Por Ailín Bullentini
María Galindo nos pide a las mujeres que seamos peligrosas. Que por una vez en la historia, dejemos de lado la comodidad, dejemos de buscarla inclusive, y seamos peligrosas: mostremos los dientes, salgamos a batallar con ansias de vencer, defendamos nuestra libertad de ser iguales al resto.
“¿Peligrosas de qué manera? ¿Peligrosas para quién?”, fue la primera pregunta que le realizó NAN en una charla que ofreció en Mu, Punto de Encuentro, cuando visitó la Argentina para presentar su libro ¡A despatriarcar! Feminismo urgente. “Planteo la peligrosidad como algo fulminante, explosivo, interesante, subversivo, expresivo, relevante”, contestó desde el centro del bar amigo ubicado en el barrio porteño de Congreso, certificando con su existencia cada adjetivo: María Galindo es boliviana, viste calzas rojas y remera al tono, brillosa, ceñida; unas botas con calaveras en sus puntas, muchos collares y la mitad de su cabeza rapada. Continuó, con una sonrisa cálida (sí, se puede estar rabiosa y sonreír): “Ya somos peligrosas tan solo si somos capaces de construir un lugar social sin ser clientas de nadie. Podemos serlo si tomamos la palabra en primera persona para decir dónde estamos y rompemos el silencio. Podríamos serlo más si ese proceso de toma de palabra además es capaz de ser convocante de otras a sumar sus propias palabras. Más aún, si esa toma de palabra tiene como consecuencia desmontar uno a uno los engaños con los que nos edulcoran la vida”. En Bolivia, la Galindo es una de las fundadoras y miembro de Mujeres Creando, un movimiento de mujeres que se autodefine como “feminista, anarquista y en construcción permanente”. Y también peligroso: “Hemos construido un lenguaje: no somos mudas, hemos producido cultura, escenarios que cada vez se complican más, llenos de contradicciones”.
La charla en Mu ofreció a una Galindo hiperactiva, dispuesta a discutir, pero sobre todo a batallar por una sociedad nueva en la que la mujer sea la protagonista de su propia vida y pueda resistir en esa lucha desde una estrategia múltiple: risas, burlas e intransigencia. El diálogo con NAN continuó vía correo electrónico unos días después, con el objetivo de obtener definiciones más claras. Atención: se adjunta un pequeño glosario que ayuda a transitarlo, construido en base a extractos del último intercambio con esta mujer a la que no le cabe una. Ni siquiera la tuya.
—¿Te considerás una artista? ¿Se puede señalar al arte como una de las vías de acción del movimiento Mujeres Creando?
—No me considero artista en cuanto repudio la categoría como se la entiende dentro de las paredes del mundo del arte. Repudio la categoría “artista” porque repudio la historia oficial del arte, donde en grandes períodos no hay casi mujeres. Repudio la historia oficial del arte que parte de los parámetros y procesos de sociedades europeas o de centros hegemónicos dejando afuera los procesos de otras sociedades y culturas. Bolivia, desde ya, en la historia mundial del arte no tiene ni una sola página escrita. Repudio la categoría de artista en cuanto el artista es presentado como el propietario de la genialidad creativa como un hecho individual, el artista como un Dios todopoderoso creador. Repudio la categoría artista en cuanto una forma de comprender la creatividad como un don especial. Nosotras manejamos la creatividad como un instrumento de lucha y comprendemos que es inherente al ser humano y universal. Repudio la categoría de “artista” en cuanto al circuito oficial del arte que termina siempre en procesos de mercantilización que determinan el valor de la obra artística.
—¿Por qué es importante mantener la calle como escenario de acción del movimiento?
—La calle es el lugar políticamente más vital de América latina entera, incluso de otras sociedades. Cuando estas democracias gastadas nos han quitado todo, nos queda la calle. Piensa que cuando De la Rúa salió escapando, escapaba de la toma general de la calle por parte de la sociedad bonaerense. La calle al mismo tiempo se ha convertido en un medio de sobrevivencia y por lo tanto se ha convertido en un patio común de encuentro, donde transcurren horas y horas. Tenemos un graffiti precioso que dice: “La calle es mi casa sin marido y mi trabajo sin patrones”. Un graffiti en el que reivindicamos a la vendedora ambulante. La toma del espacio público más importante que hemos protagonizado las mujeres en nuestras sociedades es la toma de la calle; desde allí estamos rompiendo barreras: por ejemplo desde allí hemos roto la lógica del ama de casa recluida en el hogar. Podría hablar horas y horas de la calle y su valor político. Su vitalidad, su sensibilidad a flor de piel.
—¿Es la llegada al Estado la pérdida de la calle? ¿Son contrapuestos? Si el Estado tal cual funciona hoy, sus instituciones y las “oenegés” son los responsables del vaciamiento de las luchas feministas, ¿se podría soñar y trabajar para cambiarlo en pos de uno que permita la continuidad de la lucha?
—Con el Estado como aparato yo tengo muchísimas objeciones. No creo en realidad que las mujeres hayamos realmente llegado al Estado. Sí estamos ahí cuando estamos bajo la lógica y la representación del patriarcado y sus estructuras. No es que el Estado es la pérdida de la calle, sino que a la gente que está en el Estado directamente la calle no le interesa, y presupone que la controla por la vía de la represión o por la vía de la cooptación. La calle resulta fundamental para la confluencia de sujetos complejos, resulta fundamental para el desarrollo de lenguajes y para el planteamiento de horizontes de lucha comunes. La calle es simplemente vital como escenario de lucha política. El Estado es desvitalizante, es anulante, es simplificante. El Estado es sobretodo inútil.
ESTADO: su objetivo es el de “intentar contener, domesticar y disciplinar a las mujeres. Lejos de ser el “tutor imparcial o la expresión del bien común”, Galindo advierte, citando a Lenin, que el Estado es “la expresión de relaciones de poder, de hegemonías históricas”. “En ese contexto, el Estado es estructuralmente patriarcal”, concluye. Por último, lo acusa de “inútil”: “Ni el Estado ni las oenegés han sido, en ninguna etapa histórica, lugares de pensamiento; en todo caso podríamos decir que han tenido la virtud de ser una especie de lápidas del pensamiento. Ninguna idea ha crecido dentro del Estado, sino siempre por fuera de las tramas institucionales”.
—¿Cómo discute la manera de ser y estar que propone la despatriarcalización con la lógica que el sistema intenta imprimirle al ser y estar de la mujer: multitareas (madre, esposa, hija, estudiosa, trabajadora y al mismo tiempo bella, delicada y suave, sobre todo feliz? ¿Qué felicidad nos ofrece la despatriarcalización? ¿Cultivar la bronca, ejercer el peligro ante todo aquel o aquello que nos someta, choca con la idea de felicidad? ¿Podemos ser felices?
—La despatriarcalización no ofrece una felicidad. No es en ese sentido una oferta. Es una metodología de desmontaje de la autoridad del patriarca, es una metodología de análisis del engaño de la tecnocracia de género y sus promesas de equidad, es un horizonte de lucha y es una nueva forma de comprender la lucha feminista. Si de felicidad o de placer hablamos, la despatriarcalización es una invitación a la ruptura como lógica de avance del movimiento. Al mismo tiempo, tiene la virtud de recoger una huella que las mujeres estamos marcando, las mujeres estamos rompiendo muchos moldes, hemos roto el mandato de maternidad, hemos roto el mandato del matrimonio, de la monogamia, hemos roto una serie interminable de estereotipos e ideales que nos vende el patriarcado como maravillosos. Creo que en el camino de rupturas que vamos haciendo las mujeres es digno de recoger la ruptura misma como una forma de enfrentar la organización colectiva. Hay muchas mujeres que no están dispuestas a asumir los mandatos patriarcales sin crítica, y no hablo específicamente de las feministas sino de grandes fenómenos sociales de mujeres que han roto con las expectativas de sus propias familias sobre ellas. Que no quieren repetir las vidas de sus madres. Aunque no sepan qué es lo que buscan, saben lo que no quieren. Las exiliadas del neoliberalismo, como les llamo yo, en Bolivia han protagonizado un conglomerado masivo de mujeres que se fueron a Argentina, Brasil o España para sobrevivir huyendo de las deudas, resignificando su maternidad y su propia familia. Muchas partieron huyendo de la violencia machista pero sin decirlo. Ellas, por ejemplo, son un conglomerado que no puedes entender sin entender la ruptura como principio movilizador. Es verdad que son mujeres expulsadas por una economía donde no hay lugar ni posibilidad de sobrevivencia para ellas, pero también es cierto que estas mujeres plasman cosas muy interesantes en su exilio. Un exilio que por otro lado la sociedad no reconoce como tal.
DESPATRIARCALIZACIÓN: “Matriz de lucha” que propone el “sabotaje tenaz y permanente” y sirve para designar “un estado de ánimo: la impaciencia”. “No nos hemos resignado, conformado o adaptado”, advierte y amplía: “Una alternativa teórica conceptual ante la lógica de la inclusión, otra vertiente teórica capaz de marcar otros desafíos, que parte de otro análisis y, desde una lectura creativa y renovada sobre el universo de las mujeres, instala nuevos horizontes transformadores y subversivos”. No es estático, no es un horizonte fijo ni una meta final, sino el camino de “la recuperación de las mujeres de la decisión existencial sobre sus propias vidas, un fenómeno de desobediencia que tiene a las ciudades como escenario donde ellas quieren perderse entre la gente, vagabundear, pasear, bailar, enamorar, tomarse un helado y repensar sus vidas por fuera de la comunidad, de la familia y de la cultura: un desprendimiento del lugar que el patriarcado les ha asignado”. Acusa a “los y las burócratas del gobierno de Evo Morales, los organismos internacionales y las oenegés de haberlo “agarrado como bandera”: “La despatriarcalización se ha convertido en un apellido que se le pone a cualquier cosa para sonar novedoso. Es una bandera que usan como camuflaje de una política simplemente liberal, continuista y repetitiva de otorgación retórica de derechos para las mujeres” para “neutralizar la fuerza contestataria de la lucha feminista”.
—Si no reclamamos igualdad, si no es por nuestros derechos, ¿por qué luchamos? ¿Qué nos falta a las mujeres?
—El engaño está ahí precisamente. No es que las mujeres seamos seres carentes y que lo que nos falta es un puñado de derechos y punto. La trampa está en que nuestras luchas se conviertan en un maquillaje retórico del propio sistema. Con el neoliberalismo fue muy claro: el neoliberalismo nos ofertó a las mujeres un conjunto de derechos que fueron parte de su propio maquillaje, pero por otro lado precisamente el exilio económico de las mujeres fue parte de la condición del neoliberalismo. La máquina, la sobreexplotación y la usura bancaria fueron las políticas reales del neoliberalismo para con las mujeres. Aceptar esos derechos como satisfactorios era absurdo. Hoy los gobiernos populistas, como el de Evo, no han suspendido para nada esa lógica neoliberal. Las mujeres como feministas podemos soñar y luchar contra el sistema en cuanto sistema y no por derechos.
LAS MUJERES Y LA IGUALDAD: el de las mujeres es un universo heterogéneo y complejo: “Su homogeneización es un acto de simplificación inaceptable. No existe una unidad romántica en torno de la cual las mujeres deban o puedan actuar en común. No se trata de construir unidad de las mujeres en torno de la idea de ‘la mujer’, porque eso es conservador, absurdo y simple. Sino de desmantelar esa visión que es finalmente una visión que nos encorseta bajo el paraguas de las definiciones y lugares que el patriarcado nos ha asignado”. Galindo desprecia el reclamo de igualdad cuanto lo enmarca en lo que implica ese término puesto en contexto: “La igualdad hombre-mujer a modelo masculino y en términos liberales, donde una mujer debe ser equivalente a un hombre en tanto cumplir ese papel. La idea de que lo único que nos hace falta a las mujeres en el capitalismo es una serie de derechos a adquirir y por lo tanto el contenido de la lucha se resume en formas de inclusión dentro del proyecto hegemónico es la idea más perversa y conservadora de cara a las luchas feministas del mundo”. A partir de esa cuestión, rescata el desacato, la rebeldía, la batalla frente a la exigencia de inclusión en un sistema que “está podrido”: “Una cosa es impugnar, subvertir y cuestionar el sistema y otra muy distinta es demandar inclusión”. La clave es la puesta en crisis y la relativización de “los valores que la división sexual impone desde el poder masculino”: “Las mujeres que demandan inclusión e igualdad dicen que a cambio de ser incluidas están dispuestas a acatar todas y cada una de las reglas del juego del poder masculino”.
Fuente: NAN #17 (mayo-junio 2014). Conseguila en nuestra Tienda Virtual.