Con el ánimo lúdico a tope, el guitarrista, cantante, tecladista y (¿ex?) baterista nacido en Adrogué recibió a Agencia NAN en su estudio de grabación para hablar sobre su segundo trabajo larga-duración, a editarse en abril. Pero la simpatía de Viernes extendió la conversación hacia el terreno de las artes plásticas, el recuerdo de sus primeros años en la música, la defensa del músico-bricoleur y la cooperación con otros artistas.
Por Luis Paz. Fotografías de Daniel Villalba para Agencia NAN.
Buenos Aires, febrero 20 (Agencia NAN).- Con el bricollage como arte y concepto en torno a su obra y su vida en estudio, Leandro Viernes pasa sus días en una casa antigua, al fondo de una serie de departamentos en propiedad horizontal en Palermo. Una guitarra, un piano, un teclado, un sampler que descubrió que “tira más como placa de sonido”, una laptop y una PC son sus herramientas de trabajo. Todo alrededor, afiches multicolores de los que no se borran las confesiones de sus amigos. Y en el medio del cuarto-estudio, una mesa sobre la que se apiñan doscientas palabras, un collage literario que marea.
Es que está ultimando los detalles de su tercer trabajo discográfico (segundo larga-duración) luego del maxisingle Audiosaludos y el LP Música para los ojos. “En esos discos me centré mucho en el concepto y algunas canciones se perdieron”, lamenta frente a Agencia NAN. Pero el camino transitado en una década y media de trayectoria lo curtieron y le enseñaron a “divertirse jugando”.
Entremedio, fue batero de la banda de Adrián Cayetano Paoletti –una agrupación que ya es “de culto” para muchos músicos y nostálgicos del conurbano sur–, estuvo a punto de tocar la batería con Leo García y lo hizo en la presentación del disco que María Fernanda Aldana grabó para Esencia, el maxicompilado de El Otro Yo, musicalizó muestras de artes plásticas y uno de sus temas, compuesto para la banda de sonido de una película “imaginaria”, fue parte de un compilado que realizó Zeta Bosio, lo que le valió firmar un contrato con Sony para editar sus primeras placas.
Con camisa marinera, jean celeste y zapatillas de cuero verde bordadas, Viernes recibe a esta agencia durante un impasse en el proceso de grabación y mezcla de su próximo disco, que aún no tiene nombre pero, según anunció, estaría listo para transformarse en MP3 en abril y será tanto o más ecléctico (aunque más “macizo”) que el anterior, donde registró reversiones de “Dicha feliz”, de Virus, y “Soy libre”, de Atahualpa Yupanqui. Esta semana, Viernes está terminando de grabar las guitarras del que se viene, que iba a llamarse Cocaína, pero decidió descartar el título por ser muy “pornográfico”.
Su voz tiembla adormecida con las primeras palabras, y su cara no oculta lo que –como confía después a este cronista– “fue una noche muy larga”. Hace lugar entre sus cosas y se sienta. Acomoda el grabador del periodista en la mesa.
– ¿Vivís en el estudio?
– Estoy viviendo en ningún lado, en realidad. Estaba en Adrogué, donde grabé Música para los ojos y Audiosaludos. Hice una preproducción larguísima ahí pero me vine a la casa de mi guitarrista, porque en el disco está trabajando mucha gente y son todos de Capital. Me considero muy trabajador, pero siempre sentí que hice las cosas con cierto temor o a medias. Y en este disco senté cabeza y fui a fondo. No sé qué va a pasar, tengo plata para vivir dos meses. Pero quemé todas las naves y me obligué a no volver a hacer lo que no me gusta.
– ¿Haciendo lo que no te gustaba cuánto tirabas con el sueldo?
– En realidad, nunca trabajé, jeje. Perdón, sí, tuve un trabajo. Fui operario industrial tres o cuatro años pero no me acuerdo de cuánto ganaba.
– ¿Y de qué te acordás?
– De la llegada del viernes y decir “¡liberación!”. Por eso terminé siendo Leandro Viernes. Por eso y por “Friday I’m in love”, de The Cure. Era el tema para mí.
– ¿Y cómo pasaste de estar los viernes abajo del escenario, a ser Viernes arriba de ellos?
– Hago música, con la batería, desde los 13. El proyecto Viernes estaba montado con gente de Adrogué, nos llamábamos Viernes Sueña. Cuando decidí empezar a tocar la guitarra y estudiar composición vino Adrián (Cayetano Paoletti) a pedirme que tocara la bata en su banda, era algo más serio y me uní.
– En esa época también te llama Leo García para Avant Press, ¿no?
– Sí, me había llamado, pero al poco tiempo se separaron. Así que con Adrián se empezaron a cristalizar las cosas, pero yo ya estaba en la música. Cuando dejé de tocar con Adrián fui a fondo con Viernes y tuvimos varias formaciones, pero no encontré ninguna que me cerrara. Me hice solista y saqué Audiosaludos.
– Y cada vez se te veía menos por Adrogué.
– No aguantaba más Adrogué. Tenía amigos que estaban en ninguna y ni siquiera andaban con chicas. Y yo quería zafar, tener una novia, ir a recitales. Con Adrián abrí el juego y empecé a conocer gente que me hablaba de lo que me gustaba. Yo me venía peleando con todos, porque quería ir a museos, muestras, y nadie se copaba. Y en Capital conocí pibas que hacían música, que era re loco.
– ¿En Capital conseguiste las historias de tus primeros discos?
– Sí y no. Por ejemplo, “Azul curacao” lo metí después de terminar de grabar el disco. Necesitaba un tema compuesto así para recibirme y cuando lo terminé lo metí. Sinceramente, el primer disco tuvo mucho de experimento. Estaba muy enroscado con lo conceptual, que no es inmediato y entonces quedó relegado.– ¿Tu próximo disco viene más “desenrollado”, digamos?
– Y yo lo estoy, en todo sentido, desde la libertad para componer a hablar con gente que te da miedo o ir a una discográfica. No me di lugar a pensar en el miedo o la vergüenza. La temática del disco, las letras y la música, van a fondo.
– Eso requiere de un mayor esfuerzo compositivo, supongo.
– Sí. Me costaba escribir música y había empezado a torturarme. Pero me dije “esta vez no, lo tengo que terminar”, corté palabras, las puse sobre una mesa y armé letras con eso. Con este disco aprendí a jugar, aprendí a divertirme.
– Como un petit bricoleur…
– Claro, y lo mismo en la música. Fue un “concepto MP3”: Beethoven mezclado con el trío Los Panchos. Es electro, pero metí orquestaciones, temas ambient. Aún así, es muy concreto y macizo. Hay canciones imposibles de desarticular. Traté de reducir todo a algo sólido, porque tengo muy pocos recursos.
– Pero sí tenés muchos amigos…
– Con algunos de los personajotes que fui conociendo se montó una amistad que derivó en la intimidad para decir: “Che, mirá este tema, ¿no querés tocar acá?”. Con Sergio (Pángaro, de Baccarat) somos muy amigos. Va a mis shows, escucha los demos. Con Marianela (Bond) estábamos fanatizados con el video-danza e hicimos el video de “Los días”, donde aparecen personajes fuertísimos, como Juliana (Gattas, de Miranda!), haciendo coreografías de video-danza.
– ¿Cómo mezclás el videoarte con Atahualpa Yupanqui y con Virus?
– Me criticaron mucho por eso. En cualquier otro país, un artista lo hace y no pasa nada o es un genio, pero acá hay muchos prejuicios contra el folklore y el tango. Jeff Buckley hace “Hallelujah!”, un tema de la iglesia, y lo reinventa. John Cale también lo hizo. Pero yo escuché “Yo soy libre” (de Yupanqui) y fue un tiro en la cabeza. Me gustan Larralde y Cafrune, pero el surrealismo de la poesía de Atahualpa, su acabado de la poesía, es la síntesis de la síntesis.
– Una síntesis en tu idioma, además.
– Escuchás a Atahualpa y decís “¡Dylan, las pelotas!”. Yupanqui se conecta con lo que llevás en la sangre, con la idiosincrasia y la cultura que llevamos en el ADN. Como el tango, llega a nivel supracomunicacional, como por wi-fi. Y me parecía un desafío mezclar Atahualpa con ideas conceptuales de (Brian) Eno y minimal tech alemán. Él tenía libertad de prejuicios para ver la esencia de las cosas.
– “…para mí que es el amor después del amor”. ¿Y “Dicha feliz”?
– Virus es la belleza por otro lado, por la femineidad y la delicadeza del hombre, y por el sonido innovador que lo convirtió en símbolo del pop en argentina. Soy fanático de Virus, Locura es uno de mis discos favoritos y ese tema me rompía la cabeza. Un día me bajé los cifrados de internet y la toqué con la guitarrita. No soy un guitarrista virtuoso, pero el resultado me gustó. Y disfruté ese juego de simplificar el tema, de sacarle todo y hacerlo lo más concreto posible.
– Te propongo nombre para tu disco, ya que aún no lo tenés decidido: Bloque de hierro. ¡Cómo estás con lo macizo y concreto!
– Es que siento que el disco está muy sólido, muy macizo. No quise intentar ser demasiado artístico ni pecar de pretencioso. De hecho, los otros discos estaban sobrearreglados. Éste no, pero por otro lado está muy laburado. Si un tema no me cerraba, lo bajaba al piano y buscaba ahí. No suena vacío porque esta muy bien arreglado, pero con arreglos sólidos. No es superposición y superposición.
– Partiendo desde el electropop, te lo podrías haber permitido…
– Mirá, hasta la década de 1960, existía la composición musical porque se usaba piano occidental y todo era contrapunto, contranota. Pero con la invasión de la música estadounidense, que por tener base africana destaca más el groove negro y el pattern, se cortó. Y llegamos al rap, hipnótico, estático, y un tipo que recita encima. Eso es hoy la música y la edición es eso: un loop, y arriba del loop, fruta. Para mí es una manera represora de hacer música, parecida a la que (Michel) Foucault y (Herbert) Marcuse le atribuyen a la publicidad en “el lenguaje de la represión”: una idea repetida que te entra por hipnosis aunque no quieras.
– En ese sentido, ¿cómo pasás de hacer música para los oídos a hacer “Música para los ojos”, música visual?
– Desde (Cláude) Debussy se habla de “color” en la música. En 1920, (el artista plástico expresionista Wassily) Kandinski hablaba de música y los músicos de pintura, había un intercambio. (El pianista y violinista Igor) Stravinsky fue el primero en samplear: escribía células y las yuxtaponía creando escenas que salían para otro lado, como en el cine. (El compositor alemán Karlheinz) Stockhousen cortaba y pegaba cinta. Eran visionarios. Hoy, yo grabo un disco cortando y pegando pedazos de colores (por las pistas registradas en su laptop). Después se gestó esa idea de que tal nota sobre tal nota es verde sobre rojo.
– ¿Y qué colores suenan en tu próximo disco?
– Hay reminiscencias a un par de temas que me maté escuchando el año pasado, sobre todo romántico de la década de 1960 y más antigua, como Ray Charles, Edith Piaf. Estaba enamorado, me rompieron el corazón y agarré a los cantantes tirados, (Roberto) Goyeneche y esa expresión. Me mandé un par de esas y otras más para la pista. Porque en el mp3 tengo desde trío Los Panchos a Scott Walter (el crooner norteamericano residente en Inglaterra hace 40 años).
– Y de Moura, ¿nada?
– Federico me influenció bastante menos de lo que se piensa. Dicen que lo copio, pero yo no tengo la culpa de tener esta nariz o esta cara parecida a la de Moura. ¡Mirá si nacía parecido al de Kiss! Obviamente, a Moura lo tuve muy presente en los discos anteriores, pero en éste no. Me influenció más Roberto Jacobi (el poeta, artista plástico y letrista de Virus, no el ex tesorero de River ) que Moura.
– ¿A la hora de componer?
– En todo sentido, porque llegué a ser su amigo, a que me explique de arte conceptual y que me enseñe. Por otra parte, en este disco estoy más cerca de Charly García y Ciudad de pobres corazones de Fito Páez. Hay yuxtaposición pero con el rock nacional: traté de meter a Los Violadores con Charly y con Fito, pero también con León Greco y Luis Alberto Spinetta. Agarré el rock nacional y lo puse en una licuadora, desde las letras especialmente. Y la música es muy concreta, como hice con “Dicha feliz” y “Soy libre”, que los reduje a su esencia sin cambiarles el ritmo, que está bueno, pero hay que saber hacerlo. ¿Viste los que dicen “hagamos punk tal tema” y no tiene nada que ver? A eso me refiero.
– No entiendo por qué ninguna banda reversionó aún esa canción de Larralde: “¿Quién me enseñó a ser bruto, quién me enseñó, quién me enseñó, si en la panza de mamá no había ni escuelas ni pizarrón? Y, según dicen, nací varón porque en el pique faltaba un peón”.
– No la conozco
– Y yo no recuerdo el nombre.