DESATORMENTÁNDONOS
¿Quién no rió viendo una comedia? ¿Quién no descubrió su propio pie siguiendo el ritmo de un rock ansioso? ¿Quién no tuvo alguna escena romántica como guía antes de iniciarse en el amor? ¿Quién no se encerró en su habitación de adolescente para hundirse en una canción desesperada? ¿Quién no tardó horas en dormirse, escuchando cada uno de los ruidos de la casa, luego de ver una película de terror? ¿Quién no escuchó alguna vez un punk rabioso y tuvo ganas de romper con toda la mierda que se cruzara? ¿Quién no ha encontrado en el Cine y en el Rock una manera de desatormentarse?
El Cine nace con el Siglo XX, en simultáneo con el cubismo. Por aquellos días, Occidente pedía a gritos nuevas maneras de ver las cosas y nuevas formas de contar historias. El mundo viejo debía quedar atrás. Nacía el, por entonces, mundo nuevo. El cubismo llega para transgredir la perspectiva, una mirada renacentista de siglos, encaprichado en ver la realidad de manera diferente a cómo nos la vendían. Fue la primera vanguardia, la madre de todas ellas. El Cine nace ahí, codo a codo con el cubismo. Años antes, a fines del Siglo XIX, había nacido el artificio, la posibilidad técnica de capturar y reproducir imágenes en movimiento, convirtiéndose en un recurso maravilloso para las atracciones de feria. Pero el Cine esperaría hasta finales de la primera década del nuevo siglo para dar sus pasos primarios como lenguaje. Es con D. W. Griffith que se instalan las marcas iniciáticas del arte cinematográfico, aquellas que Ángel Faretta define en su libro El concepto del Cine como fuera de campo, principio de simetría y eje vertical. (1) La industria lo captura rápidamente, fomentando una manera hegemónica de contar historias a nivel masivo, que luego tendría sus variantes en la televisión y otros formatos-hijos.
Pero lo poderoso del Cine es que, como lenguaje, trasciende el aparato mercantil y se convierte realmente en un arte para las masas. De hecho, con la llegada de la revolución tecnológica, el video digital e Internet, también comenzaría a esbozarse una idea de arte “de” las masas. La posibilidad de que cualquiera pudiese filmar y exponer de manera –casi- libre su obra daría la posibilidad de (no sabemos si estamos en condiciones de semejante afirmación, pero vamos a arriesgarnos) des-aburguesar la producción cinematográfica, que hasta el momento era patrimonio de clases de élite capaces de financiar la producción y decidir quién, cómo y cuándo se hacía una película.
La música crece de manera enloquecida también, nuevos géneros y estilos explotan y nos unen como humanidad con la llegada de la radio, el disco y, claro, las películas musicales. El Cine y la Música “se miran, se presienten, se desean (…) se codician, se palpan, se fascinan (…) se contemplan, se inflaman, se enloquecen (…) se desmayan, reviven, resplandecen.” (2) Existen pocos romances culturales como el de la Música y el Cine, capaz de dar vida a nuevos géneros tan populares como los ya citados musicales, documentales y, por supuesto, videoclips. Estos vástagos de ambas expresiones fueron tan contundentes, que ningún artista Pop ha podido escapar a que su obra fuese puramente audio-visual.
A principios de los años ’60, el Cine comenzaba a ser historizado y ya se hablaba de un “Período Clásico”. La Nouvelle Vague francesa lo señalaba y ensayaba su ruptura. Mientras que el cine hollywoodense entraba en un período de estancamiento, los directores viejos -ya con título de “autor”- seguían al frente de las carteleras, pero eso no los hacía menos viejos. Los nuevos autores cinematográficos no aparecían, estaban en los márgenes, empezando a mirar el cine europeo, sin encontrar un lenguaje propio. Y fue por esos años cuando todo cambió. El mundo cambió. La humanidad cambió. Llegó el Rock.
El Rock fue el grito joven, la vanguardia de una revolución cultural que nos cambió para siempre como especie. Antes del Rock la juventud no existía, de la niñez se pasaba a la adultez. ¿Cómo podía exigírsele entonces al Cine una renovación, si hasta ese momento el lenguaje cinematográfico era propiedad de los viejos? Fue entonces cuando el Cine evolucionó, releyendo el período clásico a través de la mirada transformadora del Rock. Así llegaron los Scorsese, los Coppola y los Carpenter a decirnos que aquel lenguaje no estaba muerto, no le pertenecía solamente a los antiguos caudillos.
Pero aquel encuentro inesperado no fue únicamente europeo-estadounidense. El Sur también existe. En nuestro país, aquellos años de continuos golpes de Estado, de proscripciones al pensamiento diferente, de una sociedad donde gobernaba el conservadurismo más vetusto, retrógrado y atomizado, dio sus frutos. Los hijos de aquella sociedad fueron necesariamente rebeldes, verdaderos sujetos políticos. La militancia joven y las nuevas expresiones artísticas emergieron entre las grietas del régimen. Ya no hubo nada que hacer, eran una realidad. Las nuevas corrientes militantes se enfrentaban al imperio y el arte también, con la búsqueda de un nuevo lenguaje como bandera. El arte había sido atravesado por el Rock y la militancia lo despreciaba por considerarlo una expresión sometida al imperialismo. Pero los escritores, pintores, músicos y cineastas lo comprendían de otra manera, quizás por su vocación de buscar en la metáfora la lengua universal. Y aquí, nuevamente, fue el encuentro entre Cine y el Rock lo que cambió la historia.
LOS POSEÍDOS DEL ALBA
“Mi primer contacto con el rock and roll fue natural. Yo tenía 11 años cuando escuché un rock and roll y se me pararon todos los pelos. (…) El primer rock lo escuché en el cine y no sé por qué empecé a pegar saltos.”, contaba Sandro. “En esa época yo vivía en Valentín Alsina, un barrio pobre que a determinada hora se ponía bravo. Había camperas y navajas, que eran una copia de los modelos que nos presentaba el cine con Marlon Brando, James Dean, Sal Mineo. Las películas eran Rebelde sin causa, Salvaje y Semilla de maldad (3), donde apareció el primer rock. Nosotros no tuvimos profesores, el único fue esa música.”(4)
Los pocos discos que llegaban por aquellos años normalmente caían en manos de DJ´s de radios que, cuando podían, interferían la parafernalia del chingui-chingui con la nueva materia sonora rebelde. Las revistas que pudieran hablar de los Beatles, Stones, los Who o Hendrix eran pocas y la televisión se empecinaba en mostrar una juventud inofensiva y obediente con El Club del Clan. Todos debían pertenecer a ese clan, debían ser dóciles. Pero al imperio siempre se le escapó alguna tortuga. El american way of life era replicado por el aparato hollywoodense a través del Cine, pero los jóvenes inquietos sabían leer entre líneas y lograron encontrar en la pantalla un mensaje que otros no. Bill Halley, Elvis y -terminando de explotar la cabeza y el corazón de todos- The Beatles, crearon monstruos, esos que nos dieron sentido a las generaciones siguientes, esos monstruos que emulamos, que adoramos como dioses y cuya monstruosidad nos exigimos a nosotros mismos. El Cine abría la puerta y empujaba el nacimiento de nuestro Rock, que muchos nos encaprichamos en diplomarlo como el primero con letras originales en castellano. Nació así una identidad propia: la nuestra.
El encuentro del Cine y el Rock no tardaría en dar sus primeras obras. Casi nadie lo sabe, pero un realizador llamado Néstor Cosentino captó tempranamente uno de los primeros eventos multitudinarios. Se trató de Buenos Aires Beat, un cortometraje filmado en 16 mm, donde se pueden ver a los pioneros Almendra, Manal y Vox Dei en vivo, durante el ciclo de recitales Beat Baires de 1970. Entre los pocos antecedentes, pueden encontrarse algunos gestos aislados en películas como La Escala Musical (1965), donde tuvieron su primera aparición bandas de la incipiente escena de Buenos Aires, Rosario y Montevideo. Allí aparecían Los Shakers, Los Flamantes, Las Medias Negras, Johny Tedesco y Los Gatos Salvajes. Pero también se destacan los intentos heroicos e independientes de directores como Claudio Caldini y Emilio Uchima, quienes capturaron el Festival Pinap (1969) y otros eventos de la época.
Tiro de Gracia (1969) es la más honesta intención de capturar el espíritu bohemio de aquella época. Filmada con naturalidad, pero con un potente punto de vista de Ricardo Becher, la película basada en una novela de Sergio Mulet, traía como banda sonora las primeras grabaciones del mítico trío Manal y a su líder, Javier Martínez, como protagonista junto a los habitantes del Bar Moderno y el Instituto Di Tella. Ubicada en la vereda opuesta a híbridos comerciales como El extraño del pelo largo (1970) -donde el Rock ocupa un lugar de entretenimiento pasatista- Tiro de gracia indaga sobre cuestiones profundas y retrata el momento con honestidad. Pasó casi desapercibida en su momento y con los años fue valorada. En su libro de memorias Recta final, Becher reflexiona: “La estrenamos sin ningún éxito en el Festival de Berlín, después una semana en cartel y chau. Pero Tiro no había muerto, poco a poco se la fue redescubriendo y hoy es una de las pocas películas de culto de acá”. (5)
Detengámonos ahora en su némesis: El extraño del pelo largo, dirigida por Julio Porter. Poco y nada de Rock. Un guión encorsetado en fórmulas probadas: uno de esos films pensados para apuntalar la venta de los cantantes de la nueva ola de los ’60 y ’70. Apenas se salva Litto Nebbia, en escasos fragmentos donde se pueden escuchar Rosemary y algunas buenas canciones que el compositor incluyó en su primer disco solista. Contaba Litto hace unos años sobre esta curiosa experiencia: “Tenía un contrato con Argentina Sono Film para hacer tres películas. Si yo hubiese cumplido con ese acuerdo hoy tendría quince películas. Pero no soy actor ni lo quiero ser. Ahí se daba la posibilidad porque tenía que hacer un papel muy parecido a como soy yo, un tipo introvertido que lleva sus canciones para que lo conozcan… hasta ahí, todo bien. Cuando terminé de filmar, que me vino bien porque gané buen dinero y me permitió grabar mi primer disco solista, hice anular el contrato por las dos películas restantes. (…) La cosa es que en la película hago tres o cuatro temas que estaban incluidos en el material de ese disco solista que no salía y entonces, a raíz de la película, la RCA decide sacar el simple Rosemary, que en la primera semana vendió 60 mil copias, para eso me sirvió la película”. (6)
Pasarían dos años hasta que el Cine diera una respuesta rockera y entregara la primera pieza auténticamente genuina en nuestro país del género que hoy llamamos rockumental. Rock hasta que se ponga el sol sería el primer documento cinematográfico estrenado en salas comerciales en retratar la contundencia de un movimiento ya maduro. La música progresiva, mote del Rock por aquellos días, atravesaba su segunda etapa posterior a la germinal, con la solidez de propuestas como Pescado Rabioso, Pappo´s Blues, Vox Dei, y La Pesada en los días del tercer Festival B.A. Rock de 1972.
“Soy un hombre surgido del Cine, pero venía del Rock, que era un poco mi gente”, nos contaba 40 años después Anibal Uset, director de Rock hasta que se ponga el Sol. “Yo tenía mucha cercanía con ellos. Me perdía en las noches con los primeros músicos de Rock de acá. Recuerdo que nos pusimos de acuerdo con (Daniel) Ripoll, el organizador de B.A. Rock, para que nos autorizaran a entrar con cámaras y poder hacer la película. Fue una experiencia única.” Y es que Uset supo ver que el rodaje y la producción de una película de Rock implicaban involucrarse en esa experiencia, narrarla desde sus entrañas y aceptarse como parte de aquella periferia. Si el Rock era marginal, el Cine que lo capturara debía serlo también. “Esta película se hizo con dos mangos, sin sincronismo, nos daban los ‘puchos’ que sobraban de las películas de Jorge Porcel. Era todo muy primitivo.”
Rock hasta que se ponga el sol fue fundamental, propuso una relación entre el Cine y el Rock diferente al mero registro de una banda tocando en vivo, agregándole ficción a la materia sonora, que además era protagonizada por los propios músicos
Aquellos años originarios de actitud, marginalidad, rusticidad y búsqueda, parecen muy diferentes a los de hoy. La producción cinematográfico-rockera ya es muy vasta, incluso posee sus propios subgéneros, porque siempre las vanguardias terminan siendo parte de lo establecido, y es que en algún momento llega la hora de formalizar. No obstante lo cual nos sigue gustando el cabaret, el de la búsqueda sin reglas, de las formas sin corset, del romance vil, oculto y prohibido. Es por eso que volvemos a aquellas fuentes, las que dieron un sentido a nuestras búsquedas actuales, como atestigua la reinvención histórica del rockumental que desde hace años viene cosechando algunos de los mejores documentales del mundo. Fueron los primeros encuentros de un romance entre dos enormes del Siglo XX, el Cine y el Rock, que continúa dando nuevos frutos, diversificándose, aportando nuevas visiones del mundo, desatormentándonos.
* VIL ROMANCE: El Rock en el Cine Argentino, es un libro en construcción. El presente texto es un fragmento que sus autores, Gabriel Patrono y Paulo Soria, compartieron con NAN.
(1) El concepto del Cine, de Ángel Faretta (Editorial Djean, 2005).
(2) Los Amantes, de Oliverio Girondo.
(3) Rebelde sin causa (Rebel without a cause – Nocholas Ray, 1955); Salvaje (The Wild One – László Benedek, 1953); Semilla de maldad (The Blackboard Jungle – Richard Brooks, 1955)
(4) Del libro Tanguito: la verdadera historia, de Víctor Pintos.
(5) Recta Final (Milena Caserola, 2011)
(6) Revista Rolling Stone Argentina (Sábado 01 de abril, 2000)
Nº de Edición: 1652