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Una biografía de estribillos

El cantautor cordobés es referencia de la canción de Traslasierra, donde construye su casa con palets, adobe y materiales reciclados, y su “música vivida, no contada”. “El de cantor o cantautor es apenas un traje para salir al escenario. En el pueblo no tienen ni idea de qué hago. Me encanta ser anónimo”, dice. Fotografía: Lorena Gonzalia

Por Sergio Sánchez

En el Valle de Traslasierra, provincia de Córdoba, se cocina a fuego lento una canción de raíz que tiene sabor y aroma especial. Una canción en la que confluyen los ritmos, las tonadas y los colores paisajísticos del valle cordobés y de Cuyo, que asoma sus narices a través de La Rioja y San Luis. Una región cultural en sí misma, con su propia idiosincrasia y universo sonoro. “Una región folklórica no legitimada en los libros; donde convergen tres provincias y se da una especie de microclima; donde se habla, se canta, se baila y se ríe de una manera única”, define José Luis Aguirre, cantor, compositor y poeta nacido en Villa Dolores. Aguirre es uno de los músicos más inquietos y originales de su generación. Con tan sólo 35 años, su nombre se repite en boca de colegas de su edad o incluso de aquéllos que están empezando a transitar el camino de la canción, desde todos los puntos del país. Es que su música se proyecta desde Córdoba, cruza la cordillera hasta Chile, baja hacia el sur y parece no tener techo ni destino final. Si bien se lo menciona como uno de los referentes actuales de Traslasierra, José Luis no se asume más que nadie y se considera apenas un “continuador”. No es poca cosa, y luego explicará porqué.

Ahora piensa y recomienda a autores que admira de su región, como el Negro Vergara, el Churli Corroza, el Delfín Pereyra o Alejandro “Gordo” Horno, con quien curtió a Silvio Rodríguez, Jaime Ros y Spinetta. Aunque parecen personajes salidos de un cuento, no lo son. “Mis héroes son mis amigos. Tengo amigos a los que nombro en canciones como si fueran personajes de la antología de García Márquez. Quizás ellos ni se den cuenta de la belleza que transmiten. Y uno, por el oficio de ver lo que quizás no se ve, coloca a ese personaje en el marco de una canción y logra iluminar y mostrarles a otras personas un tipo simple. Esos personajes están puestos en una canción, así como el paisaje, la casa, una lucha, un montón de cosas que suceden en el pueblo, pero que son simples, de todos los días. Me gusta ver la belleza ahí, en ese punto; la belleza desgarradora y la que ilumina, pero siempre cerca de uno. Creo en la música vivida, no contada”, dice el cordobés, a modo de manifiesto.

José Luis tuvo dos breves estadías en Córdoba capital hasta que se dio cuenta de que la ciudad no era para él. A los 18 llegó a la meca del cuarteto a probar suerte y se metió a estudiar en La Colmena, una escuela de formación musical. En ese tiempo, el profesor Héctor Tortosa le hizo conocer el mundo del jazz y el tango. Pero la noticia de que iba a ser papá lo hizo desertar de las aulas cuando cursaba el primer año. Y decidió regresar a Traslasierra. Sería su único y último paso por una educación musical formal. A partir de ahí, construyó su estilo con profesores particulares, a la par de amigos, en los patios, las peñas, las guitarreadas; al calor de los cantores y poetas de la tierra. Después de una efímera y “desesperada” incursión por el cuarteto junto a Los Ángeles de Fiesta, volvió a la senda de la canción de raíz y formó Los Nietos de Don Gauna, en compañía de músicos de su pago. En esta formación se metió de lleno con la cueca, la tonada, el gato cuyano y ritmos de —un poco— más allá, como la chacarera o el reggae. En 2004, el grupo publicó su primer disco, Latitud sur, que vibró en el escenario Atahualpa Yupanqui de Cosquín. Con Los Nietos regresó a Córdoba capital y recorrió los escenarios del “ambiente universitario” y las peñas. Pero la necesidad de mostrar canciones más “intimistas” lo llevó a grabar un álbum de canciones en solitario, Pintura de pago chico (2008). Ahí arrancaría otra etapa.

DE VUELTA AL CAMPO

En la actualidad, José Luis vive en Villa Los Aromos, un pueblito ubicado en el departamento de Santa María. “Es una localidad serrana, una comuna de aproximadamente 500 personas. Está en el Valle de Paravachasca, cerca de Alta Gracia. Es el faldeo inicial de las Altas Cumbres y hay un río muy hermoso que se llama Anisacate, que fue una de las cuestiones que nos trajo a este valle: el agua. Un río cerca y con buen caudal, que todavía no está tan explotado turísticamente. Ahí estamos viviendo hace un par de años, construyendo una casita con mi señora y mis hijas. Queríamos criarlas en un pueblo, en un lugar tranquilo, con calle de tierra, gallina, perro, caballo; tenemos una granja prácticamente en casa. Una vida parecida a mi infancia. De todas formas, Villa Los Aromos está más o menos cerca de Córdoba capital (a 49 kilómetros), que es el centro neurálgico de laburo y acción, donde uno muestra sus cosas y da clases. Estamos cerca de Córdoba pero lejos: a la distancia justa.” La casita que Aguirre arma con sus propias manos —y la de muchos amigos, claro— es a base de palets, adobe, materiales reciclados y “algunos de construcción tradicional”. “Pero la gran mayoría de la casa es de adobe, de barro, y hecha por nosotros, a través de ‘mingas’, que son juntadas de amigos. Es un viaje que le deseo a todo el mundo”, dice Aguirre, con la misma sencillez que se escucha en sus canciones. Su modo de vivir y su canción son lo mismo.

—¿Tuviste que ir a la ciudad para poder verte desde ahí y regresar a una vida rural?
—Y sí, porque lo más sagrado es la familia, los hijos, y lo que uno puede hacer es ofrecerle lo mejor. Cuando considerás que lo mejor es que estén al aire libre, en el campo, porque vos lo viviste así, entonces no te queda otra que largar todo y apostar a eso. Quizás otras personas lo ven de otra forma. Como mi señora y yo somos de Traslasierra, vivimos una infancia parecida, y les queríamos dar eso a ellas. Así que fue una decisión más que acertada. Estamos re contentos.

—La migración de la ciudad a zonas rurales es un fenómeno sociológico que creció en los últimos años…
—Acá hay mucha gente de Buenos Aires. Muchos amigos que se han venido justamente de Capital o del Conurbano, con la familia. Y también está la familia por elección. Gente como nosotros, más o menos de la misma edad, con los críos, con ganas de cambiar el mundo. Son las nuevas familias que defienden el paisaje, el monte, el agua. Los sociólogos nos llaman “neorrurales”. Igual yo siempre he sido de acá, no es que vine de afuera. Pero tuve mi paso por la ciudad.

CONTINUIDAD DE LA CANCIÓN

José Luis esquiva la palabra “folklore”. Prefiere hablar de un “nosotros” inclusivo. “Creo que lo hay que hacer es dejar de lado los miedos, lo cómodo, lo que organiza, y buscar en otros lugares. No me gusta que me encasillen en un lugar porque eso le queda cómodo a otra persona para vender o aclarar la cosa. Lo que es bello es bello. No importa cuál sea la forma, el estilo, la época. Por eso no me gusta la palabra “folklore” o “cuarteto”. Porque eso ya te ubica en un estante de supermercado. El desafío es vencer las estructuras y los miedos que traemos. Me parece que es un buen momento para hacerlo”, propone el cordobés de ojos profundos. Para él, su generación tiene “la posibilidad de agarrar de todos lados”, sin por ello traicionar la raíz. “Entonces, propongo dejar de decirle ‘folklore’ y decirle ‘lo nuestro’, ‘nosotros’, metidos adentro, incluidos en todo lo que se está haciendo y sin miedo. Mi oficio es ver lo que anda dando vueltas por el pueblo y ponerlo en una canción. Entonces, están estrechamente ligados el paisaje, el hombre, el sentir de todos los días y la canción. Después hay un montón de formas para explayarse, desde un cuarteto hasta una zamba, una bossa nova, la música clásica, la pintura o la poesía. Todo juego vale para expresarse”, considera. En su segundo disco, el precioso Gajito i’ Luna (2013), despliega su gran potencial compositivo y poético. La cueca cuyana-cordobesa “La transerrana”, el huayno “Humilde abrigo de los serranos”, la vidala “Gajito i’luna”, la chacarera “Los chuncanitos del río” o la dulce canción “Más de cien inviernos” (dedicada al viejo campesino Don Marcos Domínguez) dan cuenta de la belleza de su canción. “El de cantor o cantautor es apenas un traje para salir al escenario, pero no soy todo el tiempo eso. En el pueblo no tienen ni idea de qué hago. Me encanta ser anónimo”, se alegra.

—Decís que es un “buen momento para vencer las estructuras”. ¿Por qué?
—No sé si es un análisis político o sociocultural. El momento es siempre, es tu chance, es tu guía, es tu momento de pisar la tierra. Eso como filosofía esencial. Y después hay cosas más concretas. Como contrarrespuesta a todo lo que ataca la inocencia, al vaciamiento cultural, están surgiendo muchos artistas, acá cerca. No hace falta irse muy lejos para ver artistas que están proponiendo la belleza desde otro lado. Del mismo modo, hay cambios socioculturales, como la gente que se vuelve al pueblo. Y aparece la urgencia de dar una respuesta a lo que somos como planeta. Tenemos que hacer algo porque estamos en el límite de la resistencia de la Tierra. Todo eso hace que sea el momento. Surgen los artistas y responden. Y aunque no tengamos la masividad de los medios, tenemos la belleza poética. Los poetas surgen de vuelta, después de 30 años. Los poetas de la tierra se vuelven a encontrar con Armando Tejada Gómez, con Hamlet Lima Quintana, con los que hicieron las canciones. Se sanan las heridas y volvemos a accionar. Ese momento es el que está sucediendo. Pero si no sucediera, lo mismo sería el momento de hacer lo que hay que hacer, porque estamos vivos, nada más.

José Luis hace alusión a la camada de músicos de su generación que está aportando aires frescos. Y eso va de la mano de otra realidad: la consolidación de escenas de músicos que están construyendo desde sus lugares, sin perseguir la zanahoria de Buenos Aires. Junto a sus pares generacionales Paola Bernal, Juan Iñaki y Mery Murúa armaron este año un súper grupo que debutó en la última edición del Festival de Cosquín, durante el set de Bernal. En la Plaza Próspero Molina, estrenaron la contundente canción “Los pájaros de Mattalia”, una invitación a “traer de nuevo la poesía y hacerla presente en nosotros, los cantores”. “Cada uno con sus historia, pero juntándonos para componer, escribir y hacer —dice—. Uno de los que siempre me ha acompañado es (el riojano) Ramiro (González), a quien admiro profundamente, porque es uno de los grandes poetas de nuestra generación. Es necesario recuperar la contundencia de la palabra, la poesía. Estamos en esa búsqueda. Musicalmente hay grandes músicos, pero en la poesía hay que hacer un camino largo todavía.”

Fuente: NAN #20 (septiembre de 2015). Conseguila en nuestra Tienda Virtual.