Es imposible entender el mundo actual sin una revisión de la Revolución Rusa, aun cuando en su país de origen sea complejo festejar su centenario. Es uno de los hechos más trascendentes del siglo XX. Ocupa, de forma casi perfecta, la cronología propuesta por el historiador británico Eric Hobsbawn para delimitar lo que consideró el “corto siglo XX”. La Revolución de Octubre ayuda a explicar la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la expansión de los Estados de bienestar europeos y sus replicas en varios lugares del mundo, la descolonización de los países del Tercer Mundo y su caída muestra la versión más descarnada del capitalismo a escala planetaria.
Por eso, y desde esta óptica, toma relevancia revisar las lecturas que abordaron los sucesos de Octubre, aunque quepa aquí y en pos de la referencia temporal con la que son conocidos, aquí hacer una breve digresión: la Revolución Rusa ocurrió el 7 de octubre en todo el mundo, menos en el lugar de los hechos, porque las antiguas tierras de los zares se utilizaba el calendario juliano, por lo cual la fecha original fue 7 de noviembre. Una vez depuesto el régimen zarista, la Revolución adoptó el nombre de Revolución de Octubre, nombre con el que es conocida en Rusia y en todo el mundo.
La historia en general y la rusa en particular ofrece un mosaico de interpretaciones yuxtapuestas que crujen por encajar y volverse verosímiles. El paso del tiempo lima los bordes pero no siempre logra acoplar de forma perfecta los acontecimientos en una suerte de terminación que confiera inteligibilidad al producto histórico moldeado. Nada mejor que una revolución para generar conflictos ideológicos entre sus intérpretes. Cien años después, la Revolución Rusa sigue generando múltiples disputas y enojos.
¿Cómo fue vista la Revolución por quienes escribieron sobre ella? Aquí un intento de lecturas complementario, antojadizo, anárquico.
LOS CONTEMPORÁNEOS A LA REVOLUCIÓN
Antes de la Segunda Guerra Mundial, los historiadores occidentales escribieron bastante poco sobre la Revolución Rusa. Se destacan una buena cantidad de memorias y testimonios oculares, entre los cuales se encuentran Historia de la Revolución Rusa y La Revolución traicionada de Leon Trotski, ambos reeditados recientemente; además de la ya clásica obra del norteamericano John Reed Diez días que conmovieron al mundo. Leído y recomendado por el propio Lenin (Vladímir Ilich Uliánov, su verdadero nombre) , el libro de Reed es un clásico de la historia testimonial. Escrito durante los acontecimientos y utilizando a Petrogrado (San Petersburgo) como eje de su relato periodístico, el autor narra los acontecimientos desde una perspectiva marcada por la simpatía que le causan los soviet y el movimiento bolchevique. Testigo del segundo plenario del soviet de Petrogrado, el que decide tomar el poder en sus manos mientras se desencadena la insurrección, Reed detalla los debates al interior de la organización obrera. El testimonio de primera mano y la fluida narración son un buen complemento para transitar el camino revolucionario.
CON LOS LENTES DE LA GUERRA FRÍA
Concluida la Segunda Guerra Mundial, la historia soviética pasó a ocupar un lugar destacado dentro del objeto de investigación de los historiadores. En particular, una vez iniciada la Guerra Fría, por la necesidad de conocer al enemigo. Esto generó un marcado interés por rastrear con mayor profundidad los orígenes de la nueva potencia mundial. Si bien la obra más difundida fue 1984, de George Orwell, publicada en 1949; en el ámbito académico la producción cobró un marcado dinamismo como producto del predominio de la ciencia política estadounidense. En este sentido, las interpretaciones del stalinismo y el régimen soviético desde una mirada totalitaria, aunando a la Alemania nazi con la Unión Soviética bajo un mismo paraguas conceptual, serían predominantes.
La revolución bolchevique era interpretada como un golpe dado por un partido minoritario que, sin apoyo popular y con escasos niveles de legitimidad, se había adueñado a sangre y fuego del imperio del Zar Nicolás II. La historia prerrevolucionaria era interpretada en clave arqueológica de los elementos totalitarios que conformaban el régimen estalinista. Pocos académicos trataban el tema de la historia soviética. Esto debe explicarse desde una doble perspectiva: por un lado el marcado carácter político de la investigación disuadía rápidamente a quienes elegían el tema como objeto de estudio. Sumado a este primer problema se encuentra el hecho de la falta de acceso a fuentes primarias que sustentaran trabajos con un mayor rigor científico y un marcado interés historiográfico.
El historiador británico Edward H. Carr es tal vez una de las excepciones a la regla general. Con una rigurosidad y una paciencia infinita por el trabajo con fuentes, construyó una obra monumental que le llevó casi treinta años. Iniciada en 1952 con la publicación de La revolución bolchevique 1917-1923, la tarea de Carr se estructuró en lo que se conoce como Historia de la Rusia soviética, un trabajo que comprende catorce libros divididos en cuatro partes. Su participación como funcionario en el Foreing Office para Europa del Este y su inquebrantable interés académico le permitieron realizar uno de los trabajos más interesantes sobre el tema.
Su obra fue criticada por historiadores liberales y conservadores. La caracterización de revolución proletaria para referirse a los bolcheviques fue pionera en su tiempo. A modo divulgativo, el historiador británico decidió editar una suerte de resumen del trabajo bajo el nombre de La Revolución Rusa. De Lenin a Stalin (1917-1929). Editado por Alianza, es uno de los trabajos divulgativos más interesantes que se pueden encontrar por nuestras librerías. La otra excepción fue la trilogía editada por Isaac Deutscher sobre la biografía de Trotski. El primer volumen de esta recomendable obra, El profeta armado, fue editado en 1954. Los trabajos de ambos historiadores británicos son reeditados con regularidad y se consiguen en castellano de forma sencilla.
LA ERA DESESTALINIZADA
Las denuncias contra Stalin realizadas por Nikita Jruschov en el Vigésimo Congreso del Partido Comunista, en 1956, y el intento de desestalinizar el partido, abrieron una nueva reevaluación de la experiencia soviética. La apertura de archivos dio la posibilidad de volver a valorar las voces de personas que habían sido silenciadas. Los casos más paradigmáticos fueron los de Trotski y Grigori Zinoviev. El intento del nuevo secretario del partido fue separar las figuras de Lenin y Stalin. Se volvió a valorizar el tema y se produjeron muchos trabajos que tenían como eje el periodo 1917-1923. Sin embargo una de las obras de denuncia contra el estalinismo vino de la mano de un gran novelista, Alexander Solzhenitsyn. Archipiélago Gulag fue publicada originalmente en inglés en 1973 y criticada por la vuelta al hermetismo propuesto por Brezhnev. Su circulación por la Unión Soviética fue clandestina. El impacto mundial causado por la descripción del sistema de represión estatal montado por Stalin hizo que su lectura dentro de la URSS fuera completamente prohibida.
Una vez que el acceso a los archivos y fuentes primarias en la Unión Soviética se volvió más frecuente, un renovado interés sacudió a los jóvenes historiadores. El objeto de estudio sufrió una vitalidad creciente que se desplazó de la ciencia histórica a la política. A fines de la década del setenta y principio de los ochenta, el interés por el tema se masificó. La permanente desclasificación de archivos y el cruce de fuentes permitió darle nuevas interpretaciones al pasado.
De los recientes, hay dos libros para destacar: en primer lugar Rusia y sus imperios 1894-1991 del historiador mexicano Jean Mayer. Abordado con precisión y un vocabulario muy fluido, tiene la particularidad de adentrarse en temas menos recurrentes de los abordados en otras obras y analizarlos con una concepción novedosa. La iglesia, las reformas de Stolypin o la cuestión cultural son analizadas con una visión didáctica. Por último, el trabajo de Sheila Fitzpatrick, La Revolución Rusa, se inscribe dentro de la tradición occidental que piensa a la revolución como modernización y escape del atraso. La analiza como misión del proletariado y también trabaja el terror y la violencia revolucionaria.
Dentro de la tradición historiográfica argentina se destacan los trabajos del historiador y docente de la Universidad de Buenos Aires Jorge Saborido con su ya clásico Historia de la Unión Soviética o su reciente La Revolución Rusa cien años después. La reciente publicación de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa de Martín Baña y Pablo Stefanoni es otro interesante trabajo introductorio para quienes intentan adentrarse en el tema por primera vez. Armado con un formato dinámico y dividido en capítulos autoconclusivos, es un interesante camino de entrada.
Las lecturas recomendadas con complementarias, antojadizas, anárquicas. Todas confeccionan una enorme cerámica que restalla al ser leída, reinterpretada y vuelta a pensar. Haciendo hincapié en el yugo de la tradición zarista, en la capacidad de los revolucionarios o como hija de la guerra, el centenario de la Revolución se conmemora hoy como coletazo explicativo de la batalla de Stalingrado contra los nazis. En su casa natal, lejos de celebrarse, el centenario del Octubre rojo complica al presidente ruso, Vladimir Putin. Una muestra más de que la historia se vive siempre en tiempo presente.
N° de Edición: 1796