por mil estilos. Hasta que apareció lo que hoy es Los Espíritus. Pero hubo mucho tiempo en el que no pasó nada.
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Prietto es prolífico. El pibe de 32 años, cara ancha, ojos pequeños y sonrisa fumona es una máquina de crear. Primero con Prietto Viaja al Cosmos con Mariano, dúo de viola y batería que en 2006 sorprendió a la mismísima Julieta Venegas y se convirtió en uno de los máximos exponentes del rock pos Cromañón. Después, inquieto, incursionó en los boleros y subió a la web un disco psicomágico, La última noche, con su costado más melancólico y nocturno. El año pasado lo arrancó tocando junto a Daniel Johnston en Niceto y lo cerró con Los Espíritus, en la consideración de buena parte de la “critica especializada” una de las revelaciones del año.
El documental Surdesarrollo (José María Lartirigoyen, 2009) retrata a las cuatro bandas de la escena under que presuntamente se encargaron de reinventar el rock en la Argentina. Ahí está Maxi, metido en una mansión del sur de la provincia de Buenos Aires entre El Mató a un Policía Motorizado, Los Peyotes y Onda vaga, como uno de los nuevos creadores del rocanrol. Cuando el canal Encuentro largó su saga de rockumentales y emitió la obra de Lartirigoyen, Juan Di Natale —el presentador del ciclo— dijo que la hipótesis del director era “un posible futuro para el rock argentino”. Sobre el cierre disparó acerca de Maxi Prietto: “Se ubicó entre los compositores más inquietos y promisorios del rock argentino, con su repertorio de boleros, el dúo con Mariano Castro o su nuevo grupo, Los Espíritus”.
El tiempo demostró que la inclusión de Prietto en el largometraje fue acertada. Sus canciones fueron —y son— el combustible que lo hace avanzar. Al final de la década pasada sacó agua de las piedras con composiciones como “Av. Corrientes”. Ahora vuelve a hacerlo con “Lo echaron del bar”.
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Los Espíritus tocan en trance y son hipnóticos. Una galaxia que atrae, que abduce como un agujero negro. Las voces de Maxi Prietto —rasposa, borracha— y de Santi Moraes —cansina, gastada— devuelven oraciones que se entrelazan como mantras de universos oscuros, aclimatados por músicas de una densidad que empuja hacia espacios subterráneos.
Los tracks 4 y 5 del LP Los Espíritus —uno de los mejores trabajos de la cosecha 2013, blues psicodélico y percusiones tribales— son puntos de referencia. En “Los desamparados”, las voces repiten simétricas “en cada galaxia hay una mañana abriéndose”. Cantan sobre una guitarra de volumen bajo y tinte blusero, percusiones de ritual y quirúrgicos golpes de batería para hacer bailar a ese alma que encuentra luz en la penumbra de una cárcel. “Lo echaron del bar” es la secuela que México dejó en Prietto, que estuvo allí de vacaciones y tocando junto con Castro. Es, también, el hit. Una canción de taberna en la que las voces, montadas sobre una melodía que combina guitarras oscuras y percusiones latinas —en la mejor síntesis del sonido del grupo—, parecen la de una manga de borrachos desquiciados.
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—Son los responsables de las líricas. ¿Qué los mueve a escribir?
S.M.: —Empiezo por tocar la guitarra y va surgiendo la letra. Después empiezo a entender para qué lado va. Trato de escribir canciones siguiendo la premisa de Atahualpa Yupanqui: el hombre y su entorno. Estar parado en un lugar mirando alrededor. Escribo sobre lo tangible.
M.P.: —A mí me gusta el palo más abstracto. Respeto la imaginación. Y me gusta seguirla aunque no sepa qué significa. Porque la música también tiene esa gracia que capaz no tiene la literatura. Las palabras acompañadas por una música pueden terminar de cerrar. La literatura es un arte incompleto muchas veces. En cambio, unas palabras que parece que no dicen nada con ciertos acordes tienen sentido.
—Prietto, siempre ha narrado lo suburbano, al punto en el que se lo ha comparado con Pity Álvarez…
M.P.: —No tengo ningún interés en ser un poeta suburbano. Me chupa un huevo. Está todo bien con la comparación. Encuentro un montón de cosas buenas en Pity, pero no me gusta que me comparen con nadie. Maña mía.
—Antes del disco colgaron en Internet varios EP que sirvieron de adelanto. ¿Por qué tomaron esa decisión?
S.A.: —Eran las canciones que estaban bien desarrolladas en ese momento. Teníamos ganas de editarlas, no había guita para sacar un disco en formato físico y estaba bueno aprovechar ese medio nuevo.
M.P.: —Tiene que ver con la impaciencia por mostrar lo que estás haciendo. Y, claro, con aprovechar los medios que existen ahora que antes no estaban. Podés subirlo a Internet y que lo escuche cualquiera. Si lo que queremos es mostrar lo que hacemos.
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Cuando Maxi Prietto cumplió ocho, pidió de regalo un casete de Charly García. Su padre quería regalarle juguetes: autitos, robots, una pelota. Terco, él insistió y logró su cometido. ¿Cómo un pequeño en el final de los ‘80 llega a exigir sus propios casetes de Charly? Es bastante simple: su madre escuchaba mucha música y hacía sonar con frecuencia Parte de la religión. “Ese disco me partía la cabeza”, dice Maxi. “Es un álbum raro, lleno de orquestación, genial.”
Hubo una canción en especial que lo marcó, “Adela en el carrousel”. Se le incrustó en la cabeza la línea “no le des patadas a los locos”. “Siempre me impactó esa frase”, explica. “Me parecía raro que alguien le pegué patadas a otro que está en una situación de debilidad. Y mi vieja me explicó que era una metáfora.”
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A los nueve, Santi Moraes recibió de su padre The wall, de Pink Floyd. Antes, había visto la película. “No había entendido una goma”, confiesa. Pero el primer disco que eligió fue El amor después del amor, de Fito Páez. Al contarlo, se ríe porque recuerda que con los años se hizo nirvanero y lo ocultó. “Seguro lo terminé cambiando en Parque Centenario por algún disco pirata”.
Moraes es de escuchar mucha música, de buscar y bajar discos por horas. Hoy flashea con Leda Valladares, una cantautora de los ‘60 y ‘70 que tuvo un dúo con María Elena Walsh. Su repertorio incluye un profundo repaso por el folklore nacional. Quizás ahí, en esos sonidos típicos de la Argentina, haya un germen de lo próximo de Los Espíritus.
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La parrilla está vacía: el lugar y el brasero sobre la mesa. La botella de cerveza, la tercera, también tocó fondo. Lo que era una entrevista giró hacia una charla sobre el rock actual. Maxi Prietto toma la palabra.
—El rock no es música. Es algo cultural que está ocurriendo en un momento presente, en un lugar determinado. Y para vivir eso tenés que ser joven. No importa tanto la música. Es una expresión de una persona en determinado momento y lugar. Si es genuino y expresa cierta juventud, es rock.
Se queda callado un segundo. Santi lo mira pensativo y atento. Fuma. Nadie dice nada. Entonces sigue:
—Qué puede decir Charly, si lo único que hace es prender un estéreo en un auto caro y escuchar Tan Biónica. Cuando dice que el rock actual es una mierda habla de eso. Ni en pedo conoce a Los Espíritus. No creo que conozca ni las píldoras que toma. Pero los discos que hizo a mí me cambiaron la vida. Me encanta lo que hizo, el lugar que ocupa. No le pediría que sea correcto en una entrevista.
Termina con Charly, mientras Moraes asiente.
—Si ves a un punk gritando en una casa tomada, su sentido depende del momento. Tiene sentido en el momento que pasó. Eso es rock. Doscientos años más tarde no tiene sentido. Y no tiene que ver con una partitura. Por eso para mí el rock no es música. ¿Te vas a poner a ver una partitura de los crudos? No sé por qué el rock se asocia a la música. No sé si al rock lo escucho como música. No se te va a ocurrir un tema punk en Marte, porque estás en Marte y no tiene sentido, boludo. La música es algo que imaginás y tratás de hacer. Está atada a una energía muy visceral.
—Nos juntamos a tocar —irrumpe Santi— y lo que flasheamos cuando hacemos el vivo es lo mismo que flashea la gente. Prima más esa conexión que la de las letras.
—Hay algo que está ahí, que vivimos sin saber qué es. Y es algo que está buenísimo.
* Los Espíritus se presenta el domingo 30 de marzo en el Festival Elefante en la Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131, Ciudad de Buenos Aires.