
Por Ailín Bullentini y Nahuel Lag
El cuerpo, un laboratorio
exceso y apología.
(“Zamba de mi escepticismo”, Pablo Marchetti)
Ahora dice que no sabe muy bien qué es. Estudió arte en el secundario y dibujó, pero se aburrió. Tenía que vivir de algo que le gustara, ése era su mandato, y la naturaleza muerta no le salía bien. Seguir de cadete o vender tarjetas de crédito, ya no. La militancia estudiantil en la Eva Perón tampoco terminó de cerrarle. Aunque le gusta la política, hoy se define como un “anarcorevolucionario” que nada hace para cambiar el mundo e igual quiere lograrlo. Digamos un “anarcoperonista” o “la tensión entre la realidad y el deseo”. El tema era vivir de la escritura. Vino La Maga, La García y las clases en TEA, y Barcelona, claro. Ahora dice que sabe que tiene un oficio periodístico, pero no si hace periodismo. No lo calienta, lo aburriría “terriblemente” una redacción, como no lo calentó el dibujo. Lo que lo pone calientito es la comunicación. También pasaron la banda de rock y el teatro en el Parakultural hasta llegar a Falopa, para “poner en escena la palabra” o que la pongan otros. Con el conjunto también llegó al letrista que escribe para Lidia Borda o Miguel Poveda. Mientras, hace Quilombo en la radio y juega al Duro de Domar en la televisión. Entre tantas calenturas, obvio, le cabe la promiscuidad: “La diversidad me permite imaginar otras cosas”, aunque todo anda entre comunicación y arte: un espacio político y otro de fe (para un ateo, de eso dice no dudar). “A veces hay que dejar hablar y que la gente cuente y se cuente. Así se la puede conocer mucho más que criticándola”. Abre el paquete, acomoda con poco cuidado y mucha cancha un puñado de tabaco para armar en un lillo y rola un pucho Pablo Marchetti, antes de arrancar la charla que sigue.
VERSOS Y VERDADES
Detrás de la bocanada de humo aparece una biblioteca que ocupa toda la pared. Sobre los estantes se destaca una vieja edición de Las patas en las fuentes, del poeta Leónidas Lamborghini, el lomo de una especie de enciclopedia con letras de tangos de Gardel y más arriba el memorable diccionario argentino de insultos, injurias e improperios Puto el que lee, escrito y publicado por Barcelona, esa revista rupturista que no necesita presentación y que dirigió con Mariano Lucano e Ingrid Beck hasta fines de 2011. Las bibliotecas hablan por uno, pero Pablo también se encarga de hacerlo y él tira el primer tema sobre la mesa: su cuarto libro de poesía, El Amor (Godot), que está a punto de salir a las calles. Hay una faceta de Marchetti que no es la del sátiro del periodismo tradicional. “Tengo oficio para escribir versos”, apunta y recuerda los sonetos sobre temas de agenda que redactaba y leía en el programa radial de Marcelo Zlotogwiazda.
Pero el amor por la palabra es más profundo: “Escribo, me encanta. Es lo central en mi vida y es el punto de partida de todo para mí”. Bueno, Zaire (2004), con arte de tapa de Lucano; Dialecto pequeño burgués (2009), con dibujos de su hija Lina; y Cuatro Cuartetazos (2010), con volantes de prostíbulos en la cobertura, fueron la cristalización de una pasión que Pablo minimiza (“Empecé en la adolescencia, lo típico”) pero que lo emociona al recordar que la escritora Elsa Drucaroff usó uno de ellos para iniciar uno de los capítulos de su ensayo Los prisioneros de la torre, sobre la escena de la literatura joven. “La poesía es la palabra en su forma más despojada y pone el énfasis en la dimensión visual, sonora, musical, rítmica del lenguaje”, define.
La relación con el poeta tuvo sus idas y vueltas por trabajo y ocupaciones de la carrera periodística que inició a principios de los ‘90. “Siempre había algo que no me cerraba, me veía esquizofrénico, me sentía las dos cosas.” Dice que fue en Barcelona donde cerró esa etapa y se dio cuenta de que “no era tal la distancia” entre ambas artes. Más allá de la editorial Antilibros, que surgió de la redacción del tabloide quincenal y le permitió publicar sus tres primeras obras, revela: “Cuando uno empieza en el periodismo piensa en las grandes plumas y no en los generadores de formatos. Para mí Héctor Ricardo García es uno de los grandes de la Argentina, el creador de un lenguaje y una forma directa de comunicar con el diario y después con el canal Crónica”. La relación con los títulos tragedia de las tapas de Barcelona es instantánea. ¿Y la poesía? “Hay una vinculación muy grande entre eso y determinadas búsquedas poéticas, sobre todo con la poesía visual: el laburo de Joan Brossa (poeta catalán), Nicanor Parra (matemático y poeta chileno) y la poesía concreta brasileña. Tiene que ver con buscar la dimensión visual, algo que cierra también con mi interés por el dibujo. Por eso siempre me interesó mucho meterme en el diseño de Barcelona.”
Confiesa: “Me gusta encontrar vinculaciones de géneros aparentemente opuestos o de mundos que no se chocan y que parecería una herejía hacer que se encuentren”. Y casi sin pensarlo se lanza en una de esas búsquedas: “Creo que hay un vínculo muy estrecho entre poesía y publicidad, si bien parece que la primera es puro alma y la otra desalmada. En lo sintético está la relación entre ambas. La poesía sería la publicidad que no te quiere vender nada”. Lenguaje. Palabras. Letras. Juega con ellas. Las amasa, las desmenuza hasta sacarles la última gota de sentido común. Creció el adolescente, con él la pasión por la palabra, pero también la necesidad de sostenerse a sí mismo, a sus días y vicios. ¿Poesía? “Yo puedo hacer algo más artístico, pero no puedo vivir sin lo comunicacional, esa cosa de la comunicación de la que mucho arte reniega… Tampoco puedo vivir sin una comunicación que tenga alguna búsqueda estética. La verdad es que no sé qué soy muy bien”, reflexiona, bipolar. Lo que confundió en un principio fue comunicación con periodismo.
—¿Cuándo y por qué decidiste volcarte al periodismo?
—Creo que caí en el periodismo primero por una cuestión de laburo: ganarme la vida escribiendo. Cuando profundicé y le busqué la vuelta apareció lo político. En los ‘90 me parece que el periodismo reemplazó un poco la militancia en el sentido de decir “me planto desde un lugar de la comunicación”. En esos años dejé de militar. Había empezado a hacerlo en el peronismo durante la secundaria, después en los inicios del Frepaso. Al hacer periodismo cultural por fuera de los grandes medios, como era la revista La Maga, no me creía en la resistencia de los ‘90, pero terminé en ese lugar.
De esa mítica revista cultural de la última década del siglo pasado siguieron otros pasos en el camino de la birome, el anotador y las redacciones, hasta llegar a la enorme Barcelona y, también, a un descubrimiento. “Sé que tengo un oficio periodístico por el tiempo que tengo laburando, pero no podría trabajar en una redacción porque me aburriría terriblemente.” Sin pasión no hay nada, define, más poeta que nunca, en las casi dos horas de entrevista, y completa con seguridad de escribano que no se le mueve un pelo por ninguna profesión de las que aparecen en la Guía del Estudiante: “Me gustan un montón de cosas y me encanta esa promiscuidad”. Promiscuo, sí, y ateo, ¡claro! Sin embargo, inquieto, en la búsqueda permanente, algo encontró: “Se reduce todo a eso: el arte y la comunicación. Uno es un espacio de fe y el otro uno político”.
CUANDO NAC&POP ERA ROCK&ROLL
Actitú rockera: “Me hinchaba las pelotas la carrera de periodista. Lo que me gustaba en los tiempos de La Maga era entrevistar a gente como Charly García, Osvaldo Soriano, Leonardo Favio”. Sin embargo, hubo un punto de unión: Pablo se cruzó con esa publicación durante sus años en TEA. Sin sacralizarlo, rescata aquel periodismo cultural en el que se encontró inmerso, casi sin querer, como un “lugar fundamental de resistencia y de politización en la antipolítica” de los ‘90. El mismo papel le asigna al rock de fines de siglo: “Tampoco glorificarlo. De la misma manera que no creo que cumpliera un rol fundamental durante el final de la dictadura. Lo que tenía la escena rockera eran reflejos de resistencia”.
—¿Y a qué le llamás “rock”?
—Al rock lo vínculo con la actitud. Dicho así suena a Pomelo, pero me refiero a que la búsqueda artística del rock pasa por una olla donde entra una determinada literatura, a pesar de que las últimas grandes bandas de rock, Los Auténticos Decadentes, La Bersuit Vergarabat, Los Fabulosos Cadillacs, Babasónicos, no siguieron la línea de las anteriores. Hay más mixtura. De lo que hablo es de romper moldes y prejuicios. Ahora el rock se adecuó mucho a una situación de determinados clichés, a estar contenido en determinados circuitos. Me parece que perdió el lugar provocador. Cromañón fue letal, es verdad, pero el rock hoy es festivales hipersponsoreado. Hacer que entren bengalas a un lugar cerrado: ésa es la parte jodida, es la mierda del asunto. Pero hay algo de participación y de calor y de color del rock sin lo cual no sería. Hablo de todo el rock: cuando Iggy Pop se tomaba una pepa y se hacía llevar de una punta a la otra, eso es parte de la participación del público. A mí me encantaba el programa El Aguante. Si eso te hace tirarle un cascotazo en la cabeza al contrario es una mierda, pero sin esa pasión el fútbol no sería lo que es en ningún lugar del mundo. Estaríamos ante un espectáculo y nada más.
—El fútbol, el rock, la política son pasiones extremas: ¿qué te atrae de ellas?
—Siento una fascinación por esas expresiones por ser un tipo absolutamente ateo y no tener ninguna clase de fe. Me apasiona meterme en las cloacas del idioma y descubrir que hay ahí una poesía muy poderosa.

Desde mediados de los ‘90, antes de que el expresidente de Racing Daniel Lalin se encargara de fundir también La Maga, Pablo evitó ser “el periodista que se muere por tocar” y en la redacción armó Sometidos por Morgan, banda con la que editó Ludomático (1995), que incluía el hitazo sobre Ricardo Barreda “La cumbia del odontólogo”; el EP La autopsia del Papa (1998); y el segundo LP, Jogging (2000), con sello propio, Todo Suma Discos. Llegaron a compartir un festival con Divididos, REM y Beck, y luego abandonaron los escenarios.
La indemnización que recibió por el cierre de la revista abrió un tiempo de experimentación no sólo con la música sino también con el éter. Quemen los bosques salía por la radio FM La Tribu y, según el músico, fue “uno de los gérmenes de lo que decantó en Barcelona”, que diez años después también llegaría a amplitud modulada. El otro preludio fue La García, una publicación de finales del neoliberalismo que desapareció tras la crisis de 2001. “Estaba la RollingStone y nosotros éramos La García, nacional y popular cuando esto significaba otra cosa. Dábamos cuenta de todo un fenómeno rockero que es parte de la cultura rock.”
“Joda y rock” es la definición que elige para homenajear la publicación que celebraba mantener una relación de complicidad con los músicos. “No sabés… Vos vas de gira por el interior y vienen los pendejos. Claro, viste. Y… son todos pendejos fans y buena onda y te llevan a comer a la casa, pero son todos pendejos chiquitos… y comés con los padres, y yo voy ahí y tengo que comer con cubiertos…” Marchetti engrosa (aún más) la voz para traer a la mesa la memorable entrevista que le realizó a Ricardo Iorio, emblema del metal argentino y líder de Almafuerte. La anécdota sirve para argumentar que “a veces, dejar hablar y que la gente cuente y se cuente, dice mucho más que ponerse a criticarla”.
—Pero otras veces…
—La nota salió tal cual ocurrió y el tipo estaba fascinado. Más allá de las mil contradicciones y cosas que me pueden parecer una mierda, Iorio es un músico increíble. Me gustan mucho esas contradicciones de los artistas como T. S. Eliot u otros ¡fascistas! El arte es muy bueno para mostrar las contradicciones humanas. ¿Cómo puede ser que alguien absolutamente sensible en un ámbito sea lo contrario en otros aspectos?
CINCO FALOPA POR DOS PESOS
En la cresta de Barcelona, con el gustito a escenario que ¡Mueva la patria! —la ópera cumbia que junto con Javier Aguirre, Eduardo Blanco y Fernando Sánchez estrenaron en La Trastienda y que repondrían en el ND Ateneo—, Marchetti se unió a Federico Marquestó, Francisco Huici, Gustavo Carretino, Juan Spolidoro, Juan Krymkiewicz y Agustín Barbieri y formaron Conjunto Falopa, una banda que baila milonga, tango, folklore, cumbia, rock. Todo junto. Falopa (2009) y Cancionero para un fogón anarcoperonista (2010) fueron primer y segundo discos. El tercero está en plena grabación.
—¿Se consideran parte de la movida tanguera actual? ¿Se consideran parte del rock?
—Buscamos no tener etiquetas. No obstante, sí hay una movida de tango nuevo a la que ingresamos desde que arrancamos con la banda. Esa movida es increíble, surge a partir de un quiebre que en los ‘90 da La Chicana (el dúo que conforman Dolores Solá y Acho Estol acompañado por una pequeña orquesta). Me siento más cómodo y a gusto en esta escena rockera del tango. Aunque el tango siga teniendo su bosta for export, veo a la Fernández Fierro y es recontra rockera.
—Falopa logra retomar algo de la lírica del tango y actualizarla: la cana y el barrio están presentes de la misma manera que en el tango tradicional…
—Si bien hay canciones que son un poco más líricas, en general, la línea conductora de Falopa es contar historias del mundo urbano contemporáneo, cosa que sucedía con el tango, pero sin ninguna clase de ataduras. Me embola el cliché que reemplaza el farolito por el wi-fi y el empedrado por la autopista. Me parece que hay un lenguaje muy rockero en el tango, así como en su momento el primer rock tomó su mundo poético: Morris, Manal, Charly García o La Renga.
—La referencia a lo popular aparece en tus crónicas, tus columnas, tus letras, tus poemas: ¿por qué?
—Me salen las cosas así. Me gusta cruzar lo que se supone la más alta cultura con lo que se cree como la bajísima cultura. Obviamente, no creo que existan esas categorías. Disfruto meter a íconos nacionales como Gardel o el Che Guevara en situaciones sobrenaturales. Lo que me pasa con Falopa es que me gusta encontrar una poética y no hacer una sátira de un tango. El tango para mí es una forma natural de expresión. De todas las variantes del mundo poético, el de la canción es el que más me gusta porque es la venganza de la poesía, un género que no lee nadie.
—¿Es lo mismo escribir una poesía que una canción?
—Pareciera, pero no. Uno se pone a desmenuzar y es muy distinto. Por ejemplo, en El Amor (su cuarto libro, que prologará Drucaroff) hay sonetos, romances, décimas. Me gusta la décima; tiene mucha milonga. Pero cuando digo que la canción es la venganza de la poesía me refiero, además, a una especie de revancha que me tomo yo: la de poner en escena a las palabras y a mí mismo. Me encanta cantar y subirme a un escenario. Es un placer.
—¿Que viene de dónde?
—Estando en La Maga empecé a estudiar teatro. Y, al toque, Pompeyo Audivert me llamó para actuar en la primera obra que iba a dirigir. En el Parakultural, imagínense. Empecé a actuar porque quería laburar una cuestión escénica que a mí me interesaba, pero dejé, no me calentó. Estudié canto también, para cantar de la mejor manera lo que yo quería, no para convertirme en un intérprete.
—Volviste al arte después de pasar por una etapa dedicada al periodismo. ¿Qué encontraste en la música que no te daba lo otro?
—Subirme a un escenario y hacer canciones. Cantar. Después de Sometidos por Morgan y de La García me puse a escribir con Marcelo Mercadante para que canten otros, una situación que me encanta. Lo hice y lo hago. Terminamos haciendo un disco (Suburbios del alma, 2007, en el que cantaron Lidia Borda y Miguel Poveada, entre otros). Él hizo la música y yo la letra. Escribo muy distinto cuando es para otro. Hay algo que me gusta mucho de la versatilidad que significa eso.

PERIODISMO ES OTRA COSA
Mientras craneaba las soluciones europeas para los problemas de todos los argentinos despuntó el vicio literario en THC, con una especie de memorias marihuaneras por entregas. Post Barcelona se ganó un lugar en las redacciones de los medios masivos. Escribió un par de crónicas y columnas de opinión para Perfil y la revista El Guardián y confesó que le gustaría ser pluma de Página/12 o Tiempo Argentino. De todas maneras, aseguró que no cree en las empresas periodísticas. “En ninguna. No voy buscar laburo a ninguno de esos lugares. Donde escribí fue porque me ofrecieron”.
—Decís que no te ves en el lugar de editor. ¿El tiempo que pasaste en Barcelona lo pasaste por jugar?
—No era eso. Era mi revista, la que tenía ganas de hacer. Me calienta terriblemente la comunicación y por eso me gusta hacer un programa en la segunda mañana de una AM (Quilombo, en radio Splendid) de lunes a viernes. ¿Era mi sueño? No. Nunca tuve esa fantasía. Sí me encanta partir de un formato más o menos tradicional y freakear. Eso me gusta, pero no sé si me quedaría toda la vida haciendo un programa así.
—¿Qué te calienta de la comunicación?
—Hay una naturalización del lenguaje. Nos parece que el sentido viene dado y no, es una construcción de poder. Me gusta desarticular esas construcciones y desnudarlas; jugar con los sentidos. Lo que más me gustaba de Barcelona era hacer contratapas nombrando al 24 de marzo como el Día de la Inseguridad. Los medios son un lugar para dar una batalla cotidiana y directa en ese sentido. Ahora quisiera hacer tele, ponele. Estoy haciendo algo (es columnista en Duro de Domar), pero porque me llamaron y pegué un laburo en el que no me hago millonario pero estoy tranquilo.
—Si de algo sirvieron los últimos años fue para desnudar “la verdad periodística” de Clarín. ¿Pero no creés que por criticarlo las otras empresas empezaron a hacer periodismo de la misma manera?
—Es eso. Es paradójico. Lo dije cuando estuve en 678. También cuando empecé en Duro de domar, cuando dije que Tiempo Argentino es Clarín con K. Entiendo que quieras copiar al enemigo para destruirlo, pero me parece muy berreta. La tapa de Pagina/12 celebrando la aprobación de la ley de las ART me pareció vergonzosa. Y Clarín del otro lado, que no dijo nada, también. Pero claro, si Clarín lo menciona tiene que elogiarlo y no puede elogiar nada del Gobierno. La Nación sacó un editorial elogiándolo.
—Pareciera que eso de que la objetividad se cayó, como tanto se habla, no estuviera dando frutos…
—Totalmente. Me entusiasmé y sigo entusiasmado con la ley de medios. No con su aplicación porque me parece un mamarracho: sacarle a Clarín para darle a Cristóbal López es una mierda. Toda lo de la pluralidad de voces no existe ya que no hay forma de sostenerla si no es con pauta oficial. Pero eso no quita que mi apoyo a la ley siga intacto. Y, además, que haya una ley siempre es mejor a que no haya nada. El tema está en hacia donde apunta el debate. Todo el debate que trajo la ley está bueno sólo para los medios, pero se pierde de vista y se llegó a encasillar de una manera muy simplista y muy peligrosa al periodismo, a los periodistas.
—¿En qué sentido?
—Los medios no son el periodismo. El periodismo es otra cosa. Eso es lo que no se analizó. Vos pensás automáticamente que yo soy Perfil, que Ernesto Tenembaum es (Héctor) Magnetto porque trabaja en Radio Mitre y que Eduardo Anguita es (Sergio) Spolsky porque escribe en Miradas al Sur. No, ni en pedo es así. Los medios a veces nos llevan a los periodistas a perder conciencia de la fuerza que tiene lo que hacemos. Sin periodistas no hay medios. Y sí, hay mucho periodista sorete, mucho periodista genuflexo, pero no todos son así y hay grandes fisuras. No podemos ser tan lineales porque la cosa es más compleja. El daño pasa por ahí.
—Si el 7D realmente fuera el fin de Clarín y del mal periodismo, ¿cuál sería el periodismo que debería surgir?
—Es el problema que tiene el planteo del 7D y de la ley de medios. Con todas mis contradicciones de pequebú, creo en la horizontalidad y en la mayor cantidad posible de voces. Prefiero un montón de puestitos donde uno venda lo que planta en su casa, los dulces que hace. El tema de la pequeña producción y venta directa me encanta. Para mí eso sería buenísimo. Pequeños medios que puedan subsistir de manera directa. Mu (el periódico de la LaVaca) es un ejemplo muy cercano de periodismo que a mí me gusta, no sólo por el contenido periodístico sino por la manera de funcionar que tiene como medio, la forma de producción (es una cooperativa). Ése es el tema también: las relaciones de producción interna, la cuestión ideológica de sus entrañas. A mí me gustaría que todo sea así, aunque sé que parece muy utópico.
—En una entrevista anterior mencionabas que el que creía que podía cambiar el mundo desde el periodismo era un boludo… ¿Nunca lo creíste?
—Hay una tensión ahí. No podés creer que realmente vas a cambiar el mundo, pero en un punto sí tenés que hacerlo. Me parece medio hipócrita no pensar que querés cambiarlo. Si vos escribís, llegás a lectores, tenés que tener ganas de llevar un mensaje o transmitir algo que tenga que ver con modificar determinadas reglas de juego. De todas maneras, creo que sos un boludo si realmente pensás que las vas cambiar desde el periodismo.
—En una de tus columnas para El Guardián te definís como anarquista. ¿Es posible serlo hoy?
—No, no sé… no sé si alguna vez fue posible. Lo aplico como puedo. Lo importante es no perder de vista que quiero cambiar el mundo y no ser tan pelotudo como para pensar que puedo cambiarlo. Hay determinados ejes y determinados ideales que por más utópicos que sean está bueno no perderlos. Qué es lo que quiero, a qué aspiro, qué tipo de relaciones humanas me gustaría llegar a construir o, por lo menos, intentar y aplicarlo lo más que se pueda en la cotidianidad. Pero si vivís obsesionado con eso te puede llevar a la inacción, porque te frustrás. La cotidianidad es tan lejana… y ahí aparece el peronismo, claro. Entonces me defino como anarcoperonista: la tensión entre la realidad y el deseo.
—Está instalada la idea de que el modelo kirchnerista es lo más a la izquierda que la sociedad argentina puede soportar.
—Es frustrante. A mí me aterra pensar así. En este punto es donde me pongo un poco anarquista, aunque me parece que para ser realmente anarco me tendría que cagar realmente en lo coyuntural y en la agenda, que de alguna manera te marca el día a día. No hacer un programa de radio de día a día. No pierdo de vista tampoco que, si lo comparo con los gobiernos anteriores, este gobierno logró mejoras. Hay mucha retórica también, cosa que me parece que está buena para plantear las contradicciones. Pero también está el peligro de pensar que éste es un gobierno de izquierda. Que la derecha diga: “Esto fue la izquierda, no hay otra posibilidad de izquierda que no sea ésta”… que se entiendan las distancias, pero es como decir que fue el comunismo el que fracasó porque Stalin era el comunismo. Y no, el comunismo es otra cosa. Por otro lado, no es lo mismo el kirchnerismo de 2008 y 2009, jaqueado por la derecha, que el kirchnerismo de 2011. Cada vez que el gobierno se vio apretado dio lo mejor de sí: discusiones sobre la distribución de la renta, la 125, ley de medios. Con el 54 por ciento, lo primero que sacó fue la ley antiterrorista. Ahora no tiene sectores económicos en contra salvo a Clarín. El poder apoya al gobierno y la salida política no es por derecha. El segundo puesto en las elecciones fue el FAP. Todo eso es poco anarquista.
—En tus columnas periodísticas insistís críticamente con la figura del “progresista”, el “pequebú”. En la última columna que publicaste en Mu dice: “Enviado desde el fin del progresismo”. ¿Dónde queda ese lugar?
—¡Es una contradicción! Quiero ser el anarcorevolucionario y termino siendo un pequebú-clasemedia-pelotudo que no hace una mierda por cambiar nada. A mí el progresismo siempre me pareció una mierda, la verdad. Hay una idea muy berreta del progreso. Un “progreso Tecnópolis”, progreso en ciencia y tecnología financiado por las grandes corporaciones. Hay una idea de presentar términos light para caer bien al electorado. ¿Qué es el progreso? ¿Progreso para quién? ¿Monsanto es el progreso? Esa definición es la tibieza absoluta. En todo caso me asumiría de izquierda, no progresista. Qué se yo, ¡salí del closet, putazo!
Fuente: NaN #10 (noviembre-diciembre 2012). Conseguila escribiendo a hola@lanan.com.ar.
* Pablo Marchetti recitará algunos de sus poemas en la octava edición de Hasta Quitarles La Ciudad a Los Lagartos, ciclo de música en vivo de NaN, el próximo sábado desde las 22 en Zaguán Al Sur, Moreno 2320, Ciudad de Buenos Aires. Tocarán Atrás Hay Truenos, Amor Elefante, La Perla Irregular y Los Sub.