Cuatro objetos, dos personas y la utilización del movimiento como herramienta para convertir a unos en otros y viceversa. La quietud como sinónimo de cosificación, el ritmo como determinante de la vida. ¿Se puede crear un mundo nuevo en el que todo sea de la misma naturaleza?
Por Ailín Bullentini
Fotografía Una cosa por vez
Buenos Aires, julio 16 (Agencia NAN – 2013).- Es una puesta de danza, pero Una cosa por vez parece una instalación artística. El movimiento es la columna vertebral de la propuesta, la herramienta vital desde la que se construye la idea que se desarrolla sobre un escenario, pero la invitación es a la reflexión, y no al mero disfrute de una pieza de baile.
Desde su presentación, Diana Szeinblum y Lucas Condro —creadores e intérpretes de la obra— sostienen que la ambición de su propuesta es la modificación de las categorías espacio-temporales de las personas y los objetos: “En el espacio habrán dos objetos cotidianos, un objeto ambiguo, un hombre o una mujer. El hombre o la mujer moverán los objetos en el espacio con el afán de acercarse, parecerse y entregarse a otro sistema, el universo del objeto. Esta relación va a imponer una nueva lógica: los objetos también dejarán su condición para acercarse al movimiento del hombre. Todo se transformara en un único objeto: serán, hombre-plástico-cable-mesa-silla”.
Los bailarines y directores cumplen el objetivo sobremanera, y la sensación que queda en el público es la de la explosión estética: ¿Cómo logran que un rectángulo de nylon se convierta en el límite entre dos universos; cómo descubrieron que una persona inmóvil se convierte en un objeto sin ánima, pero que una mesa fría puede cobrar vida con sólo quebrar su capacidad de congelarse en un rincón?
En poco más de media hora, Condro desarrollará un solo en el que interactuará con objetos. Szeinblum repetirá la coreografía, aunque acotada, con los mismos en lo que resta de la hora de sala, cada sábado de julio del prime time de Teatro Callejón (Humahuaca 3759, Abasto). Lo harán sobre un pedazo de nylon que recubrirá, cual profiláctico, el escenario de ese teatro independiente porteño. Hasta aquí, los elementos que componen la propuesta no parecen concordar en un sentido colectivo, pero, consejo: mantenete atento, sabé esperar. La cuestión arranca lenta, y prácticamente así se mantendrá durante prácticamente toda la obra. La musicalización, a cargo de Ulises Conti y la ejecución en vivo de Ismael Pinkler, está compuesta en su mayoría de sonidos ambientes: ruidos de calle, bocinas, diálogos cotidianos e impersonales.
Desde el anonimato, y sobre todo desde la generalidad que permite esa categoría en la que todos somos nadie, Una cosa por vez cobra potencia: “En el escenario habrá dos objetos cotidianos, uno ambiguo, un hombre o una mujer”, sostienen los creadores desde su carta de presentación. Son, en realidad, una mesa, una silla, una nube de elásticos negros anudados, ella y él. Durante la poco más de una hora de espectáculo, primero él y luego ella, intentarán convertirse en objetos: se compararán con la silla, la mesa y calcularán si pueden portarse como la madeja de elásticos. Todo quedará demostrado sobre el plástico, lentamente.
Después, desaparecerán de la escena estando presentes: sólo quedarán como inyectores de la sinergia propia de los seres animados a los objetos fríos y quietos, inmóviles. La mesa y la silla volarán de la mano de él, marcarán el ritmo al son de la respiración de ella. Esa cualidad propia de la vida, el movimiento, les pertenecerá a aquellos pedazos de madera, caucho y también a esa alfombra transparente que recubre las tablas: se convertirá en piel, en pared de burbuja, en límite de otro mundo posible en el que unos y otros puedan llegar a ser lo mismo.
La invitación a reflexionar acerca de las propiedades de los objetos y de los seres que los manipulan a diario y, desde el movimiento como cualidad que los define, es el eje que sostiene erguida a Una cosa por vez: que le permite los latidos, que la hace caminar, correr, arrastrarse y mermar hasta su destrucción. Y entonces, la propuesta se agiganta en su ambición y sobrepasa los límites de una simple obra de danza. Léanla como quieran, una cosa por vez.