
Por Daniela Rovina
Somos cirqueros, trashumantes, payasos, saltimbanqui,
malabaristas, trovadores, viajeros y soñadores.
Somos comunicadores y sabemos de los que somos capaces.
Intervenir las calles es parte de nuestra esencia.
Manifiesto del Festi Sheca
Menzo Cambalache, “payaso matriculado” y artista de circo sin fronteras, andaba de gira por tierras germanas cuando se propuso organizar un festival de arte callejero a escala global. Rumió la idea y la comentó —vía chat de Facebook— con un par de colegas desparramados por el mundo. Hubo quórum. Recuerda: “Queríamos que sucediera en simultáneo en distintas ciudades. Tomamos conciencia de que somos parte de un mismo colectivo, a pesar de estar siempre solos con nuestros espectáculos en las plazas”. Algunos años después, y con el proyecto del festival internacional simultáneo en cuarentena, será la Ciudad de Buenos Aires la que incube por quinta vez aquéllo que Menzo ideó: el Festi Sheca, un cónclave cirquero autogestivo que, desde hoy y hasta el domingo, ofrecerá espectáculos a la gorra en plazas, esquinas, barrios y espacios culturales porteños. Veinticinco compañías locales y extranjeras, más de treinta funciones de circo, teatro, humor, títeres y música aptas para todo público en diez escenarios. “El festi nació como una necesidad personal. Es la conjugación de muchos espectáculos a los que fui, que me gustaron o no; de muchas charlas con amigos sobre cómo debería ser. Hoy es un colectivo al que se sumó mucha gente. No es un solo loco suelto, somos un montón”, define el mentor y coorganizador de la propuesta.
La primera vez del Festi Sheca por estos pagos fue en 2013, poco después de que el gobierno porteño encarcelara el Parque Centenario, excusándose en una presunta búsqueda de preservación y mantenimiento del predio. La convocatoria fue casi un grito de protesta: en y con casi nada, varios artistas itinerantes pusieron en marcha la flamante idea del amigo Menzo, quien para más se encontraba sentimental e históricamente vinculado al barrio (donde nació hace treinta años) y, sobre todo, al parque (que lo vio ensayar sus primeros pasos de comedia). Lo que siguió fue un derrotero de festivales de igual espíritu y con una misma bandera: el arte callejero no es delito. “Es una elección de vida laburar en la calle para todo el mundo, aunque muchas veces se considere una forma de arte marginal. Y es un derecho de los ciudadanos divertirse. Entre los realizadores, a veces existe la idea de que si somos más nos estamos cagando el laburo. En el Sheca creemos que si somos más, podemos llegar a más público; o sea a todos nos tiene que ir bien. Abrir un espacio en el que no había nada nos hace llegar a un público que no veía nada”, postula el artista.
Esa es una de las tantas aristas conceptuales de la propuesta. Las demás la definen como un encuentro que, fuera del entretenimiento y las risas, pretende redefinir el espacio público como lienzo creativo, como escuela, como obligado lugar de encuentro. Con esas premisas, los próximos tres días serán todo un desafío para los realizadores, dado que ofrecerán en paralelo espectáculos en Ciudad Oculta, el Bajo Flores, el barrio La Carbonilla, Palermo y Colegiales, entre otros puntos. “La idea de hacerlo en varios lugares es para que el día del cierre venga gente de distintos barrios y grupos sociales —explica el joven payaso—. Juntamos al que quiere las rejas de Macri con el que no. Armar ruedos termina poniendo en el mismo plano a gente que no se habla y que termina compartiendo una risa y hablando de otras cosas.”
—¿Cómo encaran el laburo desde un escenario enrejado?
—A veces laburamos en lugares a los que nos daría asco ir de civil, como esa plazas, pero lo hacemos y la pasamos bien. La gente también se divierte. En Buenos Aires cuesta mucho hacer un espectáculo de calle todo el año. Tenés que tranzar con otras cosas que no te gustan. Lo que tenemos que generar es un circuito para poder movernos por el país y Latinoamérica. Los caminos están hechos porque viajeros como nosotros hubo miles.

—A diferencia de los espectáculos tradicionales, los artistas callejeros suelen ser los que van en busca de su público. ¿Cómo manejan esta particularidad?
—Mucha gente viene a la plaza porque vive en edificios y sale a tomar un poco de aire, pero no para ver un espectáculo. Casi que nos encuentran de casualidad. No sé para cuanta gente es una opción vernos. Necesitamos que la gente se anime a utilizar otra vez el espacio público y que no sea sólo para hacer footing.
—¿Qué otras necesidades se les presentan?
—En principio, necesitamos que se empiece a contemplar al arte itinerante, que tiene miles de años, que existe desde mucho antes que las normativas que lo prohíben o de los vacíos legales. Los juglares y los trovadores existieron siempre. Son un bien cultural. El arte callejero puede atraer turismo y generar ingresos. No es algo que se me ocurre, lo vi en muchos pueblos de países a los que viajé. El arte callejero cuesta mucho menos que producir mega eventos estatales. Un recital de León Gieco es más caro que montar cincuenta espectáculos de calle que no necesitan sonido, estructuras o escenarios. Sin ningún recurso logramos llegar a diez barrios. El nuestro es un arte al servicio del encuentro, no al servicio de las empresas. Es una elección de vida resistir a la lluvia, a la falta de un permiso, a que te echen, a que un día ganás bien y otro no.
—En cuanto al vacío legal, varios colectivos, artistas y espacios del palo están trabajando en la redacción del proyecto de la Ley Nacional de Circo…
—Está buenísimo, es muy necesario todo lo que están haciendo. Pero es más bien para una forma de arte sedentario. Nosotros somos más nómades. Cuando viajamos, la cosa se pone más burocrática y ya no queremos seguir pidiendo permisos. Queremos que el arte callejero sea un patrimonio cultural y tener derecho a montar un espectáculo en cualquier plaza, sin la obligación de pedir un permiso que demora en otorgarse.
—¿Qué lugar ocupa la gorra en el trabajo de un artistas nómade?
—Siempre pasamos la gorra porque queremos que nos consideren laburantes como a otros. Por otra parte, el que tiene pocos recursos también tiene derecho a acceder al arte y la cultura. La idea de colaborar en la gorra se educa y lleva su tiempo, y si no lo hacemos nosotros, no lo hace nadie. Es lo que nos permite que nuestro arte siga vivo. Muchos dejan de ir a las plazas porque es difícil vivir de la gorra, sobre todo acá que suelen ponernos en un plano marginal. En otros lugares del mundo no es así. Incluso suelen organizarse festivales a la gorra.
* Más información y programación: facebook.com/festisheca.