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¿salir a dónde?

reivindicación del under

Me pasó hace poco leer a algunos colegas músicos hablar pestes del under, un concepto bastante polisémico, lo cual en términos cotidianos quiere decir que le viene muy bien a todo el mundo para decir lo que se le canta.

 

Para algunos el under es una situación lamentable, antesala tortuosa a una improbable y muy deseada consagración con los jerarcas de la industria. Algo así como el colegio secundario, repitiendo mucho de año y sin viaje de egresados. Para otros el under es una militancia virtuosa, espacio de la expresión artística genuina e impoluta de la contaminación estética del caretaje mainstream. Hay una figura retórica popular que condensa bien este imaginario y que a mí me gusta llamar “desde Cemento”. “Yo sigo a Babasónicos desde Cemento”, ponele (es hipotético, ni idea si Babasónicos tocaba en Cemento).

 

El concepto de under ofende a algunos por su sola mención. “Que el under ya no existe”, “que el under es un grupete de mediocres que se quieren hacer los músicos”, y otros argumentos por el estilo deberían compilarse en un libro que bien podríamos llamar “Exitismo: el discurso de los derrotados”.

 

Recientemente leí en los comentarios de una descarga anti-under de un colega a un comentador diciendo que el under murió a principios de los noventa, como quien dice “under de verdad era el que tenía a Virus, Sumo y los Redondos, no a estos imberbes que pretenden tener más mérito que los que durante veinte años lucharon”.

 

El exitismo es una ideología perversa. Permiso, voy a ponerme marxista. Marx decía que la ideología es un sistema de representaciones que sirve para encubrir una condición material de desigualdad. Lo estoy citando más o menos adrede, los que lo leyeron se darán cuenta y si no son demasiado snobs me lo van a dejar pasar. Como también me van a dejar pasar que de Marx para acá la discusión sobre la ideología se sofisticó bastante. Lo que yo quiero sostener es que el exitismo es una ideología orientada a mantener una composición desigual entre los que producen arte y quienes lo consumen, estructura que es del todo funcional a un sistema industrializado de producción y venta de contenidos culturales. Para decirlo en fácil: exitismo es pensar que hacer música es algo que deben hacer pocos para que consuman muchos.

 

El under de antes, “el verdadero under”, se lee con el diario del lunes. En este caso el diario sería un conjunto de discursos provenientes de la propia industria, que es el encargado de generar la mitología del rock, con sus nombres célebres y figuras canonizadas. Los Redondos eran under posta porque salieron de ahí. He ahí otra figura interesante del discurso exitista: “salir del under” (y la pregunta que un militante del under inevitablemente haría: ¿salir a dónde, capo?). Cualquier relato sobre una banda o músico consagrados que se ejerza desde la industria tiene esa figura narrativa de la salida del under, el salto al éxito, el momento en el que se descubre una suerte de predestinación o cualidad esencial del músico virtuoso que lo separa del resto, los aspirantes (está claro que el estereotipo del músico frustrado es su contraparte necesaria). Este sistema de narración es la forma en la que el exitismo va asimilando (como un sistema inmunológico asimila una enfermedad y genera anticuerpos) lo que inicialmente es su objeción necesaria. Esta operación ideológica se consagra cuando el artista asume como propia esa mistificación de sus cualidades esenciales. En otras palabras, cuando se la cree.

 

Con un mainstream en crisis, cada vez más expulsivo, no dejo de notar en ciertos músicos —digamos, para no llamarlos “under” y ofenderlos, “en ascenso”, que es el eufemismo común— que a falta de periodistas que los narren así empiezan a auto-narrarse de ese modo. Está claro que hablo de periodistas mainstream, porque también hay, maravillas de esta época, un periodismo under donde se juegan otras formas de interpretar y narrar la música.

 

Estamos viviendo un momento en el que la relación under/mainstream está volviéndose cada vez más obsoleta. Esto se debe a varios motivos, de los cuales yo solo alcanzo a ver unos pocos. Me arriesgo a decir que la industria perdió claridad respecto a lo que es y no es negocio, en un momento en el que prácticamente cualquiera con unos pocos recursos a mano puede grabar un disco, subirlo a la web y que se escuche. Ligado a esto un segundo factor: la fragmentación de las audiencias. No tengo idea de si hoy hay más o menos proyectos musicales que hace veinte años, pero seguro que son más accesibles para el público en general. Esto delimita un nuevo paradigma de producción, circulación y consumo de obras musicales (y de otras artes también, pero tengo que ceñirme a hablar de lo que yo hago por motivos obvios de fijación de marca) que empezó a mostrar hace poco atisbos de reconocimiento en el mainstream con gestos como la foto de tapa de Él Mató a un Policía Motorizado en Rolling Stone (cosa que colegas más inteligentes que yo reconocieron al toque y supieron celebrar; a mí medio que me dio igual en su momento).

 

Con todo lo dicho me parece que hay dos realidades sobre el hacer musical que se encuentran solapadas y que las distorsiones deliberadas de ciertos discursos constantemente opacan: 1) la música es una expresión de la existencia humana; 2) la música es un negocio. No voy a ponerme romántico, está bien que sea un negocio, especialmente un emprendimiento individual. Es legítimo querer vivir de la música y para eso se necesita hacerla redituable, con lo que el aval de la industria es necesario y deseable. Yo jamás objetaría a un músico su afán de querer hacer dinero como no se lo objeta nadie a un contador o a un abogado, especialmente porque para hacer música se necesita dinero: un disco sale plata, un show sale plata, hacer prensa sale plata. En fin, se entiende.

 

Lo que sí me entristece es que se desvanezca con tanta facilidad el primer elemento. Mi reivindicación del under pasa por entenderlo como un espacio donde este aspecto se preserva muy bien. No porque la gente que lo habita sea cualitativamente distinta de la que “ya salió”. Suponer eso es un riesgo similar, pero a la vez opuesto, al de esencializar las virtudes del músico consagrado: el mito under de una esencia artística intachable es también un relato de su propia maquinaria para sostenerse. En el under hay negocios también. De escala más reducida, seguro. El under está lleno de crápulas que atienden espacios culturales, que retribuyen mal a los músicos, que cometen fechorías similares a las que se cometen en el mainstream. En eso, mal que les pese a los defensores acérrimos de una posición u otra, no hay diferencias. Pero el under, sí, es una red de relaciones de necesidad mutua en donde es fácil percibirnos afines en un deseo común: hacer lo que nos hace felices. Qué poco se habla de la felicidad en la narrativa del éxito. ¿Es que presuponemos que el éxito es felicidad? No creo. Hace poco vi el documental de Amy Winehouse, para mi gusto un compendio de golpes bajos destinado a promover el estereotipo del artista sufrido cuya vida exitosa es indeseable para el hombre y la mujer comunes. Otra táctica del exitismo es la de promover historias para convencernos de que la expresión artística se sufre y es para pocos.

 

Banco al under porque en esa necesidad mutua yo encuentro cada vez que toco o que voy a ver tocar a alguien un sentimiento de pertenencia comunitaria y una identificación recíproca con personas que, como yo, decidieron producir ellos mismos lo que tanto les gustaba consumir (no estoy hablando del faso, pero suena parecido). Esas personas son músicos, son periodistas, son escritores, son fotógrafos, son dueños de centros culturales, son dibujantes, son mentes y corazones inquietos que se atreven a navegar en la marea caprichosa del deseo. De eso, amigos, no se sale.

 

escucha@lanan.com.ar
 

Nº de Edición: 1668