
Mientras todos rezaban para que pare la lluvia, la producción avisaba las novedades por Facebook. “¡Aunque llueva, nieve o truene hoy tenemos festival!”. Los artistas ya estaban en la ciudad con muchas ganas de tocar, por lo que, a pesar del mal tiempo, el festival se realizó aun con un retraso en los horarios.
Un espíritu indie se sentía a cuadras de distancia, jóvenes iban llegando en todas las direcciones. Luego de un control poco exhaustivo quedaba un largo recorrido hasta la parte habilitada del predio, que era en el fondo. El tamaño del lugar era ideal, todo estaba cerca y bien ubicado.
Lo primero que se veía al entrar era un pequeño camino a la izquierda que llevaba a dos escenarios chicos, los de Lee Nation Red Bull. Pero el tamaño del escenario no perjudicó a las quince bandas que pasaron por ellos. Alternándose uno con otro, iban desfilando los actos nacionales para los pocos curiosos y personajes del circuito emergente. El más ruidoso, el Red Bull Tour Stage, era un hermoso colectivo totalmente modificado. Un fileteado en azul brillaba por las luces. Por dentro, instrumentos y una escalera que llevaba al techo, donde había un escenario completo. Pese a parecer inestable, soportó las sacudidas de Santiago C. Motorizado, quien realizó el acto under más concurrente. Todos los éxitos del gordo más querido en tiempo reducido. Otro de las propuestas interesantes fue Las Sombras, que atacaron con su sonido característico lleno de rock y soul oscuro. El cierre del espacio Red Bull estuvo a cargo de Michael Mike, quien luego de tanto tiempo fuera de los escenarios dio un buen show, que hubiera sido mejor si no se hubiera superpuesto con la enérgica presentación de Primal Scream.
A pocos metros había un pequeño refugio de madera con un gran cartel, “Lee Nation”. Parecía un garage de película estadounidense, aunque mucho más prolijo. Enfrente, varios sillones improvisados generaban un efecto de tribuna. Y esta escena rodeada por jeans que colgaban por todos lados. Al ser más chico, este escenario atrajo un público en busca de tranquilidad y sonidos más relajados. Se destacó la presentación acústica de Rayos Láser y, anteriormente, el show de Pablo Neptuno, que terminó con dos explosiones de papel picado y varios de sus seguidores bailando.

Las bandas nacionales parecían estar apartadas del resto, salvo por Telescopios. Ellos tocaron en uno de los escenarios principales. Los main stage eran dos: el Music y el Wins. Estaban lado a lado con un leve ángulo que los unía aún más, para que los que esperaban ansiosos al próximo artista no se perdieran de nada de lo que estaba pasando en el otro escenario. Al estar unidos, había tres pantallas, dos en los extremos —que inexplicablemente no transmitieron los shows— y una más grande en el medio que mostraba con nitidez todo lo que estaba ocurriendo.
Varios de los shows sufrieron modificaciones con respecto a la grilla original. La lluvia hizo que se abra la puerta dos horas más tarde, por lo que reorganizar tantas bandas no era fácil sin sacrificar algo. De los primeros actos, quien se lleva el premio es Edward Sharpe & The Magnetic Zeros. Alex Ebert, su cantante, cautivó a la gente caminando y cantando con él.
“A partir de Edward Sharpe los horarios serán los anunciados desde un principio”, se escuchó. Todo volvió a la normalidad en el momento justo. Los platos fuertes ya estaban listos y con sus repertorios intactos. The Brian Jonestown Massacre fue un lujo, pero no hay dudas que el favorito fue Mac Demarco, apareció pasadas las 21 e hizo mover a su gente como ningún otro artista. Todos estaban fascinados de tener a uno de los embajadores del lo fi en nuestro país. Repasó su carrera con mucho hincapié en Salad Days, un disco de culto.
Estiró una canción donde podría haber tocado dos más, algo que era de esperarse de una personalidad tan particular. Luego de varios temas anunció una segunda fecha en Argentina: el miércoles 16 de noviembre en Niceto Club. La gente estaba feliz, pero quizá no tanto los de la producción: “Creo que mi segundo show era una gran sorpresa, pero bueno, ahí la tienen”, dijo Demarco, haciendo evidente el spoiler.

El cierre de la noche se compartió entre dos bandas excelentes, con trayectoria y con años de experiencia arriba de los escenarios. La gran mayoría fue a ver a Air, pero nadie se negó en saltar y cantar las canciones de Primal Scream. Ambas presentaciones fueron un poco más largas y, a pesar de que muchos vinieron a ver el acto final, otros tantos se fueron antes de que terminara.
El festival fue excelente. Se llevó a cabo en una pequeña parte de un terreno inmenso como el de Tecnópolis, pero fue un espacio ideal para la cantidad de gente: se estima que concurrieron 13 mil personas. Un pasillo gastronómico bien señalado que estaba repleto de food trucks ofrecía distintas opciones, para todos los gustos. La ilusión de tener un patio cervecero nuevamente la compró Quilmes, lo cual fue una gran decepción. Sin embargo, las canillas estaban distribuidas en tres áreas estratégicamente ubicadas, que permitían tener la oportunidad de tomar cerveza y ver a las bandas de todos los escenarios. Todo se pagaba con tokens, una especie indie pesos que se compraban luego de hacer colas kilométricas. Los puestos de merchandising eran chicos y no tenían tantas cosas, como sí ocurre habitualmente con los Rock Outlet, esos puestos fantasma que aparecen en ciertos eventos para vender merchandising oficial de recitales pasados.
El Music Wins Festival fue una de las mejores propuestas del año a nivel entretenimiento. El sonido fue bueno y la organización, perfecta. A pesar de los pequeños puntos negativos, valió la pena el viaje a un lugar quizá no tan cómodo, como es predio de Villa Martelli.
Nº de Edición: 1683