Por Luis Paz.
Buenos Aires, febrero 26 (Agencia NAN-2008).- ¿Quién es Emir Omar Chabán? ¿Un asesino, un loco o el mayor productor cultural de las últimas tres décadas? De ese interrogante parte Cuando el arte ataque (el otro Omar Chabán), una obra periodística construida a partir de los testimonios de cuarenta artistas y artífices de los años dorados del multidisciplinario underground porteño.
Christián Sánchez (redactor de las revistas TXT, Hombre y La Mano), Ariel Panella (productor, periodista y fotógrafo) y Miguel A. Sánchez (del diario La Razón y Editorial Perfil) intentan sumergirse en el ultramundo del que Chabán fue primer ministro desde 1980 hasta su abrupto final como productor, artista y obrero de la cultura, con el incendio en 2004 de su local República Cromañón. No llegan a lograrlo. Al menos no con la profundidad que precisa el tema.
El objetivo del libro es noble: mostrar ese otro Chabán, pilar del nacimiento en Buenos Aires de una movida cultural de vanguardia y popular a la vez. Pero el rescate de aquel Chabán de calzas que hacía ollas populares en Cemento para pseudo-punkitos se pierde por la escasa cohesión del relato. A la historia de Cemento le faltan varias vueltas, especialmente la que lo contextualice en una década de transformaciones políticas, económicas, culturales y de criterios artísticos como fue la de 1990. Die Schule, La Flor y el Café Einstein están bien recuperados, pero en una obra de resultado regular, es su segundo capítulo el que destaca, al recuperar actividades, anécdotas y costumbres del creador y organizador de tres de los espacios fundamentales del underground porteño.
El perfil de Chabán se construye a partir de las voces de alrededor de cuarenta músicos, artistas, productores, managers, técnicos, empleados y amoríos. Pero los textuales en primera persona con nula supresión de lenguaje coloquial, sumados a comas que no tienen por qué ir dónde los autores las ponen, dan cuenta de una edición negligente, en el mejor de los casos. Carencia patentizada con más fuerza cuando los autores nombran a «Joe Division», los amplificadores «Pevey» o Alfred «Hichtkoc». Igual que en sus ataques de dislexia mecanográfica.
Cuando el arte ataque (el otro Omar Chabán) incluye una entrevista que los autores le realizaron a Chabán en prisión, en la que queda en claro –más por las respuestas del propio entrevistado que por la capacidad inquisitoria de los periodistas– que siempre ha sido más un hombre preocupado porque los pibes tuvieran dónde tocar que un empresario de la noche, timador y avaro, de lo que aquellos para los que era ignoto antes del 30 de diciembre de 2004 lo acusan desde la tragedia de Cromañón.
Las falencias periodísticas y lingüísticas del libro se compensan con lúcidos testimonios del actor y humorista Ronnie Arias, la exponente del teatro danza Teresa Duggan y el líder de Las Pelotas, Germán Daffunchio, entre otros. A este comentarista se le dificulta especificar cuál de los tres Carajo –el guitarrista Hernán «Terry» Langer, el baterista Andrés Vilanova o el cantante y bajista Marcelo «Corbata» Corvalán– es el más pensante, porque los autores se empeñan en confundir sus dotes musicales, apellidos y apodos.
Si el lector es capaz de suprimir comas mentalmente, conoce lo suficiente como para no necesitar recurrir a las ineficaces notas al pie, y no se exaspera con los flashbacks y fastforwards mal logrados del relato, puede llegar, al menos, a disfrutar del libro como de un documental clase B. Aunque de todas formas, el resultado es regular e inconexo.