
Por Matías Anómiko
Amaneció nublado y frío el domingo. El mundo estaba en silencio. La Plata estaba en silencio. Sobre todo, la casa de la familia Nievas. Adentro, en su habitación, Adrián (conocido como Toto o Ciudadano Toto) había decidido bajarle el telón a su vida.
Las calles empiezan a llenarse de gente y el cielo no se decide a llover.
Simone de Beauvoir dijo que las personas felices no tienen historia. La de Toto con la música fue desde siempre, aunque el reconocimiento le llegó después de los treinta, cuando junto a Rudie Martínez formaron Adicta.
Las calles se llenan de gente y no llueve. La noticia empieza a circular, de a poco.
Esa cosa llamada “rock nacional” es ahora, sin ninguna duda, un poco más miserable. La muerte anduvo por la ciudad de La Plata y se llevó una de las voces y líricas más destacadas de la última década.
En los noventa formó parte de Increíbles Ciudadanos Vivientes, banda con la que editó un solo disco de estudio, hoy absolutamente inhallable. Años después, a principios del segundo milenio, fue el frontman de Adicta, una banda pop oscura que, lamentablemente, nunca pudo dejar de ser “de culto”. Adicta tocó en todos los lugares del circuito under porteño (de Cemento al Hotel Bauen) y en los festivales de famosas bebidas (tanto gaseosa como cerveza); editó más de media docena de discos y algunos simples. Para algunos, la propuesta era demasiado electrónica; para otros, demasiado rockera o muy glamorosa; otros, sin conocerla, la metían en la misma bolsa pop que a Miranda!.
Adicta anunció su separación de forma repentina. Tenía dos shows programados para ese fin de semana, uno en Ramos Mejía y otro en Gerli. La banda se presentó a dar ambos shows y despedirse de sus seguidores, pero algo estaba roto. Toto, que varias veces había amagado con irse, faltó al último recital y desapareció de la escena por un largo tiempo.
Mientras, los demás miembros de la banda formaron otro grupo, Maldonado. Toto, contaría tiempo después en una entrevista radial, se estaba curando de interminables meses de adicción a la televisión y la cerveza. Ésa era su rutina desde que había regresado a la casa de su madre: mirar TV y beber.
En esa entrevista (casi dos años después de separarse de Adicta) dijo que iba a volver a su proyecto solista, Ciudadano Toto, con el cual ya había editado un disco homónimo, en medio de su carrera con la banda. Es que Toto no quería ni podía hacer otra cosa más que canciones, no tenía entre manos otro plan mejor ni peor.
En los meses siguientes, subió a su página algunas canciones, entre ellas un hermoso cover de Ney Matogrosso llamado “Mal necesario”.
Finalmente, luego de tanta espera, se presentó en vivo. Primero solo, con una guitarra y una computadora en la que les daba play a las pistas. La imagen era otra: anteojos, rulos, una camisa escocesa. La voz estaba intacta. Unos días después tocó nuevamente, esta vez con banda (entre los músicos había dos exAdicta). Esa noche en Niceto, Toto interpretaba sus viejas canciones, ésas que había grabado una década atrás en su disco solista. Las cantaba a punto de quebrarse. Estaba nervioso, pedía perdón por algún error que nadie notaba. Antes de bajar del escenario, cantó “Perderlo todo”, uno de los himnos de su antigua banda.
Hace algo más de un mes, salió a la venta Flores, brillos y arco iris, su segundo trabajo solista. Nueve temas. Un disco sin arte de tapa, apenas una etiqueta con el nombre de los temas, que se conseguía en un solo local de la peatonal Florida y que no era justamente una disquería. A pesar de la reciente salida del disco, la semana pasada Toto había subido dos canciones nuevas a su página, aclarando que no importaba que no estuvieran terminadas: “Algo para no tener que huir” y “Por estas horas”. El mensaje era claro, viéndolo a la distancia; la despedida estaba en el aire, sobrevolaba cada una de estas nuevas canciones. “Vivir o morir por estas horas, te aseguro me da igual./ Busco el descanso de las cosas que son parte de estar acá./ ¿Por qué no hay festejos en mi adiós, si voy a otro mundo a renacer?”.
El velorio de Adrián José Nievas fue en la calle 57 entre 5 y 6. Puse el despertador bien temprano. Cuando sonó, aún no había amanecido. Hacía frío y mi gata miraba la lluvia a través de la ventana. Mientras preparaba el café, me acordé de un amigo marplatense que hace una década me dijo que escuchara Adicta. Estábamos en un bar de Once tomando cerveza. Con él y mi hermana fuimos a ver a la banda varias veces durante esos años, y también vimos a Toto esa noche en Niceto, hace apenas unos meses, cuando 2014 se moría.
Mientras tomaba el café, afuera seguía lloviendo y decidí no ir a La Plata, al velorio de una voz que me había acompañado en innumerables momentos. No fue por la lluvia, fue por otra cosa que no se cuenta con palabras porque no se sabe decir. Busqué entre mis discos Cátedras, el doble de Adicta (los discos blanco y negro juntos) y cuando sonaba “Reclámale a la vida” (“Reclámale a la vida lo que es mío./ Reclámale esos años que son míos./ Háblale en mi lugar, por favor”) pensé en escribir esta nota.