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sobre algunos juegos en aguas virulentas

reseñas

Imagen: Perotá Chingó

 

Some Plays (Yolanda, 2017), Fonso

 

Some Plays, el segundo disco de Fonso, es un collage que toma de sus piezas para crear algo completamente nuevo. Resultado de años de experimentación con samples y grabaciones caseras, el último trabajo del joven productor Lucas Difonzo es una creación desmesurada de hora y media de duración. En este recorrido transhistórico se pueden encontrar beats de Rihanna y coros de Caetano Veloso, candombes de Serú Girán y zambas de Jaime Torres.  Pero por encima de este uso indiscriminado de samples hay un groove afilado y bailable que marca el camino durante los 27 tracks que hacen al disco. Este frescura es lo que hace de Some Plays uno de los discos más creativos del año.

 

El trabajo de Fonso en Some Plays no tiene muchos precedentes en la música argentina. Las comparaciones más inmediatas pueden estar en Bistro Málaga (Sonoridades Amapola, 1994) de Estupendo, o The Space Jam Experience (TZKATZ, 2014) de Space Jam; pero ninguno alcanza la escala de Some Plays. Además, la búsqueda de Fonso tiene una obsesión más antropológica que historicista. El disco entiende la fusión de distintas épocas y géneros como una decisión artístico-política, como “uno de los caminos positivos de la humanidad”, como dice el sample de Cortázar en “Mestizaje”, hacia la eliminación de las fronteras del hombre.

 

En el borde de esta frontera es donde Fonso encuentra la independencia para crear. Some Plays es un manifiesto acerca de la libertad de hacer música en la nueva era del sample./Eric Olsen.doc

Virulencia (2017, independiente) 

Riachuelo 

 

En la escena under o independiente es común encontrar bandas que mezclen diferentes géneros. También es habitual que algunas propuestas musicales se nutran de ritmos populares. Todo esto se da en Riachuelo, banda que lanzó hace unos meses su primer trabajo discográfico: Virulencia. Allí, en nueve canciones le dan forma a un álbum bien tanguero y, a la vez, mutante. Esto queda representado con su portada en donde se ve a una especie de tanguero zombie (casi una radiografía del espíritu del grupo). Suena mucho folklore, bombos legüeros se funden con bandonéones y también se permiten utilizar elementos del rock para matizar sus canciones (tanto en arreglos de cuerdas , climas, estructuras en las estrofas).

 

El disco arranca con «Tragedia», un tango bien guitarrero y «La afronta» , una chacarera arrabalera en la que la voz remite a Juan Pablo Fernández, de Acorazado Potemkin. Allí se habla de «el héroe colectivo» y se dice que «el enemigo está aquí» —algo que puede ser una metáfora del presente—. La hibridez se evidencia mediante punteos de guitarra eléctrica y criolla. «El buche» es bien piazzolliana, de hecho incluye una cita a su composición «Regreso al amor». La voz es pulcra, y hay coros de fondo rioplatenses. En «Buchón» se canta «el traje azul te pintó», en una versión tanguera de «Ya no sos igual» de 2 Minutos. «Cruz del sur» tiene aires de samba, «Porteño Errante» es una milonga, casi una décima, con una mezcla folklórico/tanguera.  Habla de calles oscuras sin nombre, empedrado fino y confidente y un alma inquieta. «Virulencia» y «Virulencia (2° movimiento)» son tangos orquestales que tiene reminiscencias al rock nacional en algunos fraseos y tonalidades. «El responso» y «Químera» cierran el disco a pura melancolía tanguera.

La música popular argentina es reinterpretada con altura por esta nueva banda que demuestra solidez y talento./Pablo Díaz Marenghi.doc

 


Aguas (Tai Records, 2017), Perotá Chingo

 

Dolores Aguirre y Julia Ortiz vuelven a fluir con sus voces, que de dos hacen una potente y armónica, tras cuatro años sin editar un disco. Pasó el homónimo Perotá Chingo (2013) y el paridor Un viajecito (2012).  En Aguas, la esencia del dúo —con la firme compañía de Martín Dacosta (percusión), Andres Villaveiran (piano, teclas, bajo, voz) y Diego Cotelo (guitarras)— permanece intacta: la voz como principal instrumento para construir la búsqueda de melodías «viajeras», esas que recorren los ritmos latinoamericanos y a partir de ellos hace uno propio.

 

El disco es un viaje de 58 minutos, una síntesis de ritmos de propia autoría, a excepción de Excepto «Canción Pequeña» (Juana Aguirre) y «Anhelando Iruya» (Joaquín Aguirre). Para viajar a Iruya, Matías Lourenço y Sebastián Rebottaro hace sonar las quenas. Ellos dos no son los únicos convidados al trip latinoamerciano propuesto por las jóvenes del norte del Conurbano. Ezequiel Borra es otro de ellos, para sumar su guitarra eléctrica y coros, en 7 de los 14 temas del LP; y como parte de esta escena crecida al calor de las playas uruguayas, con la frescura de los aguas del Río de la Plata, que también supo alimentar a Sofía Viola y a los Onda Vaga.

 

El viaje de las Aguas, toca orillas rioplatenses en «Tres» (Borra en coro), va a aguas internacionales con la jazzera y bella «Piel» (Mati Mormandi en piano, voz y coros); y con la hiphopera y enchufada «Certo»; vuelve al sur del continente, a la Cordillera, con la coplera «Reverdecer», el carnavalito «Canto veo chiquito» y se queda en la quebrada con «Anhelando Iruya». El viaje —no apto para acelerados hiperconectados— puede seguir por un curso de río bossa, con bases reggae, en «Peguei Uma Chuva», cruzar el Atlántico y adentrarse en el Mar Mediterráneo con la voz andaluza de «La Mari» en «Dunas».

 

El propuesto por las oriundas de la zona norte del Conurbano, es también, como lo fue en el viaje iniciático del verano de 2011, también un viaje hacia interno:  «Atrevete a flotar/ en brazos de un mundo terrenal/ se consciente de tu espacio cuando te abraza el viento/ En tus sueños se enredan los recuerdos de la marea (…) te hice una canción pequeña porque no somos nada, solo un granito de arena a orillas del agua», proponen en «Canción Pequeña». Desamarré su barquito y súbase a estas Aguas./Nahuel Lag.doc

 

 

Favio (Oui Oui Records, 2016) Fútbol

 

El imaginario de esta banda dialoga con la identidad nacional y con la tradición. El Río Colorado, la conquista del desierto, los pueblos indígenas, la sangre, el vino, el fogón y el bombo legüero aparecen en sus letras junto con distorsión y con la potencia de una formación poco habitual en el rock: guitarra, batería y violín. Fede Terranova, Santiago Douton y Juan Pablo Gambarini tocan hace más de diez años y tienen una amplia trayectoria en el under nacional.

 

Favio expone en nueve temas este universo a través de la figura de Leonardo Favio, uno de los más grandes cineastas argentinos, músico y referente de la cultura popular. A él se lo ve en la tapa del álbum con un «trabuco» y un monóculo, en un look mezcla entre postpunk y David Bowie. En la contratapa, se expone el escudo de la confederación gaucha (mezcla del escudo nacional con lanzas y un cráneo de vaca muerta) que, explican los Fútbol, «se formó después de la guerra nuclear en la Argentina». Algo así es su sonido: canciones para mitigar la angustia de una ciudad devastada. Melodías que nos arraigan a nuestras raíces identitarias más profundas.

 

Los vínculos con la obra de Favio son sutiles pero potentes. En «La razón a voluntad» se narra la historia de un joven que escapa de su casa y subsiste vendiendo el diario matutino por unas pocas monedas. El violín de Terranova es el componente melódico de esta banda, riffeando como una viola eléctrica. Gambarini le aporta colchones de acordes que le brindan el soporte necesario para darle forma a canciones demoledoras. La batería arremete con furia, trabajada en este álbum junto a Franco Salvador (Pez). En «El fuerte» Douton canta : «Que vuelen los ponchos, que suene el clarín, guitarras al fuego templadas, espada afilada y tierno el maíz» en un paisaje que remite a Juan Moreyra. «El orador» bien podría referirse a las multitudes peronistas que van al encuentro de su líder, retratadas por Favio en el documental Perón: sinfonía del sentimiento (1999).

 

En tiempos de vacíos ideológicos y post-verdades, los Fútbol cargan de contenido a las canciones, dialogan con la historia y consolidan un estilo que en sus shows en vivo se vuelve catártico, demoledor. El disco tiene una calidad de sonido notable, quizás producto de la magia de Tito Fargo (Gran Martell, Ararat, ex Redondito de Ricota) que participó en la grabación. Sin dudas, un disco que deja la vara muy alta para su porvenir que, por lo que han demostrado, parece ir cada vez por más./Pablo Díaz Marenghi.doc

 

 

Todo bien pero todo mal (Cactus Discos,2016), Tal Banda

 

Si uno recorre el under porteño, seguramente conozca a Hugo Mariano Vitali, mejor conocido como Hache. Es muy alto y tiene un porte similar al de Luis Alberto Spinetta en épocas de Pescado Rabioso. Apasionado por la música, el rock y el arte, ha recorrido cientos de escenarios de todo tipo, más grandes, más chicos, a través del rock. Tal Banda es, quizás, su proyecto más maduro y querido. En este último trabajo se nota un salto cualitativo tanto de sonido como de riqueza compositiva. Hay más capas de acordes, arreglos, punteos y yeites en sus temas. Si uno compara estas composiciones con algunas anteriores, como «Espermatozoide» por ejemplo, percibe una madurez hasta en las letras (dilemas existenciales en «Los inventos») o en la música, en donde se incluyen acordes valvulares y bajos densos (esto se percibe en «Final Abierto», por ejemplo).

 

Todo bien pero todo mal es el hit del álbum. Es un rock bien popero a toda potencia. Hache canta: «Pasan los días y nada, nada parece cambiar, mejor me escapo bien lejos de la capital, todo bien pero todo mal», mientras Paula Perella revienta los parches. «Comer porro es otra cosa» suena a Pappo´s blues o a Manal, tiene ese tempo bien típico del blues clásico y la guitarra juguetea con distintos efectos y reverberaciones en un notable solo promediando la canción. «No me hagas pensar, sólo soy un hombre», canta Hache con toda su garganta, casi como un auillido desesperado. «La era de la carne» es un rock de guitarras con una letra ácida, donde el power trío como estructura se luce. El tema que cierra el disco «Black Amaya», quizás es el homenaje más fiel a una tradición que va más allá de un parecido físico: Pescado Rabioso y el Flaco Spinetta más rockero.

 

Desde el título, el sonido y la cadencia del primer fraseo que canta Hache, esta canción es una relectura de la musicalidad que forjaron Lebón, Amaya, Cutaia y el Flaco en los setenta. Una guitarra distorsionada que serpentea a través de toda la melodía, un bajo densísimo (que hoy sería casi stoner) interpretado por Gabriel Gandini y la voz de Hache más grave que la de Luis, pero que se coloca en la posición justa para darle forma a esta resignificación de un estilo que influenció a cientos de bandas de rock vernáculas. Este disco toma elementos de lo clásico y los transmuta a un sonido actual. Un crecimiento notable de un trío rockero para seguirle el rastro./Pablo Díaz Marenghi.doc

 

 

 

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N° de Edición: 1795