Por Luis Paz
Buenos Aires, julio 11 (Agencia NAN-2009).- Cualquier artista en cualquier disciplina se enfrenta en cada nueva obra ante al menos dos desafíos: uno de tipo formal, que tiene que ver con exceder el cliché de la escena o escuela en la que se inscribe; y otro de tipo conceptual, que se desprende de hacer el balance entre la catarsis del autor y la historia que se debe hacer objeto para ser ofrecida a un público –esto es: cómo producir un discurso artístico que no parezca un monólogo del autor frente a su psicoanalista–. Comúnmente, el hardcore argentino (más bien, sus hacedores) ha caído en desgracia. Es que, demasiado a menudo, sus canciones se marean hablando sobre la energía, la voluntad, las virtudes del corazón y las miserias de la ciudad sobre melodías escuchadas cien veces antes.
En Underground, su álbum debut, los Decenadores no llegan a promocionar los desafíos, pero aprueban y dan pautas suficientes como para pensar que tal vez, en algún tiempo, puedan revertir el aburrimiento más que con que distorsión y cortes. Su principal virtud está en su en vivo, lo que vale a decir que su interpretación es más interesante que su composición, para la que se valen de algo del grunge y el indie punk rock platense y rosarino, y de todos los típicos elementos del hardcore punk, entre ellos la habitual estrofa en la que bajo y batería quedan al frente, junto a las voces, y las guitarras se repliegan. Una típica estrofa que debería simplemente dejar de existir por al menos cinco años, por el bien de la escena.
Pero el cuarteto oriundo de Belgrano logra, gracias a su empuje musical, salvar las inconsistencias. En su primer álbum luego de varios demos y EPs, llegan a un sonido compacto y aún así ágil, aunque el hecho de que ciertos recursos les surjan con naturalidad no los exima de aquel cliché. Sí, el problema es que también vuelven a decir “mierda”, a hablar de adicciones que hacen mal y de una sociedad que quiere que todos sean iguales. Pero la solución es que lo hacen con una relativa poética que se hace más rica hacia el final del disco: “Nada más simple que perder todo lo bueno que no fue” (“Nada más simple”); “Disfrazado de mal humor, no soy yo” (“Ociarte”); “Una bala sin disparar viajando por las venas de los que se irán” (“I see dead people”).
Optimismo a toda hora y pedales a toda máquina, así podría definirse al disco registrado por el cantante Ignacio Álvarez, el guitarrista y corista Gonzalo Gallo, la baterista y percusionista Silvana Colagiovanni y el bajista Pablo Serioli con la participación de Tery Langer en guitarra acústica, Gustavo Lozano en teclado, Andy Vilanova en percusión y Hernán Cabado y Marty en voces. Además, el baterista de Carajo realizó la coproducción de Underground junto a la banda.
Algunos lectores los recordarán como los ganadores del concurso El Nacional, organizado por Much Music y Proyecto Under con el patrocinio de la gaseosa de Fido Dido. Otros quizás los hayan visto tocar en Mar de Ajó y San Bernardo al comienzo del siglo, vendiendo sobre un pareo aquel primer demo. Otros, en el Roxy o algún otro espacio porteño más o menos caretoide. O en el Cosquín 2003. Con Babasónicos, Mimi Maura, Fito Páez o Totus Toss. En fin, se trata de una banda que ha recorrido lo suficiente ese Underground como para pedirle un poco más a la hora de definirlo, describirlo y vivirlo.
Pero al dar muestras de suficiente impulso y profesionalismo como para seguir creciendo por dentro y por fuera de las estructuras formales del hardcore, el grupo tiene la materia prima necesaria para trascender esa historia playera, aquel concurso mediático y este primer disco tibio, del que difícilmente uno se queda con algún estribillo memorable.
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