
Diez años pasaron ya desde que la desaparición volviera a ser una posibilidad en la Argentina que empezaba a transitar nuevamente el camino de la justicia para los crímenes de la última dictadura. Los testigos, los denunciantes, podían volver a esfumarse y la Justicia —lejos de dar un mensaje acorde a las circunstancias— se mostró ineficaz o simplemente desinteresada en investigar.
López desapareció por primera vez el 27 de octubre de 1976. Pasó por Arana, Cuatrerismo, las comisarías quinta y octava de La Plata. Lo legalizaron en la Unidad 9, donde estuvo más de dos años. Cuando se lo llevó una patota comandada por Miguel Osvaldo Etchecolatz, le vendaron los ojos con un pulóver amarillo de puntos gruesos, que sirvieron como una hendija para ver lo que probablemente hubiese preferido no ver y lo que no pudo —ni quiso— callar.
Una vez en libertad, volvió a su oficio: el de albañil. Trabajaba pero, cuando paraba para comer, recordaba. No había podido terminar la primaria en General Villegas. Era casi un lujo para un laburante de cuna como él. Volcaba las memorias del horror como podía: las narraba o las dibujaba en papeles que improvisaba con bolsas de cemento. Uno o dos años antes de que llegara el juicio a Etchecolatz, le dio un manojo de papeles a Jorge Pastor Asuaje, un compañero de militancia en la unidad básica del barrio, y le pidió: “Hacé justicia”. ¿Estaban entre esos papeles algunos de los nombres de los que estaban interesados en callarlo para siempre?
El viejo tenía dos objetivos para ese año 2006. Quería ver a Etchecolatz a la cara, decirle “asesino”, verlo condenado. La posibilidad de obtener un poco, un poquito, de justicia le había devuelto las esperanzas. En uno de los reconocimientos de los centros clandestinos por los que había pasado, le había confesado a otra exdetenida-desaparecida que quería festejar su cumpleaños con un asado en el que juntara a los compañeros de militancia y a la familia, que durante décadas no había podido escuchar lo que él necesitaba denunciar.
Con López, sus desaparecedores también se llevaron esos sueños, los que sostuvo fuertes con sus manos temblorosas, curtidas, que se acercaban al suelo de los lugares de su encierro buscando reconocer una textura que sus ojos no podían percibir.
La desaparición de López —según sus compañeros de militancia y de búsqueda de justicia— buscaba un mensaje claro: ponerle un coto a los juicios que habían puesto en el banquillo a nada más y nada menos que el exdirector de Investigaciones de la temible Bonaerense, el factor de poder más importante de la provincia más grande de la Argentina.
¿Qué caminos recorrió la investigación del querellante colectivo Justicia YA! por la desaparición?

1- SALIÓ SIN VIOLENCIA
López se ponía nervioso si alguien llegaba tarde. Lo había sufrido en carne propia su abogada Guadalupe Godoy cuando lo conoció en una confitería de La Plata. Nilda Eloy, integrante de la Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos (AEDD) y querellante en la causa contra Etchecolatz, no dudó que algo andaba mal cuando vio entrar a Gustavo, el hijo de López, y a Hugo, el sobrino que había quedado en pasarlo a buscar para acudir a la audiencia del juicio en el que había declarado y en el que sus abogados comenzarían su alegato. López no llegaba tarde.
Al menos cuatro testigos dijeron haber visto a López caminando por Los Hornos en la mañana del 18 de septiembre de 2006. Uno lo vio cerca de las 10 de la mañana —horario en el que debían arrancar los alegatos contra Etchecolatz y en los que debía estar presente— cerca de la avenida 66, la calle principal en Los Hornos. El testigo lo vio justo donde vivía una expolicía que figuraba en la agenda de Etchecolatz y que en 2007 fue citada a prestar declaración en los juicios por la verdad y negó cualquier vinculación. La justicia no allanó la casa.
La familia cree que López salió en algún momento entre la medianoche y las siete de la mañana. Dejó la ropa que solía llevar al juicio y se llevó un cuchillo. ¿Adónde iba? Cuando salía de casa, cerraba y tiraba las llaves hacia adentro. Esa vez no lo hizo, aunque las llaves aparecieron más de un mes después en el jardín. ¿Estuvieron siempre ahí, no las vieron o las plantaron?
2- MENSAJES MAFIOSOS
Dos días después de la desaparición de López y un día después de que Etchecolatz recibiera su primera condena a reclusión perpetua, un cadáver calcinado apareció en Punta Lara, despertando los peores terrores en La Plata. En ese camino tiraban los cuerpos las bandas parapoliciales antes del golpe y lo mismo sucedía durante la última dictadura. Para los militantes platenses, el cadáver de Punta Lara fue el punto de quiebre que les hizo saber que López no estaba perdido ni tomando el té con la tía —como había sugerido Aníbal Fernández— sino que había sido víctima de una historia que volvía a suceder
3- CONTACTOS EN LA MADRUGADA
Los periodistas Werner Pertot y Luciana Rosende publicaron en su libro Los días sin López que el entorno más directo de Etchecolatz se mantuvo bien activo en la madrugada del 18 de septiembre, cuando desapareció López. La mujer de Etchecolatz vive en Mar del Plata pero esa noche la antena del celular se activó en La Plata. El teléfono de la suegra del represor también era usado por su hija, que se comunicaba con el hijo de una persona que también tendría un rol importante en la causa.
4- UNA VERSIÓN PERIODÍSTICA
Un periodista de la agencia de noticias DPA fue citado a declarar tiempo después de que publicara que un funcionario de rango medio del Ministerio de Justicia había reconocido que López había sido asesinado después de que se negara a modificar su testimonio, impidiendo así poner en duda lo declarado por el resto de los testigos.
Esta versión se relacionaba con lo declarado por vecinos que habían visto a López encaminándose hacia algún lugar del barrio sin haber dado aviso a su familia.
5- LA JUSTICIA FEDERAL
La causa tramitó durante los tres primeros y decisivos meses en la justicia provincial con la investigación en manos de la policía bonaerense. La llegada a la justicia federal vino después de una reunión de los querellantes con Ricardo Lorenzetti, el presidente de la Corte Suprema, en noviembre. La querella, desde un primer momento, señaló que a López no se lo podía buscar como a un viejito extraviado sino que debía asociarse su desaparición con su rol como testigo y querellante en el juicio contra el mandamás de la policía de la provincia. El juez Arnaldo Corazza también tardó en tomar esa dirección y poner la causa en manos de la secretaría especial para causas de lesa humanidad. En 2008, después de que la familia López lo denunciara junto al resto de los jueces, fiscales y querellantes por no haber impedido la desaparición del testigo, el magistrado se excusó de seguir interviniendo y luego pidió su jubilación. La causa pasó a manos de su colega Manuel Blanco, quien en 2009 delegó la investigación en la unidad fiscal de derechos humanos a cargo de Marcelo Molina.

6- EL ENTORNO DE ETCHECOLATZ
Julio César Garachico había sido nombrado por López como uno de los torturadores del Pozo de Arana. El 6 de octubre de 2006 —tres semanas después de la desaparición del testigo— Garachico fue visto por última vez en el casino que manejaba en Puerto Madryn. Después se evaporó, apuntan Rosende y Pertot. Era, sin duda, uno de los que querían impedir que los juicios avanzaran y que había sido nombrado por López en su declaración.
Al exsecretario de Etchecolatz lo reconocieron en las fotos en el acto que se había hecho en la casa de los hijos de Chicha Mariani en agosto y del que había participado López. ¿Y éste quién es? Era Raúl Chicano. Su identificación llevó a una serie de allanamientos que mostraron una red de represores dispuestos a impedir los juicios.
En enero de 2008, Corazza ordenó un allamiento en las afueras de Mar del Plata contra un ex médico de la bonaerense que estaba en contacto con Etchecolatz, Osvaldo Falcone. Un testigo había dicho que había participado en el secuestro de López. Los investigadores encontraron un auto modelo Gol que no pudo ser peritado por el tiempo que había estado a la intemperie. Como explica el abogado Aníbal Hnatiuk, lo único que se logró saber era que el médico policial estaba vinculado a desarmaderos y negocios con los autos.
7- LOS MISMOS DE SIEMPRE
El gobierno nacional tardó tres meses en dar con un diagnóstico de lo que podía haber sucedido con López después de que se echaran a rodar versiones disímiles —que tenían a la SIDE como la gran usina, apuntan los querellantes—. En una cadena nacional difundida el 29 de diciembre de 2006, el entonces presidente Néstor Kirchner acusó a la “mano de obra desocupada”. Durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, el Ejecutivo no hizo declaraciones sobre el caso López.
La semana pasada, el Secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, se reunió con uno de los hijos de López, Rubén, y con el abogado Alfredo Gascón Cotti, que en 2008 había motorizado la denuncia contra los jueces, fiscales y querellantes y había pedido una autopsia psicológica de López. Avruj anunció que la Secretaría se iba a presentar como querellante en la causa. Pese al anuncio oficial —que se difundió primero como un off the record en Clarín el domingo pasado— no hubo presentación en concreto ante el juzgado de Ernesto Kreplak ni ante la unidad de DDHH de Molina, fuentes de ambas dependencias confirmaron.
8- DESAPARICIÓN FORZADA
La causa está catalogada como desaparición forzada desde 2008 por la Cámara Federal de La Plata, que también en la misma resolución dejó afuera de la pesquisa a la bonaerense. Una desaparición es forzada cuando hay participación de agentes estatales o, al menos, aquiescencia de las autoridades.
En 2014, Justicia YA! denunció al Estado argentino por la desaparición de López ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). ¿Puede la voluntad de Avruj de presentarse en la causa como querellante tener algo que ver con esta denuncia?
9- LLAMADOS Y UN CUERPO
Desde que la bonaerense fue separada de la investigación, dos fuerzas intervinieron: la Policía Federal (PFA) y la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA). La PSA ya no tiene intervención y la PFA es la única que se mantiene en lo que la fiscalía llama la Comisión López. Semanas atrás, Molina pidió que mandaran más agentes y el ministerio de Seguridad a cargo de Patricia Bullrich accedió.
En la última semana, Kreplak dictó una cautelar para que las empresas de telefonía no borren sus registros de hace diez años, como están habilitadas por la legislación. Kreplak es el mismo juez que tiene a Etchecolatz procesado en tres causas y que se opuso a que se le otorgara el beneficio de la prisión domiciliaria. También investiga si el exdirector de Investigaciones de la bonaerense tuvo la ayuda de médicos del Servicio Penitenciario Federal (SPF) para falsear datos que lo pusieran más cerca de la vuelta a casa.
La semana pasada, Página/12 publicó que se estaba investigando si un cuerpo enterrado en cemento podía pertenecer al albañil. El dato llegó desde Córdoba al Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata, que lo mandó a la unidad fiscal y desde allí se pidió más información vía exhorto. Las fuentes judiciales a las que se consultó esperan tener más datos para el fin de la semana próxima, aunque son cautos y se entusiasman más con la posibilidad de obtener datos gracias a las comunicaciones y al uso de la tecnología.

10- Son diez los años que pasaron desde que López volvió a desaparecer. En este tiempo, a Etchecolatz se lo fotografío apretujando en su mano un papel en el que se leía “Jorge Julio López” el día de la sentencia por crímenes cometidos en La Cacha, el centro clandestino que lindaba con la cárcel de Olmos.
En 2008 —dos años antes de fallecer—, Adriana Calvo definió la causa López como el monumento a la impunidad. Adriana, como López y Nilda Eloy, fue sobreviviente del circuito Camps y fue la primera ex detenida-desaparecida en declarar en el Juicio a las Juntas en 1985. También fue la primera en decir que López estaba desaparecido ese 18 de septiembre de 2006. Hasta ahora ni la justicia ni el Ejecutivo se esforzaron por demostrar que su crítica era infundada. López dejó su testimonio, sus escritos y sus dibujos mientras sigue resonando el pedido que le hiciera por escrito a su antiguo compañero de militancia. “Te dejo esta carta para ver si algún día podés hacer justicia”.