Por María Luz Carmona y Sergio Sánchez
Fotografía de Agencia NAN
Buenos Aires, junio 24 (Agencia NAN-2010).- Los viajes no sólo tienen la virtud de trasladar a las personas a dimensiones paralelas, a sitios mágicos donde el tiempo se detiene, sino que pueden motivar la transformación profunda y definitiva del individuo. Para quien quiera creerlo, alguien no es el mismo cuando regresa de un viaje, de esa experiencia intensa que coloca los sentidos en contacto con todos los elementos de la naturaleza. Porque ese acto pone en jaque los signos convencionales del lenguaje y los transforma en revolucionarios y subversivos. Eso le pasó a Xuan Pablo González, un joven oriundo del barrio porteño de Boedo, quien no sólo abandonó la «J» de su primer nombre en los caminos para conquistar una «X», sino que dejó atrás su rutina urbana y su forma de escritura tradicional.
“A partir de los viajes me surgió un corte muy fuerte, un cambio de cabeza muy groso y violento. Viajé justo después de la crisis de 2001, cuando era todo un quilombo y se había dado una serie de cosas que me impulsaron a viajar. Entonces, me di cuenta de que estaba muy receptivo en cuanto a los lenguajes de los pueblos de Perú, Bolivia, Ecuador; de América latina en general. Y también a sus problemáticas. Sentía mucha más empatía y eso me sirvió para salir un poco del ego del escritor y cumplir un rol de denuncia, más social”, cuenta González durante una charla con Agencia NAN, en una placita de su barrio.
Durante el primer viaje que emprendió desde 2002 por Latinoamérica –planeado por algunos meses, pero que duró un año–, Xuan se dejó atravesar por un nuevo lenguaje y cambió su concepción de la vida, de la cultura y, sobre todo, de la escritura, un arte que practicaba desde sus años en la escuela secundaria pero que nunca había explotado de manera tan profunda. “Mi primer libro, Leyendasurevoluzion, fue muy explosivo. Significó romper con el lenguaje, con cosas que venía escribiendo, que tenía en la cabeza, y con las decisiones que iba a tomar en mi vida. Me sirvió para sacarme un montón de cuestiones de encima. En tanto, el segundo, Alucinaciones Salvajes Proyectadas (2004), que escribí mientras recorría México, Cuba y Guatemala tiene otra dirección. Ya sabía por dónde quería andar. Quería conocer las culturas originarias, sus conocimientos, su sabiduría, incorporar sus distintas lenguas, mitos y leyendas. Entonces, en los siguientes libros fui profundizando esa postura”, explica el artista de barba y rastas.
En sus fragmentos de mundo, en los que combina la lengua heredada de España con los idiomas originarios –como el quechua y el aymara–, el escritor autodidacta reivindica héroes callados, como Túpac Amaru, a quien le dedica su último libro, Suenhos Tupamaros (2010). Y en sus breves relatos, cuentos, crónicas y poesías revive las historias de personajes de pueblos lejanos, como chamanes, mamitas, taitas, curanderos, sabios, paisanos y campesinos.
“Siento que esos fueron viajes iniciáticos como, por ejemplo, el del Che, que primero hizo uno para abrirse a las problemáticas de la cultura latinoamericana. A mí me sirvió para mamar un montón de cosas y no de los libros, sino para conectarme con la gente y con los lugares, porque ambos tienen mucho para decir. Una montaña, un lago, un río, una selva, unas ruinas o una pirámide maya también tienen mucho que decirte. Lo que pasa es que tenés que volverte receptivo para escuchar a la gente y también a una montaña”, revela el viajero que evidencia su apertura para dialogar con quien quiera oírlo.
— Y en esa tarea por incorporar información de la naturaleza, ¿cuál fue la experiencia con las plantas sagradas que profundiza en los libros?
— En ningún lugar del mundo hay tanta variedad de plantas como en Latinoamérica. Acá hay cientos de especies y muchos chamanes, sabios, taitas, amawtas indígenas que tienen el conocimiento y pueden enseñarte. Eso no existe en ningún lugar del mundo. Esas experiencias te comunican con la tierra y la sabiduría ancestral y no tienen comparación con nada, ni con la escuela ni con la universidad. Tienen que ver con el viajar, con una comunión espiritual. En una piedra,
— ¿Cómo fue su relación con las comunidades? ¿Pudo generar un vínculo con ellos?
— Cuando estás en el camino las puertas se te abren. Muchas veces sentí que estaba en el lugar y momento adecuados. Cuando querés aprender, a los taitas o las mamitas no les importa si sos blanco o moreno: te enseñan igual. Lo que quieren es trasmitir el conocimiento. Dentro de las comunidades también puede haber gente a la que le generes rechazo. En una comunidad en la que estuve uno de los aborígenes me miraba con desconfianza y me tiraba mala onda. Pero un día llegó a la comunidad una computadora y yo la programé porque ellos no sabían hacerlo. Entonces, a partir de ese momento, hubo buena onda con él. Después me regaló sus plumas, que tengo guardadas en mi casa. Tiene que ver con una reciprocidad. Lo que llaman el Ayni, quiere decir dar y recibir. Es mucho más lo que ellos te pueden enseñar que lo que vos les podés enseñar a ellos. Es un aprendizaje recíproco. Yo siento que fue más lo que recibí que lo que di.
— ¿Se dan naturalmente los temas que reivindica en los textos?
— Soy más intuitivo que racional. Lo que suelo racionalizar lo hago después. (Julio) Cortázar dice: “Vos no elegís los temas sino que los temas te eligen”. De repente me baja la información como una especie de mandato cósmico, entonces me pongo a investigar. Voy a una biblioteca, una comunidad o una montaña, al lugar donde sienta que puedo recibir la información. No me lo cuestiono. Siento que hoy no estamos para cuestionar nada. Estamos en el Pachakuti, en un momento crítico en el que hay que pasar cierta información, porque es necesario. Y de eso me di cuenta cuando empecé a publicar. No lo racionalizo. Le doy bola a una información que está mucho más allá de mí, que recibo de tal o cual lado, que me trasciende y que creo que es necesaria que circule. Si a mí me hizo bien, se la paso a otro. A veces me siento un intérprete.
Y gracias a la sabiduría que pudo aprehender e interpretar, autoeditó también Rompecabezas de la Ciudad Perdida de Esteco (2005), Psicodelianarkocorrida (2008) y Antiguos Cantos de la Tierra (2009), un libro en donde recopila poesía y cantos de las culturas originarias de América y África. Luego de seis publicaciones, el autor comenzó a vivir de su arte: “Yo estoy sobreviviendo de la escritura. Me siento un afortunado. Por primera vez puedo vivir de esto”. Aunque sus publicaciones frecuentan la Feria del Libro Independiente (FLIA) y otros festivales populares, también pueden encontrarse en varias librerías de la Ciudad de Buenos Aires y en la capital de Salta. “La autogestión está buenísima. Es una mentira que la única forma de que te lean es a través del mercado editorial. La independencia es un camino de lucha, que es más interesante que estar en una editorial”, abogó el escritor.
Una lucha a través del lenguaje
“Bienvenido a Lokombia”, invita uno de los relatos incluidos en Leyendasurevoluzion. Una vez adentro, una frase irrumpe: “En la ciudades hay más milikos que árboles”. Y detrás de ella se suceden ideas que desafían a las normas gramaticales, al mismo tiempo que las palabras juegan a dibujar figuras. “Creo que el lenguaje es una forma de dominación. El castellano acá es un lenguaje de invasión y colonización. De hecho, cuando Antonio de Nebrija escribió el primer diccionario de la lengua española, en 1492, ya habían invadido América y ya había palabras indígenas incorporadas al castellano. Por entonces, Nebrija le dijo a la reina que la lengua era una forma de dominación imperialista. Y, al mismo tiempo, vemos que hoy en los Congresos de la Lengua los españoles nos vienen a decir cómo tenemos que hablar y cosas como esas que son de las más retrógradas”, considera.
“Por otro lado, –continúa– el cubano Leonardo Acosta decía que la potencia que tiene el lenguaje como arma de dominación y colonización es impresionante y que no nos damos cuenta; no tomamos consciencia en el día a día, en el habla cotidiana. Los guaraníes, los tobas, los wichis nacen con su lengua y recién incorporan el castellano a los diez o quince años. ¿A cuántas comunidades jodieron con papeles en otro idioma que no podían leer? El lenguaje todavía sigue siendo un arma de dominación. Un maestro rural contaba que gente que hablaba el kakan (una lengua andina), en una zona de Catamarca, era fusilada por hablarlo. Es terrible que haya gente que mató a otras por su lengua. Y así hubo lenguas de acá que desaparecieron. Por eso yo creo que mi escritura es una forma de lucha, una suerte de combate a través del lenguaje. A partir de la escritura trato de dar batalla a la colonización en un proceso de descolonización.”
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