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Películas: “Las vidas posibles” (Sandra Gugliotta, 2007).-

El segundo largometraje de la directora porteña desafía a los espectadores a descifrar los mecanismos psicológicos de una mujer que se resiste a enfrentar un presente que la agarra desprevenida. Todo eso a puro primer plano y casi sin palabras.

Por Ailín Bullentini.

Buenos Aires, marzo 4 (Agencia NAN-2008).- Carla y Luciano son pareja. Helena es hermana de Carla y escritora. Carla, a su vez, es artista plástica y la encargada de ilustrar los cuentos de Helena. Luciano es geólogo y Luis, dueño de una inmobiliaria, aunque los dos son la misma persona para Carla, que no entiende que Luis tiene una vida hecha con Marcia. ¿Complicado? No lo crean. Al cabo de 80 minutos, la directora y guionista Sandra Gugliotta logra unir de una forma simple, a puro primer plano y poco diálogo, los caminos de estos personajes para dar forma a Las vidas posibles, su segundo largometraje luego de Un día de suerte, de 2002.

La historia transcurre casi en su totalidad en los austeros aunque imponentes paisajes gélidos del sur argentino. Escenarios que connotan calma, lentitud e inmutabilidad, las mismas características que se adueñan del relato de Gugliotta. O quizás fue ella quien, enamorada de los tiempos sureños, se empeñó en imprimirlos en su historia. Aquí viene el primer consejo: si se eligen las últimas horas del día para ir a ver esta película, que sea antes de la cena o la cerveza. De lo contrario, se corre el riesgo de cabecear durante las primeras escenas.

Las vidas posibles trascurre prácticamente en silencio. Porque en esta película, las palabras relegan su estrellato a las sensaciones. Así, son los ojos impresionantemente celestes de Germán Palacios, en la piel de Luciano, los que le dicen “chau” a la Carla de Ana Celentano, a la que sólo le basta un gesto para hacerle entender a Luis –también interpretado por Palacios– que “le tiene ganas”. En la misma sintonía, le alcanza con una mirada a la Marcia de Natalia Oreiro para dejarle en claro a Carla que sabe que se está encamando con su marido.

Para no perderse son los rostros del conserje y del comisario sureños, que se convierten en personajes claves a lo largo del largometraje, y las maneras por las que intenta Helena –Marina Glezer, en la realidad– no caer en la fácil conclusión de que su hermana simplemente se volvió loca.

Es justamente su ritmo aletargado lo que despega a esta película de la estética cinematográfica actual. Y tanto persiste en ello la directora que hasta puede resultar molesto para los espectadores acostumbrados a la rapidez de las cintas norteamericanas. No obstante, si los cinéfilos comerciales logran sobrevivir a los primeros 20 minutos del cuento, ya no van a poder despegarse de la historia. Segundo consejo: ¡tener paciencia!

Con un final poco imaginable –-y también poco claro– que combina perfectamente con el resto de la película, Las vidas posibles cuenta una historia de enrosque psicológico que caerá en gracia a muchos, se convertirá en charla obligada de cena, cerveza o café para otros, o será la razón del recalentamiento de las orejas de Gugliotta, cuando los restantes le digan de todo, menos linda.

Pero más allá de la lectura y el gusto que le queden a cada quien, lo cierto es que Las vidas posibles –estrenado en 2007 y premiado por la Global Film Intiative y el Festival Internacional de Cine de Berlín– es un largometraje que se disfruta.