
Por Sergio Sánchez
Cuando una fuerza subterránea logra poner en crisis lo socialmente aceptado se produce el movimiento. Siempre es saludable que el río siga su curso y no se estanque. De hecho, la cultura tiene los anticuerpos necesarios para no convertirse en algo estático, pese a las resistencias conservadoras. Por suerte, siempre hay grietas. La música, por caso, debe su riqueza a esas aberturas (y aperturas). Hay tantos géneros musicales como grietas posibles. Ningún género conocido existiría sin la preexistencia de otros. Es decir, todo estilo musical es el resultado del cruce de otros sonidos y lenguajes. Y así, al infinito…
Una de esas grietas posibles fue el hip hop, un género con raíz afro que emergió en los barrios pobres de Nueva York para revelar esas palabras que nadie quería escuchar. Y, claro, el hip hop también tiene su capítulo aparte en la Argentina. Sin sampleos ni melodías ajenas, NAN propone contar qué sucede con el género en el país en la voz de Karen Pastrana (de Actitud María Marta), Miss Bolivia (Paz Ferreyra) y Sara Hebe, tres artistas que transitan la escena con miradas, orígenes y trayectorias diversas, pero con una habilidad en común: el uso de la palabra.
En el país, el hip hop es un campo en construcción. De hecho, se lo suele relegar y tiene poco alcance (salvo en el sur del país). Malena D’Alessio, de Actitud María Marta, dijo una vez: “Argentina es un país rockero ortodoxo. Y el hip hop es uno de los últimos eslabones de la música afro, que acá no ha tenido fácil acceso. El rap se está desparramando por todo el planeta, pero acá llega con delay”. De hecho, el hip hop es muy fuerte en países latinoamericanos como Venezuela, Brasil, Colombia y Cuba. Pero, salvo por los hiphoperos instalados por el mercado (en particular, por la industria estadounidense), se trata de un género que se encuentra en los márgenes y que no cuaja con los parámetros musicales aceptados. El hip hop, como la cumbia, es un género (más aún, un movimiento) enterrado. Sus letras hablan de temas que nadie quiere oír: la marginalidad, la sociedad patriarcal, la revolución femenina, la violencia estatal, el abuso policial, la liberación sexual y, entre otros, la explotación de los recursos naturales. La esencia del rapero consiste en increpar: molesta, hace “ruido”, es desubicado. “El hip hop tiene mucho que ver con el mensaje —explica Pastrana—. No es tan importante cómo está escrito sino proponer algo con lo cual la persona que está frente tuyo se sienta identificada. Es un género que te desnuda en el escenario. Si vas a decir una pelotudez, todo el mundo se va a enterar”. El rapero te canta la posta, sin filtros, sin medias tintas ni intermediarios. “Bajalo de Internet, que muera la company”, rapea Sara Hebe.
Según coinciden las tres, se pueden distinguir en estas pampas dos tendencias: por un lado, aquellos que abordan el género de manera más fiel al de fábrica y no admiten la incorporación de otros lenguajes; y, por el otro, aquellos que buscan resignificar el género y hacer un hip hop con identidad sudamericana. Las búsquedas musicales de Pastrana, Hebe y Miss Bolivia parecen encajar más en el segundo grupo: en aquel que lo cruza con elementos autóctonos de la región, como folklore, reggae y cumbia. Mientras las dos primeras se sirven de un hip hop más “puro” (¿acaso hay géneros puros?), Miss Bolivia se ubica más en la senda de la canción (con todo lo que eso conlleva). Pero en todas se puede reconocer el principal rasgo del hip hop: rimas desafiantes, combativas, incorrectas.
—¿Cómo ven la escena del hip hop en la Argentina?
Karen Pastrana: —Sinceramente, creo que atravesó muchas etapas. La escena creció, pero no tuvo mucho que ver con una evolución del hip hop, más bien hay un estancamiento con la identidad del género. Me refiero a que no nos asumimos como argentinos haciendo hip hop. De hecho, la gente que rapea hoy en el país se ve más reflejada en otros géneros musicales justamente por eso: porque hallan en el hip hop ese estancamiento y esa falta de apertura mental y social. En algún punto, sí creció la escena pero seguimos sin encontrar esa identidad. Los que la encontraron la tienen bien marcada y son mucho más raperos que quienes dicen serlo. Me costó hacerme cargo y considerarme rapera. Pero creo que hago más rap que muchos otros raperos que están metidos de lleno en el género y cumpliendo con los cuatro elementos (N.d.R.: MC, DJ, breakdance y graffiti), aunque para mí son cinco. La participación social y política que tiene que tener un rapero en los días que corren es absolutamente necesaria. Esa es la base.
Sara Hebe: —Pienso que hay chicos y chicas haciendo hip hop nuevo y bueno, pero lo que pasa es que se quedan metidos en esa movida. Si bien algunos no se encierran en el género, la mayoría se queda muy en el hip hop: tocan nada más en fechas del género y se relacionan sólo entre ellos.
Miss Bolivia: —El hip hop me encanta, lo consumo y lo banco, pero no sé si considerarme rapera. Es decir, me parece que soy del estilo de artista que tangencialmente se cruza con el hip hop. Lo abrazo. Viéndolo un poco más desde afuera, siento un enguetamiento del estilo. A veces se fosiliza y se queda sin oxígeno, porque no hay una apertura. Por otro lado, muchos músicos empiezan a rapear sobre bases de cumbia o house, y antes era todo más estricto. Me considero más transversal que hiphopera, aunque lo que más me gusta es el hip hop.
K. P.: —El género surgió de esa necesidad de decir cosas. La rabia y la potencia que conlleva salir a rapear tienen mucho que ver con las cosas que uno tiene para decir. De alguna manera podés ser protagonista de una historia de lucha y reivindicación, y de problemas que le suceden al ser humano. Y después expandirte un poco más, hablar del barrio, de la ciudad, de Buenos Aires. Es que llega un momento, man, en que tenés que mirar el mundo. No podés estar una década hablando sólo de lo que te pasa a vos. La palabra en ese sentido es fundamental. El estancamiento tiene que ver con no abrirse al resto del mundo, no asumir que los problemas del otro son también tus problemas.
—En la música de ustedes conviven otros estilos, como reggae y cumbia…
K.P.: —De hecho, el hip hop nació de la mezcla de un montón de géneros musicales: el funk, el jazz, el soul. Y de a poco lo vamos trayendo para este lado y le vamos incorporando cumbia y otros estilos. Musicalmente tiene más identidad que verbalmente. Hay muchos pibes que todavía siguen creyendo que usar todas las señas y el look es más hip hop que meter rimas en una cumbia. Lo segundo es más auténtico, tiene más que ver con nosotros y es lo que viene. Es el futuro.

—¿Qué sucede en el pasaje desde su país de origen hasta su llegada a la Argentina?
K.P.: —Hay una profunda ignorancia: no somos capaces de tomar las riendas de nuestra propia historia y relatarla. Si te ponés a traducir algunas letras del hip hop cuando entró a la Argentina, te querés matar, no lo podés creer. Me refiero a grupos como Ice T y Ice Cube… Public Enemy no me defraudó, aunque sí un poco Flavor Flave, MC del grupo, cuando estuvo en un reality de MTV. De grupos así me hice admiradora por la actitud y la manera de rapear, pero me enojé con algunos cuando les entendí las letras: tipos que rapeaban en contra del maltrato policial y después salían en series cómicas de TV haciendo de policías. Me enojé pero con el tiempo me di cuenta que en esto de la música hay espacio para todo, inclusive para la pelotudez total. En Latinoamérica tenemos mucha más riqueza histórica, mística y social.
M.B.: —Me resultó llamativo cuando fui a tocar a Bolivia, al límite con Paraguay. Ahí sentía mucho más hecho carne ese pasaje, pero desde un lugar más originario. No tenían ningún prurito de mandar una orquestación más chamamecera. En Bolivia hay raperos que riman en su idioma originario. Esas cosas me parecen valiosas. Si bien está el kit del rapero, que a veces es una importación sin elaborar, es decir, se la cuela directo; me parece más rico cuando se le hace una pregunta al rap desde el lugar de uno. Hay raperos en Buenos Aires que lo logran. Por eso los escuchan muchas más personas, que exceden al público del rap.
S.H.: —A veces queda solo la moda y también hay gente que dice algo. Algunos se quedan sólo con el estereotipo y no les importa más que tener la indumentaria, mientras otros hacen búsquedas diferentes. Hay grupos de hip hop con dialectos mapuches, originarios.
K.P.: —Muchos yankees vieron al género del hip hop simplemente como un negocio superficial y vacío, una moda a la cual se le puede sacar mucha guita. De hecho, eso es lo que aún siguen proponiendo y difundiendo las grandes compañías y las radios. Pienso que se les dio vuelta. Algo que salió de la calle, con letras que hablaban en primera persona de modo testimonial, personal y barrial llegó a ser un buen negocio, bien remunerativo. Pero hoy, en el resto del mundo e inclusive algunos grupos en Estados Unidos, retomaron esas raíces del hip hop y crece como herramienta no sólo de comunicación entre los pueblos sino como instrumento de participación, de lucha arriba y abajo del escenario, de protesta y de propuesta; y en algunos casos llega a formar verdaderos líderes al servicio de nuestra sociedad. Cuando la cosa viene vacía, salta la ficha enseguida y esos artistas duran nada. Con todos los géneros musicales pasa eso.
—¿Por qué rapean? ¿Qué temas o cosas las movilizan?
K.P.: —Cuando te tocan algo que te duele, la indignación y la rabia te motivan para escribir. Tiene mucho que ver con la historia de la Argentina: una historia triste. Es un género musical especialista en transformar la bronca en algo positivo, en algo que pueda generar reflexión. Musicalmente hablando es un camino distinto. Uno no tiene que ser músico para ser rapero.
S.H.: —Y tampoco tenés que ser poeta para ser rapero, porque es una cosa callejera, urbana. Es algo urgente. Tiene la necesidad de decir lo que está pasando y lo que uno siente. Yo lo hago porque me nace.
K.P.: —Uno elige la música como método de salvación. Sería todo mucho más triste si no existiera. No le vas a cambiar la vida a nadie, pero el disfrute del otro cuando escucha tu música es un pequeño aporte.
M.B.: —Escribir sobre música es una variante más de mis otras actividades. En general, escribo, ya sea prosa o sobre bases. Me da igual el formato. Hablo de cosas que me generan interés desde lo social. Aunque mi última etapa es más autobiográfica. En la rima y la composición poética, ya sea poesía, prosa o rap, uno puede ser canal y decir a otros. O decirnos a todos. O decir a los que no son dichos o visibilizados. Eso es la mayor parte de lo que me motiva. También lo hago por necesidad individual y egoísta. Lo necesito para vivir. Es necesario para no enfermar o enfermar menos. Es un medio terapéutico. Y también escribo porque hay músicas o bases que me lo piden. Y ahí también viene la licuadora: la indignación, la impotencia. Poniéndole algo de expresividad a algo no dicho le da potencia y voz. Sin arrogarse el lugar de la voz, pero me parece que es aportar también a que se expresen cosas que tienen alcance muy corto. Por otra parte, considero que el lugar de la persona que está con el micrófono es un lugar de poder y de mucha responsabilidad. Y vos podés ver qué hacés con eso: si te vas a autodorar la píldora, a quedar en el ego narcisista, okey, pero es un look que asfixia. O podés tomar esa responsabilidad y disolver esa parte de ego que a muchos artistas les puede agarrar, y dejarte habitar por la voz del otro.
—¿Qué lugar creen que ocupa el hip hop en el campo musical?
K.P.: —Es algo que no se vende. No hay un escenario del hip hop y por algo es. ¿Qué pasaría si pasaran en la radio un tema de rap que hable a favor del aborto? ¿Y si lo pasaran diez veces por día, como a las canciones de Shakira? Sería bastante loco ver lo que pasa. Tiene que ver con no querer generar el despertar de ciertos temas o directamente acallarlos.
M.B.: —Lo que rota en la radio, lo que deviene en género más mainstream, es donde la industria pone el bille. Eso es una planificación industrial, de mercadeo. “Esto es una torta: este 70 por ciento es de pop”; y así. Entonces, ponen toda la guita ahí. Los bisneros no van a poner el bille en el rap del aborto, lo van a poner más bien en otra cosa.
S.H.: —A veces lo que pasa es que se burlan del rap. Pasa también con la cumbia. Es que son géneros populares y se los toman en joda. Decís que hacés rap y te empiezan a imitar con las manos. Siempre está el pelotudo que empieza a querer rapear como si fuese una boludez.
—¿Cómo ven este tiempo político?
M.B.: —Están apareciendo puntas de icebergs de cosas muy grossas que ya vienen desde hace mucho tiempo calentándose. Veo una “repontetización” de lo que es Sudamérica. Las luchas de poder de los actores de siempre están a flor de piel. Pero tiene mucho más volumen la voz popular y a la vez lo tiene la contrafuerza. Los gobiernos se están sirviendo de estrategias muy coercitivas. Está emergiendo más claramente la voz popular, apuntalada a ciertos gobiernos. Eso en términos amplios. Después pienso que está todo como el orto: se están agotando los recursos naturales y meten presa a gente que cultiva marihuana y que practica el aborto. Hay trata de personas. Son síntomas igual que exceden lo regional, son mundiales.
K.P.: —Es difícil seguir creyendo en lo que uno cree y a la vez seguir manteniendo una postura definida frente a todo lo que pasa. De pronto caés en la cuenta que tenés una postura política frente al mundo, al gobierno y a la gente. Cuando eso tambalea es porque de verdad están pasando tiempos bien jodidos. Pero los tiempos jodidos vienen de algo que se hizo. Cuando hay algo que se hace, es lógico que esto pase. No existe un bienestar en el mundo que no implique una lucha, una guerra, que corra sangre, que sea una mierda. Antes que exista la paz tuvo que haber una guerra. No sé si tendría que ser así, pero evidentemente lo es. Justamente hago rap porque me cuesta mucho hablarlo.
S.H.: —Soy un poco descreída de todo en general y me cuesta creer en los gobiernos. Pero, de todas maneras, voto; aunque luego me pregunto qué es votar. Aunque esté todo bastante podrido, creo que es un momento importante. Por ejemplo, si estás en Venezuela tenés que ponerte de un lado o de otro. Y acá un poco también. Se sabe que está lo peor que puede pasar, que es un Macri o un Duhalde. Ante eso, hay que tener claro que se hicieron cosas piolas y quedan muchas cosas por hacer.
—¿Cómo ven el lugar de la mujer en la sociedad? ¿Y en la música?
S.H.: —En el ambiente del hip hop siempre hice lo que sé hacer. Y me metí donde me hacían lugar. En todos los ámbitos siempre ha habido más hombres, porque la mujer ha estado oprimida en la historia de la humanidad. Y ahora está ganando terreno, espacios, como fruto de la lucha de tantas mujeres. De hecho, hace re poco que la mujer vota. Hay más mujeres manifestándose, pero también siguen habiendo mujeres totalmente oprimidas.
K.P.: —Tenemos una presidenta mujer. ¡Mirá si no habremos ganado terreno!
M.B.: —En la música nunca sentí una diferencia de género. Pero, por suerte, ahora hay más mujeres visibles. En lo artístico no creo que haya diferencias por ser mujer, al contrario. La historia femicida es un síntoma humano, pero también hubo sociedades matriarcales. En el Conurbano hay una cultura re matriarcal.
Fuente: NAN #12 (mayo-junio 2013). Conseguila en nuestra Tienda Virtual.