
Desde Austin
“La Prensa Endorses: Hillary Clinton, por su puesto!”. Así, separado. El pequeño y gratuito semanario bilingüe La Prensa de la ciudad de Austin titulaba —en una auténtica muestra de bilingüismo— su tapa de la semana anterior a las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Arriba, el destacado con las distintas secciones de la publicación: Editorial, Opinión y Comunidad. Por si aún quedaba algún lector desprevenido, en el inicio del texto principal Valerie Menard continuaba enfatizando, sic mediante: “La Prensa llama a los Latinos a votar por Hillary Clinton. ¡Por favor! Para nosotros, la opción es clara, pero para aquellos que aún necesiten convencerse, agarren una silla y pónganse cómodos”.
En la húmeda y lluviosa noche del martes 8 de noviembre, un grupo de jóvenes demócratas —con banderitas estadounidenses adhesivas pegadas sobre sus cachetes y remeras con el logo de la fórmula Clinton-Kaine— saltaron repentinamente y festejaron desde una mesa del Dog & Duck Pub, cuando la MSNBC anunció que la tendencia de votos en el estado de Virginia era favorable a Hillary. La puerta se abría y se cerraba continuamente. Mientras la gente entraba y salía, las pintas de cerveza corrían de acá para allá y la lluvia se hacía notar cada vez más. Con la excepción de aquella mesa, la atención no se traducía en tensión. Sabían que era uno de esos estados clave en los que habían más dudas que certezas respecto a lo que podía llegar a suceder. Sus rostros no eran de algarabía sino de desahogo. De esa clase de grito que muestra dientes apretados antes que una amplia sonrisa. Olían que luego de perder Florida, Carolina del Norte y Ohio, esto podía significar un 1-3 a pocos minutos del pitazo final. Y claro está: no tuvieron mal olfato. Quizás ese mismo olfato que había llevado a un diario a ponerse de rodillas, días antes, ante sus lectores.
A pocas cuadras y aún en las afueras de la ciudad, sobre la calle 9, Duane y Carly, una pareja de treinta y pocos, miraban echados cada uno en su sillón cómo Wisconsin y Michigan pasaban acaparar la atención de los conductores y comentaristas de la CNN. Aún restaba realizarse cerca del 30 por ciento del conteo de los votos de cada estado y en ambos la pelea estaba relativamente reñida. La esperanza de Duane, Carly y la de todos los demócratas pasaba por que los votos que aún restaban en las ciudades de Milwaukee y Detroit —las dos con más habitantes de dichos estados, respectivamente— pudieran tener suficiente injerencia para meterse sus porotos en el bolsillo. Con el correr de los minutos y ya casi cerca de la medianoche, todo indicaba que ambos se teñirían también de rojo. Sin mucho preámbulo, Duane se levantó y dejó el living. Quizás iba a servirse algo para tomar. A los cinco minutos, estaba claro que no había ido a buscar nada. La televisión anunciaba que el estado de Pennsylvania se había dado vuelta, que lo pasaba a liderar Trump. Automáticamente, Carly largó un “¡no!” y se agarró la cabeza. Segundos después, aunque intentase ocultarlo, sus ojos se pusieron vidriosos.

Esa misma mañana —con laptop, New York Times y noticiero al alcance de la mano— Duane afirmaba, no sin cierto hastío por la particular antesala electoral, que apoyaba a Hillary Clinton, que se consideraba profundamente demócrata. Ni ganando esos estados clave Trump tendría una chance, explicaba. “El Partido Republicano se está muriendo, literalmente. Es en esencia gente vieja y blanca”, aseguraba. Agregaba que “si todas las personas que pueden votar lo hicieran, los demócratas arrasarían en las elecciones”. Es por eso que “los republicanos prefieren que la gente siga desinteresada y que piense que su voto no importa”. Cerca del mediodía, a Duane le avergonzaba imaginar que “si Trump hubiera suavizado un poco su mensaje durante la campaña, probablemente sería el próximo presidente de los Estados Unidos”.
Austin se encuentra en el condado de Travis, que está dentro del inmenso estado de Texas. Es probable que de diez argentinos, más de la mitad reconozca a Texas como el estado republicano por excelencia, de los cincuenta existentes. Si vamos a los porcentajes de la reciente elección, en más de diez estados en los que resultó victorioso, Trump sacó una mayor diferencia con Clinton que la que obtuvo en Texas: 52,6 a 43,4 por ciento. Ocurre que Austin es uno de los puntos azules más nítidamente progressive dentro del conservadurismo texano que lo rodea. En el condado de Travis, la diferencia a favor de la exsecretaria de Estado fue del 38,9 por ciento. Sin embargo, Austin no fue el único punto que resultó demócrata en Texas. En las ciudades de Dallas, San Antonio y Houston, también resultó ganador el Partido Demócrata. Ya con el sueño recuperado, todos vimos que la variable ciudad/campo fue determinante para entender lo ocurrido, no sólo en Texas sino en prácticamente todo el país.
“¿Sabías que por diez mil dólares puedo conseguir el pasaporte argentino?”, desafió Robert, uno de los encargados del Hostel HK, ubicado en el lado este de la calle César Chavez. Su idea: venir a trabajar a un Home Depot o algo así, donde creía que podría conseguir un alto puesto con facilidad. Con casi cuarenta años encima, no le tembló un pelo al decir que nunca votó en su vida. “Este sistema no me representa”, agregó con el ceño fruncido y uno de esos escepticismos que escuchan pero que no se vulneran en una noche, por más cervezas que haya en la mesa. Su solo semblante indicaba que estaba más allá de Trump, de Clinton y del que fuere.
La mañana siguiente a la elección era tan húmeda y laborable como la de ayer. Con la única diferencia de que la familia afroamericana que vive frente a la casa de Duane no estaba rancheando ese día ahí, en su pequeño porche. A unas veinte cuadras, un empleado del Starbucks de la calle 6 y Avenida Congress le daba la bienvenida a un nuevo cliente y desde el mostrador le preguntaba cómo andaba. Tenía auriculares puestos y no lo escuchó, pero en el segundo intento del empleado, se los sacó y apenas movió la cabeza con desgano. “Me gusta que te haya podido entender sin que dijeras una palabra”, dijo el empleado de la casa de café.

Desde el local, se veía que patrulleros y policías en bicicleta empezaban a acumularse afuera. Cuando la noche del día después ya caía, cientos —mil y monedas, por momentos— de personas se hacían con la totalidad de la avenida principal de Austin. “Fuck Donald Trump”, se escuchaba desde lejos, mientras se iban acercando y los policías observaban silenciosa y cuidadosamente que nada sobrepasase los márgenes de lo establecido. Bicicletas, bocinazos amigos, espaldas con mochilas, cámaras de fotos, banderas gay y mexicanas, y carteles con consignas como “No te temo, Trump”, “Pussy grabs back” y “Not my president” acompañaban a una mayoría de jóvenes estudiantes de la Universidad de Texas en Austin; entre ellos, inmigrantes, afroamericanos y una gran cantidad de mujeres. Sobre la vereda, algunas personas sacaban sus smartphones y registraban lo que pasaba frente a ellos, otros simplemente miraban y algunos se sumaban frente a la enfática invitación: “Walk with us!”. Durante aproximadamente dos horas, la movilización fue zigzagueando el área céntrica. “Fuck white supremacy”, “Tell me what democracy looks like, this is what democracy looks like” y “No KKK, no fascist USA, no Trump” ya se habían convertido en los leimotiv de la noche. Apenas un sujeto —bien blanco, él— repudió lo que observaba desde la vereda, en la entrada de un restaurant, simulando masturbarse lentamente en dirección a las personas que pasaban. Se ganó dos o tres puteadas, en lo que fue un roce verbal de segundos.
Al frenarse en ciertos momentos, la gente se reunía en una suerte de círculo y escuchaba las demandas, miedos o comentarios que individualmente se iban sucediendo a garganta estallada. La multitud repetía, oración a oración: “I’m a black female. I’m not allowed to vote. I’m seventeen years old. But I can stand here. To fight for my rights. To fight for your rights” [Soy una mujer negra. No puedo votar. Tengo diecisiete años. Pero puedo pararme acá. Para pelear por mi derechos. Para pelear por tus derechos]. Uno trás otro. En cada uno, los aplausos bañaban el punto final de aquel que había alzado su voz. Al reanudarse, la marcha continuó con normalidad, entre arengas, saltos y abrazos, hacia el capitolio, en cuya escalinata la movilización finalizaría, con la irrefrenable intriga de averiguar qué irían a hacer tantos jóvenes después de clamar “one solution: revolution”.
Nº de Edición: 1684