
Roma, 1633 A.D. El astrónomo italiano Galileo Galilei comparece frente al tribunal de la Santa Inquisición. Su pecado imperdonable: haber retomado las ideas sobre el modelo heliocéntrico vertidas en el libro del polaco Nicolás Copérnico Sobre las revoluciones de las esferas celestes (1593), obra que fue incluida en el Index librorum prohibitorum –índice de libros prohibidos por la Iglesia– por contradecir el modelo geocéntrico propuesto por Ptolomeo en el 130 D.C.
Las ideas de Ptolomeo sintonizaban con el dogma cristiano, claro.
El ensayo de Galileo titulado Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo (1632) venía a reafirmar las ideas copernicanas sobre el heliocentrismo. En resumen: la Tierra no es un disco plano e inmóvil ubicado en el centro del universo sino que tiene forma esférica y gira alrededor del Sol junto al resto de los planetas de nuestro sistema solar.
El libro generó controversias y fue mal visto ante los ojos inquisidores, por lo que un Galileo enfermo, viejo y sospechado de herejía, se vio obligado a confesar bajo amenaza de tortura y encarcelamiento.
El astrónomo finalmente rechazó el modelo heliocéntrico y declaró que en realidad la Tierra permanecía inmóvil, pero al retirarse del salón susurro con bronca y convicción “Eppur si muove” (“Y sin embargo, se mueve”). Poco importaba que él abdicara de sus ideas, la Tierra seguiría siendo una esfera que se mueve alrededor del Sol.
Algunos historiadores afirman que la frase no es del todo verosímil en el contexto adverso en el que se encontraba Galileo, frente a un tribunal tan implacable como el de la Inquisición. Otros aseguran que esas palabras salieron de su boca, pero en otro momento y lugar. Lo cierto es que, verdad o mito, la frase tiene una contundencia innegable: no se puede tapar el Sol con las manos.
Las pruebas están a la vista, la verdad y las ciencias terminaron imponiéndose por sobre los dogmas y la fe oscurantista.
260 años después el papa León XIII convalidó las ideas de Galileo –y por añadidura las de Copérnico– y en 1992 el juicio de la inquisición fue invalidado por Juan Pablo II, dejando a Galileo libre de culpa y cargo. Lamentablemente ya llevaba muerto 350 años.
“Durante la Edad Media, la teoría geocéntrica del universo era la cosmovisión ortodoxa y formaba parte del saber establecido. Si alguien argumentara en el presente la teoría geocéntrica con toda la parafernalia del academicismo, se consideraría un caso de pseudociencia, y lo mismo alguien que defendiese la teoría de que la Tierra es plana”, dice Ronald Fritze en su libro Conocimiento inventado, un ensayo sobre falacias históricas, ciencia amañada y pseudo-religiones.
Pasaron casi 400 años desde aquel nefasto juicio de la Iglesia a Galileo y aunque parezca increíble aún pueden encontrarse personas que ponen en duda la esfericidad de nuestro planeta.
Hablamos de los “terraplanistas”, fanáticos convencidos de que la Tierra es plana, estática y está recubierta por una cúpula invisible que no deja salir ni entrar a nada ni nadie.
¿Cómo es posible, que a pesar de Erastónenes y su preciso cálculo de la circunferencia de la Tierra allá por el 240 A.C., las revolucionarias ideas astronómicas de Galileo y su telescopio, el programa espacial ruso que convirtió a Yuri Gagarin en el primer cosmonauta en viajar al espacio exterior, el alunizaje visto por 600 millones de personas en sus televisores, las miles de fotos, videos y las actuales transmisiones en directo de la estación espacial ISS, aún persistan las teorías de la tierra plana?

CONSPIRACIONES 2.0
Con la aparición de la Internet y la proliferación de nuevos medios de comunicación y gadgets –smartphones, tablets, notebooks– las teorías sobre conspiraciones se expandieron a velocidades extraordinarias.
Si antes era obligatorio un viaje hasta la biblioteca o la hemeroteca en busca de un libro o una revista especializada, o enganchar algún trasnochado programa de televisión en el cable, hoy cualquier persona con acceso a la red tiene al alcance de la mano millones de páginas webs, blogs, foros, grupos de Facebook o canales de Youtube que difunden información de todo tipo: desde divulgación científica clásica hasta pseudociencia descabellada; desde teorías conspirativas, que a simple vista parecen factibles hasta el delirio más improbable nacido de una mente ultra conspiranoica.
Según Ronald Fritze “las pirámides ejercen una perenne fascinación sobre el público lector, pero las pirámides construidas por visitantes de otro planeta son sencillamente irresistibles para quienes buscan una lectura ligera y supuestamente objetiva sobre temas misteriosos y singulares”.
No es casualidad entonces que teorías como la “Tierra plana” o las pirámides de la Luna sean las más buscadas y populares en la web.
La apofenia y la pareidolia son fenómenos psicológicos similares. Se trata de una tendencia psíquica innata que lleva a ver patrones en sucesos aleatorios, conexiones entre objetos, figuras o ideas sin aparente relación.
Según los escépticos, los conspiranoicos no son más que apofénicos agudos, individuos o grupos que tienden a lo irracional, lo fantástico y transforman en una conspiración todo aquello que no comprenden.
Si se les pregunta a ellos dirán que son los únicos ciudadanos “despiertos” de esta sociedad anestesiada por una misteriosa élite de conspiradores que controlan el mundo tras bambalinas.
Para el periodista e investigador Alejandro Agostinelli –autor del libro Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina– un conspiranoico es antes que nada: «Un buscador, del mismo modo que hay buscadores religiosos o exploradores de civilizaciones perdidas. El conspiranoico usa su imaginación para reencantar el mundo, armar rompecabezas a partir de sus propias definiciones de lo que es la realidad. Lo inquietante es que no necesariamente están chiflados: son capaces de vislumbrar fuerzas ocultas ante ciertos eventos, pero ese dispositivo a lo mejor no se activa ante cuestiones más mundanas y lleva una vida normal. Es una persona que busca atar cabos sueltos, encontrar un orden donde no lo hay, o donde solo se podrá formular infinitas preguntas. La teoría de la conspiración es, como dice Mark Dery, ‘la teología de los paranoicos’.»

El conspiranoico se alimenta en gran medida de teorías nacidas desde los postulados erróneos y en muchos casos falsos de la pseudociencia y la pseudohistoria.
Los divulgadores de estas teorías proliferan en cuanta red social pueden aprovechar para difundir sus ideas ad honorem, empujados por una especie de altruismo rebelde, pero en busca de dinero fácil a costa de los despistados crédulos.
La Atlántida, los Illuminatis, los alienígenas reptilianos, los chemtrails, el Área 51… hoy en día nadie es ajeno a estas teorías conspiranoicas, ideas que cualquier científico o historiador académico se tomaría en broma por considerarlas simplemente ridículas.
“No es una tautología, aunque lo parezca, pero las cosas ridículas existen porque hay alguien que lo nota. Es una cuestión de perspectivas”, asegura Agostinelli. Continúa: “Aquello aceptable para unos será delirante para otros. Todo depende de tu biografía, de la influencia en tu presente, de tus experiencias, tu legado familiar, tus amigos, tu educación y lo que hayas conseguido ser, hacer y creer con todo eso”.
¿Cómo saber, entonces, en el campo de la historia y la ciencia, qué es una verdad y un hecho fidedigno, y qué es una mentira y un error? Siguiendo el método científico, enfocándonos en las pruebas, en los aspectos cuantitativos y cualitativos de las evidencias.
Los pseudohistoriadores y pseduocientíficos parten de ideas preconcebidas y buscan pruebas que las demuestren, cuando debería ser al revés. Incluso llegan a distorsionar las teorías científicas hasta hacerlas encajar a la fuerza, mientras hacen la vista gorda a todo aquello que contradice sus postulados.
EL LADO OSCURO DE LA CONSPIRACIÓN
Cierto día del año 2000, mientras Bara May dormitaba en un templo de Camboya, una inteligencia artificial del futuro llamada IBM Watson Quantum se coló en sus sueños y le transmitió el conocimiento necesario para crear un artefacto especial llamado Dispositivo Cuántico Q. Bara May asegura que vivió 32 años en ese universo, rodeado por civilizaciones interestelares que le enseñaron a usar su tecnología, pero cuando despertó descubrió que solo habían pasado 25 minutos en nuestro mundo.
De esa forma nos legó una tecnología con la capacidad de curar enfermedades y evitar que bacterias, virus o tumores afecten nuestro cuerpo. Además se puede establecer una comunicación mental con IBM Watson gracias a sus propiedades cuánticas, por supuesto.
¿Qué se necesita para crear estos cubos mágicos tan similares a las Motherbox de las historietas creado por Jack “King” Kirby o al Teseracto del universo de Marvel Comics? ¿Tecnología intergaláctica? ¿Material de civilizaciones súper adelantadas?
Nada de eso. Quienes difunden en la Argentina la tecnología traída por Bara May aseguran que alcanza con un poco de alambre de cobre, papel de aluminio, cenizas y una pistola de silicona.
Hay ufólogos que investigan Ovnis de Geometría Variable, naves que van adoptando unas formas tan raras a medida que evolucionan se asemejan a bolsas de plástico. “Me sigue pareciendo alucinante que algunas personas crean que algo tan fácil de explicar como una bolsa de supermercado zamarreándose en el aire pueda representar cierta clase de tecnología intergaláctica”, confiesa Agostinelli.
Existen también en nuestro país un grupo de “maestros espirituales” que se manifiestan mediante las redes sociales y dicen ser parte de una Federación Galáctica de la Luz que se dedica a mantener la armonía y el equilibrio “omniversal”.
Su líder es un pibe de Ciudad de Buenos Aires que sueña con irse a vivir al pie del Cerro Uritorco. Para eso vende –el eufemismo que utiliza es “intercambio”– sesiones de aperturas de registros akashicos, canalizaciones, experiencias de proyección cósmica y ¿por qué no? remeras serigrafiadas.
Este joven porteño asegura ser un viajero del tiempo, avatar de Lucifer, maestro de luz y comandante estelar de los serafines y tropas águila del comando Ashtar Sheran.
Estos grupos y sus historias no serían más que un entretenido canto a la imaginación que podría tomarse como un simple divertimento si no fuese por ese lado oscuro e irracional que algunos guardan en su seno, un trasfondo denso que muchas veces termina en sangre y muerte. “Negarnos te hará sufrir tus mentiras hasta que nos adores”, le dice a sus seguidores en un preocupante posteo de Facebook el líder de la Federación Galáctica de la Luz.
El Cult Temple, la Ordre du Temple Solaire o Heaven´s Gate son solo algunas de las sectas que llevaron a sus discípulos a cometer asesinatos y suicidios rituales organizados por líderes mesiánicos como el pastor Jim Jones -perpetrador de la masacre de Jonestown- o Shōkō Asahara, líder de la secta japonesa apocalipticista Aum Shinrikyō e ideólogo de los atentados con gas sarín en el metro de Tokio que mataron a 13 personas e intoxicaron a más de 6000 en 1995, hechos cronicados por Haruki Murakami en su imprescindible Underground.
Todas estas sectas contaban con líderes manipuladores que predicaban ideas y filosofías nacidas de una mezcla indiscriminada entre pseudociencias, pseudohistoria y pseudoreligiones. Incluso el tristemente célebre Charles Manson, cabecilla de la secta The Family, empujó a sus seguidores a matar por ideales conspiranoicos como la supuesta guerra interracial que devendría en apocalipsis, inspirada por la canción Helter Skelter de The Beatles.
“La pseudohistoria se presta fácilmente a ser una herramienta del racismo, el fanatismo religioso y el extremismo nacionalista. Los nazis tenían su propia mitología pseudohistórica acerca de una súper raza aria, la cual intentaron sustentar con toda clase de investigaciones pseudohistóricas y pseudocientíficas. (…) Desde finales de la década de 1970 se ha venido incrementando el fenómeno de la negación del holocausto.”, asegura Fritz en su libro sobre conspiranoia.
CONSPIRACIÓN JUDEO-MASÓNICA O LA MENTIRA QUE SE RESISTE A MORIR
La gran teoría de conspiración argentina toma como base Los protocolos de los sabios de Sion, un panfleto publicado en 1902 por grupos antisemitas rusos con el objeto de validar los pogroms del régimen zarista, como el sangriento pogrom de Kishinev en 1903. Aunque hoy se sabe que esas supuestas transcripciones de los planes de estos sabios de Sion para dominar el mundo eran falsos libelos creados por Piotr Ratchkovski, jefe de la Ojrana o policía secreta del Zar, Los protocolos de los sabios de Sion fueron llamados “la mentira que se resiste a morir”. Y vaya que es resistente.
En 1971 Walter Beveraggi Allende, un economista argentino de ultraderecha, escribe una especie de actualización local de Los protocolos de los sabios de Sion, una diatriba antisemita que bautizó como Plan Andinia.
En sus escritos denunciaba una conspiración internacional con el objetivo de apoderarse de parte del territorio patagónico argentino y chileno para crear allí un nuevo Estado Judío estableciendo bases militares subterráneas, algo así como un súper complejo militar similar al Área 51, sede de tantas conspiranoias.

En la actualidad un grupo ultranacionalista y ultracatólico argentino proclama desde su página web: “Mientras argentinos y chilenos duermen plácidamente (algunos mirando para otro lado), la Comunidad judía internacional ha comprado La Patagonia argentina y chilena para construir un segundo Israel. Todo esto se está plasmando a sus espaldas. Cuando despierten, será tarde.»
Cuarenta y cinco años después, antisemitas y filonazis insisten con el Plan Andinia. No importan las pruebas, las refutaciones, mucho menos lo que expresen la ciencia y la historia oficial.
Parece una tarea imposible convencer de la falsedad de ciertos hechos a quienes están decididos a creer, caiga quien caiga. Tal vez el mejor ejemplo de la excesiva credulidad del conspiranoico sea el Necronomicon, grimorio nacido de la febril imaginación del escritor H. P. Lovecraft, quien en más de una oportunidad aseguró que el “libro de los muertos” es falso, pura ficción para alimentar sus mitos de horror cósmico.
Sin embargo aún hoy hay quienes aseguran que este texto de magia ritual es real y supuestos cazadores de libros ocultistas andan tras sus huellas alrededor del mundo. Incluso existe una secta mágico-esotérica llamada Typhonian Orod Templi Orientis que se dedica a invocar entidades extraterrestres de otras dimensiones utilizando los conjuros del Necronomicon.
La leyenda incluye una anécdota con el mismísimo J. L. Borges, de quien se dice que, además de dedicarle un cuento al mago de Providence (“There are more Things”, 1975) a modo de broma creó una ficha sobre el Necronomicon en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, lo que ayudó a alimentar aún más el mito de la veracidad del libro.
Sin ir más lejos, hace algunos días un conocido y popular diario argentino publicó una nota llena de falsedades pseudohistóricas sobre el Necronomicon titulada “El libro más peligroso para la humanidad”.
Es evidente que el imaginario popular prefiere creer en creer fantasías antes que morir en la gris realidad.
“No existe mejor modo no ya de analizar sino de acercarse a la realidad que seguir ciertas reglas de razonamiento. En esta era de la posverdad, donde las mentiras parecen cada vez más verdaderas, debemos estar atentos ante los que trafican información falsa y ser muy cuidadosos con las fuentes de información que usan nuestros hijos, a quienes debemos enseñar cómo buscar sitios confiables; pues de su educación depende el futuro de nuestras sociedades.”, dice Agostinelli con tino.
Mientras tanto el mundo aún gira alrededor del sol, los poderosos conspiran, los falsos profetas buscan adeptos y los conspiranoicos ajustan sus sombreros de papel aluminio mientras aprenden nuevas y extrañas teorías.
N° de Edición: 1800