Por Valeria Tentoni
Fotografía gentileza de Caro Mikalef
Buenos Aires, julio 7 (Agencia NAN-2009).- Fue pionera en utilizar la blogósfera para publicar. Creó la revista digital Absurda y Efímera, que participó en la I Exposición de Revistas Alternativas y Digitales, organizada en 2003 por la Biblioteca del Congreso de la Nación. Colaboró con varias revistas y publicó sus poemas y narraciones en diversas antologías. Es autora de Papel reciclado, Hilvanar la angustia, Oniria y Mensajes en el refrigerador. Y próximamente, del poemario Restos de Jukebox. Mientras tanto, organiza el ciclo de lectura Outsider en Casa Brandon. Clase 70, es licenciada en Lengua Inglesa y tallerista.
Cuando Valeria Iglesias empezó a estudiar, estaba más fascinada por las materias de Lingüística y Gramática que sus compañeros, que se la pasaban hablando de Deleuze, Borges y el Martín Fierro. Para casi todos, lo que a ella le gustaba no era más que un trámite para dedicarse a la literatura. Ahora, a todo lo que ya venía haciendo, Iglesias le suma la cursada de un post título en el Joaquín V. González. Una de las materias en las que primero se anotó, claro, fue Sintaxis y Semántica: “Lo asocio mucho a cuando era chica y desarmaba las cajitas de música, pensando que adentro habría maravillosas piezas exóticas, hasta enanitos que tocaban el piano o algo así. O el alma, el aliento: algo inexplicable”, revela la autora.
–¿Cómo ocurrió aquello de empezar a escribir?
–Cuando estaba en quinto grado, vimos una poesía de Nicolás Guillén: “¡Ay, señora, mi vecina!” Nos enseñaron la métrica, la rima y las figuras del lenguaje. Cuando terminamos de trabajarla, la maestra dijo que íbamos a escribir una poesía. Sentí que entraba en un lugar sagrado. Y cuando sucedió, no lo podía creer. Era como estar en otro nivel, como tener un poder especial.
–¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?
–De chica heredé de mi papá la colección “Robin Hood”. La biblioteca de mi mamá era más surtida, pero del único libro que me acuerdo es Los sueños del sapo, de Javier Villafañe. De una prima de mi mamá, recuerdo Las torres de Nuremberg, de José Sebastián Tallón. Pero el que me marcó como adulta (esto es: cuando sentí que leía literatura de grandes) fue Cien años de soledad, de García Márquez.
–¿A qué libros vuelve?
—Zama, de Antonio Di Benedetto. No sé cuántas veces lo leí ya. Me pasa que no puedo parar. De pronto lo agarro para buscar una frase, para releer como empieza y ahí me encuentro leyéndolo otra vez. Todos los de Lorrie Moore. Siempre que releo sus cuentos, encuentro cosas nuevas que me sorprenden.
–¿Qué autores marcaron su escritura?
–Supongo que un poco de Paul Auster, por su fascinación con el lenguaje (aunque él, cuando lo aborda como tema de escritura, es más bien filosófico; a mí me fascina el lenguaje como ‘máquina’). Clarice Lispector, por esa intimidad y ese borde en el que las sensaciones y las palabras se buscan para crear sentido. Y Raymond Carver, por la tensión que crea a partir de lo que no dice.
–¿Cómo se gestó el poemario Papel reciclado?
–Tal vez por esa fascinación por el lenguaje, me metí a estudiar inglés. Manejar otro idioma pone en evidencia algo obvio (que vivimos en automático): lo arbitrario del signo lingüístico. Por eso, y porque quería irme a enseñar español por el mundo, me metí a estudiar Licenciatura en Lengua Inglesa. Pero ese plan me alejó de la escritura por largo tiempo. Además estaban mi matrimonio y mi maternidad, que también me absorbían. Entonces, cuando terminé de estudiar y me separé, agarré todos los poemas que había escrito entre los 17 años y los 26, escribí algunos más a los 32 y elegí los que más me gustaban. Por eso la idea de collage, de reciclar y reciclarme a mí misma, volviendo al camino que había dejado.
–¿Cómo fue mutando el proyecto Absurda y Efímera?
–Surgió un verano en que estaba sin trabajo y con banda ancha. En esa época ya existían los blogs, pero no eran furor y yo no sabía que existían. Así que me diseñaba una página con FrontPage, publicaba un texto e invitaba por mail a un montón de contactos para que leyeran. Al principio, la página se llamaba Sólo por hoy, y el texto estaba en Internet un día solamente. Por la dinámica y porque el primer texto que publiqué se llamaba «Absurda», enseguida registré el dominio “absurdayefimera”. Seguí un par de años diseñando la página. Me llevaba horas y horas. Entonces, me pasé al formato del blog. Esta tercera etapa se llamó “revista travestida de blog”, porque entonces AyE era una revista digital que robaba la plantilla del blog. De revista, se convirtió en blog, con dinámica de blog. Hasta que empecé a utilizarla como herramienta de difusión de mis cursos. Y así llegamos a lo que AyE es hoy.
–Su hijo tiene 12 años y ya tiene su propio blog. ¿Comparte la literatura con él?
–El blog de Augusto, ahora abandonado, surgió en realidad de un fanzine impreso del que sacó tres números. Era una hoja doblada a doble faz con historietas. En esa época, él tenía 8 o 9 y se había vuelto fan de Liniers. Comparto mucho la lectura, más que la escritura: es muy vago para escribir, no para leer. Me mata de amor cuando me llama para leerme una frase que le gusta. Veo en eso el germen de mi amor por el mecanismo del lenguaje. Me dice: “Acá hay una parte que me gusta cómo está escrita”. Y me la lee. Yo también le leo algunas frases que me gustan.
–Outsider. Cuente un poco sobre ese ciclo que conduce.
–Además de un ciclo literario, es una composición que hago cada mes para accionar, hacer algo para revertir la tendencia endogámica que existe en todos los grupos humanos. Outsider apunta a un público que nunca fue a ver una lectura, por eso el criterio para elegir a los invitados es complejo. Primero, porque tiene que haber surtido: poesía, narrativa y outsider. El outsider es el símbolo de la movida: una persona que no pertenece al circuito ni de las lecturas ni de la literatura, pero tiene que escribir. Segundo: porque me gusta ver cómo combino a los que leen para que no sea un embole. También pienso en la posibilidad que ofrece el invitado de hacer una buena performance: si lee claro, proyecta su voz, “ocupa” la escena. Si alguien no se anima a leer o no tiene buena dicción, se puede trabajar con otra persona que lea el texto del invitado. La literatura, como espectáculo, necesita sostenerse en la combinación de otras artes que sí son originalmente “espectaculares”. Quizás en sus orígenes la literatura fue un arte para compartir en público, pero en la actualidad se relaciona más con libros que con espectáculos.
–¿Cómo vive los talleres? ¿A qué apunta con ellos?
–Me gusta mucho trabajar como guía en mis talleres. Estoy constantemente trabajando conmigo misma al hacerlo. Porque a lo que apunto es a que los alumnos se apropien de su escritura, hagan conscientes los mecanismos que se ponen en juego al escribir, adquieran autonomía en el criterio de reescritura. No creo que un taller sea un espacio del que se baja una normativa. ¿Quién soy yo para decir qué está bien y qué mal? Para mí, lo único que está mal es no saber por qué uno decidió escribir algo de una manera y no de otra. Después, bueno, es cuestión de gustos. Y del mercado, también. Creo que el arte es un camino espiritual de autoconocimiento. Mi trabajo más difícil como tallerista es ayudar a la gente a transitar por ese camino sin mezclar los tantos. ¿Cómo se parte de la catarsis y se llega a la composición literaria? Hay que encontrar un equilibrio. Si me quedo en la catarsis, sólo escribo para mí mismo. Si sólo empiezo por hacer cosas técnicamente perfectas, logro productos vacíos de emoción. Además están los prejuicios y la censura (de la estética dominante y la autocensura). Y todo esto, sin caer en la terapia de grupo. No es un trabajo fácil, pero es muy divertido y enriquecedor.
–¿Cómo ve el estado de la literatura contemporánea?
–No leo muchos autores jóvenes que hayan accedido al mercado editorial, ni siquiera el mercado alternativo. Leo sí muchos jóvenes que publican en revistas o en blogs y a todos mis alumnos. Tanto en uno como el otro grupo, hay muchísimos que escriben muy bien. La verdad es que no sabría qué decir del mercado. Es una lucha interna que tengo siempre. Me pregunto, ¿hace falta que el mercado te legitime para sentirte buen escritor?
–¿Cuál fué el último libro que leyó? ¿Y hubo alguno que empezó y no terminó?
–Para mi horror, estoy haciendo lo que nunca: leo más de un libro a la vez. Eso se parece mucho a la promiscuidad. Pero no a una promiscuidad divertida, sino a una alienante. Mientras leo uno, siento culpa por los que dejo de lado. Creo que no sería buena teniendo muchos amantes, la culpa me mataría. Estoy releyendo a John Irving y a Carver. En este momento estoy con uno que me regaló Patricia Suárez cuando vino a leer a Outsider el mes pasado. Me acuerdo del primer libro que empecé y nunca terminé: El general en su laberinto, de García Márquez. Me faltaban pocas páginas para terminarlo, pero se me hacía cada vez más aburrido. Supongo que seguía por cariño. Pero una noche no lo leí y no lo hice la otra y tampoco la otra… Y leí Rayuela porque me obligaron en la cursada de “Literatura argentina”. Lo disfruté muchísimo. Pero hace poco quise releerlo. Me acerqué otra vez a él pensando en lo mucho que me había gustado.
–¿Y?
–No pude pasar de las 20 páginas.
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http://www.absurdayefimera.com.ar