Inspirada en sonetos de William Shakespeare, la pieza dirigida por Helena Tritek permite cierta reflexión en torno a la sensualidad, el deseo y el amor, sin textos moralizantes y con una dosis de humor. Además del interesante abordaje del tema, las actuaciones y el vestuario son otros puntos fuertes.Por Andrés Valenzuela
Fotografía gentileza de El amante del amor
Buenos Aires, junio 22 (Agencia NAN-2010).- En algunas distinciones se puede perder el rumbo. Confundir sensualidad con belleza, atracción con amor. Aceptar que erotismo es lo mismo que lascivia. Aún si no tuviese otros muchos indudables méritos técnicos, sólo por clarificar esas distinciones con elegancia vale la pena ver El amante del amor, obra teatral de Helena Tritek, inspirada en los sonetos del dramaturgo inglés William Shakespeare. La puesta puede verse cada viernes a las 21 en el Patio de Actores (Lerma 568, Ciudad de Buenos Aires) y cuenta con las actuaciones de Victoria Almeida, Stella Brandolin, Mariano Gladic, Roberto Romano y Alejandro Viola.
En su adaptación, Tritek realiza un trabajo excepcional. La directora toma un puñado de sonetos del Bardo –acaso su faceta menos explorada sobre las tablas-– y consigue no sólo hilarlos sólidamente, sino también la paradoja de actualizarlos casi sin modificarlos. La obra tiene también una eficaz puesta en escena que prácticamente evita las pausas entre una escena y otra, y entre un acto y el que le sigue. Con pocos elementos, pero bien dispuestos, y un trabajo intenso y continuo de los actores, la obra avanza sin pausas y sin prisas, permitiendo al espectador incorporarla a buen ritmo.
El vestuario está muy bien logrado. Es sobrio y elegante. Y es destacable, en particular, la variedad de caracterizaciones que impone a las actrices y que resuelve en algunos casos con un simple atrezzo más o de menos.
El amante del amor aborda lo mencionado en el primer párrafo. Acaso preocupada por no limitar el tono de la obra a una sensualidad demasiado marcada, Tritek incluye numerosos elementos humorísticos que se dan sobre todo a partir del grotesco. Con esto consigue desacralizar y eliminar la pomposidad de algunos textos de Shakespeare (de raíz popular, pero a los que muchas veces se los talla en piedra). Así también consigue alejar la obra del simple erotismo para permitir cierta reflexión en torno a la sensualidad, el deseo y el amor.
La obra trabaja sugiriendo continuamente distinciones y paradojas entre esos elementos, pero jamás explicitando sus conclusiones. Allí radica otra de sus fortalezas y de su fuerza, al invitar al espectador a compartir la responsabilidad de construir una mirada sobre el tema y, a la vez, valorando su capacidad para abordar el trabajo, sin textos moralizantes, declamaciones aburridas ni conclusiones de Perogrullo.
El trabajo de los actores es otro punto fuerte de El amante del amor. Los cinco rostros capturan la atención del espectador y sus cuerpos obligan a la mirada a seguirlos. Amén de caracterizar muy bien sus papeles, el quinteto dirigido por Tritek se luce en otros rubros, como el canto y la danza. Así, los varones se destacan por los pasajes de ópera italiana que entonan, a los que Almeida suma su voz en ocasiones. En cuanto a ella, también llama la atención con dos pasajes de danza muy bien logrados, de movimientos intensos y sensuales.
Todo el conjunto se condensa en hora y media de espectáculo consistente y sumamente interesante. Así, El amante del amor propone una reflexión sobre aquello que –muchos aseguran– puede mover montañas y que sin embargo hace siglos que se intenta definir.