Radio Tarumba es un programa formado por integrantes de la Asociación de Familiares, Amigos y Personas con enfermedad Mental de Moratalaz (Afaemo) en las afueras de Madrid. Este emprendimiento busca que sus participantes se empoderen con total libertad de su propia vida y utilicen la palabra como vía de enlace con la realidad cotidiana, generando sentimientos de pertenencia con el mundo, resignificando su forma de habitarlo. Asimismo pretende dotar a la comunidad de mayor información acerca de estas situaciones, intentando romper con los prejuicios que históricamente han sufrido las personas con un padecimiento mental, promoviendo su derecho a ser tratadas con normalidad y respeto. A través del mismo, más de una docena de participantes ha logrado conocer el destino de sus deseos, fortalecerse internamente y usar su voz para gritarle a la sociedad: “No estamos locos y sabemos lo que queremos”.
Juan Antonio Margerit es uno de los fundadores de este imprescindible proyecto que funciona en Radio Almenara y en el que ha podido usar la palabra como sinónimo de sus pensamientos más auténticos y ser escuchado sin prejuicios. Con la convicción de que no hay utopía en este mundo que pueda ser una utopía para todos, asegura que ese programa le dio la posibilidad de apropiarse de sí mismo, ser el protagonista de su propia historia y encontrar la autonomía que durante años había estado buscando; esa que los muros invisibles le negaron, cubriendo su vida con el manto estigmatizador de la locura.
Quincenalmente realiza una columna sobre deportes en las que actualiza la información sobre boxeo, básquet y fútbol, en especial de su amado Athletic de Bilbao. Este emprendimiento además lo ha animado a realizar emotivas lecturas de sus poemas y relatos para expresar, con absoluta transparencia, sus necesidades más apremiantes y dejar atrás la agonía de su independencia.
Luego de haber sido diagnosticado con una enfermedad mental e internado en dos ocasiones, decidió comenzar a escribir para intentar deshacer el conjuro de su extravío y encontrarle un sentido a la polifonía que lo acompañaba: «Antes escuchaba voces, tenía amigos invisibles que me perseguían a todos lados. No me abría a los demás, estaba muy enfocado en mis estudios industriales, absorbido por ellos. Hacer poesías me liberó porque pude plasmar mis fantasías en un papel, sacarlas de mi mente y entenderlas”.
Esos versos sueltos, surgidos de la necesidad de comunicar sus crisis existenciales, fueron evolucionando hasta transformarse en una poesía completamente libre, sin estructuras preestablecidas que limiten su forma, ni consonantes que la deformen. Para él escribir es energía vital pura, está convencido que no se va a detener por ningún motivo, no se puede detener por ningún motivo porque ello implicaría acercarse demasiado a la muerte del espíritu y vivir preso de sus adentros.
Su quehacer literario es el lugar de reencuentro con él mismo y las convulsiones de su historia; cuando escribe se siente un hombre liberado, más genuino y fiel a sus propios pensamientos, como si éstos se (le) clarificaran a través de sus versos. Esa fuerza que fluye y busca con desesperación salir de alguna manera, le permitió reconocerse en cada palabra, encontrar su soberanía interior y jugar hasta con su propia percepción del mundo sin temor a ser señalado por ello: “A veces me pongo a redactar alguna poesía que parece no tener sentido y al cabo de un tiempo veo en las noticias que lo que escribí luego pasa en la realidad”.
Su obra en proceso, que a veces toma la forma de un deja vu, está basada en escenas cotidianas que recrea a la medida de sus urgencias, creando paraísos de significados tan dolorosos y punzantes como reveladores de sus propias incógnitas. Sus poemas son una sucesión de astillas que se le clavan en los ojos, la boca y el pecho; astillas que al mismo tiempo lo ayudan a remover otras astillas, aquellas que parecían encarnadas en su sufrimiento existencial y le impedían ponerle palabras a lo innombrable de sí mismo.
Esa inspiración que nació en la soledad de sus entrañas, creció aferrada al desconsuelo y maduró con tintes metafísicos, se enriqueció luego de la aparición de Dánae, su compañera desde hace más de quince años. Junto a ella redescubrió la poesía y ya no pudo arrancársela de la piel, los versos se le hicieron carne y las palabras se convirtieron en un calor incesante que recorre sus venas, haciéndole sentir que todavía son posibles sus ideales más íntimos de belleza. Entre ambos han logrado crear un idioma que se complementa mutuamente y les permite superar las dificultades que atraviesan a diario: “Cuando la conocí me volví a conectar con la poesía porque había dejado de escribir durante algún tiempo y ya nunca más nos separamos. Siempre he sido como su sombra porque ella escribe mejor que yo y es mi inspiración, aunque diga lo contrario”.
Su prosa, surgida de la dualidad emocional entre el miedo aterrador a desaparecer en el delirio y las ganas irresistibles de fundirse con él, no se subroga a la reglas del arte contemporáneo ni se limita a entrar en diálogo con ellas. Cargada de una profunda necesidad por despojarse de los estigmas que lo oprimieron durante las últimas dos décadas, su obra queda materializada en el papel de manera cristalina, espontánea, sin preocuparse por las estructuras que la contienen ni tampoco las que lo contienen a él.
La poesía es su alimento natural, no importa a quien ofenda o a quien deleite, está seguro que su misión es escribir libremente lo que nace en sus arremolinados adentros, sin miramientos ni tapujos. Su incansable búsqueda de formas propias transformó su vida en bocanadas literarias que traga lentamente y exhala con apuro, como si las palabras le quemaran por dentro y necesitara expulsar lo que nunca se había animado a decir hasta el momento.
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Sin título
(Juan Antonio Margerit, marzo de 2016)
Navego mar adentro en mi triste odisea, en mi último viaje en este peregrinar que es la vida, así tan injusta, tan amarga, cuando te ves despojado de afectos. En la laguna negra me pierdo en pensamientos vacíos, infames por hechos del pasado, errores de mi naturaleza. Soy un monstruo, lo sé. Nunca dije ser un santo, nubarrones oscuros en el horizonte de mis últimos días. En soledad. Nací solo, y moriré solo. Siempre aventuré que el infierno está aquí, en el planeta Tierra.
La muerte me visita, así, tan de paso como una amante esquiva. Y me dejo llevar, es mi único consuelo. Me atrae como una hembra adolescente como una mujer sin realizar, una impúber. Susurra al viento mi nombre como una vieja meretriz.
Caronte me lleva a un pozo oscuro, pensamientos vacíos, sin sentido. La muerte lenta me lleva. Lugar del que nunca regresaré. Estoy preparado.
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Nº de Edición: 1808