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Así hacen el amor los tigres

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Quince bandas y solistas, dos escenarios, nueve horas, más de mil personas, un sello discográfico autogestivo, diez años: son algunos números que dejó el festival que organiza Laptra y que vuelve a demostrar que algo más que sus propuestas está creciendo. Él Mató a Un Policía Motorizado, 107 Faunos, Bestia Bebé, Atrás Hay Truenos, Javi Punga y Las Ligas Menores, entre otras ofertas, se sucedieron al taco. Fotografía: Lautaro Aránguiz (Tumblr)

Por Nahuel Gómez, Nahuel Lag y Facundo Gari

Hace unos días, una tapa de la versión argentina de RollingStone ponía de manifiesto que la mejor banda de lo que se identifica con la controversial etiqueta de “rock nacional” es uruguaya. Un poco más fresca es la noticia sobre el line up del Cosquín Rock, en el que las bandas “fuertes” tienen más de veinte años de carrera.¡Pero cómo! ¿El rock nacional es uruguayo? ¿En la Argentina no surgieron bandas nuevas en los últimos diez años? El argumento más fuerte que derriba todas y cada una de las falacias de la industria cultural se da todas las semanas en bares y centros culturales, pero sobre todo en eventos multitudinarios como el FestiLaptra, realizado el pasado viernes en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3151, Ciudad de Buenos Aires). Allí, quince bandas con integrantes que van de los veinte años a los no más de cuarenta, que interpretan estilos con algo más de actualidad —como el kraut y el shoegaze— y que son indiferentes a las fórmulas comercialmente exitosas festejaron los diez años de su sello, Laptra, con un festival ajustado hasta en los más mínimos detalles.

El inicio se da, tal como fue estipulado, a las 18, en el patio del predio (escenario “El Tigre”), con el show de Félix, la banda liderada por el fauno Félix Sisti Ripoll. El debutante toca todo su primer disco, homónimo, y hace despabilar a la treintena de espectadores que llegan a tiempo para salir de sus trabajos y dirigirse hasta el Konex. “No podemos creer que estemos acá”, tira al público uno de los integrantes de Vacaciones en Globo, la banda rosarina, la única invitada especial por el sello de origen platense. Ubicados bajo techo (escenario “Laptra”), sus integrantes muestran un repertorio alegre y aprovechan cada intervalo entre canciones no sólo para cambiar de instrumentos entre sí (de bajista a tecladista, de baterista a guitarrista, de voces principales a tecladista y de guitarrista a voces principales) sino también para manifestar la dicha que les genera participar del evento.

Fotografía: Lautaro Aránguiz
Fotografía: Lautaro Aránguiz

En el patio, y ya con más de un centenar de personas, se presentan Los Subterráneos, debutantes como Félix y Vacaciones en Globo. Con una formación prácticamente calcada a la del ¿extinto? grupo platense Los Japón, interpretan temas de su disco debut y dos canciones de la banda de la que provienen: “Derrotado” y “Vuelven las pandillas”, los primeros en ser coreados al unísono por el público en lo que va del festival. Ya adentro, un señor sentado en el escenario toca el tambor africano que lleva entre las piernas mientras fuma un porro. Con sus golpes al parche, abre el prolijo set de Mi Pequeña Muerte. La banda de los hermanos Julián y Germán Perla, una de las más añejas y quizás menos reconocidas del sello, se despacha con temas de su último disco, El triunfo de la paz, incluyendo el emotivo “La búsqueda secreta”.

Afuera, mientras anochece, Koyi Kabutto baja los decíbeles, en lo que será, junto con la presentación de Antolín, el show con mayores tintes de unplugged. Melodías suaves, con arreglos noise apenas perceptibles, captan la atención de un público que en muchos casos prefiere sentarse y escuchar atento. La contrapartida se da, acto seguido, en el escenario Laptra, con la que quizás sea la última presentación en vivo de Reno & los Castores Cósmicos. Con ayuda de un Reno tan histriónico y gallagheriano como siempre, el público obtiene la primera dosis de descontrol de la fecha.

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Fotografía: Lautaro Aránguiz

“No te cortes más la barba”, le gritan a Juan Bava, voz y guitarra de los 107 Faunos. El primer plato fuerte de la noche ya está arriba del escenario y el clima de descontrol que dejó Reno se extiende cuando los Faunos entonan su primer tema, “Cosas caras rotas”. El grupo interpreta esa y gran parte de las canciones de su último disco, Últimos días del tren fantasma, pero también intercala algunos temas de sus discos anteriores, como “Movimiento de las montañas” y “Muchacho lobo”. Sobre el final, llaman para cantar y hacer pogo arriba del escenario a un par de integrantes de Los Zapping, la banda peruana que fue invitada al FestiLaptra del año pasado. Con ellos interpretan “Pequeña Honduras”, en lo que es, hasta el momento, uno de los recitales más altos de la velada. Mapa de Bits continúa adentro con el festival y aporta un poco del clima bailable de su disco Escenario de operaciones, con sus ya conocidas líricas de historias bélicas (como “Almuerzo en Saigón”), interpretadas siempre con mucho pop.

La guitarra de Pantro Puto se pone a punto. Mientras, Tifa Rex (baterista de Los Reyes del Falsete, del catálogo de Triple RRR, y de Sue Mon Mont, de Murmullo Discos) habla con Mariano que vino del cosmos sin Prietto (porque tocaba en ese momento con Marina Fages en La Manzana de Las Luces), dúo lisérgico editado por Mandarina Records. Los toms de Doctora Muerte ya están afinados cuando Juan Pablo Quatrini (bajo de Mi Amigo Invencible, de DPO Records y Fuego Amigo Discos) va cerrando la charla para empezar a agitar la cabeza. Niño Elefante (guitarra) y Chatrán Chatrán (teclados) también están listos en el momento en que Facundo Lozano (MC de Ivo Ferrer & Los Tremendos, de la casa Monqui Albino) escucha a Santiago Motorizado (bajo y voz). “Sí, sí, sí”, prueba al micrófono lo que podría ser la afirmación subrayada de que en esta década creció más que un sello: florecieron músicos que comparten una nutrida escena, que se escuchan, se saludan, se influencian. “Gracias por venir al cumpleaños de Laptra. Para celebrar, vamos a tocar muchos temas viejos”, avisa el Chango. Y, con “Sábado”, Él Mató a un Policía Motorizado abre el recorrido por su primer disco, el homónimo, el origen del grupo y de Laptra, de edición en junio de 2004. Ya lo habían sacado del baúl unos días atrás, cuando festejaron sus 500 shows en Pura Vida.

Fotografía: Lautaro Aránguiz
Fotografía: Lautaro Aránguiz

El pogo celebra el cumpleaños, de Laptra y de todo lo dicho, y se autogestiona, porque los que lo agitan saben de memoria la jugada que va a venir: “Tormenta roja”, “Nuestro verano” y una versión con final slow motion de “Escupime”. “Te aaamo, Chango”, se escucha. ¿Quién dijo que la barba desprolija, los shores de fútbol y un par de zapas Topper no arrastran groupies? “Doctora Muerte” alza el primer mosh al ritmo del “paapa papapa papapapá paaa”, a los gritos para que la nena despierte. Sigue “Rock espacial”, termina con otro “graaaacias” y van más de diez. El bombo abre un círculo de inmolación masiva para “Terrorismo en la Copa del Mundo”. Palmas para retomar fuerza y alguno que barilochea la letra: “Si vienen a buscarme estoy en el FestiLaptra”. Pasa “Diamante” y “quedan dos”, dice el Chango, aunque no haga falta aclararlo, aunque todos lo sepan e igual protesten. El himno “Guitarra comunista” se canta de pie, todos quietos y los brazos en alto. Todo se prende fuego para sellar las diez canciones, los diez años. Quedan más que cenizas, hay tierra fértil. También hay “Sobredosis de droga” para seguir toda la noche. La despedida es así, con bonus track, el que quedó afuera de aquel disco de 2004, el que marca que después de la decena la cuenta sigue y seguirá.

De arco a arco, de escenario en escenario y al palo, viene hasta aquí la jarana. Con Él Mató, el escenario principal, a la luz de las estrellas y los neones, concluye su oferta. El patio central del Konex queda para las rondas, los abrazos, los besos, los puchos, las birras y las bocanadas de fresco. También para la feria: el stand de libros de Eloísa Cartonera atendido por Washington Cucurto, el de NaN por sus editores, el del sello rosarino Polvo Bureau por Morena Velázquez; un tablón largo sobre caballetes lleno de remeras de las bandas del felino anfitrión; y una mesa redonda, vaya símbolo, con CDs y vinilos también de Laptra.

Fotografía: Lautaro Aránguiz
Fotografía: Lautaro Aránguiz

Adentro, entonces, llega el turno de Antolín. El FestiLaptra también necesita un puñado de canciones melancólicas y de romanticismo para principiantes. El universo literario de Antolín, esa decena de palabras y dos o tres mundos que están siempre presentes (bosques, osos, parques, escuelas, videojuegos, futuro, juventud y películas) estremecen al público. Antolín, chico triste del desierto platense, capturó la atención una vez más. Javi Punga no es menos con su impronta, también marcada. Mucho más callejera, pero igual de pop. Folk y noise en dosis intercambiables, historias de amor y personajes de la TV. Un estilo único que se sale del lo-fi de los inicios sin perder frescura. Punga interpreta muchos de los temas de Rock and Roll Punga, su último disco, pero también mete algunos clásicos de su etapa con la portaestudio de cuatro canales, como “Nena stone”.

Minutos después, Lucas Jaubet, la voz más rugidora del tigre blanco, junta sus palmas y se inclina, oriental, ante los transpirados seguidores de Hojas Secas (según el flyer de la fecha, habrían abandonado el “The”). También se seca la transpiración. El show recién comienza, pero así es esta banda de las diagonales, siempre con los tapones de punta. “Cuántos días más/ y no me voy a levantar./ Y a quién le importa que después”, confiesa en el tema siguiente y todos corean afirmando. Alguien trepa al escenario, lo ahorca en un abrazo y grita: «Aplaudan que ya se termina/ y tengo que ir al baño”. Nada de eso. Un intervalo con “feliz-feliz en tu día/ amiguito (tigrecito) que Dios te bendiga”, mientras se soluciona un problema técnico, y otra vez a sudar: “Convidé”, “La solución” y la oración de cierre de una breve misa hojasequera: «La historia sin fin,/ todos juntos bailan apretados/ balanceando, balanceando, que no va a terminar/ jamás jamás”. A comer un poco de carne con arroz para recuperar fuerzas y seguir.

Fotografía: Lautaro Aránguiz

¿Qué tienen en común Atrás Hay Truenos y Sus Hijas? María Belén Padilla, Sofía Corley y María Eugenia Pezoimburu tienen en su acervo de canciones “El pantano”, cover del cuarteto neuquino, y desde el viernes un par de temas en conjunto sonando en vivo. El próximo sábado, cuando Atrás Hay Truenos cierre la octava edición de Hasta Quitarles La Ciudad a Los Lagartos en Zaguán Al Sur, tendrán otra coincidencia: haber participado en los ciclos de música en vivo que ofrece NaN. Paréntesis para completar los links de la escena con una traslación acaso delirante: Sofía es hermana de Nica (también presente en el festival) y Tifa, de Los Reyes, que tocaron y grabaron junto al enorme Litto Nebbia, co-compositor de “La balsa”, canción fundacional del rock argentino, ¿como fundacional será este nuevo rock local? Habrá que ver. Habrá que oír. Como oye el público el set que arranca, precisamente, con “El pantano”, narcótico track de Encanto (2013), y “Luna vieja”, del mismo disco. “Esta es una noche hermosa, una caricia que esperamos todo el año”, celebra con su voz fantasmal Roberto Aleandri; y la concurrencia, que oscila entre mil y mil quinientas personas durante el resto del maratónico cumpleaños, aplaude, acción que se destaca porque en lo que más ocupan sus energías los cuerpos es en saltar, bailar y cantar.

Ya con Sus Hijas como espectadoras —como los Laptra restantes, incluso el Chango, que mira con ganas el corral del sonidista que ocupará al tocar Las Ligas Menores y Bestia Bebé—, los Atrás Hay Truenos se despachan con ese ferrocarril hecho música que es “Frutas secas”, que levanta el pogo al ápice de su tormenta. Hay que decir que en la licuadora de noise, shoegaze, space y kraut rock que propone Atrás Hay Truenos juegan un rol fundamental todos sus integrantes: Héctor Zuñiga (batería), Diego Martínez (bajo), Nacho Mases (guitarra) y Aleandri se lucen menos como virtuosas individualidades que desde la virtud del conjunto. Y hay que destacar, asimismo, la cohesión de líricas (de a ratos, casi cadáveres exquisitos) y melodías entre silencios, cualidad que de algún modo “encantado” las sugiere como un soundtrack imposible, aún en los arrebatos instrumentales de Romanza (2012). El cuarteto cierra con “El encanto”, “Alejandro el cheto” y “Por el río”, en lógica circular, porque los pantanos son en ciertas ocasiones partes abandonadas por las aguas de algún río.

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Fotografía: Lautaro Aránguiz

Hace rato que a Las Ligas Menores no les hace justicia el calificativo de su nombre, sea en vivo o para la posteridad en forma de disco, homónimo el lanzado a mediados de este año. Que el quinteto haya arrancado con “Crecer” tal vez aporte en ese sentido y en el del paso de la adolescencia a la juventud. “De qué te sirve escucharme/ si nada de lo que digo tiene sentido”, canta Anabella Cartolano mientras chicos y chicas poguean, acaso sin notar que ese verso arma un oxímoron con la postal. Cartolano (voz y guitarra) y María Zamtlejfer (voz y bajo) son un seductor tándem frontal, una química que oscila entre la distancia y la proximidad, el frío y el calor, lo hierático y lo apasionado. Nina Carrara (teclados, percusión y coros) y Micaela García (batería), lo propio, aunque un par de pasos detrás. Pablo Kemper (voz y guitarra) concentra esa dualidad, a veces abstraído, a veces mostrando una sonrisa a la popular, como cuando le cantan el feliz cumpleaños y Carrara les saca una foto a sus compañeros sobre el escenario. Si a los grupos con mayoría de hombres se los resume en “los chicos” aunque haya mujeres, acá Kemper entiende todo y ni chista cuando escucha que se refieren a la banda como “las chicas”. Siguen “El baile de Elvis”, “Europa”, “Gran ciudad” y “Accidente”, de esos temas con la aptitud para mejorar cualquier humor, con la frescura de una naranja al medio en un verano de hastío. Pop rock de espacio, “Tibet”, “A 1200 km” y “Renault Fuego”. Pop rock de tiempo, “Noche de tormenta”, con sus bellos “pa pa pa pá” amplificados por una tribuna en la que, no por primera vez, algunos se animan a unos pasos de rocanrol, incluso a pesar de la pesadumbre del aire entre las columnas del Konex.

Las columnas del Konex: qué molestas se vuelven cuando todo el mundo entra a ver y escuchar el cierre de Bestia Bebé. Claro, algo tiene que sostener el techo frente a la potencia de Tom Quintans (guitarra y voz), Chicho Guisolfi (bajo), el Polaco Ocorso (batería) y el Topo Topino (guitarra), que repasan con trajín punkero su único y homónimo disco (audio de tantos durante el Mundial de Fútbol), tocan uno de cuando eran Tom & La Bestia Bebé (“La nueva pandemia”), adelantan un anónimo tema nuevo y concluyen con “No tengo nada” (manifiesto generacional de los ‘90 de Embajada Boliviana reelaborado para la humildad de unos artistas que son felices con “nada”) junto a Santiago Motorizado, sin que los instrumentos exploten por la fricción. El barrio, el fútbol, la amistad (dedicados “Sabés!” al cumpleañero Kemper y “El uruguayo” a los orientales de Erika Chuwoki, allí presentes; las risas al micrófono, como cuando Tom pide laburo para el Topo, a quien “echaron porque se tiñó el pelo”); el canto a grito pelado, el pogo, la fiesta hasta pasadas las 3 de la madrugada del sábado; ya no la sensación sino la certeza de que algo está creciendo y cambiando todo lo demás. Acaso Él Mató no cierre porque no estamos “Más o menos bien”. En lo que a Laptra y rock respecta, amigos y amigas, “Estamos bien”.