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el soccer que le gusta a la gente

copa américa

El Levi's Stadium, de Santa Clara. Ahí debutó la Argentina frente a Chile. Fotografía: Gastón Bourdieu.

David Beckham camina, impoluto, hacia la mitad de la cancha. Viste un elegantísimo traje de marca, zapatos relucientes y un peinado que, cual niño malcriado, pide a gritos atención. Toma un silbato, se lo da a un chico vestido de futbolista y le asegura al árbitro con su acento británico que todos están listos para vivir y compartir la Copa América Centenario.

 

Sin embargo, del otro lado de la pantalla, Jonah, Helen y Daniel ni se percatan del presumido galán: están insultando a los gritos porque LeBron James acaba de encestar un triple y temen la caída de su querido Golden State Warriors. Mientras que Eric, Robert y Ken ni siquiera se enteraron de la presencia del rubio que llegó a California para promocionar al soccer primero como jugador y luego como estrella de Hollywood, porque acaban de derramar un litro de cerveza al festejar el gol agónico de los San Jose Sharks, equipo de hockey sobre hielo que está a un paso del título.

 

La escena, dantesca por momentos, discurre en un bar de San Francisco, California, donde los Warriors y los Sharks son locales y donde veinte televisores pasan el partido de las finales de la NBA y de la NHL. Las dos pantallas restantes, ignoradas hasta el ostracismo, sintonizan el duelo entre Jamaica y Venezuela que tiene al Spice Boy publicitando el torneo en el entretiempo.

 

Por primera vez en la historia, la Copa América se juega fuera de Sudamérica y a los magnates sospechados y acusados de corrupción que la organizaron -otrora dirigentes- no se les ocurrió mejor idea que hacerla en un país donde el fútbol se juega con las manos, cascos y una pelota ovalada. El soccer, como se conoce en Estados Unidos al deporte más popular del planeta, es apenas «un entretenimiento de mujeres y niños», en una nación de 320 millones de habitantes que deliran por deportes que llevan por nombre diferentes siglas: NBA, NFL, MLB o NHL.

 

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Hinchas de Golden State Warriors alentando a su equipo en un bar de San Francisco. Fotografía: Gastón Bourdieu.

 

Jack es el encargado de organizar las salidas nocturnas en un hostel del Upper West Side, en Nueva York. Conoce más de 30 bares a los que lleva a los turistas a descubrir la noche de la ciudad que nunca duerme y está al tanto de todo lo que pasa en la Gran Manzana. Pero cuando dos colombianos, en un acartonado inglés, le preguntan dónde ver el estreno de la Copa Centenario con el debut de Estados Unidos frente a Colombia, el experto Jack apenas puede balbucear: “¿Cent-narri-ou?”

 

Pero, ¿quién puede culpar a Jack, si en los aeropuertos no hay carteles de la Copa dando la bienvenida a los hinchas visitantes, ni en las avenidas hay gigantografías de Messi gritando un gol? Y, peor aún, ¿quién puede pedirle a Jack que se lamente por el gol de James Rodríguez que le propina la derrota en el debut a Estados Unidos, si en la pantalla de al lado sus New York Yankees están perdiendo el juego por un jonrón en la última entrada?

 

Es un raro experimento. Los periodistas de las grandes cadenas de TV opinan de la Copa América desde París, donde se juega en simultáneo la Eurocopa (a la que llamativamente los estadounidenses parecen prestarle más atención). Mega estadios apenas poblados con espectadores que aún no entienden del todo el asunto. A saber: gritan en cada córner como adolescentes en el viaje de egresados, juegan al Candy Crush en pleno partido y festejan que haya definición por penales porque el resto del trámite les aburre bastante.

 

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Fotografía: Gastón Bourdieu.

Sin embargo, hay otros hinchas que sí disfrutan que el torneo haya aterrizado acá. Son el lado B de Latinoamérica: argentinos, chilenos, colombianos, ecuatorianos y, sobre todo, mexicanos, que viven hace añares en los Estados Unidos y tienen la posibilidad única de ver a su selección cerca de (su nueva) casa.

 

Jimi y Paul son hermanos, y llegaron hasta a San Francisco para ver el estreno de los de Martino contra Chile. Su acento es digno de envidiar por un agente de la CIA o del Mossad, ya que es imposible distinguir de dónde vienen. Pero visten camisetas argentinas y aseguran haber nacido en Tucumán, para luego criarse entre Bolivia y Los Angeles, California, donde actualmente viven.

 

Jimi y Paul se encuentran en el tranvía con Martín y Andrés, dos de los miles de argentinos que residen en la bahía de San Francisco desde que la crisis los eyectó de la Argentina hace 15 años. Y todos se esfuerzan por hablar el castellano con la tonada más argenta posible, mientras discuten con dos chilenos también radicados en California, que por un ratito juegan a ser más chilenos que la cueca a pesar de que ni recuerden las canciones de cancha.

 

Entonces pasa algo mágico. Ahí, en el vagón que va desde San José hasta Santa Clara -donde queda el Levi´s Stadium-, se erige la República de los desterrados del fútbol. Y aunque ninguno sea muy fanático, están felices por demostrar cuán argentinos o chilenos son; por dejar atrás el inglés que tan bien han aprendido en los últimos años y sonar más sudamericanos que nunca, porque el fútbol les regaló la posibilidad de sentirse locales otra vez.

 

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Y finalmente llega el show. Porque en los Estados Unidos todo evento deportivo tiene una premisa madre y es que el espectáculo debe primar siempre. Ya no importa mucho quién gana sino que haya muchos goles. La gente prefiere perderse los últimos minutos del primer tiempo y los primeros del segundo antes que perderse el hot-dog. Y si el juego no regala emociones, a gritar por Messi, ese héroe foráneo al que algunos niños quieren recibir en sus casas, vistiendo el short de la Argentina y la camiseta del Barcelona.

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Fotografía: Gastón Bourdieu

 

Mientras tanto, el torneo avanza y todavía quedan entradas para la final, ejemplo gráfico del interés que despierta el certamen.

 

La gente en los bares de todo el país seguirá preocupada por la última derrota de los San Francisco Giants; celebrando que Pittsburgh Penguins se quedó finalmente con la Stanley Cup; y discutiendo si Stephen Curry es un pecho frío o si LeBron James pasó a la historia tras consagrarse campeón de la NBA.

 

Ya supo definirlo Eduardo Galeano: “El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue”.

 

Claro que a los popes del fútbol en el continente poco les importa lo que decía el uruguayo: ellos sí están cautivados por la conquistadora mirada de Beckham, que con acento británico nos invita a todos a un torneo sudamericano jugado en Norteamérica. El mundo, patas arriba.