Un director teatral que se desempeñó en un centro de salud. Un fotógrafo histórico de un lugar al que tiene prohibido el acceso. Talleres de producción de una de las cinco salas líricas más importantes del mundo en un espacio inadecuado. Los casos individuales de Diego Cosín, Máximo Parpagnoli y Héctor Vidaurre sirven para trazar una radiografía de la grave situación que afrontan los trabajadores del Teatro Colón: eso que una reapertura anunciada con bombos y platillos escondió bajo la alfombra.
Por Facundo Gari y María Daniela Yaccar
Collage de Taikonautas
Buenos Aires, junio 18 (Agencia NAN-2010).- El 24 de mayo, la del Colón fue la (re)apertura del teatro comunal de ópera, pero también de nuevas (o viejas) grietas: chispazos entre el Gobierno porteño y nacional, cuestionamientos sobre el manejo de los fondos para la restauración, el retorno espectral del recuerdo de los tiempos en los que las reparaciones estuvieron detenidas y el edificio, sumido en el abandono. Y mientras estudiantes visitaban el teatro y se asombraban de su magnitud, Mauricio Macri almorzaba allí con la señora Mirtha Legrand y una ópera de Puccini reinauguraba el escenario, otra grieta tenía lugar tras bambalinas: la situación de los trabajadores del teatro. De los más de 1200 empleados de planta permanente que se desempeñaban allí antes del comienzo de la remodelación, sólo 800 quedaron en sus cargos. Del resto, algunos están trabajando en otras dependencias del Gobierno porteño, como Salud, y unas 138 personas fueron puestas en disponibilidad en febrero pasado. “Tenemos que buscar un nuevo destino dentro del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires o nos lo pueden adjudicar aunque no estemos de acuerdo. El plazo para la reubicación transitoria y la obtención del pase definitivo es de seis meses”, explica a Agencia NAN Máximo Parpagnoli, delegado de ATE-Colón e integrante del área de Fotografía del teatro. Si no encuentran un nuevo lugar, los trabajadores “serán indemnizados con la mínima y luego exonerados”.
El número exacto de empleados antes de que comenzara la reparación es 1242. El conflicto comenzó en marzo de 2009, cuando 92 personas de diferentes sectores del Colón fueron trasladadas a hospitales y (por la Resolución 1224) 278 empleados terminaron en el Instituto Superior de la Carrera, “un centro de capacitación del gobierno porteño donde brindan cursos de electrónica, enfermería, tareas contables y otras”, detalla Parpagnoli, y aclara que allí se quedaron sin funciones. Pese a no figurar en los padrones, continuaron prestando funciones al Colón durante todo 2009. “De otra forma no hubiera salido la temporada”, recalca el fotógrafo.
El caso llegó al Juzgado 3 en lo Contencioso Administrativo, a cargo del juez Guillermo Scheibler. Inicialmente, una medida cautelar favoreció a los trabajadores, pero luego fue revocada parcialmente por una apelación. Desde enero de este año, los trabajadores ya no pueden ingresar al teatro. De aquellos 278 empleados que habían quedado sin funciones, 100 fueron reincorporados a la planta permanente del Colón. Del resto, “algunos se jubilaron, otros murieron y otros pidieron su traslado definitivo”. Unos 138 trabajadores fueron puestos en disponibilidad. “Al ser gente con una especificidad tan grande era casi imposible encontrar un destino afín a la tareas que realizaban, entonces la mandaban a cualquier lugar”, explica Parpagnoli.
A comienzos de mayo, una nueva medida cautelar benefició a los trabajadores, lo cual debería haber redundado en la reincorporación de las 138 personas. Pero eso no sucedió. Acto seguido, los trabajadores llevaron su denuncia al fuero penal, por “desobediencia judicial agravada con la falta de deber de un funcionario público”. A nivel judicial, ése es el último capítulo de esta “tragedia” tras bambalinas. Pero la trama tiene otras puntas. Porque, según indica Parpagnoli, las remodelaciones fueron hechas “a las apuradas y por gente que no sabe de teatro lírico y no conoce el funcionamiento de la institución”. Las áreas tercerizadas fueron “limpieza, acomodadores, mayordomía y muchas de administración, que quedaron en manos de consultorías y otra gente de afuera”, enumera.
Agencia NAN
intentó comunicarse en reiteradas oportunidades con funcionarios del gobierno porteño, pero siempre dilataron la respuesta. Los trabajadores consultados por esta agencia consideran que la intención de Pedro Pablo García Caffi, director del teatro, es reducir la cantidad de empleados de planta estable, en principio, de 1200 a 800. “Una idea que tanto el director del Colón como Macri han utilizado hasta el cansancio es un dicho del escenógrafo Roberto Oswald, que decía que entre los ’60 y ’70 el teatro tenía entre 850 y 900 personas. Pero hay una parte que Oswald no les dijo, o que les dijo y ellos no escucharon: en esa época había efectivamente 900 estables, pero había aproximadamente 150 contratados. Y otra cuestión fundamental es que en esa época la carga horaria de la gente era entre 8 y 10 horas diarias. Hoy la carga promedio es de seis horas.”Seguramente, los trabajadores hayan vivido la gran reapertura con un sabor amargo como Parpagnoli. “Sabía que Macri y García Caffi no iban a hacer más ni menos que esta especie de fiesta mediática con un gran desprecio por el público natural del teatro.” En todo conflicto colectivo, la veta más subterránea e invisible es la de las vidas individuales, en este caso, la de seres que entregaron su vida a una labor y que ven cómo su realidad adquiere un giro inesperado. Parpagnoli, que ingresó al teatro con 26 años para desempeñarse como fotógrafo, es uno de esos que no encuentran consuelo en las vueltas de la vida, sino que se quejan por un cambio impulsado por un “neomenemismo con menos neuronas”. El duelo, dice, ya pasó. “Pero hay que trabajar para que el teatro no sea lo que Macri quiere, sino uno más popular, más dedicado al rédito social”, concluye quien todavía se siente trabajador del espacio al que ingresó a mediados de los ’80.
Del Colón al Durand
“El barbijo de Sevilla”, escribió. Era imposible que encerrado en un trailer “estilo cinematográfico” en la puerta del Hospital Durand, anotando los ingresos de los niños que llegaban a revisarse por la persistencia de la pandemia porcina el invierno pasado, el productor televisivo, director teatral y régisseur Diego Cosín no imaginara un listado de óperas que montaría en ese centro asistencial, más distante de sus aspiraciones que del que fuera su lugar de trabajo desde 2006. A ese “frío cuartito de dos por dos” le puso una cuota de humor, como alega que es su “forma de ser”, para que el traslado del máximo coliseo argentino, en donde producía el programa Al Colón, para Canal 7, al área de pediatría de ese centro asistencial no fuera tan agrio como la orina de los frasquitos que rechazó acomodar su primer día entre batas blancas, luego de que un compañero del área de Comunicación le avisara por teléfono y a su casa que debía presentarse en el Ministerio de Salud porteño. Era marzo del año pasado y Cosín realizaba su labor directamente en los estudios de la señal televisiva estatal, pues las obras de restauración iniciadas formalmente en 2001 e intensificadas con el cierre del teatro al público en 2006 le cerraron el paso. “Fui a Salud y me mostraron una planilla que decía que yo ya no pertenecía más al Ministerio de Cultura ni al Colón y que pasaba a formar parte de la cartera de Salud. También que podía elegir entre los diversos hospitales porteños el que me quedase más cerca. Como vivo en Villa Crespo, fui al Durand”, reseña en diálogo con esta agencia.
La relación de Cosín con el Colón (a diferencia de la que tiene con el Durand, claramente) es de larga data: a los seis años, iba con su familia a presenciar óperas, conciertos y ballets. Y esa experiencia marcó el rumbo de su historia personal. “En los ’90, empecé a estudiar allí para régie de ópera. Hice un par de residencias como asistente trabajando con algunos régisseurs y trabajé en canales culturales de televisión por cable. Después, durante la gestión de Marcelo Lombardero, me llamaron para que hiciera la producción de Al Colón, en una función que sería como la de una especie de curador de contenidos del teatro.” Eso hizo hasta principios de 2009, post renuncia de Horacio Sanguinetti a la Dirección del teatro. “En total, trabajé dos años y medio con contrato, casi uno de ellos en planta transitoria, que es una especie de limbo previo al pase a la permanente”, resume.
Fue entonces cuando recibió el tubazo que lo anotició de su pase a Salud, aunque paradójicamente en desmedro de la suya. Y ya no curaría óperas: estaría entre quienes curan y operan. “Fue muy angustiante. No por la gente del Durand, con ellos no tuve problemas. Profesionalmente me dio mucha bronca. No era un trabajo difícil pero no era lo que quería hacer. Me dijeron que era temporal y estuve un año. Y tuve problemas físicos y ataques de pánico por el ninguneo y el desprecio de la gente que tiene el deber en todo esto”, lamenta. En el hospital se desempeñó en Pediatría, “en donde estaba en contacto con chicos de las más diversas situaciones sociales”. Si bien se considera un tipo interesado por los derechos humanos y por que la medicina sea un servicio “mejor”, allí sentía que le faltaba tanto estetoscopio como a Ricky Fort, talento. “Me angustiaba mucho: había chicas muy jóvenes con embarazos, violaciones, madres que no querían a sus hijos, toda una serie de situaciones que no eran queridas por mí y que un pediatra está aparentemente preparado para afrontar”. En ese momento fue lo del trailer.
A los autores de este artículo les cuesta definir si fue suerte o desgracia que a Cosín se le “cayera” el contrato en el Durand. Fue en enero de 2010. “Me fui de vacaciones y al regresar encontré un telegrama en mi casa que decía que me debía presentar urgente en el hospital. Cuando fui, la jefa de Personal me explicó que el Gobierno porteño había investigado las faltas que tenía. Algunas eran injustificadas pero estaban vinculadas a que trabajaba en Canal 7 y a que allí no me pasaban el presente. Por otra parte, me lo explicó mi abogado, no te pueden echar por faltas. A lo sumo te pueden hacer los descuentos en el sueldo, luego un sumario y darte un aviso”, consigna. Y realiza una primera analogía de dos. Entre formas de proceder de la gestión macrista, Cosín anota un patrón: “Observo que todas estas cosas son semejantes a lo que están haciendo ahora que se promueve que los vecinos se denuncien entre ellos, si tienen mal estacionado el auto. A mi me pareció todo un acto de velación”.
Para comprender la segunda, hacen falta las neuronas que Parpagnoli requiere párrafos atrás: “Si leíste El proceso, de Kafka, o alguna de sus obras que son clásicos de la parte administrativa y la burocracia, sus personajes se encuentran con amigos de toda la vida. Y eso hace más compleja la historia, la pesadilla. Porque estos amigos que el tipo se encuentra lo empiezan a ningunear. América, del mismo autor, también habla de lo que pasa en el Colón: se contrata gente que no está preparada para hacer lo que tiene que hacer porque no tiene estudios, y a ésta lo que más le importa es que se le pague amén de la actividad que realiza. También, esa idea que consiste en colocar a cualquiera en cualquier parte”. Tal “epifanía”, la de América descubriendo al Colón, devino en la ópera El gran teatro de Oklahoma, que Cosín escribió junto al compositor Marcos Franciosi y que fue presentada a principios de marzo en el Teatro Argentino de La Plata.
“Estoy viendo de reponer las obras Los que volar no saben y Las asesinas de Gardel. Actualmente, estoy haciendo diversos contactos profesionales. Me va bien artísticamente pero con eso no le doy de comer a mis hijos (tiene dos varones, de 12 y 4 años)”, suspira.
Del Colón a La Nube
Las obras de restauración en el teatro comunal –cuyo costo ronda los 100 millones de dólares– sirvieron de excusa para comenzar a delinear para el teatro otro tipo de funcionalidad, discursivamente PROpia de la gestión porteña. A grandes rasgos, consiste en el pasaje de un modelo de producción a otro de importación de productos, cruzado tangencialmente por una concepción que sobrepone a lo privado frente a lo público, de ahí la “privatización” progresiva de las áreas del coliseo. En una de ellas, pero de las que (¿aún?) no fueron tercerizadas, trabaja hace seis años el utilero Héctor Vidaurre, que junto con Esteban Giachero, ambos de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, realizó el documental Preludio de un teatro, un relato sobre tres años de la lucha de los trabajadores a través de un compendio de imágenes de archivo, capturas de las varias marchas realizadas y testimonios de empleados y de otros profesionales vinculados a las artes y la arquitectura (se puede ver en tres actos-partes en YouTube).
Allí, en un almuerzo con la diva de los mediodías, Macri sostiene que el Colón “tenia un reglamento que se fue dejando de lado por otros hábitos” y que “se fue generando una superpoblacion de gente en el teatro que no tiene tarea especifica”. Pegadito, García Caffi, sentando a la mesa, lo secunda: “Determinados sectores están absolutamente inflacionados”. Para completar la idea, y volver a la experiencia de Cosín, en el corto se muestra una entrevista con el jefe de Gobierno porteño en la que éste sostiene que “los que se van a quedar (en el Colón) son los que tienen tareas para trabajar; a los demás se les ha dado otro trabajo en otras dependencias de la ciudad”.
“El Colón es un teatro-fábrica”, explica a Agencia NAN Vidaurre, que estudió en la Escuela Técnica Otto Krause. “Toda la producción de escena era realizada dentro del teatro, que tiene cuatro pisos para arriba y tres para abajo. Estos últimos eran de los talleres de producción”. Notará el lector que el entrevistado habla en pasado. Es que, en 2007, “nos sacaron, nos dividieron a todos los sectores de la parte técnica, la artística y la administrativa, nos desparramaron por toda la ciudad y nos prohibieron entrar al teatro”. Pero desde antes les habían estado diciendo “que estaban confeccionando un taller en Chacarita para que ocupásemos mientras estaban los obreros”. El destino de los talleres de mecánica escénica, maquinaria, utilería, escultura y pintura fue La Nube, un “tinglado” en ese barrio de la Ciudad de Buenos Aires. Fue “durante el último invierno en que nevó”, temblequea Vidaurre, que recuerda que el sitio estaba tan “pelado” que lo único a mano “era un toma para una estufa”. “Nos dieron ese espacio y nos dijeron: armen los talleres”, reseña.
Mientras el Colón estuvo en reparaciones, las óperas y ballets se distribuyeron en el teatro Coliseo y el Luna Park, entre otros “espacios alquilados para la temporada”, rememora. Pero aún luego de la reapertura, los talleres continuaron en Chacarita. En el piso donde alguna vez hubo un enorme espacio para pintar, esculpir, pulir, moldear y construir, ahora hay una amplia sala de ensayo. Y, lo dice uno de los testimonios del documental, otras salas serán rehechas para el esparcimiento de los asistentes. O tal vez para los festejos de tal o cual cumpleaños. Una voz del film lo sintetiza: “Como si fuera un club social en lugar de un teatro de óperas”.