
Por Andrés Valenzuela
“El tango es finlandés de acá a la China.” Está bien, está bien, Aki Kaurismäki no dijo exactamente eso. Es decir, lo dijo, pero no usó la expresión “de acá a la China”, que es bien de barrio argento. Pero sí comentó eso que circula en su país (Finlandia, claro): que el tango lo inventaron sus pastores de ovejas, angustiados por la soledad de la estepa y el hielo ártico que cubre gran parte del país. El mito creacionista del tango, según los finlandeses, no surge de los ritmos africanos afincados en el Río de la Plata, ni de su fusión con la polka traída por los inmigrantes de Europa del Este (para la milonga), ni de la adaptación del vals vienés, ni de los movimientos de la habanera, sino de la marcha rusa.
¿Y por qué es relevante todo esto que se cuenta en el párrafo anterior? Porque fue la excusa que necesitó la directora alemana Viviane Blumenschein para invitar a tres músicos de tango argentinos a recorrer las lejanías nórdicas y poner a prueba los dichos de Kaurismäki. El resultado es Tango de una noche de verano, suerte de road movie mezclada con documental y con musical, en ritmo de 2×4 y repiqueteo de compases y paisajes.
Tango de una noche de verano fue selección oficial en el festival de cine de Rotterdam y en el Bafici, y se estrena hoy, tras un largo tiempo de espera, en el Arteplex de Belgrano (Av. Cabildo 2829), en el BAMA (Av. Roque Sáenz Peña 1150) y en el Cultural San Martín (Sarmiento 1551). La semana que viene se verá en el Cine Gaumont (Rivadavia 1635). Al menos de momento, sólo espacios de la Ciudad de Buenos Aires.
En la figura de los tres músicos argentinos, la directora afinca distintos modos de ver el tango. Desde la mirada que lo sitúa exclusivamente en la Argentina hasta una más contemplativa, en la que el tango es del mundo y hay tantos tangos como modos de interpretarlo, sentirlo y atravesarlo culturalmente.
Allí está una de las claves del film. Mientras Blumenschein y su director de fotografía acompañan los encuentros musicales con bellísimas tomas de paisajes finlandeses, Walter “Chino” Laborde (cantor), Daniel “Dipi” Kvitko (guitarra) y Pablo Greco (bandoneón) intercambian experiencias con sus colegas noreuropeos. Tocan en milongas finesas, descubren clásicos cantados en un idioma que no comprenden y escuchan el repiqueteo de un acordeón nórdico, en reemplazo del bandoneón que se lamenta por estos sures. En esta línea, hay un punto altísimo cuando una cantora local enseña a Laborde la versión finlandesa de “La cumparsita” y el encuentro se produce más allá de la fonética y el sentido, en la mera magia de la música compartida y comprendida.
En última instancia, el origen del tango deja de ser relevante a medida que los músicos se adentran en el universo rural europeo y descubren otro modo de ser y hacer la música típicamente rioplatense. ¿Qué importa dónde nació el tango, si en cada compás milonguero renace un siglo de música compartida?