La pelota va siempre al pecho del cinco. Apunten a donde apunten el arquero o los defensores, si pasa por la mitad de la cancha, queda amortiguada en su pecho. Y él la baja con la misma naturalidad con la que respira (en realidad, a medida que pasan los minutos, es mucho mayor su facilidad para dominar el balón que para respirar).
Domina la pelota, amaga a abrir hacia la banda, con un par de gambetas manda la panza para para un lado y engancha para el otro para pasar entre el ocho y el cinco del equipo rival y ahora sí toca hacia la derecha.
Luego, consciente de volver a ser el dueño de todas las miradas, aplica un sprint furioso en diagonal, para recibir la descarga de su compañero. Sus ojos se iluminan como cuando era un pibe de las inferiores de Ferro, la adrenalina de saberse todavía capaz de dos gambetas y un cambio de frente lo transforman en un rayo, tan veloz como en la época que era capitán del Sporting de Gijón, hace ya varias décadas.
La jugada termina mal. El pase no regresa a los pies de Perico Pérez y finaliza en un centro que cae en el estacionamiento de GEBA.
Fútbol Senior. Se juega Racing- Huracán. Partido correspondiente a la segunda fecha del campeonato de ex jugadores, que brillaron principalmente a fines de los 90 y principios del 2000. Una manera de resistir al tiempo y despuntan el vicio, ya no como un trabajo si no como el juego que los marcó para siempre.
En el partido no existe la marca pegajosa de otros tiempos. Es como si cada jugador pudiese saborear un poco más este rencuentro con la redonda, como si existiese un acuerdo tácito para hacerlo.
Algunos llevan medias bajas y otros usan soquetes. Ninguno tiene canilleras. Si bien se juega con las mismas ganas, no necesitan de golpes ni amontonamientos, están ahí por otra cosa.
“Es un volver a vivir para nosotros. Poder compartir vestuarios, risas, anécdotas, nos acerca a quienes fuimos y a quienes no dejaremos de ser”, explica Perico Pérez a NAN, una vez terminado el partido, mientras busca oxigeno con la boca abierta, con las pulsaciones que poco a poco se recuperan y con su camiseta albiceleste empapada, varios talles más grandes que la que usaba en el Racing que dirigía Roberto Perfumo en 1991.
“Si bien esto es amateur, cuando empieza el partido todos queremos ganar. Por suerte nosotros (Racing) ya ganamos dos torneos y queremos más”, advierte Pérez, con el espíritu competitivo intacto.
Promediando el primer tiempo se ven las primeras caras de fatiga en los jugadores. Las ocasiones de gol no sobran.
Un tiro de afuera del área de Mouzo para la Academia y una linda apilada del ex Lanús y Arsenal Pablo Mannara para Huracán son las únicas emociones que condimentan el encuentro.
Sobre el final de la primera parte, el ex rubio y actual pelado Walter Viqueira le comete una infracción a Mannara en el área que el Mono Gordillo cambia por gol. Uno a cero para los de Parque de los Patricios.
El talentoso volante sabe que no se escuchará el grito desde las tribunas ni será tapa del diario al día siguiente, pero a cambio, recibe el abrazo de sus compañeros y el grito del Doctor Herbella que dice: “Bien Mono, así te quiero. Ahora a seguir igual”.
En el entretiempo, el relax es general. La poca gente que rodea la cancha se mueve para luchar contra el viento, y los jugadores, algunos tirados dentro del campo de juego, se hidratan para reponer energías.
Mientras Racing busca el empate con pelotazos, Huracán lleva con cuidado la pelota hasta el arco del Mono Ruiz, tercer arquero del equipo de Mostaza Merlo campeón en 2001. En una distracción del fondo académico, el Doctor Herbella se encuentra con el arco libre y la empuja al gol. Algo impensado en el profesionalismo, sin embargo, lejos de las presiones, el Doctor juega tan simple como comenta el deporte a través de sus redes sociales.
“Yo estaba viviendo en Brasil y cuando volví me encontré con los compañeros –cuenta Ruiz-. Hice inferiores en el club, estuve en Primera y no llegué a debutar. Para mí, ponerme la camiseta de Racing en Senior es una revancha”.
Ya cerca del final, Racing busca el descuento con una mezcla de cansancio y orgullo herido. Y es el Chelo Delgado, quien tiene la última: define con la parte exterior de su botín derecho, esa jugada que instaló como marca registrada, pero ahora la pelota se va lejos del palo.
“¡Le dio tres dedos, el Chelo le dio tres dedos!”, grita a los saltos un hincha de Racing treintañero, con la misma euforia con la que un fanático de los Stones celebraría escuchar de Keith Richard los primeros acordes de “Satisfaction”.
Ahí se produce una comunión difícil de explicar entre el hincha, el ídolo y la nostalgia. Poco importa que la pelota se haya ido lejos. El pibe vio al goleador de su infancia hacer su clásica jugada y los ojos se les llenaron de agradecimientos. Quizá por recordar aquellos “tres dedos” hermosos que se clavaron en el segundo palo a Velázquez en aquel Independiente 2 – Racing 2 del ‘96 cuando era un nene y vivía para alentar a su equipo.
Antes, al treintañero y al ídolo los separaban un estadio colmado, las luces de la fama, las tapa de los diarios y el brillo de la gloria. Ahora solo los separa una noche oscura y una línea de cal despintada.
El pitazo final es cualquier cosa menos el final. Tanto los ex jugadores como los hinchas, saben que después de la ducha llegarán las charlas y miles anécdotas con unas cuantas cervezas de por medio.
Sin periodistas que lo sigan como hormigas hasta el vestuario, Perico se va respirando el aire de la noche mansa mientras charla con compañeros y rivales. La pelota queda en la cancha en silencio, cada vez más lejos del cinco. Pero no importa, porque aunque parezca que se fue, la pelota siempre vuelve a su pecho, cerca de su corazón.
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Nº de Edición: 1709