“¿Cuántos hombres hay hoy en la sala? ¿Qué van a hacer? La pregunta es si alguna vez piensan hacer algo. ¿O van a seguir siendo cómplices?”: desde un lugar de cuestionamiento y visibilización de la violencia hacia las mujeres, la obra de teatro Corset de Simio surge de la necesidad de interpelar al público.
Se enciende el reflector en el escenario oscuro. Ilumina un mantel y un vaso de licor sobre la mesa del bar. Sobre la silla, una chica: “Te estuve esperando media hora. ¿Qué hacés con eso puesto? Cerrate los botones de la camisa que se te ve todo y te están mirando”. El hombre, que la escucha hablar enardecida, baja la mirada. Hace lo que le pide. Se resigna al rol natural de sumisión.
Una escena cotidiana que resulta un poco extraña. En Corset de simio las cosas suceden como en el “mundo de revés”. Se trata de una obra del director Alejandro Genes Radawski que toma la temática de la violencia de género desde un lugar particular: los violentados son los hombres y las victimarias son las mujeres.
“La idea es ver qué efecto causan en la gente las situaciones invertidas”, cuenta la actriz Catalina Righi luego de la función, que junto al elenco charla sobre el escenario con NAN. La intención que rige a la obra es visibilizar desde otro lado y, sobre todo, generar un impacto en el público. “Esa controversia que genera es lo que más nos estimuló a hacerla y la mejor forma que se nos ocurrió para mostrarla. Porque si mostrábamos todas situaciones cotidianas de violencia con el hombre, iba a ser algo que se ve en las noticias todos los días”, explica.
Desde un lugar independiente, con conciencia social y ganas de visibilizar la situación de un país con un femicidio cada 30 horas, Corset de simio llegó a las tablas por primera vez en septiembre y reestrenó el pasado 16 de noviembre con tres nuevas fechas. Este jueves es la última: a las 21.30 en el teatro La Tertulia (Gallo 826, ciudad de Buenos Aires). La obra nació como fruto de un taller de teatro dictado por Genes Radawski, el director. “Empezamos a plantear algunas escenas en las cuales a través de lo cotidiano íbamos a mostrar cómo se da la violencia de género y cómo llega a los femicidios”, explica el compañero de Righi, Hernán Iunco. Todos los artistas que la interpretan participaron en el proceso creativo, en encontrar situaciones de la vida cotidiana que logren mostrar lo que sufre la mujer a la vista de todos sin que nadie se haga cargo; y, al mismo tiempo, se vieron en el lugar de cuestionarse a sí mismos ante esa realidad. Junto a Iunco y Righi, el elenco se compone por Pablo Alfonso, Leticia Cosenza, Nehuén Iglesias, Jose Maria Ilharramonho, Manuel Montes de Oca, Guillermina Providenti y Camila Torres.
En Corset de simio, el público es casi protagonista. No se trata solamente de mostrar escenas de violencia (nunca física, sino verbal, psicológica; violencia de la silenciosa, naturalizada). “¿Cuántos hombres hay hoy en la sala? ¿Qué van a hacer? La pregunta es si alguna vez piensan hacer algo. ¿O van a seguir siendo cómplices?”: las preguntas que pueden leerse en el programa de mano de la obra son interrogantes que atraviesan los 60 minutos de la puesta en escena. A veces de manera tácita; otras de manera directa, cara a cara, en una situación de exposición e incomodidad de la que no se puede escapar.
Y es esta cultura de la complicidad, del silencio, la que da sentido a Corset de simio. “No sólo es culpable el que pega o el que maltrata, sino el que ve a alguien que pega y maltrata y no dice nada. La idea es mostrar que somos todos cómplices de esto que está sucediendo, no sólo los victimarios”, aclara Righi. Iunco, coincide. “Acá todos tenemos la responsabilidad. Le decimos al que está mirando, sobre todo al hombre, ‘vos tenés la opción de hacer algo, ¿dónde te estás haciendo el boludo que no lo hacés?’”, cuestiona.
“Esto tiene que servir como plantar una semilla —plantea Iunco—, para que el que lo ve se vaya con una pregunta: ‘¿qué carajo estoy haciendo?’. Desde lo artístico creo que esto es lo que aporta la obra, el concientizar o generar en el otro la pregunta para que empiece a entender que algo está haciendo sin hacer nada”.
En otra escena, los roles vuelven a invertirse. Más bien, vuelven a la “normalidad”. Un grupo de hombres, nuevamente en un bar. Todos los amigos saben que hay uno de ellos que hizo algo malo, terrible. Pero lo miran, se callan. No dicen nada. Cómplices. ¿Cómo es que esas situaciones de normalidad, de complicidad, de silencios, pueden terminar en un femicidio?
Nº de Edición: 1808