Uno se pierde. Por día se crean más de 432 mil perfiles de Facebook, se suben más de 300 horas de videos a YouTube, se comparten 80 millones de fotos a Instagram y se cargan 10 horas de música en Soundcloud. Los números crecen, abruman y se vuelve imposible no marearse dentro de esta sobreproducción de información. Como ciegos vagamos entre el abismo de contenido y es incontable la cantidad de cosas que nos perdemos. O las producciones artísticas de una vida entera que pueden pasar desapercibidas sin una razón específica.
En 2001, Christian Dergarabedianse sube a un vuelo de ida y escapa de Argentina hacia San Pablo. De Brasil viaja a España y después se instala en Viena, sin saber que van a pasar 12 años hasta que vuelva a vivir en Buenos Aires. Christian es inquieto. En la década de 1990 formaba parte de los Reynols, la primer banda vanguardista del rock nacional y, desde que decidió abandonarla, su proyecto de noise experimental bajo el nombre de Earzumba lo mantiene ocupado. En 2007, Christian decide intentar algo nuevo: hacer canciones. Le toma dos años y medio terminar su primer LP bajo un nuevo alias: Fred Lorca. Cosas que suceden sale en 2009, mientras Fred vivía en Viena. Se trata de un disco de pop experimental plagado de loops salvajes y melodías melosas.
Las canciones fueron y vinieron. Salieron videos, más discos, algunos shows; pero el reconocimiento nunca llegó. La notas que se pueden encontrar sobre la obra de Fred son pocas, para no decir ninguna. Sus discos siguen llegando, pero no figuran en ningún medio, ni del mainstream ni indie. No es un outsider en lo que respecta a su música, varios artistas más populares comparten la misma sensibilidad y estilos que él. Etiquetas actuales como pop electrónico o experimental podrían servir para catalogar su sonido. Pero a pesar de su larga carrera, Fred no tiene un lugar reconocido en la escena local. Desde 2009, su discografía sumó 13 álbumes, todos escondidos en el tumulto online. Every momentito, de agosto de este año, es su trabajo más reciente.
—¿Por qué seguís haciendo discos si…
—Si no pasa nada? Sí, no sé si tiene algún sentido estar haciendo discos. O sea, yo quiero que pasen cosas, uno siempre busca algo. Cuando empecé buscaba sellos, fanzines, pero dejé de hacerlo. Con la crisis de las ediciones físicas todo eso se pinchó un poco. Además, ahora todo el mundo puede editar por su cuenta. ¿Cómo separás la paja del trigo? Hay miles de músicos nuevos cada día. ¿Cómo te haces notar por arriba del otro? Hay modas, hay cuestiones generacionales. Por suerte veo muchas bandas que tienen éxito acá. Pero hay algo que yo no genero. Hay un switch, un click que nunca se hizo, que siempre me faltó. Me quedé afuera de todo eso.
—¿Creés que es algo que depende del contexto?
—Hay algo del circuito porteño que no es sano. Hay gente creativa y con talento haciendo cosas, pero el contexto es muy mezquino, endogámico. Está lleno de círculos que solo quieren chuparse las medias entre sí. Todo eso hace que la escena se vuelva algo especulativa, llena de grupos cerrados. Creo que una escena es como una fiesta y las fiestas que están buenas ocurren porque el grupo humano hace a la fiesta, no porque todos escuchen o hagan lo mismo. Hay mucha competencia por nada, porque no hay premios.
—¿No te interesa el reconocimiento? ¿La fama?
—Me interesa mucho, pero todo lo que implica llegar hasta ese lugar no. Significa subirse a un egotrip terrible, militar por uno mismo, estar todo el tiempo hablando de vos, ser el centro de atención. No sé si es necesario tener esa actitud, no sé qué aporta, me parece muy siglo XX. Es como ser adicto, es un subidón que está bueno tener, pero tiene su costo porque tenés que hacer sociales, ser simpático, estar ahí, y se vuelve el 80 por ciento del laburo. Yo cuando llegué a Buenos Aires mandé mis discos y videos a todo el mundo, nadie me dio bola. Creo que acá el circuito no funciona. Incluso en el periodismo, se arma una bola que no suma. Sí creo en que tenés que ser fiel a cómo sos y buscar tu manera de hacer las cosas. Es más, creo que mis discos se están volviendo cada vez menos accesibles y es una libertad que me puedo tomar. Por dónde estoy parado me puedo permitir hacer eso, no tengo que serle fiel a nadie. Nadie está esperando que haga lo mismo, nadie está esperando nada.
Si hay algo en lo que a Fred Lorca le interesa trabajar es en sus discos. En una plataforma como Bandcamp, en la que parece que cualquier persona puede agarrar un puñado de canciones, ponerle una tapa y sacar un disco, Fred mantiene la idea de obra en un sentido tradicional. Los perros que ilustran el arte de cada uno de sus discos están acompañados de una lista de temas, una contratapa, créditos completos, letras y, lo más importante, un concepto cerrado. Por más que la difusión brille por su ausencia y la estética de Fred tenga un fuerte componente casero e improvisado, el trabajo en cada uno de sus discos es algo evidente.
—El personaje de Fred Lorca puede parecer para muchos una joda desde el lado estético, aunque también hay un componente humorístico en las letras.
—Creo en la obra, creo que ahí está la papa. Después, si el resultado lo demuestra o no, es otra cosa. Pero cuando estoy produciendo, ahí está la seriedad. El humor es algo que sucede, lo veo como un componente mío que no me propuse. Hay un par de tapas que amigos míos me dijeron que estaban “mal hechas”. Pero yo no lo veo así. Puede parecer desprolijo, hecho a mano alzada, pero creo que tiene que ver con el momento. No estoy de acuerdo con esa distinción de profesionalismo en el arte. A un artista profesional lo vas a ver hoy, mañana o en 10 años y va a ser el mismo show, idéntico. Pero lo amateur nunca va a ser igual. Se trata de jugar con lo inesperado, permitir que pasen cosas desconocidas, y es un plus que en la música en general no pasa. A esta altura, entender la música como una cajita a la que le das cuerda y sale siempre igual, es muy pobre, me parece penoso. Atrasa.
—¿Hay una búsqueda artística que puedas reconocer en tu discografía?
—Creo que si hay algo que cambié es la forma en la que canto. También fui puliendo el juego de palabras en mis letras, esa búsqueda de hacer letras con tres o cuatro palabras y encontrarles el doble sentido para que duren toda una canción. Está esa idea de romper la estructura clásica de la canción, algo que me parece que hoy día en el mundo no va más. Y el componente electrónico siempre estuvo, como un ruido, escondido o no.
—Tus últimos discos parecen tener una visión más retrospectiva. Piano que muerde no ladra o Damage gratis incluyen reversiones de viejas canciones tuyas.
—Sí, se tratan de discos en los que quise dejar plasmado el formato en el que tocaba en vivo y eso implicó reformular viejas canciones. Creo que es importante tener malos discos. Por ahí esos son malos discos pero necesitaba tener el documento de ese momento. No sé si son muy escuchables, son muy descarnados y jodidos. Si alguien que no me conoce escucha eso por primera vez puede llegar a llevarse una idea confusa de lo que hago. Pero también tengo la idea de que uno nunca deja de repetirse. Borges decía, para citarlo y ya quedar bien, que en la primera novela de uno ya está todo, y después lo que se hace es pulir esa idea.
En su primer disco, Cosas que suceden, aparece mucho de lo que Fred va a desarrollar en el resto de su discografía. Adicto a todos los recursos de la electrónica post internet, Fred usa el sample como un lenguaje nativo. Pero el foco de atención está puesto en todo lo que construye encima de sus experimentaciones. Sus canciones toman del dub, el minimalismo lírico, todo con un grado de sensibilidad pop perfecto. Sus derivaciones más logradas están en discos como Maravilla miseria, Soul morocho y canciones como “Escondite mejor”, “Es tu cariño” o “Karaoke de felicidad”. Incluso su disco más reciente, Every momentito, es de los menos accesibles de su discografía pero mantiene una cercanía y calidez atrapante. Pero, más que nada, Fred se considera “un gran compositor de títulos”, cita que robó de un elogio dirigido hacia Erik Satie.
—Si Fred Lorca nació cómo un personaje, ¿a partir de qué recursos lo construíste?
—Desde el principio busqué emocionarme con lo que hago. Cuando canto quiero que me pasen cosas. Lo más importante para mí son las letras, no son un aditivo extra. Las canciones en general hablan sobre emociones lindas, pero a mí me interesa hablar de las otras emociones que también existen, como en “Me pudriste”, “Vuelvo en ‘15”, “Patovica de la cultura”. Diría que las tres patas son lo visual, la música y las letras.
—Sin embargo estás cantando cada vez menos.
—¿Por mis últimos discos decís? Sí, Suelto, exacto y Every momentito son muy instrumentales. Son discos de pocas palabras porque ya no tengo qué decir, y si no tengo nada que decir no lo digo. No voy a caer en cuestiones poéticas, prefiero mantenerme breve.
—¿Hay un disco que sientas como el más logrado?
—Sonic Gringo me gusta mucho. No sé si es el más logrado, pero me parece muy conciso. Grabé con una banda en un estudio y después hice un “cut and paste” para generar temas nuevos. Quedó muy ajustado. Además, es el único que grabe de manera profesional, todos los otros son hechos con tecnología virtual. Yo solo, unos buenos parlantes y tecnología virtual. En un momento buscaba asesoramiento con el audio, pero hace años que no hago más eso, trabajo solo.
—Y el hecho de encargarte vos mismo de todo lo que rodea a tu música, haciendo los videos, las tapas, la producción y todo por tu cuenta…
—Es una locura, no tiene ningún sentido.
—¿Pero lo hacés por una necesidad de asegurarte que todo salga lo más sincero posible, o de tener el completo control del proceso?
—No, lo que pasa es que trabajar con otros implica arreglar, coordinar, ver horarios, y todos están ocupados en su propio proyecto. En cambio yo solo, sé lo que quiero, sé a dónde va y listo, son mis propios tiempos. Además yo la paso bien haciendo los discos. Por más que me generen conflictos y lo que sea, es como que tengo mi mundo ahí, me sumerjo, y no tengo problema en angustiarme para hacer un disco. Es algo que me propuse hacer y no me lo pidió nadie. Lo hago porque necesito hacerlo y de alguna manera alguien lo va a escuchar. Te guste o no, lo escuchás y sabés que está hecho con convicción.
—Cuando uno se encuentra con tu discografía, tan extensa pero sin ninguna nota o difusión que la respalde, uno comienza a preguntarse, “¿seré yo solo?”.
—Si, yo también me pregunto lo mismo.
Nº de Edición: 1782