/Barro

no hay tal desierto

el femicidio de liliana garabedian

Ilustración: Sipe

“El 12 de diciembre de 2010 mi amiga Liliana apareció muerta. Tenía 37 años. Sus hijos, Lautaro de 14 y Milagros de 9 años, viven con quienes nosotras creemos que la mató. Ya van a cumplirse siete años de este crimen, uno más en la larga lista de muertes por femicidio en la Argentina”, dice Vanina Calvete, amiga de toda la vida de Liliana Garabedian, una mujer víctima de una cadena de impunidades que no se corta al día de hoy, cuando su madre, Lola, vive prácticamente en la indigencia y está privada de ver a sus nietos, dos niños que se criaron con el asesino de su madre.

 

Liliana fue hallada muerta en la zona de El Pantanillo, en Catamarca, a decenas de kilómetros de donde vivía con su ex marido, Roberto Barros; Lautaro y Milagros. Desde siempre, Barros sostiene su versión de los hechos: que ella murió sola en el monte, abandonada a la sed y el hambre. Sin embargo, el cuerpo de la mujer dice que fue ahogada hasta la asfixia. Y no hay muchos más indicios en la causa de que haya sido Barros o alguien mandado por él quien haya tenido intención de matarla, pero tampoco se ahondó en hacer más averiguaciones. Veamos:

 

El 13 de noviembre de 2010, Liliana le informa a Roberto Barros —su marido en ese momento— que se quiere separar. Él la agrede. Ella llama a la policía y radica una denuncia por lesiones en la Unidad Judicial N° 5. Un día después, Barros la denuncia por impedimento de contacto en la misma unidad y a las dos semanas y con la complicidad de su familia, que trabaja en las fuerzas de seguridad, vacía la casa donde vivían ella y sus hijos. El 30 de noviembre, Liliana recibe la cédula de notificación para establecer el régimen de visitas de los chicos con su padre y sale a caminar como hacía asíduamente para despejarse. Como no regresaba, su madre se preocupó y llamó a la Policía, que salió a buscarla. La encontró caminando. La quiso subir al móvil. En principio ella se negó, pero luego accedió. Fueron a la Comisaría Seccional 5ta.

 

Allí, Liliana se encontró con su mamá, quien informó a la fuerza de seguridad la situación de violencia que vivía su hija. De la comisaría se comunicaron con el juzgado de Familia, cuyos funcionarios sugirieron que la mujer sea trasladada a un hospital para que sea entrevistada por un médico de guardia. Así fue que Liliana fue llevada hasta el Hospital San Juan Bautista. La entrevistó la licenciada Teresita del Valle Leiva, quien elaboró dos diagnósticos presuntivos: “Efectos de intoxicación o desencadenamiento de psicosis”. La derivó al Cuerpo Interdisciplinario Forense (CIF) por medio de la Asesoría de Menores e Incapaces a cargo de María Belén Marcolli para la realización de una pericia psiquiátrica. Mientras Liliana estaba siendo entrevistada, llegó al hospital su marido. Con él y con su mamá, la mujer se retiró del lugar. Barros la volvió a llevar a la media hora y pidió que la internen. Un par de días después, una pericia psiquiátrica estableció finalmente que Liliana no era una persona peligrosa ni para ella ni para terceros.

 

El 5 de diciembre siguiente, la mujer se presentó en la casa de su cuñada Patricia Barros para buscar a sus hijos. Se pelearon. Vino la Policía y se llevó a Liliana detenida a la Comisaría 10º bajo el argumento de “averiguación de antecedentes y medios de vida”. Permaneció encerrada durante 16 horas. Luego le diagnosticaron trastorno de personalidad.

 

Dos días después, un cuidador de un campo ubicado en la Localidad de Nueva Colonia Coneta, en la zona de El Pantanillo, Catamarca, la vio a Liliana. Dijo que tenía una cicatriz en el brazo izquierdo, la espalda rayada y en la quijada un color rojo como si fuera un golpe. Ella le pidió un vaso de agua, dialogó un poco, se mojó la cabeza y se fue. Al día siguiente, Barros denunció su desaparición. La Policía comenzó un rastrillaje a partir del testimonio del cuidador. El 12 de diciembre encontraron el cuerpo de Liliana en El Pantanillo.

 

IMPUNIDAD Y DESPUÉS
La causa judicial quedó trabada, pero las amigas de Liliana no dejaron de moverse. La autopsia dice que murió de inanición, es decir, por no comer, pero todo el entorno Garabedian sabe que esto es imposible y presume que ella fue secuestrada y luego asesinada.

 

Los años pasaron y también la desesperación. En julio de 2015 se presentó en la causa un informe del Equipo de Antropología Forense (EAAF) que cuestionó la autopsia oficial, una que en un primer momento fue apenas un papel arrugado donde se consignaba una muerte natural sin fundamentos. El EAAF pidió una nueva necropsia —autopsia— y encontró en ella, desde el minuto cero, detalles que se identificaron directamente en las fotos de los peritos oficiales a pesar de que algunas estaban borrosas y otras no habían sido incorporadas a la causa. En octubre de ese año, y después de muchísimo esfuerzo por parte de las amigas y la madre de Liliana, inhumaron el cuerpo de la mujer, medida de la que participaron el equipo del EAAF y un perito de parte propuesto por Barros.

 

“El detalle de hijoputez es que Roberto Barros se presenta acompañado de una noviecita y su perito de parte en la exhumación donde estaba la mamá de Lili sola”, cuenta hoy Vanina, y sigue: “Él se entera porque es parte querellante en el expediente en representación de los hijos de Liliana. Pero en todos estos años jamás colaboró en la investigación”.

 

Algunos detalles que pintan a Barro: en una mediación por el régimen de visitas, le propuso a Lola permitirle ver a sus nietos si ella dejaba de investigar. “Ellos, que enfrentan la vida con su padre violento todos los días, sin poder tener contacto con su familia materna, lejos de todos los que podríamos contenerlos y cuidarlos, sin recibir asistencia psiquiátrica de ningún tipo”, describe Calvete a los hijos de su amiga antes de seguir narrando el itinerario del cuerpo.

 

En noviembre de 2015, el EAAF presentó su informe. Allí, determinó que la posible causa de muerte de Liliana fue estrangulación mecánica, que podría haber sido realizada con un lazo. Apoyaron esta hipótesis en ciertos signos que presentaba el cadáver, como los dientes rosados y una coloración que no era la esperable en las meninges para una muerte como se la consignó oficialmente. Tomando este informe como sustento, la querella en representación de Liliana, a cargo de Ivan Sarquis, pidió al fiscal Roberto Mazzuco que recaratulara la investigación judicial a “homicidio” (la carátula desde el inicio fue muerte dudosa), que apartara a Roberto Barros de la querella y lo imputara.

 

Pero el fiscal reservó el planteo y, en cambio, ordenó una pericia psicológica que se realizó con una metodología de origen dudoso, sin protocolo definido y con un equipo de profesionales de Catamarca que nunca antes había hecho este tipo de pericias. El abogado querellante había pedido, además, que el mismo equipo entregue un informe detallando un punto en particular que se pide muchas veces para determinar si la mujer en cuestión estaba en una situación de inseguridad o no. Por supuesto, no lo hicieron: presentaron un informe donde determinaron que Liliana tenía un perfil suicida.

 

El EAAF fue cuestionado en innumerables oportunidades a lo largo de su participación en el proceso. El entorno de Garabedian lo invitó a Mazzuco en varias oportunidades a que asista a las reuniones con el equipo, pero él jamás respondió. Teniendo la chance de conocer a un grupo de profesionales prestigiosos y reconocidos en todo el mundo por su labor como antropólogos en el reconocimiento de restos de desaparecidxs de la última dictadura, jamás quiso participar.

 

Aquel informe fue la última medida que activó el fiscal antes de tomarse licencia psiquiátrica. Ya había tenido varios problemas laborales: denuncias por corrupción, incumplimiento de deberes de funcionario público, un jury de enjuiciamiento.

 

Sarquis, por su parte, solicitó la nulidad de la pericia, pero a los pocos días sufrió un ACV que lo dejó fuera de tribunales por cinco meses. Antes de la feria, no obstante, llegó a solicitar que se cite a quienes entregaron esa pericia. “Es un caso complejo, lleno de irregularidades y basta ver el perfil de los funcionarios públicos intervinientes para comprender el por qué y el cómo. No han investigado, porque no quieren y no saben hacerlo”, dice Vanina con las fotos de su amiga en la mano.

 

EL REINO DE LA INJUSTICIA
“En Catamarca, si tenés dos contactos, le pegás un tiro a alguien y no pasa nada”, dice Vanina, amparada en una historia que hiela la sangre, la de su amiga, y la de tantas que le fueron llegando en estos años de violencia institucional y mucho contacto con otras mujeres de la provincia que pasean los tribunales y las comisarías sin respuestas y mucho, demasiado maltrato.

 

—¿En qué contexto familiar matan a Liliana?
—Ella va a buscar los chicos a la casa de la cuñada y no se los quieren dar, ahí ella se mete en la casa y le pegan. La llevan a la comisaría. El padre no tenía la patria potestad y estaban casados, ¿por qué se la llevan a la comisaría? Porque la hermana de Barros es policía. Al otro día la llevan a ese hospital siniestro, el San Juan Bautista, pero al día de hoy no hay ingreso registrado; sí hay esa psicóloga que dice haberla atendido y declaró que Liliana “estaba exacerbada”. La dejan ir sola de allí, y a partir de entonces desaparece cinco, seis días para aparecer en el medio del monte, con una remera y sin ropa interior. El primer fiscal, cuando le dijimos esto, nos respondió “por ahí a la bombacha se la llevaron los animalitos”. Ese es el grado de violencia que manejamos desde que Liliana desapareció.

 

Al día de hoy, la causa está frenada. Lo último que se pudo conseguir fue la autopsia del EAAF, pero desde allí todo quedó suspendido. La madre y amigas de Liliana hablaron con muchos peritos, muchos les pidieron dinero para hacerlo, organizaron algunas rifas para juntar dinero y se contactaron con periodistas para pedirles ayuda, asesoramiento, como es el caso de quien firma esta nota. “La justicia es terrible porque no te ayuda en nada y cuando más tiempo pasa peor es”, asegura Vanina.

 

Hay dos pedidos de archivo del expediente Garabedian y resulta evidente que los contactos de Barros son parte de la explicación, más el ninguneo de una provincia acostumbrada al “chineo”, esa práctica nefasta que manda que las mujeres pobres y sin ninguna herramienta de contención o ayuda para llegar a la justicia son material de uso y luego descartadas por hombres blancos que las explotan laboral y sexualmente en muchas regiones del país, sobre todo en el norte.

 

“DEJAME VIVA”
“Las atrocidades que pasan en Catamarca no se pueden creer. El mismo médico que hizo mal la autopsia de mi amiga vive haciendo este procedimiento en complicidad con la policía. Tienen una camarilla de complicidad y van cubriéndose. A la hermana de Barros la intentaron echar de la policía ya que quedó filmada en una serie de hechos confusos. Como ella adujo violencia de género, logró quedarse en la fuerza. El marido de la hermana también es policía, de manera que la alianza de secretos y poder es amplia y muy difícil de quebrar”, resume Vanina, que intenta mirar para atrás y trasladarse a los tiempos en los que su amiga estaba viva, a los tiempos de colegio que compartían en Pompeya, Capital Federal —ambas y el resto de las amigas del grupo son porteñas—, y se pregunta cómo y por qué no pudo ayudarla. “A nosotras no nos contaba todo. Él le pegaba, le pegó estando embarazada, perdió un embarazo. Ella lo conoció en (una sucursal del supermercado) Jumbo, trabajaron los dos ahí mientras ella estudiaba profesorado de Gimnasia. Después empezó el de Inglés, pero él la convenció de irse a vivir a Catamarca con la promesa de que iba a terminar la facultad allá. Era evidente que él quería aislarla porque acá vivían a seis cuadras de la casa de Lola. Ella armó un diario en un cuaderno que yo le regalé, y ahí escribió “dejame viva, yo sigo”.

 

Después de que Liliana desapareció, Barros limpió toda la casa con su hermana policía, intentó cremar el cuerpo e insistió con esa hipótesis de que Liliana se dejó morir, sola en el monte. Barros se llevó a vivir a sus hijos a otra casa, formó pareja con otra mujer y dijo que los nenes no quieren ver a su abuela. De hecho, lo dijeron ante la Justicia. “Eso es raro porque tenían muy buena relación, de hecho cuando Liliana desaparece Lola estaba en Catamarca. Muchas veces ella fue a verlos y los iba a buscar al colegio pero después él se enteró y cuando ella iba no los mandaba. Lola hoy cocina para las fábricas de su barrio. Sacó un crédito para pagarle al abogado y cuida a su otro hijo, el hermano de Liliana, que tiene una salud mental muy frágil”, describe Vanina. Pide que el caso no se olvide, no se archive, no pase a formar parte de la lista de historias impunes. Pero siente que en este contexto, donde aparece una muerta todos los días, Liliana queda perdida en los archivos policiales. Agradece la complicidad periodística, la sororidad de las periodistas mujeres, pero llora a su amiga con las fotos de la juventud en la mano.

 

barro@lanan.com.ar

N° de Edición: 1784