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esa tarde cueste lo que cueste

racing campeón 2001

Ilustración: Federico Avella

A quince veranos de salir campeón luego de 35 años sin títulos, Racing aún no puede despegarse de su efemérides bipolar, de su relato de éxtasis, desahogo y sangre, tan de vida o de muerte en ese diciembre de 2001, en el comienzo de la odisea del siglo XXI. Argentina, esa Argentina violenta, desesperante, la de los 39 asesinados por la represión del gobierno de la Alianza liderada por Fernando de la Rúa, esa Argentina del punto de inflexión de la hegemonía neoliberal, necesitó del fútbol para combinar épica y época: el poder político, pisoteado, bastardeado, humeante, precisaba de la pelota para calmar a las fieras, a las de la calle (el pueblo) y a las de los escritorios (gobernantes cuestionados, apuntados).

 

«Me acuerdo de que estaba en mi casa, en Morón, y cuando vi las protestas por la televisión agarré mi auto. Con un amigo fuimos a la esquina de Entre Ríos y San Juan, en Capital. Estaba lleno de vecinos que salían de sus casas. Marchamos todos juntos», detalla Martín Vitali. El entonces lateral derecho de aquel Racing campeón no la pasó bien los días previos a la consagración: «Fue un sentimiento raro porque por un lado quería que el partido contra Vélez por la última fecha del torneo se jugara y por otro me sentía mal por lo que pasaba en el país. Fuimos un poco egoístas». Fue el 27 de diciembre de 2001, en Liniers: uno a uno y vuelta olímpica para los dirigidos por Reinaldo Carlos Merlo, el que se convirtió en estatua de Mostaza, el que se metió a la cancha a los gritos y a los saltos para festejar el gol de Gabriel Loeschbor: el central, ahora retirado del fútbol, metió el cabezazo después del centro de Gerardo Bedoya. Lo hizo en posición adelantada. Se levantaban otras banderas, la del línea Alberto Barrientos, hincha de Racing, quedó abajo.

 

«¿Podíamos jugar un partido de fútbol en ese país?», se preguntó Alejandro Wall, el periodista y fanático de la Academia. Se sigue interrogando: «¿Cómo se suspende una pasión? ¿Con qué botón se apaga? ¿En qué momento un hincha deja de serlo?» Sus dudas brotaron después de pisar Plaza de Mayo en esos días de fractura y luego de estar en la tribuna de Liniers. Así, angustiado y feliz, escribió “¡Academia Carajo!”, su libro, que es una mega crónica extraordinaria de aquella Argentina de diciembre de 2001: la del corralito, la del choreo de Domingo Cavallo, los saqueos, los piquetes, las cacerolas, el estado de sitio tipeado por Darío Lopérfido, otrora funcionario en la cartera de Cultura de la Nación. También la de los cinco presidentes, un triste y patético eslogan celeste y blanco.

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Racing tendría que haber jugado el domingo 23, pero el estado de sitio lo impidió. Le bastaba empatar su partido —River era su escolta, a tres unidades— para bordar la estrella y olvidar la sequía de títulos, el descenso a la Primera B y la quiebra económica: era el único club argentino conducido por una sociedad anónima, presidida por Fernando Marín, el que aparece ahora en las fotos como uno de los enterradores del Fútbol Para Todos.

 

“Fui con mi mujer a la esquina de Santa Fe y Azcuénaga. No recuerdo haber visto en mi vida tanta gente protestando, todos estábamos cansados por lo que pasaba”, relata Francisco Maciel, un hombre clave en el mediocampo de ese equipo. Las chances de ser campeón después de 35 años eran muchas y los jugadores y el cuerpo técnico admitieron (admiten) que vivieron con dolor y preocupación el momento en que les comunicaron que la fecha 19 se suspendía por los problemas en el país. Un agujero dentro de un agujero. “Creo que sólo los hinchas de Racing nos dimos cuenta de que fuimos campeones en ese país de represión, corralito, y presidentes fugaces”, amplía Wall. De algún modo, monocorde testimonio de los fanáticos, ese campeonato no dejó de ser un desahogo luego de un castigo, de una resistencia de más de tres décadas. Y también el del dolor, la pasión y el desborde. Esperaron treinta y cinco años para tener un título y esa fue su forma racinguista de resolver el conflicto en medio de la crisis, de romper con el estigma.

 

El helicóptero hizo bramar las aspas, De la Rúa se escapó y el viernes 21 el Congreso de la Nación eligió como presidente provisional a Ramón Puerta, titular del Senado. Mauricio Macri, en ese momento presidente de Boca, se comunicó con Puerta, con quien había estudiado ingeniería civil en la Universidad Católica Argentina, para que le abriera la puerta a Racing mientras Futbolistas Argentinos Agremiados repetía que no podía jugarse al fútbol en esas condiciones. “Me di cuenta de que Racing tenía que salir campeón sí o sí cuando vi a Grondona entrando en la Casa de Gobierno”, comenta Alberto Barrientos en el libro de Wall. Días después, Barrientos, correría a la mitad de la cancha con su banderín firme, pero hacia abajo, convalidando el gol en offside de Loeschbor, el del título: “Yo no me iba a hacer el héroe con todo lo que estaba pasando en el país. La FIFA nos había dicho no sancionar en caso de duda y yo tenía dudas”. Barrientos repite que fue un error, no un acto de brutal deshonestidad. Pero admite por lo bajo, tal vez con culpa, que la AFA lo designó porque él es de Racing. El árbitro fue Gabriel Brazenas, el as que Julio Grondona se reservaba para las partidas que le importaban, por fuera de la formalidad y el decoro de los sorteos para la elección de los hombres del silbato.

 

Para Macri no era sólo una cuestión futbolística: el empresario Marín, con quien lo unía una relación de negocios y amistad, ejercía la gerencia de Racing a través de Blanquiceleste, una sociedad anónima amanecida después de la quiebra del club, en 1999, y con quien tenía vínculos comerciales. “Como hincha de fútbol, me parecía una injusticia que no pudiera jugar Racing, pero inmediatamente lo agarré por el lado político, que era volver a un país normal. La televisión estaba meta mostrar cosas feas: incendios, saqueos… Me pareció muy bueno que la televisión de todo el país mostrara el partido por el campeonato y que la gente saliera a festejar”, analizó Puerta, parado arriba del recurso de la distracción, de la estrategia de la manipulación mediática. Así, el nuevo Presidente le pasó la pelota al ministro de Interior, Seguridad, Justicia y Derechos Humanos, el diputado Miguel Angel Toma, para que lo llamara a Julio Grondona.

 

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El título de tapa del diario deportivo Olé —conducido por Ricardo Roa, otro amigo del conductor de Blanquiceleste—, del domingo 23, anticipó y decretó: “Ganó Racing”. En la foto se los puede ver a Puerta, Toma, Grondona y Marín. Faltaban cuatro días para el desenlace, para que River goleara 6-1 a Rosario Central y no le alcanzara para ser campeón y para que en el estadio de Vélez y en la cancha de Racing —otra multitud, la que no fue a Liniers, siguió los noventa minutos de frente a una pantalla gigante— se diera la vuelta olímpica celeste y blanca.

 

“Mirando para atrás vemos la locura que era el país. Si uno se pone a pensar y se lo cuenta a alguien de otro país van a decir que es una exageración. Eran dos realidades distintas, la futbolística nuestra y la del país, un tanto extremas. Ese es uno de los méritos del plantel, que aprendió a convivir con las presiones”, describe Gustavo Barros Schelotto, hoy entrenador de Boca junto a su hermano Guillermo, campeón con la camiseta de Racing en 2001. Ese equipo conducido por Merlo (el 2 de enero asumió para salvarlo del descenso y 361 días después lo condujo a lo más alto), fue merecedor del logro y de los aplausos (aún hoy) por su entrega y su amor propio. Cosechó 42 puntos después de doce triunfos, seis empates y una derrota: con 34 goles a favor y 17 en contra.

 

De la Rúa fue sobreseído por las muertes ocurridas durante las jornadas de diciembre de 2001. Sin embargo, el Tribunal Oral Federal N° 6 condenó al entonces secretario de Seguridad del gobierno de la Alianza, Enrique Mathov, a la pena de cuatro años y nueve meses de prisión por los delitos de homicidio y lesiones culposas. Gustavo Campagnuolo, arquero de ese equipo, hoy integrante del cuerpo técnico de la Selección, recuerda: “Me llega una pelota. La agarro y le digo a Brazenas: ‘Mire cómo está la gente, ¿cuánto falta?’ No me olvido de lo que me dijo: ‘Poné la pelota en el piso que termina’. Me recorrió un escalofrío. Hice el saque, pero las piernas no me daban. Le pegué con tan poca fuerza que la pelota no hizo ni veinte metros. En medio de todo ese gentío, yo fui el primero en saber que Racing ya era campeón”. En rigor, algunos ya tenían el dato.

 

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Nº de Edición: 1698