Hija de un poeta bohemio que dividía su tiempo entre los trabajos de oficina y la poesía y un ama de casa enamorada de la obra Helénicas, María Angelina Lamanna comenzaría a muy temprana edad su relación con autores como Ernest Hemingway, Leopoldo Lugones, Charles Baudelaire y Alfonsina Storni. Habiendo crecido en una casa rodeada por enormes bibliotecas, en donde se entremezclaban en armonía las flores con el mal, el viejo y sus mares gastados o la guerra con los gauchos, la pasión por develar los secretos que se esconden en la literatura sería inevitablemente su destino. A pesar de que han pasado varias décadas de aquellas noches en las que se desvelaba leyendo a los malditos y recreándolos en sus diarios íntimos, esas experiencias iniciáticas permitieron germinar a la poeta en la que se convirtió.
Con una conmovedora capacidad para poner en palabras sus recuerdos y hacerlos presentes en su cuerpo, rememora dos de los primeros escritos que realizó cuando era esa niña que correteaba por los pasillos de Remedios De Escalada, al sur del conurbano bonaerense. Uno era un pequeño párrafo en el que agradecía a su papá por haberle dado la vida y enseñarle que la poesía era una forma de sobrevivir con dignidad. El otro, un cuento dedicado a su mamá llamado “Manos feas”, en el que narraba la historia de una mujer a la que se le quemaban las manos por salvar a su bebé de un incendio. Estos dos homenajes marcarían no sólo su génesis como una escritora nostálgica, aferrada a eternizar cada imagen de su pasado, sino también su fuerza de resiliencia frente a las dificultades cotidianas. La decodificación poética de esa infancia entre libros ha funcionado como un paracaídas cuando el salto al vacío de la vida solo auguraba estrellarse contra un suelo rocoso, duro y solitario.
Aunque tuvo épocas en las que dejó de escribir para ocuparse de las urgencias de la vida moderna, nunca se desentendió de su destino y constantemente buscó volver a él. Con la convicción de que el mundo literario era su mundo, reencontrarse con él siempre fue reencontrarse con ella misma y su historia. Entre pausas escribió y experimentó con cuentos, canciones y poemas con música basados en las obras de Miguel Hernández, Joaquín Sabina, Víctor Jara y Atahualpa Yupanqui: “Siempre me gustó ponerles música a mis poesías. Como estudié piano podía hacer melodías con bastante facilidad”. Orgullosa de los mecanismos creativos que se inventó para desplegar toda su humanidad, agrega que a través de ellos pudo hacerle contrapeso a la insensatez descarnada de nuestros tiempos, enfrentar a los ojos ajenos y subsanar aquello que los prejuicios le habían arrebatado.
Sin embargo todo ese testimonio autorefencial quedó sepultado en el olvido cuando fue ingresada al hospital interzonal José Estéves de la ciudad de Temperley: “Cuando me internaron, mi casa quedó vacía y me la usurparon. Ahí me robaron lo que había escrito. No sé adónde fue a parar todo eso, en mi casa quedaron las paredes nomás”. A pesar que haber estado internada socavó su vida y derrumbó sus sueños, no se dejó vencer por la desazón que sentía sino que por el contrario, a partir de ese dolor encontró la entereza suficiente para reescribir toda su obra y rehacerse como persona liberada del monstruo de alas gigantes y pabellones inundados de psicofármacos. Poner en palabras lo que tuvo que padecer, haciendo hincapié en su sinergia expresiva y sus irrefutables deseos de vivir, le permitió superar los estigmas de cargar con un diagnóstico psiquiátrico para recorrer el camino hacia la construcción de su nuevo ser poético.
Aquella experiencia de internación cambió su visión de la realidad y por añadidura también modificó su manera de escribirle a esa realidad: “Ahora tiene más que ver con el hospital, con el dolor humano. Antes mis poesías estaban más ligadas a lo individual o a algo que podía pasar en un momento específico. Hoy lo que escribo son cuestiones más imperecederas, que se instalan en la vida de cada uno”. Como decía Pichon Riviére en sus charlas con Vicente Zito Lema: “Toda creación estética es indivisible de quien la realiza y funciona como emergente social que denuncia las condiciones de supervivencia de ese artista”.
Como suele suceder luego de transitar por el hospicio, se intensifica la necesidad de entender ese sufrimiento, resignificarlo para que sea un motor y no ese pesado obstáculo que aplasta los horizontes posibles. Sus versos dolientes pero esperanzadores al mismo tiempo, son los faros que ha elegido para expresar su más íntima fragilidad y hacer de ella su mayor fortaleza.
Algunos poetas que han transitado por situaciones de vida similares a la suya consideran que la poesía es el silencio roto con un martillo, otros el incendio del alma, mientras que los más escépticos creen es un gran manicomio sin puertas del que nadie se atreve a salir. Sin embargo para esta apasionada por la lectura que intenta abrazar cada día más fuerte el vasto mundo literario a su alrededor, la poesía es «vivir respirando libertad». Asegura que «en cada palabra, en cada gesto, en cada pensamiento, hay matices de poesía». Construirse a través de los poemas que la habitan es una cuestión indispensable para su cotidiano andar, cada verso que escribe está atravesado por las circunstancias que la rodearon y moldearon, con sus miserias y colores, pero siempre dispuesta a desnudar las zonas más profundas de su ser, sin guardar(se) ni esconder(se) nada.
Su nueva experimentación está relacionada con microcuentos en forma de poesía que realiza junto a su compañera, y también poeta, Lucía Fontan. En la casa que comparten como parte del programa de externación asistida del Estéves, juegan y escriben mientras hacen crecer sus sueños de publicar un libro con las creaciones que realizan conjuntamente desde hace varios meses. Las más de cincuenta piezas que tienen hechas, compiladas bajo el nombre Pequeño poemario donde abrevian los poetas, le dan vida a este viaje que han emprendido de a dos, embargadas por la sensación de creer profundamente en algo y querer trasmitirlo. Con la esperanza intacta de encontrar belleza en cualquier resquicio de sus vidas, intentan sobreponerse a la modernidad a través de sus obras, pretendiendo sonreír con palabras a pesar de vivir en un mundo tomado por silencios tristes y miradas que languidecen.
Maestra
(María Angelina Lamanna, 21/01/07)
Cantan al alba
las angustiosas horas
que dejaste olvidadas
en el bolsillo de mi delantal de niña
y el cuaderno y la birome
se mantuvieron ocultos
por largos años
en la cartuchera
del portafolios viejo
que ya no existe
supiste entregar entre besos níveos
tu alma pura de mansa santa
del pizarrón y la tiza
con la pluma de los poetas ocultos
y los próceres que hicieron Patria.
Me mostraste los números más lindos
que sumaban canciones
al requiebro del pobre
y restaban tristezas
cuando tu mano bondadosa
nos acercaba caramelos
para las fiestas patrias
Hoy acomodo en un rinconcito
de mi alma bohemia
tu figura presente
acunando nostalgias
en mi frente cansada
y todo me florece
el mástil de la gloria
me recuerda sus caras
reaparecen sus nombres
y la tiza me ubica
en el centro del globo
y soy hoy ciudadana e intento ser poeta
y suspiro de ganas
de tenerte a mi lado
como cuando era niña
ya grande
hoy
te llamo
y te beso en la frente
y desde el cielo bajan
pedacitos de estrellas
que forman mil palabras que vos me enseñaste
para darte las gracias
Hoy maestra
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Nº de Edición: 1776