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“rockero es ser hermano del otro”

santiago motorizado

Ilustración: Mauro Perrone

¡Ey, amigo! No te olvidés de mí.” Lo recita con la voz más grave aún, pero en tono bajo como si contara un secreto. Hace dos minutos comenzó el viaje hacia Barrio Jardín —su cuna y la de una escena musical en La Plata— y, en el primer silencio tras el saludo, cita a Tom (y la Bestia Bebé), uno de sus camaradas en ese colectivo artístico llamado Laptra, que creó hace once años para editar el primer disco de su banda. Eso fue por el invierno de 2004. Hace días volvió de la cuarta gira por Estados Unidos.

 

Tres minutos más y vuelve a aparecer esa palabra. Javier “el Gato” Sisti Ripoll, que lo conoce desde antes que crearan 107 Faunos y Él Mató a un Policía Motorizado, dice que “parte de su talento radica en su poder de síntesis”. “¡Ey, amigo! No te olvidés de mí”, canta, y es una plegaria, amor y hermandad, algo que necesita mucho más que llenar teatros y salas. “Todos aman la música que hacemos con mucha pasión. Es lo primero que tenés que visualizar en tus compañeros cuando armás una banda”, celebrará a su pandilla de aventuras: Pantro Puto (guitarra), Niño Elefante (guitarra), Doctora Muerte (batería) y Chatrán Chatrán (teclados). Es la pandilla de Santiago Barrionuevo; o el Chango, por herencia paterna; o Motorizado, por herencia punk; o Corazón, en solitario como músico y dibujante, y con Él Mató como letrista, bajo y voz, arte y diseño.

 

Santiago recuerda cuando conoció a su primer compañero musical: Guillermo Ruiz Díaz (Doctora Muerte). Fue en 1990, en el ingreso al ciclo básico del Bachillerato de Bellas Artes. Estaban en quinto grado y por las tardes asistían al curso para ingresar al secundario con orientación en artes visuales. A la mañana, Santiago iba al colegio Nuestra Señora del Valle, donde fueron todos los Barrionuevo, los dos hermanos mayores, el más chico y su hermana menor. La institución aún está en la calle 1 frente a la cancha de Estudiantes.

 

A sus diez años se sentía “Dios” jugando en un descampado de Barrio Jardín, pero aún no había descubierto a su máximo ídolo, Guillermo Barros Schelotto. Las épocas de la primaria fueron reír y hacer travesuras en el camino a Plaza San Martín, donde la banda se decía “hasta mañana”. Y narrar historias que el Chango traducía en viñetas. En algunas de ellas “la maestra era un monstruo horrible al que se le caían las arrugas, y todo era una comedia para burlarse un poco de la institución”, reseña.

 

Esos buenos recuerdos lo hacen decir que aquellos pibes “son como dioses” y lo convierten en un confeso opositor del paso del tiempo. Es esquivo a sus cumpleaños, excepto durante los segundos que lo reconcilian con su nacimiento, el 19 de mayo de 1980: sopla las velas, mira al cielo y saluda a Joey Ramone, con quien comparte aniversario.

 

 

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Fotografía: Matías Pozzi y Tomás Ballefín Benítes

En 1993, Santiago y Willy ingresaron al bachillerato de Bellas Artes, en el edificio entre 7 y 60. Alejandro Barrionuevo fue el primero en egresar de esa escuela y más tarde se radicaría en España, desde donde dibuja para DC y Marvel. Santiago no duda en convocarlo con admiración pero también valora los autos que su viejo, el Chango grande (Felipe), le hacía a pedido entre sus planos de ingeniero. La música todavía no era más que algunos shows televisivos de Los Auténticos Decadentes y Los Fabulosos Cadillacs.

 

El Chango recuerda una currícula conservadora y, a la distancia, analiza:“Es muy delicada la enseñanza artística: puede incentivarte o aplastarte si no genera un espacio creativo. Quizá por eso aparecieron nuestras ganas de tocar música”. En las instalaciones había un aula con paneles acústicos, piano en una esquina y un mueble de estantes alto, repleto de guitarras. “Descubrimos que podíamos pedirle al preceptor algunos instrumentos y nos juntábamos fuera de hora a explorar”, cuenta. En esa sala aprendió a tocar el primer acorde: fa con cejilla. El punk asomaba.

 

 

Y asomó una tarde en bici en el barrio El Mondongo. Alguien lo cruzó pedaleando, pero con las manos en una pila de vinilos. Al tope, cuatro neoyorquinos con camperas de cuero. Impreso sobre ellos… “¿un nombre latino?”. Volvió a Barrio Jardín y fue a consultar a su vecino, fiel lector de la Madhouse. “Sí, son todos hermanos”, le aseguró. “No estaba Wikipedia para verificar esos datos”, se ríe Santiago sobre el día en que conoció a Los Ramones. Otro vecino lo llevó a Obras en 1995. “Me explotó la cabeza, era ver fotos en movimiento.” Loco Live estaba ya gastado de reproducciones. Le costó comprar ese disco. Fueron tardes de pasar y verlo en la disquería mientras juntaba las monedas. “¿Me lo podés reservar?” “No, loco, traeme la plata.” En 1996, fue con Willy a despedirlos a River y los recuerda cada vez que le dicen “Motorizado”. El primer Loco Live lo perdió. Su condena es comprarlo cada vez que lo ve.

 

Sin embargo, no fueron Los Ramones los responsables de hacerlo tocar y tocar en el aula del bachillerato. “Nos hablaron de Embajada Boliviana. Tenían un casete grabado y lo vendía el padre de uno de ellos en una agencia de autos.” Una vez que lo tuvo, corrió a escucharlo. “Estaba en mi pieza. Me acuerdo la luz que entraba por la ventana. Lo puse en el radiograbador: ¡puujjj! Era una grabación súper desprolija, súper lo-fi, descoordinada. ‘Es increíble’, pensé. ‘Quiero cantar como este chabón’”, sintió el Chango. “Algo se genera cuando ves que eso que te gusta mucho lo está haciendo alguien de tu ciudad, alguien que no está en la foto de una revista.” El punk lo empujó al “hacelo vos mismo”.

 

El amor por EB y, en particular, por Julián Ibarrolaza, su líder y cantante, tiene varios capítulos en la vida de Santiago. Compartir una fecha durante sus primeros años de músico. Noches de encontrarlo en las diagonales y dedicarle un grito ablandado por el alcohol: “¡Ustedes son mejor que Los Ramones!”. Un largo cruce de miradas, mientras Santiago pensaba “no quiero ser pesado con él” y se rehusaba a saludarlo, para luego enterarse de que Ibarrolaza había escuchado a Él Mató y también lo quería conocer. Y el encuentro final en 2010, durante una entrevista que los unió por la vuelta de EB. “Ese día le declaré todo mi amor.” En 2014, grabaron juntos “Postales de una ciudad” para el disco solista de Ibarrolaza Algunos días sin música.

 

 

Una tarde de ensayos en “el bachi”, un grupo de compañeros estaban listos para grabar su primer video. La cámara esperaba, pero el cantante pegó faltazo. El Chango miraba desde un rincón. “¿Querés cantar vos?”, lo convidaron. “En aquella ciudad de calles peligrosas, los días no existen y un árbol se deshoja. Mi cabeza es como una gran manzana que se pudre todas las mañanas. La gente se pelea con la Policía. Y sólo queda carne podrida.” Santiago canta de memoria la primera letra que interpretó en su vida: sin bajo y ya hablando de la cana (faltaban dos décadas para que, en la tercera gira por España, el sindicato del Cuerpo Nacional de Policía declarara una “barbaridad y falta de respeto” su actuación en Sevilla). “Con lo cagón que soy, fue bastante valiente”, se castiga sentado en la mesa de la casa de sus viejos el músico latinoamericano que más veces cantó en el Primavera Sound, uno de los festivales más importantes el mundo.

 

En Terapia, nombre de esa primera formación punk, se presentó a los Torneos Juveniles Bonaerenses. “Nunca tuve tanto miedo en mi vida.” El escenario fue el Pasaje Dardo Rocha, frente a la Plaza San Martín, donde terminaban los días de travesuras del primario. Ronda eliminatoria, dos canciones por banda, cada una de las otras con un mini Slash en sus formaciones, porque los Guns N’ Roses eran trending topic a mediados de los noventa. El jurado seleccionó dos para la final y realizó devoluciones para todos, menos para ellos. “El premio fue sacarme el miedo de cantar en vivo”, dice.

 

 

Algunas noches antes de la cena, papá Chango, salteño él, subía con la criolla a su cuarto y tocaba sentado en la cama, con las luces apagadas. “Yo tendría 5 años y con Facundo, mi hermano más chico, entrábamos en silencio a escucharlo. Mi viejo íntimo, cantando para él. Una imagen tierna, intensa, romántica. La primera conexión con la música en vivo.”

 

La criolla siempre estuvo en la casa, pero no fue escuela. “No suelen ser buenos maestros los padres, ni buenos alumnos los hijos”, dice Santiago. La criolla paterna también sonaba los fines de semana, cuando se armaba peña con los vecinos en lo de los Barrionuevo. La pasión por Los Chalchaleros no la heredó. Cuando papá Chango le dio play a un casete de los norteños y reprodujo The Cure, quedó claro que el gusto musical había sido regrabado.

 

Aunque no fue con el folklore, la acústica sí lo enamoró: “Soy muy fan de los boleros”, confiesa, y no esconde el disco de covers del trío Los Panchos que le grabó a su mamá (María Inés Iribarne). Tampoco su pasión por las melodías de Lionel Richie, su foto de perfil en WhatsApp: “Es el más grande y por quien (Lionel) Messi fue bautizado”, lo banca.

 

En esa sintonía, Motorizado se convierte en Santiago Corazón y sale de “gira rápida y furiosa”, cuando Él Mató lo libera. Esas noches se pone “naif, exageradamente”. “Me gusta jugar al cantante melódico. Es una estética divertida, a veces ninguneada por ‘grasa’. La reivindico desde lo kitsch. No me interesa burlarme del amor sino de ciertos lenguajes y encontrar nuevas formas.” Como solista es sólo “en vivo”, no hay más registro que una grabación cargada en YouTube y, sin embargo, llena salas y el público canta todas. “La música nació tocada en vivo. Escuchabas y te quedaba en el recuerdo. Volver a eso es buenísimo.”

 

 

En Terapia llegó a grabar un demo y tocó techo cuando compartió escenario con EB. La muerte de Kurt Cobain y el ascenso musical de Peligrosos Gorriones (Él Mató grabó un cover de “Macanas” para el disco Soy tan fanático de todo) volcaron los intereses del Chango hacia el grunge y el rock alternativo. Nació Aneurisma —homenaje explícito al disco de Nirvana— junto a dos compañeros del bachi: Jo Goyeneche (Valentín & Los Volcanes) y Gastón Olmos (107 Faunos). Fueron guitarra y batería, respectivamente, y la primera vez de Santiago al bajo.

 

Las fechas más recordadas de esa formación fueron junto a Ned Flanders, integrada por Billordo y Javi Punga. “De Ned admirábamos su música y su energía: organizaban fechas, Javi hacía fanzines, promovían la unión de las bandas. Fueron una segunda escuela, después de Embajada.” Aneurisma grabó su único y homónimo disco en 1998 bajo el sello colectivo Chonga Records, con el que organizaron festivales en La Plata y la Ciudad de Buenos Aires.

 

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Fotografía: Matías Pozzi y Tomás Ballefín Benítes

 

El camino académico continuó en la universidad de Bellas Artes y, con la música, el de la libertad. Nuevo siglo, nuevos amigos: el Gato Sisti Ripoll (107 Faunos) y Manuel Sánchez Viamonte (Pantro Puto), ambos estudiantes de periodismo. Formaron Blas Giunta con Willy en la bata y Santiago en bajo, por primera vez juntos, y el Gato en guitarra. El trío salía por las diagonales a tocar covers y temas de En Terapia, para no perder ritmo pero sin rumbo.

 

 

“Genial, esto es lo mejor”, le dijo Manu. El Chango le había mostrado la melodía de su primera canción. Era 2002, los dos estaban sin banda. “Siempre me habían convocado. Si quería hacer una banda, tenía que hacer canciones.” El debut en letra y música sería “Guitarra comunista”, inspirada en la primera eléctrica de Mora Sánchez Viamonte (tecladista de 107 Faunos y su novia). El segundo track sería “Sobredosis de droga”.

 

Estaban los amigos, la música, las ganas y también la sala: “Era una construcción a medio terminar, una alfombra y los equipos que tenía cada uno”. Quedaba a cinco cuadras de la casa de Santiago, en la de Diego Darrigrán (Koyi Kabutto). Willy, Diego y Gustavo Monsalvo (Niño Elefante) eran las partes de Mazinger; Manu y el Chango experimentaban; Mora tocaba con las Tita Motor; Peto Miguens (107 Faunos) entró con Bronco; y el Gato decía presente. Cuando todos se cansaban, se abría una cerveza y sonaban Yo La Tengo, Pavement, Guided by Voices, Cat Power, Weezer. “Era juntarnos todas las tardes a escuchar y tocar con distintas formaciones. Fueron los días dorados, la base creativa de todo lo que hicimos después”, resume Doctora Muerte.

 

En 2003, Willy y Gusti se acoplaron en bata y guitarra al bajo y la voz de Santiago y la guitarra de Manu. Compraron CDRs y grabaron “en el estudio de un amigo”. Santiago cortó con trincheta las copias del collage que armó a partir de un dibujo de Willy, las pegó en los sobres y escribió con fibrón sobre los CD: Tormenta roja, como la novela de Tom Clancy, escritor bestseller que inspiró también el último disco: La Dinastía Scorpio (con el maxisimple Violencia mediante, el próximo álbum se hará esperar uno o dos años más). Con ese primer EP, salieron a los escenarios.

 

 

Sin largar el circuito La Plata-Capital, con los años y la trilogía (Navidad de reserva, Un millón de euros y El Día de los Muertos) vendrían las “giras de oro”: Brasil, Colombia, Uruguay, Paraguay, Costa Rica, Estados Unidos, México, Ecuador, España, Francia y Alemania. Ya con el quinto motorizado, Chatrán Chatrán en teclados, los fans se hicieron miles y los sellos fuera del país dos: Limbo Star (España) y National (Estados Unidos).

 

En el país también dieron cientos de giras: el año pasado llegaron al show 500 y lo celebraron en Pura Vida. “Me acuerdo de las fechas por los afiches”, explica el Chango. Para cada una, saca a relucir bellas artes con sus lápices y acuarelas, físicos o digitales, y les da “guardar como” en una carpeta con la data de la presentación. Así tiene un registro indiscutible y también una obra artística que acompaña el arte de cada álbum (obra que en noviembre expuso en la galería Atocha del Patio del Liceo; que antes exhibió en muestras de músico-plásticos como Alfonso Barbieri y Dani Umpi; y que llegó a libros como Rita viaja al cosmos con Mariano, de Fabián Casas). De todos los shows, uno es la misa anual: el Festi Laptra.

 

 

Rebobinar. Stop. Laptra. El Gato dice que el nombre fue una reapropiación de algo que a finales de 2003 su hermanito menor repetía: Lapras, personaje de Pokemón. El Gato lo reapropió como “Laptra” y bautizó así a la bebida emergente de la crisis económica: alcohol etílico con jugo. En 2004, Él Mató tenía diez temas listos para transformarse en el primer y homónimo lanzamiento; y Santiago tenía unos euros ganados a partir de un trabajo de dibujo que su hermano le pasó desde el Viejo Continente. Googlearon “¿cómo editar un disco?”. Y se encontraron con la Unión de Músicos Independientes. Entonces dijeron “hagamos un sello propio”. Le pusieron Laptra y el símbolo fue un tigre, uno blanco porque el Chango lo fusionó con el yin-yang. “Desde el casete de Embajada, la autogestión fue como vivimos la música. No lo hicimos porque nos rechazó la industria sino porque en esa experiencia encontramos la verdad de la vida.”

 

El sello era una extensión del colectivo que nació en la sala de Koyi, pero se expandió en La Plata y cruzó a la Ciudad de Buenos Aires cuando Él Mató conoció a Go-Neko (banda disuelta que integraba Tom Quintans, voz y guitarra de Bestia Bebé). Desde entonces, el abrazo del tigre continúa abrigando nuevas formaciones. ¿Cuál es su llave? “Surge una hermandad, un enamoramiento natural con la banda y sus integrantes. Quizá no hacemos la misma música, pero algo nos lleva a hacerla de una manera. Mi arte es mi vida y me gusta compartirla con gente que la siente de manera parecida.”

 

Con conciencia de lo que su generación supo crear —Cromañón y militancia de la Ley de la Música mediante—, el Chango celebra el fin de algunas ideas instaladas por largo tiempo, como aquélla de que para ser “una banda de verdad” tenés que “hacer un demo que le guste a (Daniel) Grinbank o a PopArt”. De todos modos lamenta que “las radios no pasen música nueva”. “La idea del movimiento independiente es no depender de la industria, pero da bronca el ninguneo total. Hubo un crecimiento de calidad en lo independiente, pero los grandes medios se volvieron más conservadores.”

 

Continúa: “Éste es el mejor momento de las bandas de la historia argentina. Si jugáramos a que algo es mejor que otro, ¿por qué las letras de los Faunos no pueden ser mejores que las de Spinetta?Las canciones de nuestra generación me enamoran y también las forma de ser. En el rock hay modas: si sos una diva o un reventado, sos más rockero. Prefiero nuestras formas: más relajadas, en las que lo bueno es ser hermano del otro, despegarse del ego y armar comunidad”. Y ahí va Santiago haciendo coros para Shaman Herrera (Concepto Cero) o compartiendo noche con Julio & Agosto (Monqui Albino). “Todo arte es colectivo”, disfruta.