/Archivo

Javier Barilaro: “Hay dos maneras de sobrevivir como artista plástico: o llegás al gran público o llegás a la elite”.-

El artista plástico, diseñador y editor cursó dos años en Bellas Artes pero se aburrió, retomó la producción autodidacta, formó la editorial Eloísa Cartonera (junto a Washington Cucurto y Fernanda Laguna) y comenzó un camino que “en vez de copiar el esquema del primer mundo, que consiste en conseguir plata y hacer una tirada”, apunta a “maximizar las posibilidades creativas” sin dinero. Es que para el joven artista, “una obra vale por lo que dice, no por sus materiales”. Y díganselo a él, que hizo del cartón su herramienta amiga y le entró al flúor antes que los floggers, además de ser parte de Amistad o nada, cooperativa carpintera de la Villa 20 que recicla pallets en muebles.

Por Valeria Tentoni
Fotografía de Alejo Sarano

Buenos Aires, agosto 12 (Agencia NAN 2009).- El viaje en tren funciona como preludio: las líneas del epicentro porteño parecen esfumarse con el traqueteo de los vagones sobre los rieles, contra un horizonte cada vez más abierto y anaranjado. Barrio de Villa Pueyrredón. El artista plástico Javier Barilaro espera a Agencia NAN en su taller y ofrece mate con jengibre pero advierte que tiene gripe. Nació en el primer cinturón del conurbano bonaerense en 1974. Autodidacta, es artista plástico, diseñador gráfico, editor y hasta formó parte de una compañía de teatro. Junto a Washington Cucurto y Fernanda Laguna, Barilaro fue uno de los hacedores del proyecto editorial Eloísa Cartonera, que edita en cartón pintado a mano y páginas fotocopiadas a jóvenes poetas y narradores.

Actualmente, trabaja con el poeta, editor y librero Francisco Garamona en Editorial Mansalva y, además, es parte del proyecto Amistad o nada, una cooperativa de carpintería en la Villa 20 que recicla maderas de pallets para fabricar muebles. Su obra se expuso en Inglaterra, Francia, Venezuela, Guatemala, Brasil, Chile y en espacios públicos del país. “Creo que a algunos les ha caído bien que yo quiera hacer algo latinoamericano. Quiero trabajar con lo que me rodea y eso parece tener un valor, no sólo para mí. No sé si a la ‘elite artística’ le interesa lo que hago. Me interesa estar un poco afuera”, comenta Barilaro.

— ¿Cómo conociste a Cucurto?
— Fue en la galería Belleza y Felicidad. Él quería un diseñador gráfico para hacer un proyecto que se llamó Arte de tapa: publicamos 17 plaquetas de poesía, con tapas en blanco que repartíamos para que la gente ilustre. Como eso nos salió bien y estuvo bueno, nos propusimos hacer una editorial, que se llamó Eloísa, en la Casa de la Poesía. No tenía lo divertido que había tenido el proyecto anterior, en el que participó mucha gente, pero desde el principio buscamos que fuera un proyecto barato y popular. Y a Cucurto se le ocurrió que fuera con tapas de cartón.

— ¿Hubo un antes y un después de Cucurto?
— Antes de conocerlo ya me había comprado unos discos de cumbia villera, porque soy de Loma Hermosa, un suburbio pobre, y siempre se escucha cumbia, te guste o no. Yo era un pendejo que no le daba bola, la despreciaba, escuchaba punk. Cuando me vine a vivir a San Telmo, me di cuenta de que era un intelectual en Buenos Aires, pero en Capital era un grasa. Me empecé a comprar más discos de cumbia villera. Los que siempre me gustaron son los pósters de recitales de cumbia. Con el tiempo, Cucurto me empezó a llevar a bailantas. Y para cuando presentó su primer libro, Cosa de negros, pensé en hacerle pinturas especiales, en las que su alter ego fuera una estrella de cumbia. De hecho, ideé un póster en el que tocaba El Sofocador de la Cumbia y otras bandas más que el escritor nombra en el libro. Así empecé a pintar ese tipo de cuadros. Después seguí por mi lado porque me di cuenta del potencial que tenía. Podía unir un montón de cosas que siempre me habían interesado: la pintura, el diseño gráfico y la literatura.

— ¿Cómo fuiste encontrando su fluorescencia?
— Se cree que uso mucho flúor, pero no uso tanto como parece. Me gusta el color chocante, fuerte, quiero que genere algo que tenga energía y contraste, que “llame la atención”. Fui agregando flúor porque me parece que queda bien con la estética cumbiera y siento que lo manejo bien, me gusta y me divierte. Pero las cosas que pinto tienen un diez por ciento de flúor. Lo que sucede es que el contraste acentúa esos colores. Ahora resulta que todo lo flúor es flogger, ¡pero yo lo hacía desde antes! Me pregunto qué pensaría Cumbio de un cuadro mío.

— ¿Cómo te interesaste por llegar a un público masivo desde lugares tan escondidos?
— Hay dos maneras de sobrevivir como artista plástico: o llegás al gran público o llegás a la elite. Y no me tengo tanta confianza como para llegar a la elite, así que opté por el gran público. Igual siempre es una elite la que te compra.

— ¿Alguna vez imaginaste que iban a comprar tus cuadros?
— No. Cuando era chico, en la escuela, tuve que escribir una redacción sobre un sueño imposible. Ni siquiera pintaba entonces. Pero puse que quería ser pintor. Cuando me metí en la escuela de Bellas Artes me di cuenta de que quería ser un artista de vanguardia. Si te ponés a mirar la cantidad de editoriales independientes y chiquitas que hay dando vueltas, que no tienen plata e igual publican, ves que te quedan dos caminos: o hacés lobby, te conseguís un subsidio, vas publicando a los notables, te hacés amigo de ellos y, como tenés nombres pesados, le pedís a entidades que te den guita. O podés hacer lo que hicimos con Eloísa…

— Pero ustedes también tienen “notables”…
— Si, pero lo hicimos sin plata, sin lobby, sin nada. Mucho por mail, sin conocernos cara a cara. Lo que hicimos fue preguntarnos cómo debía ser una editorial en ese contexto. Entonces trabajamos dándole calidad de libro único: pintamos las tapas a mano, por lo que cada ejemplar tiene valor como objeto de arte. Igual lo vendemos barato y trabajamos con las personas con las que nunca nadie trabajaría, que son los cartoneros. En vez de copiar el esquema del primer mundo, que consiste en conseguir plata y entonces hacer una tirada, apuntamos a maximizar las posibilidades creativas sin plata. Y creo que eso lo trasladé a mi obra. Tomé lo que estaba cerca, la estética del Once, de provincia, tratando de darle mi impronta. No puede fallar: es lo que te rodea, lo que está dando vueltas. Creo que ser artista es inventarte una receta. Y a mí me salió la que me salió.

— Y antes de dar con esa estética, ¿por qué camino ibas?
— Probé un montón de cosas. Las primeras significativas que hice en la escuela de Bellas Artes tenían mucho texto, pero a mano. Escribía cosas y las iba tapando unas con otras: una suerte de Pollock con letras. Después de eso empecé a hacer cuadros gigantes. Quise aprender a dibujar porque no era muy buen dibujante y pasé a hacer cuadros chicos, en blanco y negro, muy geométricos. Finalmente apareció esto de la cumbia. Ahora trato de poner textos o palabras que tengan algo de trascendente. Me interesa que haya una cosa de fiesta, de color, pero que quede algo para reflexionar, no que sea meramente decorativo. Es que me siento un poco político en este ejercicio. Me tiene harto toda la estética europeísta. Por ejemplo, me pasa con el uso de materiales: hacer toda una superproducción para una muestra de arte efímera y gastar muchísimo dinero me parece un desgaste.

— Se nota en el uso del cartón, materia prima bastardeada por muchos artistas plásticos pero que usás bastante…
— Me parece que una obra de arte tiene que valer por lo que dice, no por sus materiales. Me doy cuenta de que en el circuito de galerías es más elegante o vendedor algo que tiene materiales caros. Quiero ir en contra de eso.

— ¿Cómo fue que te acercaste a la pintura?
— Un amigo se pintó una remera y me gustó la idea. Entonces, me compré pinturas y me pinté una. A partir de ahí, además de comprarme libros de literatura, empecé a comprar de arte. También a ir a un taller y, cuando terminó el año, la profesora me dijo: “Bueno, andá y anotáte en la Escuela de Bellas Artes”. Ahí estuve dos años nada más.

— ¿Por qué?
— Me aburrió.