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el mago emanuel

ginóbili y sus huellas

Hace nada más que dos décadas para saber algo de la NBA había que ir a las casas de revistas del centro de la Ciudad de Buenos Aires y ver algunas fotos. O esperar los partidos que pasaba Canal 9 de la mano de Adrián Paenza.

 

«Para los argentinos, la NBA se naturalizó. Y hoy parece una competencia cercana, pero eso no es real. Todo se volvió más natural porque Manu Ginóbili formó parte de una franquicia modelo en la que ganó cuatro anillos. Después de su retiro es posible que aparezcan otros en la competencia como Garino, Campazzo, Brussino o Deck, pero resulta complejo imaginar que se vuelva a tener el protagonismo de estos 15 años, en los que hablar de playoffs o final de NBA se transformó en un lenguaje usual», explica Diego Morini, periodista de La Nación y autor del libro «Manu, El Héroe».

 

¿Es Ginóbili el mejor de la historia del deporte argentino? Puede llegar a serlo. Por cantidad de años en la élite, por logros y por haber surgido de un país donde el básquetbol no era uno de los principales deportes, lo que hace aún más grande la hazaña. Sin embargo, quien piense que la valoración de Manu debe medirse en números, está muy equivocado. Si fuera por eso, en la NBA sería insignificante. Ginóbili llegó a ser lo que es por su talento incalculable, pero sobre todo por su impronta, esa que hoy le permite cosechar el respeto de las máximas figuras de la Liga.

 

«En el universo de la NBA, Ginóbili es una superestrella. Para grandes como Magic Johnson o Charles Barkley debe tener un lugar en el Salón de la Fama. Fue un jugador que cambió una buena parte de cómo los Estados Unidos ve el básquetbol, aunque eso viene de la mano de lo que logró con la selección argentina. Ese juego colectivo y la forma de pasarse el balón es lo que le dio un salto de calidad, por ejemplo, a San Antonio. Es un jugador que, incluso la NBA, como organización, escucha cuando habla y está interesada siempre en conocer cómo piensa. Para comprender todavía mejor qué impacto tiene Manu en la NBA, hay que recordar que cuando se retiraba de la Selección, en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, la cuenta oficial de la Liga publicó un tuit que decía: ‘A sacarse el sombrero ante una verdadera leyenda'», pinta el panorama Morini.

 

Para reafirmar el concepto aparece esta anécdota: «Una vez Julio Lamas estuvo en San Antonio. Fue a desayunar a un bar y cuando llegó la hora de pagar el camarero le informó que ya habían abonado su cuenta. Lamas preguntó quién había sido y le dijeron que fue uno de los empleados. El entrenador fue a conocerlo. Se trataba de una señora encargada de la limpieza, a la que el bar le daba un desayuno gratis por día. Lamas le dijo que de ninguna manera podía aceptar semejante cosa, a lo que ella le contestó: ‘Para mí es un honor hacerlo. Sé que usted conoce a Manu y que fue su entrenador. Él nos hace muy felices a todos aquí y yo quiero agradecerle de esta manera por eso'».

 

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Taylin tiene siete años y es una pequeña fanática de Emanuel Ginóbili. En uno de esos famosos videos virales que circulan en las redes sociales se la ve llorando, desconsolada, ante el posible último partido de la carrera de Manu. En otra escena que se da durante un acto estadounidense de graduación en la Universidad Estatal de California, en Long Beach, un estudiante sube al escenario para recibir su diploma, abre su toga y luce su camiseta número 20 de los Spurs al grito de «¡Ginóbiliiii!».

 

Tiempo después se supo que se trataba de Bautista Espinoza, un chico argentino de Bella Vista que se fue a vivir con su familia a Estados Unidos en 2000. «Soy fanático de todos los deportes y más de los atletas de Argentina. Veo jugar a Manu desde 2002. Un año después ganó su primer título con San Antonio. Me miré todos los partidos de estos playoffs en la biblioteca, mientras estudiaba. Lo de la camiseta lo pensé ahí, en el momento de su último partido. Creí que iba a ser gracioso e iba a respetar a un gran atleta como él en un escenario gigante frente a miles personas. Pero nunca pensé que iba a explotar de esta manera», dijo sobre aquel episodio.

 

Faltan dos minutos y 25 segundos para el cierre del cuarto choque de la final de la Conferencia Oeste entre San Antonio y Golden State Warriors. Ginóbili se retira de la cancha en medio de una ovación de su público, que por momentos lo alaba con el clásico «¡Manu, Manu!» y hasta le pide «¡One more year!» (¡Un año más!), entre los aplausos de superestrellas de la NBA como Stephen Curry y Kevin Durant. El argentino se sienta en el banco, cruza unas palabras con Patty Mills como no entendiendo el por qué de tanto alboroto, y se niega ante el ofrecimiento de Gregg Popovich de volver a ingresar.

 

Todo el mundo ha visto esta secuencia hasta el hartazgo, la mayoría tratando de contener las emociones y rezando, a la distancia, que no cuelgue las zapatillas, al menos no por ahora. Es bueno repasar este momento para entender que nadie está preparado para dejar ir eso que lo hace feliz. Parece increíble, pero hay ciertas cosas que se empiezan a valorar de verdad cuando se pierden, cuando ya no están.

 

«Es como que no envejece. Quiero saber dónde está esa fuente de la juventud para ver si puedo conseguirla yo también para el resto de mi carrera. Él es grande para el básquetbol y también para la NBA», elogió Curry. «Está jugando como si tuviera 20 años», se sumó KD. Estas frases, más la heroica “tapa” sobre James Harden y las actuaciones que tuvo frente a Houston y Golden State, volvieron a colocar en primera plana lo que significa Ginóbili para la NBA. Fue un sacudón que sirvió para hacer despabilar el gen argentino, ese que en el deporte naturaliza lo imposible, y caer en la cuenta, una vez más, que la historia de Manu es una excepción divina, es prácticamente un milagro, y que el tiempo de valorar esta historia como corresponde, con el protagonista en actividad, se acaba.

 

Las sensaciones son ambiguas porque todo esto también sirvió para ver que está más vigente que nunca, aún a punto de cumplir los 40 el 28 de julio. Son un puñado de elegidos los deportistas que tienen la plasticidad para reinventarse en pos de seguir siendo útiles para el equipo y la competencia. Manu es eso, con el agregado que hace mejores a sus compañeros. Siempre el nosotros por encima del yo. Es lógico, entonces, que Gregg Popovich quiera exprimirlo hasta que no quede nada de él, como ha manifestado en alguna conferencia de prensa.

 

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No se sabe que será del futuro de Emanuel Ginóbili. Mientras disfruta de sus vacaciones con Marianela, su mujer, y Dante, Luca y Nicola, sus tres hijos, San Antonio y Argentina esperan. Sea lo que sea, es una buena oportunidad para agradecerle al «Huevo» Oscar Sánchez, reconocido entrenador nacional, cuando en 1995 fue decidido a llevarse a Manu a La Rioja para hacerlo debutar en la Liga Nacional con Andino. «No le vas a cagar la vida», llegó a decirle mamá Raquel, quien quería que su hijo fuera contador, aunque después terminó cediendo. Veintidós años después, Ginóbili se convirtió en leyenda.

 

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Nº de Edición: 1750