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«hay que desmitificar la creación»

renzo podestá

Fotografía: Lara Maldi

El dibujante y guionista Renzo Podestá es editor del sello Le Noise y trabaja como ilustrador freelance internacional. En nuestro país se han editado (Bang)kok , El aneurisma del chico punk y Jueves (junto a Diego Cortés), historietas con las que obtuvo el reconocimiento de los lectores locales.

 

Frontal, incorrecto, compulsivo y verborrágico, Podestá ha explorado los rincones más inhóspitos de la historieta a fuerza de trabajo y versatilidad para adaptarse al cambio, sin abandonar la incesante reflexión acerca del lugar que debe ocupar el séptimo arte en el mundo.

 

La significación universal es su único norte a la hora de contar historias y recrear personajes, desplegando así, complejos mapas narrativos con un profundo entendimiento del factor simbólico, y superando el estado circunstancial de las cosas para llegar a un núcleo de sensibilidad que atraviesa todo tipo de fronteras y lectores. Con estéticas cálidas -pero al mismo tiempo mórbidas- y el grueso trazo del pincel, su obra observa al mundo desde una óptica en permanente conflicto con los mitos sociales, las relaciones humanas y las consecuencias de nuestros actos.

 

Si pensamos en una publicación de similares características, casi por obligación la respuesta debería ser Heavy Metal, una revista de culto norteamericana. El hecho de que este rosarino afincado en Córdoba comience a formar parte de tan importante publicación resulta casi tan gratificante como que el mítico guionista escocés Grant Morrison sea su nuevo editor en jefe. Además, el autor se encuentra finalizando el segundo volumen de El Aneurisma del Chico Punk, según él su “gran obra».

 

—¿Por qué es tan importante que Grant Morrison esté a cargo de Heavy Metal?
—La importancia principal, creo yo, radica en el grupo de autores que captó. Le está dando un vuelco muy interesante, teniendo en cuenta que se trata de una revista fundamental para el desarrollo de la escena independiente yanqui. Morrison está contratando autores más asentados, con parámetros de identidad y lectura establecidos que realmente tienen mucho para aportarle a la publicación. No sólo se hizo cargo de algo inmenso, sino que formó todo un equipo editorial nuevo. Ahí es donde proyectos como en los que yo estoy involucrado comienzan a tener relevancia.

 

—¿Qué podrías contarnos acerca de esos proyectos?
—Estoy coloreando una miniserie llamada Skip to the end, escrita por Jeremy Hold y dibujada por Alex Dioto. Y recientemente me contrataron para que dibuje los extras de ReincarNATE, otra miniserie. Estoy contento porque ya me estaba olvidando del cómic americano. Después de la reedición de 27 (Szama Ediciones, 2015) estoy volviendo a situarme en lo que realmente me gusta.

 

—Imagino que esta experiencia te está dejando un aprendizaje importante para capitalizar en tus propias producciones.
—Sí, sobre todo porque yo no sé lo que es ser profesional. Tengo mi propia ética, y la generé en base a códigos comunes compartidos con editores en el exterior. Más allá de aprender ciertos procesos técnicos, aprendí códigos que en Argentina son imposibles de aprender, por lo menos dentro del mercado nacional actual. Lo que toca es por las malas: ensayo y error. Así me formé yo, bien kamikaze (risas).

 

—En tus clases enseñás a comprender el lenguaje del cómic y no tanto a dibujar. ¿Se trata de revelar ciertos sistemas ajenos a la creación en sí?
—Se trata de amor al lenguaje de la historieta. En el taller que damos con Jean Franco y Pablo Guaymasí, nos proponemos bajar a tierra y desmitificar todo lo que sea posible. No queremos que los alumnos se conformen con ser buenos dibujantes. Dibujar una mano a la perfección te convertirá en un gran ilustrador, no caben dudas, pero no en historietista. En este punto, hacer historietas no es para cualquiera, pero tampoco es algo imposible. Hay que desmitificar la creación, porque si no es muy doloroso. Como autor, uno tiene que ser consciente de que va a tardar un tiempo que no será recuperado nunca más. Hay que hacer que ese tiempo valga la pena, por lo menos.

 

—Pero tocar un instrumento tampoco es para cualquiera
—Exacto, pero nadie nos dice lo contrario. En el caso de la música, los Sex Pistols no sabían tocar y fundaron un género. Por eso yo digo que el punk rock se tendría que haber muerto en esos seis meses que duraron los Pistols (risas). Al ser un lenguaje, el cómic permite la posibilidad de desarrollar un lunfardo o una malversación, y eso es lo que importa. A mí no me interesa el gran dibujante tipo Alex Ross, con un trazado perfecto. Prefiero dibujantes como Simon Hanselmann, donde la historia y la sensibilidad con la que se plantea una página exploran otros lugares.

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Ilustración: Renzo Podestá

 

—Para ser considerado como tal, ¿el cómic debe movilizarnos?
—Lo que importa es la semántica, el recorrido o la guía que uno le puede llegar a hacer a una historia. Es lo que yo llamo “el mapeo”:no estás contando algo, estás cartografiándolo; emitiendo señales y signos al lector para que éste los interprete dentro de cierta codificación común. La historieta es una especie de código que se manifiesta con imágenes y dibujos, pero no es la suma de las partes la que figura un todo, sino lo contrario. Se pueden hacer cómics sin guión, pero siempre hay un guión. Se supone que no hay cómic sin dibujo. Por más de que un autor llene de texto una viñeta en blanco siempre va a haber un tempo, una cadencia, y el lenguaje de la historieta estará manifestándose. El mismo grafema de la letra equivale, en última instancia, a ese lenguaje. Cosas como la proposición de la fuente o la disposición espacial del globo, determinan que eso sea historieta.

 

—Hablemos de El Aneurisma del Chico Punk ¿cuáles son los elementos principales que motorizan la historia?
—Busco brindar de cierto protagonismo al contexto-conflicto y no tanto al personaje. En esta edición, hay una estructura coral que le da más importancia a todo lo que envuelve la historia. Simbólicamente, el nudo argumental no será el protagonista, sino lo que generan sus acciones y cómo éstas repercuten en los demás. La historia habla de la madurez y el crecimiento, es una parábola sobre asumir las responsabilidades de nuestros actos, con todo lo que eso implica. Otro elemento es la mujer dentro de un contexto determinado, el nombre del volumen remite a esto: “cuando la pintura de las uñas comienza a descascararse”. Las mujeres van a ser un punto de catarsis de la bronca humana que abunda en la historia.

 

—En retrospectiva, ¿qué lugar ocupa El Aneurisma en tu carrera?
—Hoy por hoy, la veo como mi gran obra. Cuando se terminen los cuatro volúmenes te cuento. Me gusta pensarlo como una forma de exorcizar fases en mi vida. No sé si fue por un mecanismo de backup mental, pero los cuatro volúmenes configuran una etapa de crecimiento. No solamente mío, sino también del contexto en el que se va desarrollando la creación misma de la historia.

 

—¿Por qué insistís tanto con la incorrección política?
—Porque me parece un acto totalmente egoísta y deshonesto que se acaba cuando nos tocan el culo. Personalmente, tengo el grave problema de ser frontal. Pero los autores tenemos que saber lidiar con el monstruo que nos toca. Siempre uso la metáfora de la pared roja del cómic Johnny, the homicidal maniac de Jhonen Vasquez. El protagonista mata gente con el fin de pintar una pared de rojo sangre. Cuando la sangre se seca y adquiere un color ocre, sale a matar otra vez, y así sucesivamente. Ésa es una analogía de lo que es el arte y, sobre todo, de hacer historietas: alimentar algo que jamás vas a saciar. Por eso yo siempre digo que es un trabajo de resistencia y no un pique corto.

 

—¿Dónde creés que radica el conflicto de la falta de masividad en la historieta argentina actual?
—Fernando Calvi, una persona que respeto mucho y con la cual coincido en varios aspectos, dice que la masividad es un invento del siglo XX, no del siglo XXI. Hoy en día lo popular está tan fragmentado que resulta imposible concebir a la historieta como algo masivo. Es un concepto que sirvió para entender ciertas manifestaciones comunicacionales de los ‘50, ‘60 o ‘70. Ahora ya no importa. Lo que quede adentro o afuera es lo de menos, simplemente porque no existen tales lugares. La masividad muere desde el momento en el que uno mismo se convierte en partícipe y creador de su propia historia. Nosotros mismos somos los que estamos pidiendo ser añadidos a una ilusión de pertenencia que solamente sirve como un reducto publicitario.

 

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