La Patagonia tiene un potencial de energía eólica para abastecer 20 veces al continente. El dato lo comenta Pablo Lada, integrante del Movimiento Antinuclear de Chubut (MACH), pero surge del Global Wind Energy Council (GWEC), organismo que representa a “la industria”, a las grandes empresas detrás del negocio renovable. El dato no es nuevo. Tampoco lo es que “los residuos peligrosos que genera la industria nuclear perduran por milenios”, resalta Lada, quien también insiste en que la Argentina “tienen una pontencialidad casi única” en materia de energías renovables, o sea, además de eólica: solar, mareomotriz, undimotriz. Y un recurso clave para el futuro de esas energías: el litio.
Sin embargo, el 80 por ciento de la matriz energética argentina depende del combustible fósil y la política energética duplica la apuesta con el fracking, con Vaca Muerta como estrella: impacto ambiental y flexibilización laboral mediante. Mientras tanto, el Gobierno nacional y del Río Negro, tras un acuerdo con China, acordaron otro paso alejado de las renovables: una planta nuclear China en la provincia patagónica. La movilización popular de la Asamblea Antinuclear en Viedma y Playas Grandes frenó el acuerdo y el gobernador provincial Alberto Weretilneck promulgó una ley para prohibir la energía nuclear, aunque dejó abierta la posibilidad de instalar una central de origen nacional. Por ese resquicio, el lobby nuclear, Weretilneck y el senador Miguel Ángel Pichetto intentaron fogonera la instalación de una planta el tipo Carem en Sierras Grandes, impulsaron una consulta popular, que fracasó por la escasa participación en las urnas y la alta participación asamblearia en el la localidad rionegrina. Todo esto ocurre en el “Año de las Energías Renovables”, asi está reconocido oficialmente en todos los documentos del Gobierno nacional.
Desde 2015, la ley 26.190 “fomenta” las energías renovables. Esa normativa fijó un objetivo: llegar al 8 por ciento de aporte de las renovables al Sistema Eléctrico Interconectado Nacional en 2017, y un 20 por ciento en 2022. Esa cifra está lejos de cumplirse en la actualidad. “En Trelew, donde yo vivo, está funcionando en este momento el más grande del país, de la empresa Gennia, y aporta 100 megavatios al Sistemar Interconectado Nacional”, detalla Lada. Este año, el plan Renovar del Ministerio de Energía abrió licitaciones de energías renovables y fueron otorgados 59 proyectos entre parques solare y eólicos, que generarán 2400 megavatios, pero: ¿para quién?
“Están apareciendo proyectos de parques de energías renovable, pero, lamentablemente, muchos proyectos son de empresas para autoconsumo y no para la gente; y con eso se pretende cumplir con los objetivos establecidos en la legislación”, apuntó el integrante del MACH. Aluar la multinacional metalúrgica, del grupo Techint, construirá un parque de 400 millones de dólares, para autoconsumo. YPF y Panamerican Energy son otras de las empresas que levantarán los propios. “Construyen plantas de renovables para producir petróleo, una gran contradicción. Suman un poquito de verde, pero seguimos en la misma”, lamenta Lada.
La información es mucha, el panorama complejo y una pregunta desde las organizaciones invierta todos los números y las lógicas: la energía como un derecho humano. “Estamos en un momento visagra, las energías renovables crecen y pueden resolver el problema del cambio climático, pero dentro de este mundo, el capitalismo seguirá siendo un depredador voraz del planeta, y no vamos a poder evitar los colapsos de los ecosistemas, porque es un modelo insostenible. La discusión es mucho más profunda que solo pasar a las energía renovables: ¿qué energía necesitan los pueblos para vivir dignamente?”
—Pasaron 30 años de la creación del MACH, de esa histórica marcha para parar el basurero nuclear, llevamos 11 años de reactivación del programa nuclear en la Argentina y estamos a 6 años del desastre nuclear de Fukushima, Japón, que aún no ha sido resuelto, y que provocó un plan de desmantelamiento nuclear en Europa. En ese contexto, los gobiernos de Mauricio Macri y Alberto Weretilneck intentaron avanzar en la instalación de una central nuclear de capitales chinos en Río Negro, ¿qué lectura haces de estos años de lucha?
—Claramente, lo que se está viendo en todo el mundo es que la nuclear es un tipo de energía que está en retirada. Lamentablemente, nuestro país tiene compromisos, en los que no están muy claras las razones más que negociados con una potencia como China, que es el único país que hoy está sosteniendo la energía nuclear. Cada año que pasa estamos viendo una retirada de los países respecto de la producción de energía a través de la nuclear, por múltiples razones, pero para ser pragmáticos, porque las renovables le ganaron la pulseada. El reporte del World Nuclear Industry Status Report de este año, señala al 2017 como el más lapidario para el sector, que viene en declive desde 2004 (NdR: en 2006, el kirchnerismo retomó el plan nuclear argentino). Sobre todo con la irrupción de las renovables que hace económicamente inviable a la nuclear y solo puede serlo si tiene un Estado detrás, como China.
—¿Cuáles son las principales conclusiones del World Nuclear Industry Status Report?
—Las principales empresas nucleares están comercialmente quebradas y la gran parte de las centrales nucleares activas ya son viejas, con un promedio de edad de 29 años, mientras que las que se siguen construyendo son pocas: diez reactores nuevos en 2016, y la mitad de ellos en China. Los otros cinco fueron financiados por China en otros países, porque cuentan con fondos para arriesgar dinero e imponerse en un mercado que está en caída. En Estados Unidos se finalizó una planta que se demoró 40 años en construir. El interés de China, sin dudas, también es geopolítico. El lugar que tiene como fábrica del mundo y la demanda en energía que eso implica, lo lleva a buscar recursos por todo el planeta y ha salido agresivamente a invertir en Latinoamérica, África y países de medio oriente como Pakistán. Así, cuando la energía nuclear va quedando de lado, la Argentina aparece entre los países que quizá, de otra manera, no hubiesen accedido a financiamiento chino. En tanto, nos endeudemos y entremos en el pago de préstamos que no sabemos cuánto limitan nuestra soberanía.
—En ese contexto, ¿cuáles la situación de la Argentina, con Atucha I y II funcionando; la planta de Embalse Río Tercero con una parada técnica; y los proyectos de Atucha III y la frenada central en Río Negro?
—En el país tenemos un lobby muy importante del sector nuclear y China apareció como aportante de los fondos para avanzar. Autcha II, recordemos, estuvo alrededor de 30 años parada la obra hasta que finalmente se construyó, lo que la transformó en una de las centrales más caras del mundo. Ahora, aparece la posibilidad de que se construya dos centrales nucleares más: la de Río Negro, que la población la pudo frenar, por ahora, con las movilizaciones sociales; y una central nuclear más que sería Atucha III, que está proyectada para construirse en ese complejo, ubicado en la localidad de Zárate (Buenos Aires). El Gobierno anterior pensaban poner las cuatro centrales allí, y luego el gobierno de Macri propuso traerla a Río Negro, con el prototipo chino. Por último, Embalse (Córdoba) está parada porque le están haciando la apliación de vida útil, ya que es más caro cerrarlas que mantenerlas en pie.
—¿Cómo es eso?
—Muchas centrales nucleares están encendidas por esa razón, por el costo de desmantelamiento, otra de las partes que no nos cuentan de esta historia. En Alemania, que ingresó en un plan de salida de la energía nuclear, se habla de un piso de 1.000 millones de dólares para desmantelar una central nuclear, ¿quién paga eso? Pero la mirada que proponemos desde el MACH no es economicista, la mirada es ambiental y sobretodo es ética.
—¿Por qué?
—Los desechos que genera la energía nuclea son los peores que pueda generar cualquier industria humana, porque se lo vas a dejar a decenas y decenas de próximas generaciones. Los residuos peligrosos de la industria nuclear perduran por milenios. Por ejemplo, el plutóneo, entre otra decena de elementos que genera, pervive 24 mil años. La historia del ser humano empieza 10 mil años atrás y estabamos dejando un pasivo a 24 mil. ¿Quién se hará cargo? Cuando se parte el núcleo del átomo para liberar energía se generan hasta 200 elementos que no estaban en la naturaleza. La radiactividad que de fondo que había en el planeta era tal que permitía la vida, nosotros, estamos liberando cantidades por fuera de los posibles: recordemos Chernobil (NdR: el desastre nuclear ocurrido en 1986 en la ex Unión Soviética). Hay cientos de miles de toneladas de elementos radiactivos dando vueltas por el mundo y nadie sabe qué hacer. La era nuclear empezó hace 70 años y todavía no hay un repositorio nuclear, porque no hay solución definitiva.
—¿Qué se hace con esos elementos en la Argentina?
—En muchas casos se acumulan a los costados de las plantas. En Embalse, por ejemplo, hay cilíndros de hormigón, que se denominan “silos secos”. Allí, al costado de la central, acumulan miles de toneladas de elementos radioactivos muy peligrosos y se trata de una guarda provisoria. Si cayera un avión sobre esos silos liberaría ese material y no quedaría nadie en Córdoba. El reactor cuenta con la protección de carcazas de acero y hormigón para protegerlo contra impactos potenciales, pero los silos no. En Atucha, los elementos están en piletas de enfriamiento, que tampoco tiene la protección del reactor, donde el desecho radioactivo debe enfriarse hasta diez años para poder llevarlos a otro lado a otras guardas provisorias. El impacto ambiental de la energía nuclear empieza mucho antes, con la minería extractiva.
—En Chubut las asamblea ciudanas frenaron el basurero y este año en Río Negro también fueron las asambleas de vecinos las que lograron frenar la instalación del reactor chino, mientras que en Buenos Aires y la Ciudad de Buenos Aires, a 100 kilómetros de Zárate, el debate no aparece en la agenda…
—A nosotros nos aterra que quieran poner 4 centrales nucleares a 100 kilómetros del mayor centro pobaldo del país, cuando el radio a considerar en caso de un accidente es de 500 kilómetros. Si tomamos los ejemplos, de Fukushima o Chérnobil, donde casi un millón de hectáreas a la redonda fueron evacuadas. A es éxodo se le suman la pérdida en terrenos con capacidad productiva. Fue interesante, en el debate en Río Negro por la posible instalación de la planta nuclear China, cuando vino el subsecretario de Energía Nuclear de la Nación, que tildó a los integrantes de la Asamblea como gente que exageraba, y dijo que si hay un accidente nuclear la gente no se va a morir por la contaminación sino que nos vamos a morir es de hambre, porque no le vamos a poder vender nada a nadie. Eso es absolutamente cierto.
—¿Qué ocurre con los sistemas de seguridad y cuidados de impacto ambiental en otras partes del mundo?
—En Estados Unidos, en Hanford, tuvieron este año el derrumbe de un túnel con plutóneo, que permanecía desde los años 50 en guarda provisoria. Y este es uno de los casos de los de alta actividad. También existen residuos de baja y media actividad; que no quiere decir que no sean peligrosos para la salud, a pesar de que la industria los ha arrojado a las fosas marinas. Por ejemplo, las plantas de reprocesamiento en Francia e Iglaterra tienen desagües directos al mar, que arrojan elementos de baja y media.
—Con el paso de los años, por sentido común, se tiende a pensar que las medidas de seguridad nucleares mejoraron, pero con Fukushima tan cerca, eso se pone en duda, ¿no?
—En realidad no evolucionó nada. Cuando ocurrió Chernobil, que era la época de la Unión Soviética, le echaron la culpa al comunismo, diciendo que estaban atrasados, con viejas tecnologías y que era imposible en Occidente. Llegó Fukishima en Japón, la cuna del desarrollo tecnológico, de la perfección y tecnicismo, y allí ocurrió un accidente que no estaba en los manuales de accidente nucleares: cuando se produce energía fisionamos el átomo, lo partimos; el peor accidente nuclear posible era la fusión del núcleo, eso ocurrió en Chernobil, cuando se fundió un reactor. En Fukishima ocurrió con tres al mismo tiempo. Japón aún están con un problema sin solución —los gastos reconocidos por el Gobierno japonés son 200 mil millones de dólares y estiman que puede ascender a 600 mil millones— y está contaminando con cientos de toneladas de agua reactiva al Oceáno Pacífico, hay investigadores que han encontrado en las costas de Estados Unidos y Canadá efectos en los peces. Ese material radiactivo no se va, con el peligro de la generación de efermedades, romper códigos de ADN, generar mutaciones.
—En el caso de Río Negro, en el debate que pudieron mantener con las autoridades del Gobierno nacional y provincial, ¿pudieron dar algún argumento más allá de la llegada de inversiones chinas?
—El otro argumento que se utiliza siempre en estos casos es el de la generación de trabajo. Esa siempre termina siendo una extorsión para los pueblos, cuando fueron los mismos políticos los responsables de dejarlos sin trabajo. Lo hemos visto también en el caso de la megaminería. Cuando se logró que el gobernador firme la ley que prohíbe la instalación de la central nuclear; un foco de resitencia estuvo en la localidad de Sierra Grande, donde ya han sufrido el apogeo y la caída del modelo minero. Allí, el intendente se puso al frente para derogar la legislación. Es un tema delicado, que hay que decirlo claramente, estos modelos son pan para hoy y hambre para mañana. En el caso nuclear, si uno mira en Lima, partido de Zárate, provincia de Buenos Aires, hemos visto informes donde no hubo grandes avances para la población.
—El municipio de Zárate declaró la emergencia laboral este año…
—A partir de toda la gente que echaron de las obras de las construcciones que se frenaron. Cuando se construye, cuando se instala el emprendimiento, sí hay un gran movimiento de requerimiento de mano de obra, pero después que pasa el momento de la obra civil, la gente que queda en las centrales es muy especializada. En el caso de Río Negro, hasta hubo oposición de sectores nucleares, algo inédito, porque el proyecto con China era llave en mano: dejaba afuera a los técnicos argentinos. Por eso hubo oposición suficiente para frenar el proyecto, pero en la ley se exceptuó al CAREM, un reactor de desarrollo nacional de baja potencia.
—¿Todo este riesgo de seguir invirtiendo en energía nuclear para cuánto aporte a la matriz energética del país?
—Con el parate en Embalse, el aporte de la energía nuclear al sistema interconectado debe ser del 3 por ciento del total. Todos los riesgos nucleares para generar algo que no es más que una olla que calienta agua para generar vapor y mover una turbina. El mismo concepto que el aspa de un molino eólico.
¿POR LA VEREDA DEL SOL?
—El otro camino es el de los renovables, tenemos potencial y una legislación desde 2015, que proponía llegar a un 8 por ciento de la matriz energética con renovables en 2018 y un 20 por ciento en 2025, ¿en qué situación estamos en el aporte de los renovables a la matriz energética del país?
—Están saliendo muchas licitaciones a partir del programa Renovar por varios de miles de megavatios, la última licitación fue de 59 proyectos entre solar y eólico. De la primera licitación, hay varias empresas que están construyendo para consumo propio, muchas de ellas petroleras. Hasta ahora, Chubut, es la provincia con más energía renovable eólica, y salieron varias licitaciones en la provincia, que igualaban la capacidad de energía generada por la central nuclear que se intentaba instalar en Río Negro, que era de 1100 megavatios.
—¿Cómo es eso de construcción de parques para uso de las propias empresas?
—Están apareciendo proyectos de dimensión como el que se autorizó para Aluar (NdR: firma productora de aluminio de Techint) una empresa que es electrointensiva, que tiene una represa que funciona para abastecerla: Futaleufú. De la represa obtiene 470 megavatios, pero ahora construirán un parque de 170 molinos, en tres etapas, que van a generar 510 megavatios. Están apareciendo, lamentablemente, muchas proyectos de empresas para autoconsumo y no para la gente; y con eso se pretende cumplir con los objetivos establecidos en la legislación de renovables. En la actualidad se está lejos, las renovables aportan un 2 por ciento al Sistema Interconectado Nacional.
—¿Qué otros ejemplos hay de empresas que buscarán autoabastecerse?
—Una gran contradicción es la de YPF y Panamerican Energy, que tienen plantas de renovables para producir petróleo. Suman un poquito de verde, pero seguimos en la misma. En los países donde se está yendo a una transición se hace a la inversa: se utiliza la fósil cuando no tenés suficiente viento o sol para abastecer la demanda con renovables.
—La Argentina dependen hoy en un 80 por ciento del combustible en su matriz energética…
—Totalmente, y es lamentable porque tenemos una potencialidad para renovables casi única, que otros países desearían. Pero nos apartamos de esa matriz, con proyectos como el de Vaca Muerta, para extracción a través del fracking, por los grandes negocios que hay detrás. En la Argentina tenemos la posibilidad de una matriz diversa de fuentes renovables: la mareomotriz, la hundimotriz, la geotérmica y la solar. En la región de Cuyo, por ejemplo, existe tres veces más de irradación que en Alemania, donde se apuesta a esa energía. En materia de energía eólica, la Patagonia tiene un potencial enorme. Según el Global Wind Energy Council (GWEC), que representa a la industria, se advertía que si sembraramos de parques eólicos en la Patagonia daríamos energía a todo el cotinente. Hay otros estudios que indican que si en el mundo se realizaran parques eólicos en el alta mar se podría abastecer la energía de toda la humanidad.
—¿En cuánto tiempo puede ponerse en marcha un parque eólico?
—Un parque eólico chico de 10 megavatios se puede constuir en 2 meses. Un parque eólico de 50 megavatios en 6 meses. En Trelew, donde yo vivo, está funcionando el parque eólico más grande del país, de la empresa Gennia, y aporta 100 megavatios al Sistemar Interconectado Nacional, que significa energía para 100 mil hogares. Se construyó en dos años y se está ampliando; mientras que una central nuclear se construye en 8 años, con un costo 4 veces mayor y todos los impactos posteriores que implica.
—Volvamos a lo que marcaste sobre que la mayoría de los proyectos licitados por el Gobierno son para construcción de parques eólicos o solares para el uso de la energía de las propias empresas, ¿qué habría que advertir ante esa situación?
—Desde el MACH planteamos una mirada distinta: ¿para quién es la energía? ¿para qué es utilizada? Y creemos que la energía tienen que estar descentralizada. Parte de ese pensamiento está reflejada en la Ley de Energía Distribuida (NdR: con media sación en Diputados), que busca fomentar que la población pueda volcarse a las renovables, que se incentive su uso y que no se fomente la concentración. Lamentablemente, el modelo que estamos poniendo en la Argentina es el modelo de estilo uruguayo, que va a tender en una concentración en grandes sectores empresarios y que no sirvió para que al pueblo uruguayo le salga más barata la electricidad, al contrario, se encareció porque está concentrado en pocas manos.
—¿Cuáles serían las diferencias entre el modelo que avanza desde el Gobierno y el que plantean de la sociedad civil?
—Primero, pensar la energía como un derecho humano. Si te plantás desde ese lugar, ya tenés una discusión muy grande para dar. Por otro lado, los parques eólicos levantados sin planificación también generan impacto. Por ejemplo, en México los han puesto en zonas de cultivos, donde viven pueblo indígenas y generaron impactos negativos, pero además: ¿para qué están hechos? Para llevar energía a los Estados Unidos. Hay dos dicusiones que pedimos tratar: una es la necesidad urgente que tiene el planeta de dejar quemar combustible fósil, porque el mundo no tolera más emisiones de carbono, y, por supuesto, nuclear. La otra es la discusión de los pueblos. La discusión democrática de la energía, del mundo en el que queremos vivir. ¿Cuáles son las necesidades energéticas de la humanidad? El consumo ha crecido de energía ha crecido en los últimos 40 años a un nivel insostenible de la mano de un consumismo descomunal, el mismo que está arrasando al planeta porque los bienes naturales no alcanzan. Entonces, podemos decir qué bueno la energía renovable, pero depués tienen que venir la pregunta: ¿qué energía necesitan los pueblos para vivir dignamente?
—¿Qué expectativas tienen a partir del proyecto de Generación Distribuida?
—Es un reclamo que veníamos haciendo, pensando en la necesidad de que se fomente a nivel sociedad, que se puedan bajar los costos y podamos instalar en cada hogar paneles. Que se puedan armar pequeños parques para el abastecimiento local: algo que estaba vedado. Fijate que cosa ilógica que tengo a 20 cuadras un parque eólico que inyecta energía al sistema interconectado, y quizá se está utilizando en Buenos Aires, cuánta energía se perdió en el camino. Esta legislación si realemente va por el camino correcto, va por el lado de la eficiencia y la creación del prosumidor: productor y consumidor al mismo tiempo.
—Marcabas el peligro de caer en el modelo de Uruguay, que logró abastecer el 95 por ciento de su matriz con renovables, pero mantiene la “pobreza energética”, el alto costo del acceso de los uruguayos a la energía…
—Los compañeros uruguayos del sector energéctico lo describen como un modelo de concentración. Fueron los grandes hacendados del Uruguay los que se volcaron al negocio y concentraron la producción. Y esos son los mismos grupos los que asesoran en la Argentina. Hay discusiones diferentes que deben dar las organizaciones y las poblaciones: no es la salvación la energía renovable, si las cosas no se hacen para la gente, si no se genera una matriz renovable, pero descentralizada y diversa. Estamos en un momento visagra, pero dentro de este mundo, en el que más allá de resolvamos el cambio climático, el capitalismo seguirá siendo un depredador voraz del planeta, y no vamos a poder evitar los colapsos de los ecosistemas, porque es un modelo insostenible. La discusión es mucho más profundo que solo pasar a las energía renovables.
—El modelo del prosumidor del que hablás viene a enriquecer ese debate, ¿qué expectativas tenés?
—Hoy, la tecnología permite tener un panel en casa y poder vender el excedente a la cooperativa local. Se están haciendo experiencias en muchos lugares con resultados positivos. En la Argentina, todavía es cara esa tecnología, pero si se fomenta puede bajar los costos. Una de las formas de incentivarlo, que se aplicó en España, es que el productor en el hogar puede veder la energía un poco más cara a la empresa distribuidora y así amortizar los equipos. Ese modelo generó en España que haya más de 600 mil hogares con energía renovable, pero desde la llegada del Gobierno de Mariano Rajoy, se busca descincentivar esa política y puso un gravámen que popularmente se lo denominó “el impuesto al viento” o “impuesto al sol”. Lo hizo porque la política de energía distribuída comenzó a perjudicar a las grandes empresas.
—¿Qué esperás para los próximos años?
—Estamos viviendo una revolución energética, que el golpe final para todo otro tipo de energía va a llegar con la acumulación, que es el gran problema cómo acumular la energía renovable. Eso está en camino de una solución, no exenta de impacto, porque son las baterías de Litio. Se están construyendo fábricas para hacer baterías de litio, una de las más grandes es la de Tesla en Estados Unidos, destinada a batería para autos y hogares. La Argentina, Bolivia y Chile, tenemos casi el 100 por ciento de las reservas. Vendrá la discusión de la minería de litio.
Edición N° 1815